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El año de 1998

El cuento de la isla desconocida

JOSÉ SARAMAGO

Assirio & Alvim,Lisboa, 1998

Trad. Pilar del Río

Todos los nombres

JOSÉ SARAMAGO

Alfaguara, Madrid, 1998

Trad. Pilar del Río

327 págs.

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El año de 1998 ha ido añadiendo cruces al territorio de la cultura portuguesa y de mi memoria afectiva, cada vez menos zoco animado y más silencio y cementerio. Han muerto –por ahora– Wanda Ramos, que me había dado cita en Palma para estas mismas fechas, Carlos Eurico da Costa, ciudadano número arena-pantera de la ciudad de Palagüin donde consta que había cumplido hace tiempo las 6.753 botellas de edad, José Mª Lima de Freitas, el sabio que hablaba con Osiris del problema del número en Almada Negreiros y que pintaba en cifra, y, en fin, José Cardoso Pires (¿y ahora, José?), el penúltimo bardo de la República de los Cuervos, el del abrazo pronto y el corazón de par en par abierto. Se le han muerto a la cultura portuguesa, se me han muerto, se nos han muerto a todos, se le han muerto a José Saramago también (¿y ahora, José?). Hablé por última vez con José Cardoso Pires después de la última Pascua de Resurrección, y hablamos –habló él sobre todo– de José Saramago, en quien admiraba (sin envidia) el don de la escritura y en quien admiraba y envidiaba cordialmente el don de la oportunidad –que los maldicientes de todos los tiempos prefieren confundir con el oportunismo por ver de confundirnos–. Poco después, el Premio Nobel otorgado a Saramago en prueba ya de resistencia que no de velocidad, si no borraba el dolor de tanta muerte y tanta pérdida sí que venía a tiempo de restaurar la vida y la esperanza en aquel cementerio íntimo de que hablaba al principio. No sé si esos nombres y lo que de ellos digo dirán mucho al lector: sí le dirán al justamente premiado autor de Todos los nombres. Y algo le dirá también el título que he puesto a esta divagación, en recuerdo de una obra suya –El año de 1993– de la que soy devoto fiel y que no figura por ahora en la lista de sus libros más vendidos. Hablar de la obra de Saramago en España es hablar ya de cuestiones de cultura popular (gesto de agrado en don José) o de masas (gesto de profundo desagrado). Saramago, como Pessoa antes, es ya una referencia cotidiana, un guiño de complicidad universal en conversaciones y tertulias, una cita legitimadora de tantas genialidades como disparates escritos, todo lo cual –pasa con los llamados «clásicos» casi siempre– puede empezar a aproximarlo al limbo de las lecturas prescindibles por tácitamente apropiadas (de oídas). Podría, o debería, hablar de sus últimas obras publicadas en España y tenidas por «mayores» según las últimas listas de éxitos del canon –de Ensayo sobre la ceguera o de Todos los nombres, por ejemplo– obras «mayores» entre las que se contarían también, y por orden de aparición en portugués, Alzado del suelo, Memorial del convento, El año de la muerte de Ricardo Reis, La balsa de piedra, Historia del cerco de Lisboa o El Evangelio según Jesucristo. Todas ellas «novelas» más o menos canónicas, por lo menos en cuanto al número aproximado de páginas. Pero también se han publicado en España el Manual de pintura y caligrafía y El año de 1993, «narraciones» sin canon genérico que las avale, o las «crónicas» de Las maletas del viajero y De este mundo y del otro, así como especímenes de otros géneros «menores» como el libro de cuentos Casi un objeto o las anotaciones –«diario», «confesión», «autobiografía»– de los Cuadernos de Lanzarote o el libro «de viajes» Viaje a Portugal, este último con éxito mayor por su peligrosa proximidad con la literatura «turística» (peligrosa para los habituales de esta literatura, claro), sin olvidar un cuento delicioso –El cuento de la isla desconocida– alumbrado en varias lenguas a la vez en el múltiple parto de la Expo de Lisboa junto con otro hermano gemelo, Moby Dick em Lisboa, selección de crónicas ya publicadas anteriormente con el mar como común terreno movedizo de la reflexión y la aventura. Del Ensayo sobre la ceguera y de Todos los nombres se han ocupado ya en España críticos y estudiosos con más enjundia, saber, hábito y perspectiva que los que yo pudiera ahora ofrecer aquí. Del primero dije ya en varias ocasiones y en público que era un ejercicio en el filo de la navaja, como sucede en el cine con los buenos melodramas, de ese filo cortante en el que confluyen hasta confundirse géneros tan distintos como en este caso la novela y el ensayo, y que su mérito principal era haber salvado los sustantivo en este caso –la «novela»– a costa de lo «adjetivo» –el «ensayo»–, la reflexión teórica, la tesis, la parábola, el exemplum. Se habló a propósito de Kafka, en un plural sentido del adjetivo «kafkiano» referido a los procedimientos narrativos, a los ambientes y personajes de la narración y a los efectos desasosegantes incluso en el lector más prevenido. Y de Kafka se habló también a propósito de Todos los nombres. Yo le dije una vez al autor que Kafka sí, pero también Swift, o mejor, Saramago describiendo un universo kafkiano observado a través de la lente deformante del catalejo irónico de Swift. Pero quien conoce la obra de José Saramago podría prescindir de tan ilustres precedentes literarios, o por lo menos colocarlos en cuarentena atenuada, y limitarse a lo que hay de Saramago en Saramago. Un ejemplo: si en el primer cuento de Casi un objeto está ya «todo» el autor, su estilo personal, su personal manera de ver y de contar las historias del lado oscuro de la Historia, su sentido pragmático de la literatura, en otro de los cuentos, «Embargo», alguien podría ver en miniatura el arranque –lo absurdo extraordinario invadiendo lo banal cotidiano en ejercicio progresivo de terrible verosimilitud– del Ensayo sobre la ceguera. De los libros citados, me ha interesado siempre especialmente uno, El año de 1993, del que ya dije que no se suele hablar ni bien ni mal, quiero decir, del que casi nadie se acuerda, como si se tratara de un mal paso, de un borrón en el currículum, de un perdonable pecado de juventud o de un simple ejercicio de tanteo, cuando no de un modelo censurable de dilapidación de tiempo y energías en tiempos de productividad mensurable al milímetro. Sin embargo, allí están el mundo del Ensayo y el de Todos los nombres, como lo estaba en algunos de los cuentos de Casi un objeto. Allí está el sentido de parábola y de reflexión novelada y de ejemplaridad de la ficción saramaguiana. Allí está también el universo kafkiano redimido de su trágico absurdo total por un canto final de esperanza y de adivinada redención gracias a la acción y a la pasión puras y resistentes del amor que suelen encarnarse total o parcialmente –aquí sí que cabe hablar de tradición cultural recuperada– en figura de mujer, anuncio de redención que no sé si es deducción optimista de la razón pesimista del autor o una alianza de la esperanza con la caridad secretamente destilada por su fe de ateo entusiasta y burlón. Pero en El año de 1993 hay una distancia formal considerable en relación con lo que sería su obra a partir de Alzado del suelo. Sin haber encontrado todavía su «camino» como escritor, y habiendo abandonado el modelo de un neorrealismo estrecho en el que no cabían sus deseos y sus intuiciones sobre lo que de verdad quería decir y sobre todo sobre el cómo habría de decirlo, Saramago nos ofrece una obra en la que vuelven a confundirse los géneros tradicionales –en este caso, el lírico y el narrativo– para aproximarnos a una poética del fragmento con perfiles de salmo o de aforismo a la que algunos se sentirían tentados de llamar «posmoderna» y a la que otros llamamos moderna simplemente. Libro poético y profético y trágico, libro del primer Saramago y del último, del único José Saramago que, en el pórtico de su colección de cuentos, nos dejó como resumen de su filosofía y posible moraleja final de su obra toda la frase admirable de dos viejos autores hoy sólo de mediano éxito: Si el hombre es formado por las circunstancias, entonces es necesario formar las circunstancias humanamente. De esas circunstancias inhumanas nos hablan las novelas y los cuentos y el teatro y la poesía y las crónicas y los diarios y la obra toda de José Saramago: de la necesidad de humanizarlas, él y nosotros deberemos hablar, pues somos, en esta otra novela que es la realidad que compartimos, protagonistas y únicos responsables del desarrollo y el horizonte último de la acción.

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