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Xi Jinping, montero mayor

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Bestiario de bergantes

A Mancur Olson, un economista estadounidense a quien un merecido reconocimiento sólo le ha llegado después de muerto, le interesaban especialmente algunos aspectos centrales de su disciplina: la escasez, la acumulación y los marcos institucionalesDe entre su obra, me referiré aquí en especial a Power and Prosperity. Outgrowing Communist and Capitalist Dictatorship, Nueva York, Basic Books, 2000. que permiten superar la primera y aumentar la segunda. Son asuntos de primer orden –diríase filosóficos si esa voz no levantase urticaria entre el gremio– y ayudan a comprender las razones que han llevado a Xi Jinping y sus seguidores a convertir la lucha contra la corrupción en la condición necesaria del proyecto político al que etiquetan como el sueño chino.

Grande o pequeño, casi todas las sociedades producen un excedente, es decir, acumulan riqueza más allá de sus necesidades perentorias. Cuanto mayor sea, mejores serán también sus eventuales condiciones de vida. El excedente se distribuye entre sus miembros según diversos arreglos institucionales y la opción por uno u otro tiene consecuencias decisivas en el sostenimiento de la acumulación, es decir, de cara a la prosperidad futura. En condiciones de anarquía se lo disputan los que, alegóricamente, Olson llama bandidos errantes, que arramblan con todo él, destruyendo así entre la población asolada cualquier incentivo para invertir y producir. Pronto el excedente desaparece con malas consecuencias para todos, sean bandidos o víctimas. Si uno de los bandidos se convierte en dictador, es decir, se hace estacionario y monopoliza la apropiación de tan solo parte del excedente bajo la forma de impuestos, la situación se torna más estable para todos. Al autócrata le interesa mantener el orden y ofrecer a la población otros bienes públicos que redundan en un aumento de la productividad y en un reparto más satisfactorio del excedente.

Los bandidos estacionarios vienen en dos gustos. Uno de ellos se limita a la exacción de impuestos al tiempo que deja las decisiones productivas en manos privadas, como han hecho tantas de las llamadas dictaduras desarrollistas. En el otro, el de los regímenes de planificación central, los bandidos se quedan con todos los medios de producción y fijan arbitrariamente la parte del excedente a distribuir bajo la forma de salarios y bienes públicos. Tras algunos éxitos iniciales, este régimen acaba por desincentivar a los trabajadores con dos consecuencias funestas: caída del crecimiento y persecución a ultranza del interés particular por parte de los bandidos que se entregan a esa forma de pillaje que llamamos corrupción.

El capitalismo de Estado chino diseñado por Deng Xiaoping se encuentra a caballo entre ambas figuras de bandidaje estacionario. Al aceptar la existencia del sector privado, tiende a dar mayor protagonismo al papel de la política fiscal, lo que proporciona seguridad a los inversores; al tiempo, el mantenimiento de la propiedad colectiva sobre los elementos estratégicos del aparato productivo incita a sus gestores a apropiarse de otra parte del excedente por medios ilícitos. Desde un punto de vista general, la corrupción no es, pues, más que un impuesto no sancionado por la ley, una parte del excedente del que se apropian para su ganancia personal quienes ocupan posiciones de mando o control en la jerarquía institucional. Como apunta Transparency InternationalTransparency International, una organización sin ánimo de lucro dedicada al estudio de la corrupción en distintos países, publica un informe anual sobre el grado de corrupción percibida en los diferentes países objeto de examen. La organización define la corrupción como «el abuso de poder institucional para la obtención de beneficios privados» y la clasifica en grande, pequeña y política, según las cantidades apropiadas y la esfera en la que ocurren. Por corrupción percibida se entiende la opinión sobre el grado de corrupción alcanzado en los países estudiados expresada por el panel de encuestados en diversos países, así como la emitida por diversos expertos y creadores de opinión. Obtener datos sobre el volumen real de corrupción sería tarea imposible, pues precisamente la corrupción trata de mantenerse oculta por quienes la practican. Sólo una parte de ella termina por aparecer., no hay una sola sociedad en la que la corrupción sea inexistente. Lo que cuenta es cuál es la proporción del excedente así apropiada en relación con el PIB en cada una de las sociedades estudiadas: a mayor proporción, mayor grado de corrupción.

En 2012 se tradujo al inglés el Diario de un funcionarioWang Xiaofang, The Civil Servant’s Notebook, Nueva York Viking, 2012., una novela que había alcanzado un gran éxito editorial en China. El texto traza un retrato despiadado de la burocracia china actual y el lector aprecia que tiene en las manos el testimonio de alguien que sabe de qué está hablando. Su autor, Wang Xiaofang, fue durante años un burócrata de mediana categoría que llegó a secretario privado (en España lo llamaríamos jefe de gabinete) de Ma Xiandong, un vicealcalde de Shengyang, la capital de la provincia de Liaoning, en Manchuria. En 2001, Ma fue condenado a muerte por haberse jugado ?y perdido? 3,6 millones de dólares de la hacienda municipal en los casinos de Macao.

La historia del Diario está calcada de ésa. Peng Guoliang, un personaje de grandes ambiciones y previsiblemente llamado a altas responsabilidades, rivaliza por un valioso puesto en Dongzhou, la capital ficticia de una importante provincia, con Liu Yihe, otro peso pesado local del Partido. A uno de los truchimanes de Peng se le ocurre una idea brillante para hundir a Liu: forjar, imitando su caligrafía de puño y letra, un diario que detalle la comisión de múltiples delitos. Por entregas y de forma anónima, como si el remitente se hubiese hecho clandestinamente con el diario y no se atreviese a revelar su identidad por temor a las represalias, el libelo llega a manos de Qi Xiuying, la directora del Comité Disciplinario Provincial, con fama de implacable azote de la corrupción.

Como tantas ideas geniales, ésta tiene consecuencias imprevistas para el autor de la falsificación y para su jefe. Qi ordena una investigación secreta de todos los posibles candidatos a la alcaldía y, de resultas de ello, es Peng quien sale trompicado. Como al antiguo jefe de Wang Xiaofang, a Peng lo pillan in fraganti perdiendo dinero a manos llenas en el Lisboa de Macao. El resto es fácilmente imaginable. Lo condenan a muerte y lo ejecutan, mientras van a la cárcel sus adláteres y su mujer, que trata sin éxito de salvarlo moviendo todos los hilos que tiene a mano, incluido el soborno de un alto jerarca en Pekín. No es un final feliz, pero sí ejemplar, lo que ayuda al autor a no franquear los límites marcados por la feroz censura china. Al cabo, en el barril puede haber manzanas podridas, pero también hay otras sanas, dispuestas a impedir la corrupción de las demás. Moraleja: como en el caso de Ma Xiandong, los poderosos no pueden burlar a la justicia y, si los cometen, acaban pagando por sus crímenes.

Pero, se pregunta uno, ¿cómo no son sólo los políticos corruptos, sino en general todos los altos funcionarios, los que mantienen un tren de vida incompatible con sus ridículos sueldos oficiales? La novela lo explica con ejemplos de la vida real. Peng impone la recalificación urbanística de una zona residencial de Dongzhou en condiciones inmejorables para una constructora de Hong Kong que, a cambio, le abre una millonaria cuenta en dólares en uno de los bancos de allí. Esa cuenta la maneja la directora de promoción exterior de Dongzhou, una de las amantes de Peng, nombrada para ese cargo y justo por ese mérito por él mismo. Con ese pelotazo extraordinario y algunos más Peng logra hacerse con un saneado patrimonio.

Ya sabemos que Peng es una manzana totalmente podrida. ¿Acaso no van a ejecutarlo? Pero Liu, su rival, también tiene asuntos que preferiría que no viesen la luz. Tampoco él vive de su salario. Y algo semejante puede decirse de casi todos los demás altos cargos que bien aceptan sobornos, bien se valen de su poder para hacer favores a familiares y amigos que, a su vez, se los devolverán cuando sea menester. A Peng no le pierden sus delitos, sino su abierta ambición y su descuido en las formas. Su estilo de vida es demasiado ostentoso y ésa es, al cabo, su principal falta. La acusación de corrupción no es más que una excusa para hacerle pagar por su desvío de las normas del comportamiento burocrático.

Pero la corrupción tiene otras consecuencias. La novela ensarta una serie de soliloquios de distintos personajes que no se ocultan nada a sí mismos ni a los lectores. Pues bien, con la excepción de los agentes de la brigada anticorrupción, no hay uno solo de los burócratas que no esté profundamente desmoralizado. Un personaje explica su falta de ascensos por no haber aprendido «cómo servir a mis jefes… Nunca cambié mis ideas para adaptarme a las suyas, ni subordiné mi talento al suyo». Consejo de otro a una colega: «Beibei, la cultura china no tiene mucho que decir sobre el bien y el mal. Lo que importa es el éxito y el fracaso. Si tienes éxito, has obrado bien. Si fracasas, eres culpable». Resume el de más allá: «Busqué trabajo en el ayuntamiento para hacer carrera. En la universidad, soñaba con ser alcalde o gobernador, crear riqueza y felicidad para la gente, pero mi padre me hizo ver que el verdadero éxito dependía de ganarse a los poderosos. Sin eso, nadie te toma en serio». Con la desmoralización llega también una intensa paranoia: nadie confía en nadie. «La política es un asunto turbio. Uno necesita siempre contar con una daga de repuesto, a menudo para el propio jefe». Y a la paranoia le sigue el desamparo: «El destino de Peng Guoliang fue trágico, pero nadie parece haberse dado cuenta de la verdadera tragedia: de que, en nuestro sistema, cualquiera que llegue a su nivel puede encontrarse con su mismo destino».

Como obra literaria, el Diario no es excepcional, pero, con respecto a otras del subgénero conocido en China como novelas de funcionarios, tiene la virtud de condensar las razones y los escollos con que se enfrenta la campaña anticorrupción desatada por Xi Jinping. Ante todo, la corrupción y el capitalismo de Estado con rasgos chinos, por decirlo con un modismo local, están tan unidos entre sí como los dientes y los labios. Esa dependencia estructural, bien arraigada en todos los escalones de la pirámide del poder, no sólo genera una profunda desmoralización entre el funcionariado, sino que concome la confianza del público en las instituciones de gobierno y, peor aún, pone en peligro la legitimidad del Partido Comunista de China. El sistema aporta enormes beneficios a quienes pueden participar en él, pero también entraña serios riesgos para sus partícipes. Los premiados saben que su patrimonio y el de sus familias penden de algo tan tornadizo como la fortuna política. De la noche a la mañana, quienes caen en desgracia pueden perder no sólo su honor y su libertad, sino todas sus prebendas.

Esas tres fuerzas (corrupción generalizada del capitalismo de Estado, eventual pérdida de legitimidad para el Partido e inestabilidad de disfrute para sus beneficiarios) marcan los límites estructurales al objetivo de sanear el sistema que dicen perseguir Xi Jinping y sus seguidores.

Aires de montería

Entre la panoplia de reformas anunciada por Xi Jinping al principio de su mandato, la lucha contra la corrupción ocupaba un lugar señalado. De hecho, a cuatro años vista, puede decirse que es el objetivo que el presidente ha perseguido con mayor ahínco. Bajo su mandato la lucha contra la corrupción no se ha limitado, como en ocasiones anteriores, a la persecución de unos pocos transgresores con fines ejemplarizantes («matar a un pollo para asustar a los monos», que suele decirse en la jerga local), tal como había sucedido bajo Jiang Zemin y Hu Jintao. Desde el comienzo Xi avisó de sus intenciones. Tan importante, para él, resultaba la corrupción de los poderosos como la de los burócratas de menor cuantía, así que la campaña iba dirigida contra «tigres» y «moscas», igualmente perniciosos ambos en sus ámbitos de poder. Con el tiempo, se ampliaría a los «zorros» huidos a terceros países para evitar el castigo.

En noviembre de 2016, Xinghua, la agencia oficial de noticias, estimaba que el total de piezas cobradas en esas tres categorías estaba en torno a un millón: 182.000 en 2013; 232.000 en 2014; 336.000 en 2015; 260.000 en los diez primeros meses de 2016. De entre ellos, el 64% eran cuadros de la Administración local; 21% del Gobierno central; 11% de compañías públicas y 4% de instituciones financierasChina File, un portal en inglés en Internet, ha elaborado un ambicioso gráfico de los perseguidos entre 2010 y 2015, en el que destacan los siguientes aspectos: vertiginoso aumento de casos perseguidos desde 2013; predominio de funcionarios del aparato administrativo estatal y local; mayoría masculina; desigual impacto geográfico; y aumento significativo del número de «tigres».. Es imposible conocer las cantidades exactas que se apropiaron ilegalmente ese enjambre de mandarines de nuevo cuño. Un diario local estimaba que sólo de la persecución de los «zorros» se habían recuperado 1,2 millardos de dólares. Otra evaluación del botín, elaborada sobre las sentencias de 231 condenados, lo cifraba en torno a un millardo de dólares, con una media de 4,3 millones de dólares por cabeza. Multiplicada por el millón de presuntos corruptos, el total ascendería a unos cuatro billones (1012) de dólares, es decir, un billón anual durante los últimos cuatro años, algo que nubla la vista cuando se recuerda que el PIB de China en 2015 se situó en once billones de dólares.

¿Cuáles son las principales formas que adopta la corrupción? Según GAN Integrity Solutions, una compañía danesa que gestiona un portal de información sobre corrupción para compañías con negocios internacionales, las áreas principales en que aflora la corrupción en China son el sistema judicial, la policía, los servicios públicos, la administración de bienes raíces, la administración fiscal, los contratos públicos, el uso de recursos naturales, la aplicación de las leyes y el control de los medios de comunicación: es decir, hay numerosas causas para que la seguridad jurídica sea muy frágil o inexistente. Todos ellas están íntimamente ligadas entre sí. Tómese el ejemplo de la construcción, el área más proclive a la corrupción. Como en China el Estado es el único propietario del suelo. y como son sus órganos locales los encargados de otorgar su uso por un plazo de tiempo (normalmente de cincuenta a setenta y cinco años), es habitual que los responsables administrativos exijan el pago de sobornos para concederlo.

Pero no se detiene ahí el asunto. Habitualmente la obtención de permisos para proyectos de urbanización exige la expropiación de los anteriores usuarios rurales, lo que origina conflictos que exigen indemnizaciones adicionales o un recurso a los tribunales. Éstos, especialmente los de primeria instancia, operan de manera imprevisible a la hora de aplicar una legislación normalmente opaca y favorable a las autoridades que, al cabo, son las que han nombrado a los jueces. Incluso cuando fallan en contra de los funcionarios locales, el cumplimiento de sus sentencias resulta sumamente errático, porque son esas mismas autoridades las encargadas de hacerlas cumplir. No cabe esperar tampoco que la policía lo asegure. Dos tercios de las compañías extranjeras informan de haber tenido que pagar a sus miembros para que ejecuten las más elementales tareas de cumplimiento de las leyes. Otros dos tercios informan de haber pagado mordidas para que la policía cumpla las normas de seguridad. En suma, iniciar negocios en China tiene un alto nivel de riesgo por la amplitud de las oportunidades de corrupción.

La onda expansiva de la campaña anticorrupción ha tenido serias repercusiones económicas en los sectores de la vida alegre y del ocio

La onda expansiva de la campaña anticorrupción ha tenido serias repercusiones económicas. Los primeros en sentir el impacto fueron los sectores de la vida alegre y del ocio en general. Del cierre masivo de casas de masaje y otros centros de prostitución en la provincia de Guangdong a comienzos de 2014 se pasó a la caída en picado de la ocupación en restaurantes de lujo, hoteles de cinco estrellas y karaokes de alto copete. Inmediatamente después notaron su efecto las marcas más celebradas de ropa, relojes, maletas, productos de belleza, cámaras fotográficas y demás. Las ventas globales de coñac, por ejemplo, cayeron entre 2013 y 2014 (un 6,7% en volumen y un 10,2% en valor) y las bodegas francesas culparon de ello a la campaña anticorrupción. También anotaron menores ventas los productores locales de baiju (aguardientes locales de diversas clases) y los importadores de vinos de calidad. Hasta la cerveza, la bebida favorita de los chinos, vio caer su producción un 1% en 2014. Siguieron los campos de golf y los clubes privados. En los casinos de Macao los ingresos cayeron con fuerza hasta 2016. A lo largo de 2014 experimentaron su primer año negativo desde 2002, con un descenso del 2,6%, y muchas compañías de juego interrumpieron sus planes de expansión.

La única excepción en el consumo de lujo provenía de las marcas más caras de ropa interior. Las ventas chinas de La Perla, una compañía italiana de lencería, crecieron un 42% en 2014 pese a cobrar trescientos dólares por un sostén y sólo un poco menos por otras fruslerías íntimas. Ese año La Perla abrió una tienda para hombres en Shanghái: calzoncillos de seda a doscientos dólares, batas de casa, también de seda, a tres mil. Recuérdese que uno de los deportes favoritos de tigres y moscas es el adulterio, así que, gracias a la campaña anticorrupción, en China el consumo ostentoso ha quedado relegado al dormitorio.

Un conjunto de anécdotas acaba por crear una tendencia. Algunos economistas estiman que, en 2014, la campaña anticorrupción pudo recortar el PIB chino en un 1%. Cuando ochenta y cinco millones de consumidores acostumbrados al lujo (el número de miembros del Partido Comunista) reducen bruscamente su consumo, el impacto resulta notable. Pero lo que preocupa a los dirigentes son sus repercusiones sobre la moral de la burocracia. El miedo a caer en desgracia parece haber llevado la parálisis a sus actividades diarias: «Nadie quiere hacer nada. Si trabajamos, nos exponemos a toda clase de riesgos […] y carecemos de incentivos financieros », declaraba a The Washington Post un funcionario de la capital.

Al Gobierno, esa resistencia pasiva le causa seria preocupación y la prensa oficial advierte que tan peligrosas son las moscas ociosas como los tigres hambrientos de riquezas y poder. Desde 2013, Li Keqiang, el primer ministro, ha advertido repetidamente a los funcionarios de que deben ser cumplidores: «Los funcionarios perezosos […] que no hacen la menor contribución a la gobernación tienen que ser duramente castigados, mientras que los diligentes se verán premiados». Se puede, pues, ser mosca por acción y por omisión.

Para contener la tendencia a la pereza burocrática, los dirigentes anunciaron en 2014 una subida salarial para los funcionarios de una media del 60%, la primera desde hacía ocho años. El salario base de un ministro o equivalente pasaba de 7.020 yuanes mensuales (1.130 dólares) a 11.385 (1.833 dólares) y el de los escalones bajos de 630 yuanes (102 dólares) a 1.320 (212 dólares). Pese a la subida, los sueldos del sector público seguían muy por debajo de los del privado y no llegaban a recuperar la inflación del período, algo que antes no preocupaba demasiado a los burócratas, porque sabían cómo encontrar jugosos complementos de sueldo. Pero, ¿qué representa la subida, incluso al máximo nivel, cuando cenar en un restaurante de lujo puede costar 425 dólares por cabeza?En la noche del 31 de diciembre de 2014, varios concejales de Shanghái andaban de cuchipanda con cargo al presupuesto en Utsusemi, un restaurante japonés de gran lujo, cuando en una estampida del público que festejaba el nuevo año a dos pasos de allí, en el Bund, murieron treinta y seis personas. 425 dólares por cabeza era el precio del banquete. Los dólares mensuales extra de la subida son una bagatela en comparación con lo que puede obtenerse engrasando el expediente de un bloque de viviendas o un centro comercial y no dan ni para regalar ropa interior de La Perla a la taitai (la esposa) o, más a menudo, a la xiao laopo (la amante).

Como es lógico, aparte de la pasividad, la campaña anticorrupción ha tenido otras consecuencias imprevistas, tales como rumores incontrolados y extorsión. Global Times, un diario oficialista en inglés, advertía contra «la obsesión de la opinión pública por los detalles salaces», que lleva a los medios a hacer circular noticias exageradas o falsas y recomendaba dar solamente crédito a la información oficial. Por su parte, rivales políticos, subalternos insatisfechos, contratistas precavidos, amantes despechadas y otros descontentos se dedicaron a poner trampas secretas para chantajear a los cuadros del Partido o labrar su desgraciaLas cámaras ocultas han proliferado en hoteles, restaurantes, clubs y karaokes de postín. A Liang Wenyong, el secretario del Partido Comunista en Gushanzi, provincia de Hebei, un subordinado irascible lo grabó en vídeo mientras embuchaba mariscos, trasegaba maotai (uno de los aguardientes más caros) y fumaba un Lesser Panda tras otro. Un cartón de Lesser Panda puede costar cien dólares. Cuando no tenía la boca llena, Liu bromeaba sobre la estupidez de los contribuyentes chinos y sus jefes no lo vieron bien..

Solamente los sempiternos observadores optimistas pueden creer que la persecución vaya a acabar con la corrupción, cuando es el sistema entero lo que descansa sobre ella y los incentivos para mantenerla son difíciles de erradicar. De hecho, durante los tres primeros años del mandato de Xi Jinping, la posición de China en la clasificación de Transparency International ha seguido entre las peores de los países en desarrollo. En 2013 ocupó el número 83 de entre los 180 países estudiados, con un resultado de 40 puntos sobre un máximo de 100; en 2014 bajó al número 100 de 174, con 36 puntos; en 2015 había vuelto al número 83 de 167, con un grado total de 37 puntos; es decir, la mejoría en la clasificación de 2015 no puede ocultar que su puntuación total se ha deteriorado desde 2013Algunos analistas atribuyen el avance de 2015 a la rápida caída de algunos países, como Turquía, que precedían a China en clasificaciones anteriores.. La realidad, como se sabe, es testaruda.

Una inquisición sin control

Los dirigentes, por su parte, están al cabo de la calle y saben de la ubicuidad de la corrupción. Sin embargo, ellos y los medios de comunicación que controlan ?es decir, todos? insisten hasta la saciedad en que la campaña va a continuar y durante un largo tiempo. ¿De dónde ese empecinamiento en combatir la corrupción sin asegurar antes las protecciones que se derivan del imperio de la ley?

Hay quien asegura que no hacen sino ajustarse de forma práctica a las normas no escritas de la cultura china. Una de ellas es el uso del guanxi, es decir, la extendida práctica de intercambiar regalos, agasajos y favores para asegurar la reciprocidad entre las partes en las relaciones sociales y afianzar la confianza mutua. Lamentablemente para sus partidarios, no hay una Gran Muralla que separe guanxi y corrupción. En el mundo universitario, el anual Día del Profesor va acompañado de la entrega de regalos por parte de los estudiantes. Habitualmente se trata de pequeños obsequios de frutas o dulces que, sin embargo, pueden convertirse en otros mucho más costosos en el caso de algunos profesores especialmente difíciles o que han hecho saber sus deseos de contar con algún objeto de su interés, generalmente caro. Por ejemplo, en algunos casos que conozco, una bicicleta de montaña, un equipo de sonido o un fin de semana en la isla subtropical de Hainan. Entre el guanxi y la corrupción hay, pues, una distancia opaca que crea incontables dificultades para los observadores no chinos. Alguno de ellos habla de tres eventuales y diferentes formas de relación abusiva cuyas peculiaridades no son fácilmente discernibles: guanxi legítimo, guanxi deshonesto y corrupción ilegalJacob Harding, «Corruption or Guanxi? Differentiating between the Legitimate, Unethical, and Corrupt Activities of Chinese Government Officials»..

Las relaciones entre esas modalidades no son sencillas de establecer y han evolucionado considerablemente desde las reformas iniciadas con Deng Xiaoping. El guanxi culturalmente legitimado ha dado paso a otro tipo de guanxi deshonesto basado en el abuso y que ha pasado a ser general e institucionalizado. Establecer el límite entre ambos no es sencillo, porque se trata, ante todo, de una relación de matiz. El Partido Comunista ha tratado de establecer algunas reglas de conducta para sus miembros, marcando diferencias entre el guanxi aceptable y el prohibido, definido este último como excesos en banquetesEn 2013, el Partido trató de imponer un límite de mil seiscientos dólares a los banquetes oficiales, que en ese año habían llegado a un total de 48 millardos anuales. Como era de esperar, la regla no pudo imponerse., acceso a prostitutas, a viviendas lujosas, a actividades profesionales ilícitas y nepotismo. Más allá está el código de actividades prohibidas legalmente, como la entrega o la aceptación de sobornos y otras susceptibles de condenas aún más rigurosas.

¿Cómo funciona en los casos conocidos la campaña anticorrupción? Como en otros lugares, los ciudadanos chinos pueden ser perseguidos penalmente a instancias de la Procuraduría (equivalente a nuestra Fiscalía) o por denuncia de parte. En general, los acusados en China carecen de las garantías de que gozan los ciudadanos de países donde impera la ley: tiempo máximo de detención, asistencia letrada desde el comienzo del proceso, publicidad de actuaciones judiciales y demás. Los miembros del Partido Comunista, blancos especiales de la campaña anticorrupción, sufren un procedimiento previo a su paso por los tribunales a cargo de la Comisión Central de Inspección Disciplinar (CCID) o sus órganos locales. Ese organismo, que ha existido desde hace mucho tiempo, depende directamente del Comité Central y, desde el ascenso al poder de Xi Jinping, está en manos de Wang Qishan, uno de los siete miembros del Comité Permanente del Politburó, el máximo centro de poder en el Partido Comunista.

La CCID tiene su sede central en un edificio moderno en el número 2 de la avenida Chang’An Este en Pekín, a dos pasos de la Ciudad Prohibida y del recinto gubernamental de Zhongnanhai.

Nada en su exterior lo identifica por su nombre, que tampoco aparece en los mapas. Su funcionamiento es igualmente opaco, como bien saben los seguidores del inspector Chen, el perplejo protagonista de las novelas de Qiu Xiaolong, y no respeta siquiera los escasos límites impuestos a los investigadores en el proceso ordinario.

Las actuaciones comienzan con una preinvestigación en la que los inspectores reúnen el material delictivo que presentarán a sus superiores. Esta fase suele ir acompañada o seguida de un shuanggui o procedimiento secreto, que incluye la detención e incomunicación de los sospechosos, carentes de asistencia legal, en un lugar desconocido para sus familias. Los durísimos interrogatorios pueden ir acompañados de torturas, pese a estar prohibidas en los estatutos del Partido. En 2014, Zhou Wangyan, un funcionario de urbanismo de la ciudad de Liling, provincia de Hunan, y que había sufrido un shuanggui, denunciaba que en sus ciento ochenta y cuatro días de detención había sido sometido a tormento para que confesase los delitos que se le imputaban.

Una vez formulada la acusación, si las instancias correspondientes de la CCID lo creen conveniente, sancionan a los investigados con la expulsión del Partido Comunista y, como se decía en otros tiempos, los culpables son relajados al brazo secular, es decir, a los tribunales ordinarios, que no se distinguen por poner en duda las conclusiones de las autoridades. Cómo procedimientos semejantes pueden contribuir a que avance el sometimiento de los poderes a la ley es un misterio tan grande como las razones que impulsan el inicio de un shuanggui.

La hipótesis más generosa, habitual entre los admiradores del régimen chino, defiende que la campaña anticorrupción hará que el Partido Comunista recobre la legitimidad perdida. Los medios oficiales, por ejemplo, suelen hacerse eco periódicamente de la satisfacción popular y recientemente el Diario de la Juventud China, órgano oficial de la Liga de la Juventud Comunista, recogía una encuesta de manufactura casera en la que un 70% de la muestra estaba satisfecha con la campaña y un 82,3% creía que aún le quedaban muchos escollos que sortear. Otros somos más escépticos y pensamos que las razones de fondo para la campaña anticorrupción son otras, mucho más importantes.

Anticorrupción multiuso

El 11 de febrero de 2015, el Diario del Pueblo, el órgano oficial del Partido Comunista, reprendía a quienes piensan que la campaña anticorrupción es «superficial, confusa y malintencionada o la creen exagerada» y animaba a no bajar la guardia, porque los tigres perseguidos «no son mansos, sino resueltos y decididos». También advertía contra quienes tratan de desacreditarla «so capa de proteger la imagen del partido». Una advertencia que se ha repetido con frecuencia desde entonces.

Sin embargo, la insistencia oficial en su mantenimiento parece obedecer a razones más recónditas. Xi Jinping ha avisado de consuno que «bajo ningún concepto» se tolerará la formación de facciones. Sin duda, sólo un círculo muy restringido sabe lo que se cuece en Zhongnanhai, la ciudadela del poder central, pero cuando se husmea bajo la hojarasca de las detenciones aisladas, poco a poco, se dibujan tendencias de conjunto y uno tiene la impresión de que en China ha habido, o aún hay, una feroz lucha de facciones y que la campaña anticorrupción sirve también, posiblemente mucho más de lo que trasciende al público, para un ajuste de cuentas entre la facción de Xi Jinping y las de sus adversarios.

La primera manifestación de esa lucha entre facciones, anterior a la coronación de Xi, fue la defenestración de Bo Xilai. Bo, un político fotogénico y ambicioso, aspiraba a llegar muy alto en el Partido Comunista, posiblemente a la Secretaría General. Bo era un principito (taizi dang), hijo de Bo Yibo, uno de los llamados Ocho Inmortales, los mejores compañeros de armas de Mao Zedong. Bo Xilai fue alcalde la ciudad norteña de Dalian y luego ministro de Comercio. En 2007, en lo que muchos interpretaron como un destierro, el Partido Comunista lo destinó a Chongqing y allí trató de dejar huella labrándose un pedigrí populista. Bajo su mandato, la ciudad gastó unos dieciséis millardos de dólares en la construcción de bloques de viviendas para personas de rentas bajas. Bo también se mostraba partidario, al menos en público, de una mejor distribución de la riqueza, lo que en un país tan desigual como China le ganó fama de justiciero. Precisamente para bañarse en ella inició una operación de recuperación maoísta, obligando a los habitantes de Chongqing a participar en grupos corales que cantaban himnos revolucionarios, enviando citas del Libro Rojo a sus móviles y levantando estatuas y más estatuas del Gran Timonel. Todo ello no dejaba de inquietar a sus camaradas más reticentes a despertar los demonios del pasado y a aprovecharse de los del presente. Pero, posiblemente, hubieran transigido con él si la consigna de Cantar lo Rojo no hubiera ido acompañada de la de Aplastar lo Negro, es decir, una lucha sin cuartel y sin ley contra la corrupciónLa historia de Bo Xilai es fascinante, porque su feroz lucha por el ascenso se vio acompañada de la implicación de Gu Kailai, su esposa, en el asesinato de Neil Heywood, un conseguidor inglés, y de la huida al consulado estadounidense en Chengdu, provincia de Sichuán, de Wang Liyun, su jefe de policía, que amenazó con pedir asilo político en la representación diplomática..

Por supuesto, Bo combatía sólo la corrupción ajena. Tras su condena, los medios oficiales levantaron la veda sobre la suya propia. Oculto bajo el manto de una correduría de propiedades de lujo, Bo era propietario de una villa con cuatrocientos metros cuadrados construidos y cuatro mil de jardín en las afueras de Cannes, en Francia. La propiedad la había comprado su esposa en 2001, aunque se había registrado a nombre de Xu Ming, un hombre de negocios de Dalian que le servía de testaferro, y de Patrick Henri Devillers, un ciudadano francés. Al tiempo de su venta tras la confiscación impuesta al dueño por un tribunal chino, la propiedad estaba valorada en 8,5 millones de dólares. Obviamente, eso era sólo la punta de un iceberg. Había otras propiedades y Bo tenía también cuentas ocultas. Bo Guagua, su hijo, había estudiado en la Harrow School, en Oxford, en Harvard, donde su Ferrari rojo era bien conocido. Todo ello financiado por el mísero sueldo de funcionario de su padre.

Ya durante la presidencia de Xi cayó Zhou Yungkang, un tigre alfa. Zhou Yongkan es el personaje más importante sometido a un juicio político desde que en 1981 fueran condenados los integrantes de la llamada Banda de los Cuatro. Durante su carrera, Zhou desempeñó puestos de importancia crítica para el Partido Comunista. Sus primeros trabajos lo llevaron a la industria petrolera. Fue luego ministro de Recursos Naturales y Secretario del Partido Comunista en Sichuán, la segunda provincia más densamente poblada del país. De 2002 a 2007 ocupó el ministerio de Seguridad Pública, lo que puso en sus manos la policía, los tribunales, la fiscalía, los servicios secretos y el espionaje. En 2007 fue elegido miembro del Comité Permanente del Politburó en el 17o Congreso del Partido Comunista. Zhou se retiró en 2012 con la llegada al poder de Xi Jinping y en 2013 fue sometido a un shuanggui por abuso de poder y corrupción.

Las advertencias de Xi contra la formación de facciones parecen una admisión tácita de que en torno a Zhou
se cocía algo

Durante el proceso de Bo Xilai se rumoreó intensamente que él y Zhou, junto con algunos militares, habían formado un grupo de presión para hacerse con el control del Partido. No es seguro, pues, como suelen decir en China, nada es cierto hasta que el Partido lo desmiente y esa eventualidad no se ha producido. Sin embargo, las advertencias de Xi contra la formación de facciones parecen una admisión tácita de que en torno a Zhou se cocía algo. Según Xinghua, el juicio de Zhou se celebró a puerta cerrada para evitar que se aireasen los secretos de Estado que el exdirigente habría revelado, a todas luces una justificación de conveniencia. La purga de Zhou se extendió inicialmente a sus antiguos colaboradores en la industria petrolera de la provincia de Shanxi, pero pronto tuvo otras repercusiones de mayor cuantía.

Anteriormente se había hablado en susurros de los lazos entre el condenado Bo Xilai y Zhou Yongkang y de que ambos mantenían buenas relaciones con algunos sectores del ejército. Aunque los medios oficiales no establecieron relación alguna entre Zhou Yungkang y los militares, su caída fue seguida por una profunda depuración entre los altos mandos del Ejército PopularJames Mulvenon, «So Crooked They Have to Screw Their Pants On. Part 3: The Guo Boxion Edition». . A lo largo de 2014 y 2015, los medios oficiales anunciaron la apertura de sendas investigaciones por corrupción contra Xu Caihou y Guo Boxiong, y su posterior expulsión del Partido Comunista seguida de condenas a cadena perpetua. Ambos generales, a la sazón ya retirados, habían sido vicepresidentes de la Comisión Militar Central, es decir, habían ocupado los más altos cargos en la defensa del país y habían colaborado estrechamente con Jiang Zemin. Ambos fueron acusados de prácticas corruptas, tales como aceptar sobornos, por sí o a través de los miembros de sus familias, a cambio de nombramientos para altos cargosEn el caso de Guo habían llegado a 12,3 millones de dólares. En la casa de Xu se confiscaron una tonelada de billetes de banco (dólares, euros y yenes japoneses, amén de yuanes locales), así como numerosas piezas valiosas de jade. y de contratos para la adquisición de material«Todo el mundo sabía que en el Ejército Popular de Liberación […] hay que pagar para ascender. Los ascensos a jefes de pelotón, compañía, regimiento y división tenían un precio establecido», en palabras del general Yang Chunchang, un antiguo profesor de la Academia China de Ciencias Militares. Yang añadía que para los altos mandos la selección de personal dependía, primero, del dinero; segundo, de las conexiones; y, tercero, de la relación personal. Una promoción al generalato costaba en torno a 1,6 millones dólares; llegar a coronel, aproximadamente la mitad. Resulta ocioso señalar las consecuencias de estos chalaneos para la moral de los militares.. Durante el mismo período, se abrieron procesos por causas semejantes contra otros dieciséis generales. Sin embargo, en mayo de 2016, PLA Daily, el órgano de los militares, atribuía la caída de Xu y Guo y la de los otros acusados a violaciones de la línea oficial del Partido, no a sus actividades corruptas. Aunque hay indicios de que la corrupción en el seno de las fuerzas armadas era rampanteUno de los casos más llamativos lo protagonizó el general Gu Junshan, subdirector del Departamento de Logística del Ejército Popular. Su casa particular albergaba enormes cantidades de dinero, grandes contenedores de aguardientes caros y numerosas estatuas de oro macizo, una de ellas de Mao Zedong. Las pertenencias confiscadas se trasladaron a lugar seguro en las bodegas de cuatro grandes camiones, llenas a rebosar. las denuncias coincidieron con el anuncio por parte de Xi de un ambicioso plan de reforma de las fuerzas armadas.

Otro tigre despachado fue Ling Jihua. Ling era el típico funcionario mediocre, convertido por su entrega al trabajo y su fidelidad perruna en el factótum de Hu Jintao, el anterior presidente de la República y secretario general del Partido Comunista. Pese a su irrelevante apariencia externa, Ling controlaba la secretaría del Comité Central y, por tanto, todas las intrigas de Zhongnanhai. A Ling lo hundió un accidente de coche. En la primavera de 2012, las redes sociales chinas bullían con la noticia de un Ferrari 458 Spider negro que se había estrellado en un cinturón de circunvalación de Pekín. Con tal velocidad marchaba que se partió en dos al chocar. El coche lo conducía Ling Gu, el hijo de Ling Jihua, que murió de resultas del brutal impacto. Gu (tenía veintitrés años) iba acompañado de dos mujeres también jóvenes y los tres, decía socarrón The New York Times, estaban «incompletamente vestidos». El Ferrari, se decía, estaba valorado en un millón de dólares. En cualquier caso, a Ling padre se lo había regalado Taiyuan Iron & Steel Goup, una compañía presidida por Chen Chuanping, uno de sus protegidos. Según los rumores, fue Zhou Yonkang quien ayudó a Ling a encubrir un asunto que, pese a todo, iba a acabar con su carrera. A principios de 2016, la agencia oficial Xinhua daba el paso poco frecuente de nombrar a varios dirigentes ligados a Zhou Yongkang y a Ling Jihua como integrantes de las llamadas bandas «de Shanxi», «del secretario» y «del petróleo». Facciones, haberlas haylas.

La campaña anticorrupción ha seguido su incansable actividad hasta finales de 2016, ampliándose a numerosos sectores de la vida china, al tiempo que los dirigentes se esfuerzan por hacer sus actuaciones cada vez más patentes en los medios de comunicaciónEn octubre de 2016, CCTV, la cadena de televisión oficial con mayor audiencia, transmitió una serie documental de ocho capítulos en la que una serie de funcionarios condenados por corrupción contaban cómo se habían entregado a la perdición y explicaban los medios de que se habían valido. Al tiempo, por supuesto, expresaban su más completo arrepentimiento para edificación de propios y extraños.. El Sexto Pleno del Comité Central celebrado en octubre de 2016 sancionó un código de conducta aún más riguroso para los funcionarios, que se extiende también a sus familiares.

Todos estos esfuerzos ejemplarizantes chocan, sin embargo, con una gran muralla: su arbitrariedad. Junto a los caídos en desgracia, los corruptos que gozan del favor de los poderosos nada tienen que temer. A comienzos de 2014, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación hizo públicos los resultados de una investigación sobre las fortunas de numerosas familias de altos funcionarios chinos. Entre sus conclusiones más destacadas figuran: uso de compañías radicadas en paraísos fiscales para ocultar fondos ilegalmente obtenidos en el país; sofisticados esquemas jurídicos y fiscales para poseer mansiones, yates, obras de arte y otros bienes por personas o sociedades interpuestas que les permiten evadir impuestos y mantener el anonimato; participación de grandes bancos internacionales (citaban nominalmente a UBS, Crédit Suisse y Deutsche Bank) en la incorporación de sociedades ocultas en las Islas Vírgenes británicas y otros paraísos fiscales; complicidad de una amplia red de despachos de abogados, contables, intermediarios y otros agentes que ayudan a camuflar la identidad de los dueños de esas compañías, a menudo mediante blanqueo de capitales.

Los nuevos mandarines chinos no están obligados a hacer públicos sus patrimonios, pero, por lo que sale a la luz, éstos concuerdan con el peso político de sus propietarios. Cuanto mayor es aquél, mayores sus fortunas. Algunas estimaciones cifran entre uno y cuatro billones (1012) de dólares el monto de los capitales que han salido del país desde el año 2000. El informe del Consorcio destacaba a trece individuos pertenecientes a lo que denominaba la nobleza roja (por ejemplo, Li Xiaolin, hija de Li Peng, primer ministro entre 1987 y 1998 y debelador de las protestas de Tiananmén en 1989; o Wu Jianchang, yerno de Deng Xiaoping) y a otros dieciséis megamillonarios como principales personajes de la trama. Entre las compañías sacadas a la luz en el trabajo había, por ejemplo, una con sede en las Islas Vírgenes británicas cuya mitad pertenecía a Deng Jiagui, cuñado del presidente Xi y pujante promotor inmobiliario. La mitad restante era de una compañía propiedad de Li Wa y Li Xiaoping, otros dos magnates de la construcción. El informe subrayaba también que Wen Yunsong, hijo de Wen Jiabao, primer ministro entre 2002 y 2012, había registrado otra compañía en la misma jurisdicciónLa de Wen parece ser una familia de empresarios particularmente industriosos. Entre 2006 y 2008, Wen Ruchun, su hija, cobró del banco estadounidense J. P. Morgan 1,8 millones de dólares en concepto de consultoría. Los trabajos se pagaban a una empresa, también con sede en las Islas Vírgenes británicas, con el nombre de Fullmark Consultants Ltd., que, a su vez, compensaba a Lily Chang, un nombre ficticio bajo el que se ocultaba Wen hija. Su marido, Liu Chunhang, controlaba la empresa y cuando, en 2006, fue nombrado para un alto cargo en la Comisión de Regulación Bancaria de China, traspasó la dirección a Zhang Yuhong, un colega de negocios y antiguo amigo de la familia Wen. El matrimonio Liu-Wen aparece también en los anales de la Universidad de Cambridge. En enero de 2012, la Fundación Chong Hua donó seis millones de dólares a la universidad para dotar una cátedra de estudios sobre desarrollo en China. La Fundación resultó estar finalmente controlada por Wen Ruchun y su marido. El titular de la cátedra, el profesor Peter Nolan, es un experto en el desarrollo de China y autor de Is China Buying the World? (Londres, Polity Press, 2013), un libro en el que acusa a otros investigadores de crear una alarma injustificada en torno al papel de China en la economía mundial. Nolan fue anteriormente profesor de Liu y ambos, junto con un tercero, publicaron en 2007 un libro sobre la revolución económica global. La donación de Chong Hua suscitó tensiones en el seno de la universidad cuando algunos académicos cuestionaron la limpieza del proceso y la colusión de intereses entre el profesor y los donantes. Cambridge finalmente se negó a dar explicaciones sobre el fondo del asunto, porque, adujeron sus responsables, la fundación tenía su sede en Bermuda y la jurisdicción local imponía una estricta confidencialidad sobre sus operaciones..

Los llamados papeles de PanamáEn abril de 2016, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación hizo públicos una serie de documentos procedentes del despacho panameño de abogados Mossack Fonseca en los que se detallaba la participación de numerosas personalidades de todo el mundo en firmas establecidas en paraísos fiscales., publicados en 2016 por la misma organización, recogían la participación en sociedades offshore de, entre otros, algunos familiares de dos de los miembros del actual Comité Permanente del Politburó: Zhang Gaoli, el viceprimer ministro, y Liu Yunshan, encargado de propaganda del Partido Comunista. Jia Liqing, una nuera de éste último, era directora general y accionista de una compañía radicada en la Islas Vírgenes británicas. El informe también mencionaba la participación en otras sociedades sitas en paraísos fiscales de dos hijos de Wen Jiabao y de Deng Jiagui, un cuñado de Xi Jinping. La censura china se empleó a fondo para que la noticia no apareciese en los medios de comunicación y persiguió con saña a los usuarios de redes sociales que trataron de darle difusión.

Hace poco, con motivo de una investigación iniciada por el Departamento de Justicia estadounidense, se supo que no fueron los Wen los únicos beneficiarios de la generosidad de J. P. Morgan. Otro de ellos fue el hijo de Gao Huchen, a la sazón ministro chino de Comercio. El banco mantenía un departamento, bautizado en su seno como Hijos e Hijas, para reclutar a retoños de poderosos dirigentes chinos. El programa iba ligado al éxito en la captación de salidas a Bolsa de las empresas que controlaban sus padres y madres. No operaba en la clandestinidad: dependía del departamento de recursos humanos del bancoJ. P. Morgan reclutó a unos cien candidatos recomendados por instancias oficiales chinas y obtuvo beneficios de, al menos, 35 millones dólares del programa. En noviembre de 2016, J. P. Morgan aceptó pagar una multa de 264 millones de dólares tras una investigación del Departamento de Justicia estadounidense..

Arenas movedizas

Por buenas razones, la campaña anticorrupción fue acogida con euforia por los chinos. A lo largo de esta serie sobre La China de Xi Jinping se ha subrayado cómo el capitalismo de Estado impuesto por la clique dirigente hace su vida difícil y enojosa. No sólo se ven obligados a reducir su consumo para que sus ahorros se canalicen hacia las grandes inversiones, de las que se lucran los responsables políticos y sus adláteres; al cabo ésa es una de las principales funciones de los bandidos estacionarios y, aunque a regañadientes, puede consentirse si mejora el nivel de vida, como así ha sido. Pero, a esas exacciones legales, la corrupción añade un impuesto clandestino que sólo beneficia a las elites que se ha dado en llamar extractivas. Sólo unos pocos se benefician de ella. Y como para esos pocos, sus allegados y sus trujimanes la pertenencia al Partido suele ser condición necesaria de sus desafueros, la corrupción había ido corroyendo su legitimidad hasta extremos peligrosos. No otra era la razón manifiesta de la cacería organizada por Xi Jinping, su montero mayor.

Inicialmente, la campaña generó un amplio apoyo. Al menos así lo hacían saber los medios de comunicación oficiales y algunos académicos optimistas residentes en el extrarradioVéase, por ejemplo, Bruce J. Dickson, The Dictator’s Dilemma. The Chinese Communist Party Strategy for Survival, Nueva York, Oxford University Press, 2016.. A comienzos de 2015 se citó mucho la encuesta ya referida de China Youth, el órgano de la Liga de la Juventud Comunista, según la cual un 70% de los entrevistados (empleados de compañías públicas y privadas) se mostraban satisfechos con sus resultados. Sin embargo, pocos meses más tarde, el tono radiante de los medios oficiales había comenzado a girar y en agosto de 2015 apuntaban a una «inimaginablemente feroz» resistencia a la campaña.

¿Qué había sucedido entretanto? Los medios oficiales se proponían, sin duda, exaltar la firme decisión de los dirigentes, que no iban a permitir que los obstáculos levantados por unos cuantos facciosos innominados frenasen su hercúlea tarea de limpiar una vez más las cuadras de Augias. Entre líneas, sin embargo, podía percibirse una creciente desazón en la advertencia. Los castigos ejemplarizantes no habían conseguido detener la corrupción. En realidad, nunca se lo habían propuesto, porque la corrupción es parte esencial de ese galimatías al que los dirigentes, según la ocasión, llaman socialismo o capitalismo, tanto da, con rasgos chinos. Pero ese secreto estaba convirtiéndose en un secreto a voces.

Wang Qishan, Secretario de la Comisión Central de Inspección Disciplinaria

Los medios oficiales celebraron, pues, a bombo y platillo las decisiones del Sexto Pleno (24-27 de octubre de 2016) encaminadas a establecer un marco institucional más riguroso para la corrupción. Los dos documentos aprobados, sin embargo, seguían sin afrontar el problema de fondo. Las propuestas para evitar sobornos en los nombramientos de cargos y para extender la vigilancia a los familiares de los dirigentes, por más que insistiesen en un objetivo de tolerancia cero hacia la corrupción, no creaban nuevos mecanismos de control y se contentaban con una vuelta de tuerca a las competencias de la Comisión Central de Inspección Disciplinar y una mayor independencia en sus actuaciones frente a los órganos políticos. Los guardianes iban a tener aún más poder, pero, ¿quién controlaría a los guardianes? Sin el imperio de la ley, sin tribunales independientes y sin transparencia informativa, de las decisiones de la CCID sólo puede esperarse la misma arbitrariedad que le ha ido haciendo aparecer progresivamente como un instrumento de la lucha política en el seno del Partido.

Posiblemente sea esa la razón por la que la inicial euforia popular despertada por la campaña anticorrupción haya empezado a declinar. Un reciente estudio de dos investigadores de la universidad Sun Yat-sen en Guanzhou, basado en un trabajo de campo particularmente ambicioso (83.300 encuestados), concluía que sus efectos habían sido particularmente deletéreos. Lejos de restaurar la legitimidad del Partido Comunista, la campaña había llevado a muchos a concluir que las autoridades de Pekín eran aún más corruptas que las locales: «Por más que los gobiernos locales destilen corrupción, la gente va haciendo gradualmente responsable de ello a los dirigentes centrales, cuyos fallos de gestión habrían llevado a la situación actual». Algo particularmente preocupante cuando alrededor de la mitad de la población considera que la corrupción es el problema más importante que afronta el país.

La inestabilidad se manifiesta también al otro lado del espejo, entre quienes se han visto y aún se ven favorecidos por las decisiones de los dirigentes. El recurso a las compañías offshore que, como subrayan los papeles de Panamá, se ha convertido en un símbolo de estatus entre los más ricos, no sólo refleja el deseo de ocultar ganancias a menudo mal adquiridas: es también una evidente muestra de desconfianza hacia el poder central por parte de los beneficiarios de sus decisiones. Algunos observadores han puesto precio a esa desconfianza, estimando que entre 2002 y 2011 más de un billón de dólares salió ilegalmente de China. Parte de las inversiones chinas en el exterior reflejan esa misma inquietud, subrayando de paso que la adquisición de activos extranjeros oculta a menudo transferencias de fondos igualmente ilegales.

Todo lo cual apunta hacia un problema de aún mayor calado: el socialismo de rasgos chinos o capitalismo de Estado a secas es profundamente inestable. No estoy tratando con ello de hacer previsiones sobre cuándo esa inestabilidad acabará por manifestarse como una crisis del sistema. Nadie puede hacer seriamente una profecía de esas características. Pero sí me parece indudable que se producirá en medio de una creciente desafección hacia él por parte, también, de los poderosos. Y permítaseme traer a cuento una lección del pasado.

En los años treinta, León Trotski y sus seguidores hablaban de la degeneración burocrática de la Unión Soviética en los tiempos de Stalin. Más tarde, en los años setenta, Leszek Ko?akowski recordaba que eso no era sino otro expediente para lavar la cara al totalitarismo comunista. La burocracia no era el cáncer de un organismo aún sano que podía recurrir a la quimioterapia. En la realidad, la llamada vanguardia de la clase obrera, el Partido Comunista, y los apparatchiki en la administración y en los organismos de planificación, se habían convertido en una nueva clase. Una clase que se apoderaba del excedente, eso que los marxistas llaman la plusvalía, igual que los capitalistas a los que habían sustituido. Había tan solo una diferencia, pequeña pero incómoda: la de los capitalistas de Estado era una apropiación colectiva y no individual. Sus miembros sólo podían disfrutar de sus privilegios a través de su pertenencia al Partido y de una total sumisión a la errática línea política del momento. Esa legitimidad por persona interpuesta es muy endeble.

También en los años setenta, en medio de arcanas disputas sobre la entonces Unión Soviética, Hillel Ticktin, un trotskista irredento, apuntaba en la revista Critique que la de la burocracia soviética era una posición insostenible. Hasta los relojes parados dan la hora correcta dos veces al día y, en este caso, Ticktin tenía razón. Un capitalista que depende de las decisiones del Politburó y que no puede transmitir fácilmente sus privilegios a sus hijos es un capitalista de medio pelo. Que se lo cuenten a Bo Xilai y a Zhou Yunkang. Por eso, en Rusia, lo primero que hicieron los capitalistas de Estado a partir de 1991 fue repartirse, en desigual pedrea, las joyas de la abuela y quedarse en capitalistas a secas.

Los comunistas chinos aún no han llegado a ese estadio. Siguen en la fase de la apropiación grupal. Es imposible predecir cuándo y cómo sucederá el tránsito a la siguiente, pero, como dicen en Texas, apuesto el rancho a que las cosas irán por ese camino. Tal vez lo vea en el tiempo que me queda de vida.

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