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Una lectura de Los discípulos en Sais, de Novalis

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Uno de los libros más extraordinarios y misteriosos que he leído nunca es Los discípulos en Sais, de Novalis. Este libro obsesionaba a Maurice Maeterlinck, uno de los grandes poetas y dramaturgos del simbolismo, pero no es tan conocido como Enrique de Ofterdingen, la novela inconclusa en que Novalis estuvo trabajando durante tantos años. Tampoco Los discípulos en Sais es una obra terminada, aunque en este caso la razón debe de ser, sencillamente,  que es difícil terminar una obra de ese calibre.

Los discípulos en Sais no es realmente una novela. No lo es, al menos, en la forma en que ha llegado hasta nosotros. Los dos fragmentos que Novalis llegó a terminar apenas tienen factura narrativa, y consisten sobre todo en largas y complejas digresiones sobre el tema de la Naturaleza. Hay un Maestro y unos discípulos, es cierto, y se cuenta brevemente la vida del Maestro. Se nos dice también que para ir a Sais (una antigua capital de los faraones en el norte de Egipto) hay que cumplir unos ciertos requisitos. Y eso es prácticamente todo. A continuación, los discípulos, uno por uno, se ponen a debatir sobre todo tipo de temas abstrusos e indescifrables. Novalis ni siquiera llegó a ponerles nombre, y apenas nos cuenta que uno de ellos era más joven que los otros.

Lo que me propongo aquí es una lectura de Los discípulos en Sais intentando penetrar en el enigma de su (posible) significado.

«Los seres humanos –comienza diciendo Novalis – recorren diferentes caminos. Aquel que emprenda la ruta y los compare, descubrirá formas que pertenecen a una gran escritura cifrada que se encuentra en todas partes: en las alas de las aves, en la cáscara del huevo, en las nubes, en la nieve, en los cristales…» Parece, continúa diciendo Novalis, que de toda esta «escritura» sería posible extraer con cierta facilidad una gramática. Pero no es así. Alcanzamos apenas un presentimiento  de lo que significa esta escritura de la naturaleza, y enseguida lo perdemos. «Parece –sigue diciendo– como si un hechizo paralizase el entendimiento de los hombres. Sus deseos, sus pensamientos, no se condensan más de un instante. Sus intuiciones afloran, pero poco después todo vuelve a presentarse inexacto ante sus ojos».

Pero, ¿qué está describiendo Novalis, la naturaleza o la poesía, la poesía o la ciencia, la investigación teológica o la química? Da la impresión de que para Novalis todas estas disciplinas o áreas de estudio son, en el fondo, lo mismo. ¿De qué está hablando realmente? ¿De la naturaleza? Pero, ¿qué «intuiciones» necesitamos para entender la naturaleza? Creo que la mayoría de nosotros estaría dispuesto a afirmar que en la naturaleza no hay nada que «entender» en el sentido en que deseamos entender un mensaje o un discurso. «Entender» no es lo mismo que comprender las reglas de algo o saber cómo funciona.

Seguramente cuando Novalis habla de comprender esa escritura que hay en las alas de las aves no se refiere a entender cómo funcionan las alas, de qué están compuestas, conocer detalladamente su anatomía, etc. Está diciendo otra cosa: está diciendo que las alas de las aves, como la cáscara del nuevo, las nubes, la nieve y todos los otros elementos de la naturaleza, tienen un significado, un sentido. Y que hay algo en el funcionamiento de nuestra mente que nos impide captarlo.

Leemos en los manuales de literatura que, en Los discípulos en Sais, Novalis se enfrentaba al tema de la Naturaleza.  Y es verdad que la Naturaleza, una palabra que se repite una y otra vez en el texto, es el tema central y único de la falsa novela que comentamos. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura nos convencemos más y más de que esa «Naturaleza» de la que habla Novalis es algo completamente distinto a todo lo que nosotros suponíamos.

Encuentro otro texto igualmente fundacional, igualmente sublime, que expresa ideas en cierto modo similares: el ensayo  «Naturaleza», de Ralph Waldo Emerson.

Continúa el texto contando, en unas breves páginas, la vida del Maestro (que, como el resto de los fantasmales personajes del relato, carece de nombre). Se nos dice de él que «tiene la inteligencia de la síntesis y sabe juntar los atributos esparcidos por todas partes».  Su investigación, su forma de enseñanza, son de lo más curioso: «nos descifra las viejas Runas mientras mira en nuestros ojos y espera a que se muestre la estrella que debe descubrirnos el Rostro y hacérnoslo inteligible».

Esto es, pues, lo que debe hacerse: a través del estudio y el desciframiento, terminará por mostrársenos una estrella que nos descubrirá «el Rostro» y nos lo hará inteligible. Pero, ¿de qué Rostro se trata? ¿De nuestro verdadero rostro? ¿De algún rostro elevado y superior, el rostro de Dios o el de algún ser divino?

Nos cuenta ahora Novalis cómo el Maestro se dedicaba a estudiarse a sí mismo desde niño y a estudiar el funcionamiento de sus sentidos: «En su interior, le prestaba atención al crecimiento de su pensamiento y sus sentimientos». Finalmente, «se apercibió de las combinaciones, de los encuentros, de las coincidencias. Acabó por no ver nada de manera aislada. Las percepciones de sus sentidos se transformaban en grandes imágenes coloreadas y diversas: comprendía, veía y tocaba al mismo tiempo. Se regocijaba en unir elementos dispares. De repente, las estrellas eran hombres, los hombres estrellas, las piedras animales y las nubes plantas».

Las últimas frases del primer fragmento también son significativas: «Yo también quisiera describir mi Rostro, y si, según lo escrito, algún mortal levanta el velo, entonces estaremos obligados a procurar ser inmortales: el que no lo desee, el que no tenga la voluntad de levantar el velo, no es un verdadero discípulo digno de entrar en Sais».

Recopilemos ahora, por mor de la claridad, las principales ideas expuestas en el primer fragmento de Los discípulos en Sais.

1. Cada persona recorre un camino diferente en la vida. Si estudiamos esos diferentes caminos, esas vidas distintas de cada persona, descubriremos «formas que pertenecen a una escritura cifrada» que se encuentra por todas partes: en la cáscara de huevo, en los cristales, en la nieve… Es decir, que el camino que emprendemos en la vida es parte de una «escritura». Y esta escritura es común a todos los fenómenos naturales. No sé si es necesario enfatizar que estas ideas, que contempladas superficialmente pueden parecer retórica de finales del siglo XVIII y principios del XIX, son en realidad extraordinariamente extrañas, insólitas y revolucionarias. Para Novalis, las circunstancias de mi vida son parte de un «lenguaje» que es común a todos los aspectos de la naturaleza.

2. Tenemos la capacidad de captar el significado de esa «escritura» que es nuestra vida, pero nunca lo logramos, porque nuestra atención y, en general, el funcionamiento de nuestra psique, es defectuoso.

3. A través del estudio de nuestros sentidos, nuestros pensamientos y nuestras emociones, llegará un momento en que:

– se manifestará en nosotros una estrella
– esta estrella nos revelará nuestro verdadero Rostro  y nos ayudará a comprenderlo
– comprenderemos  además (al igual que el Maestro) que no hay nada aislado en nuestro mundo, que todo está relacionado y unido por vínculos, que todas las cosas están presentes en todas las demás.

La pasión del lector se extrapola a la totalidad de la experiencia. No son ya libros lo que Novalis quiere leer: quiere leer las cáscaras de los huevos y la nieve, quiere leer los actos de la propia vida, quiere leer el propio Rostro.

Ahora ya podemos comenzar a comprender lo que significa la Naturaleza para Novalis. La Naturaleza de Novalis incluye las criaturas, las realidades físicas, las dimensiones, la materia, pero también la emoción y el pensamiento. Todo es Naturaleza porque todo está unido, nada existe aislado en el mundo. Todo es Naturaleza porque todo es real: el alma, la emoción, el pensamiento, son tan reales como las plumas o las alas de un pájaro.

Entender la escritura de mi vida, entender la escritura de la Naturaleza, entender lo que significa mi rostro. Esas son las tres grandes tareas que nos propone Novalis. Son tareas ingentes pero, sobre todo, imposibles y, seguramente para muchas personas, absurdas. Pero debemos leer a Novalis con seriedad y reverencia, debemos someter lo que dice al escrutinio de la experiencia. Debemos intentar seguir hasta el final las tareas que nos propone, primero en el plano intelectual y teórico, y luego en el terreno de la experiencia empírica. Las armas que nos proporciona Novalis se reducen a la autoobservación, a observar cómo «crecen» en nosotros los pensamientos y las emociones.

Hay una vieja sospecha: que mi cuerpo es el universo, que el universo es mi cuerpo, que mi alma es mi cuerpo y mi cuerpo es el cosmos. ¿Será esto cierto? Si exploramos la forma en que nuestros pensamientos  y emociones «crecen» en nosotros, comenzaremos, quizá, a descubrir que no somos personas en un paisaje, figuras en una escena dentro de las cuales arde una llamita. Somos la persona y el paisaje, la persona en el paisaje y el paisaje que está dentro de la persona, la figura, el escenario y la llama.

Buscar en nosotros nuestro verdadero Rostro debe de ser, por eso, lo mismo que buscarlo fuera. La imagen del espejo, que aparecerá más tarde explícitamente en el texto, nos hace pensar, quizás, en el mito de Narciso. La búsqueda del Rostro termina cuando comienzo a comprender que mi Rostro está en todas partes, que me veo a mí mismo cuando miro los rostros de los otros y también las escenas del mundo, sean las que sean. Todo lo que veo es mi Rostro. Todo lo que veo, también, es Rostro. Todas las cosas tienen Rostro: el rostro no es una prerrogativa de los seres humanos. Hay un pasaje maravilloso en Memorias de Adriano en el que aparece, entre unas cañas, «el rostro de un león». Los leones tienen rostro, y también los pájaros, y el sol, y un árbol, y un mueble, y un visillo que se mueve. Todas las cosas tienen rostro porque todas esconden la forma de un ser más grande.

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