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Ficción ficticia

EL VIAJE A LA FICCIÓN: EL MUNDO DE JUAN CARLOS ONETTI

Mario Vargas Llosa

Alfaguara, Madrid

244 pp.

17,50 €

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Puede resultar sorprendente que un escritor mundialmente reconocido, quien además ha entrado ya en la octava década de su vida, se tome la molestia de dictar un curso universitario de posgrado en literatura latinoamericana. Sin embargo, para Mario Vargas Llosa la literatura es ante todo una gran pasión que busca compartir por doquier. Ya nos ha ofrecido su aproximación a la obra de Gabriel García Márquez en García Márquez: historia de un deicidio, un libro que, aunque data de 1971, sigue siendo una de las aportaciones más valiosas a los estudios literarios sobre el gran maestro colombiano. En La orgía perpetua reveló su propio deseo por ser Madame Bovary, y comparte con Gustave Flaubert la «convicción fanática» de la importancia de la literatura para los seres humanos.

En este libro, basado en el curso que dictó en la Universidad de Georgetown en el año 2006, comparte con sus oyentes y lectores la gran admiración que siente por la obra del escritor uruguayo, la cual no duda en calificar como «una de las más valiosas que ha producido la literatura de nuestro tiempo». Felizmente, éste no es un tomo académico, sino la apreciación personal de un aficionado que ha leído de nuevo la obra de manera sistemática. Combina una lectura detallada de los cuentos y novelas onettianas con consideraciones biográficas y hasta recuerdos personales (véase la historia de las relativas dentaduras, por ejemplo), además de contener una consideración certera de las posibles influencias en el mundo de Onetti, esto es, Faulkner, Céline o Albert Camus.

Para Vargas Llosa, el meollo de la literatura onettiana reside, como nos indica el título del libro, en la manera en que Juan Carlos Onetti crea un mundo de ficción más allá de cualquier realidad. De la realidad real, tal y como nos explica, pero asimismo de una primera realidad distinta en la que se desarrolla la ficción. Lo que le fascina a Vargas Llosa es el modo en que sus personajes cruzan la frontera de este mundo (que se llama Santamaría) para sumarse a «otra irrealidad», con el resultado de que, como concluye Vargas Llosa, «los hechos suelen quedar en la incertidumbre, desdibujados por una neblina de palabras, una prosa que, a la vez que crea una historia, la sutiliza y desrealiza».

Todo esto no implica, sin embargo, que Vargas Llosa sea un adepto incondicional de toda la obra onettiana. Critica, por ejemplo, el «exhibicionismo verbal» de su estilo, o señala la falta de coherencia en las novelas tardías, escritas desde su cama en Madrid después de la farsa tragicómica de su encarcelación en Uruguay y su destierro a los sesenta y cuatro años. A pesar de estas reservas, Vargas Llosa considera a Onetti tan genial como el gran fabulista argentino Jorge Luis Borges, aunque los dos crearan mundos muy distintos.

 Asimismo, este libro no solamente demuestra el entusiasmo de un escritor por uno de sus grandes precursores. También nos revela mucho acerca de los gustos y disgustos del propio Vargas Llosa. Cada página ofrece vislumbres de sus ideas tanto sobre la creación literaria como de la vida en general, además de algunos reflejos de su pasado de hombre político y polémico como, por ejemplo, un discurso feroz acerca de la «mentalidad del subdesarrollo» en América Latina. El libro también pone de relieve la gran diferencia entre Onetti y Vargas Llosa, tanto en lo personal como en sus elecciones literarias. Si Onetti es el maestro de una visión sarcástica, profundamente pesimista del ser humano, y de la «estupidez humana», el escritor peruano se muestra mucho más dispuesto a considerar la vida humana de manera más generosa.

Esta diferencia se establece desde la extraordinaria introducción al libro. Esperando probablemente adentrarse desde el principio en el mundo onettiano, en vez de esto el lector se encuentra con la visión que ofrece Vargas Llosa de los orígenes de la humanidad. En páginas que se asemejan más a Vargas Llosa como novelista que como ensayista, describe a los seres humanos cuando «el hombre ya no es un animal pero resultaría exagerado llamarlo humano todavía». Poco a poco el enfoque cambia, hasta concentrarse en las experiencias que tuvo el joven escritor cuando en 1958 visitó la Amazonia peruana con unos investigadores norteamericanos, quienes establecieron contacto con unas tribus que hasta ese momento vivían a espaldas de la civilización occidental. Para el asombro de Vargas Llosa, una de las figuras más potentes –y ocultas– de las comunidades indígenas fue el hablador, el creador de ficciones. Su figura está en el corazón de una comunidad que escucha sus creaciones, y para Vargas Llosa es el gran precursor de la literatura, «una hija tardía de ese quehacer primitivo, inventar y contar historias, que humanizó a la especie».

Años mas tarde, como dice Vargas Llosa en esta introducción, este personaje oculto devendría en el protagonista de su novela El Hablador. A diferencia de Onetti, sin embargo, esta figura está en pleno centro de su comunidad, protegida y respetada por sus oyentes. Este papel mucho más integrado en la comunidad corresponde sin lugar a dudas al modo en que Vargas Llosa concibe el rol del escritor, y explica de manera convincente por qué no debe ser ninguna sorpresa que se preste aún hoy a hablar para un grupo de licenciados de sus pasiones literarias y del rol central que desempeña la ficción en la vida humana.

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Ficha técnica

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