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Una historia de las buenas ideas políticas

Biografía de la libertad (I). Renacimiento: nostalgia de la belleza

Benigno Pendás

Tecnos. Madrid, 2022

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Estaremos todos de acuerdo en que Pendás, en cuanto homme de lettres, es en primer lugar un lector. Ha devorado, por supuesto, la obra de Leopoldo von Ranke (1795-1886), el fundador de la historia moderna, la basada en fuentes documentales -era casi un filólogo-, buscando describir el hecho «como realmente fue» (wie es eigentlich gewesen ist). Pero Pendás también se ha puesto a fondo con quien defendía posiciones distintas, como Jacob Burckhardt (1818-1897), autor de pocos libros aunque uno de ellos, Die Kultur der Renaissance in Italien (1860), valga por bibliotecas enteras.

La avidez lectora de Pendás no podía dejar al margen al que se puede considerar el tercero en la lista de los más ilustres, Wilhelm Dilthey (1833-1911), padre de la noción de ciencias del espíritu, como objeto de conocimiento metodológicamente diferenciado de las ciencias puras (o duras), o sea, las de la naturaleza. El siguiente en orden cronológico es Friedrich Meinecke (1852-1954), a quien muchos consideran, no sin motivo, el fundador de esa asignatura que en España conocemos como Historia de las ideas y de las formas políticas. En fin, y para no hacer interminable la lista, hay que citar a un Johan Huizinga (1872-1945) y a un Marcel Bataillon (1895-1977), hasta terminar llegando, cómo no, y ya en nuestro país, a Manuel García-Pelayo (1909-1991), Luis Diez del Corral (1911-1998) y José Antonio Maravall (1911-1986). Cada uno en su estilo, pero sin duda lo mejor de cada casa.

Esa herencia abrumaría a cualquiera, pero Pendás, que reconoce sus deudas, ha querido ser un discípulo de los mejores, los que, lejos de quedarse en conservar y contemplar el legado, se dedica a actualizarlo, que es la mejor forma de ampliarlo. Y para ese trabajo tan ambicioso -hay que tener valor, sí- ha elegido el título de Biografía de la libertad, de lo cual la contraportada anuncia que «es un proyecto académico de largo alcance cuyo propósito consiste en presentar las formas de la cultura europea desde la perspectiva del poder político y la libertad individual». Lo que se acaba de publicar es sólo el primero de lo que van a ser seis volúmenes y «está dedicado al Renacimiento, época apasionante para la literatura y las bellas artes con un canon intemporal de Belleza que hoy contemplamos con nostalgia. El autor propone una lectura del pensamiento político en su contexto histórico, con especial protagonismo para las grandes personalidades que actúan en la Europa del siglo XVI. Surgen entonces el Estado como obra de arte, el concepto de soberanía, el contraste entre Monarquías y Repúblicas y la reforma protestante que cuestiona la unidad religiosa de una Europa convulsa. De la mano de Burckhardt, Huizinga y otros grandes estudiosos, el lector se siente inmerso en el Espíritu de la Época, propio del tiempo de fundación de la mentalidad moderna».

Así las cosas, el libro comienza con una Introducción («El Espíritu de la Época o la genuina historia de las Ideas políticas») que lo es de la integridad del conocimiento que se desplegará en el conjunto de los volúmenes, donde explica el porqué de los términos escogidos, libertad -positiva o negativa, de los Antiguos o de los Modernos- y biografía. Y por supuesto aprovecha para confesar lo arduo del empeño: «el historiador de las ideas cultiva por oficio un terreno mal señalizado» y ello tanto en lo cronológico -las divisiones por épocas, como de entrada la del propio Renacimiento, situado convencionalmente entre el otoño de la Edad Media y el Barroco- como en lo que tiene que ver con las otras perspectivas de la historia de la misma época, como la propiamente política -quién gobernó y cómo lo hizo- o la económica. Y eso sin olvidar que la historia y la geografía son, en el fondo, una misma y única cosa: «Por eso el nomos de la tierra inaugurado por los descubridores españoles y portugueses (también por algunos más) fue una revolución genuina, lo más importante que sucedió en el siglo XVI, con el subsiguiente desplazamiento del eje geopolítico del mundo desde el Mediterráneo al Atlántico» (página 21).

De lo propiamente dedicado en el libro al Renacimiento (a partir de la página 33), lo que más llama la atención es la sistemática, porque el autor ha sabido desplegar una disciplina casi monacal para que la ingente cantidad de datos disponible se vea clasificada, tanto por países (o sea, geográficamente: Italia, España, el mundo germánico, Francia, Inglaterra…) como por materias (la soberanía como concepto central, pero también Repúblicas y monarquías, razón de Estado, Estados frente a espacios menores como las ciudades y mayores como los Imperios…), hasta llegar a la que se presenta como la conclusión, rotulada «La primavera de la Edad Moderna» (páginas 345 al final). Si el autor ha preferido hablar así, y no del otoño del Renacimiento, es por lo que se explica -con mayúsculas- en el grito final: «¡No nos quites el Renacimiento, por lo que más quieras! No podemos vivir sin él».

Pero cuando Pendás ofrece lo mejor de sí mismo es cuando se deja llevar por el subjetivismo, al modo de Burkhardt (de quien en página 41 se proclama, sin ningún tono de reproche, que «la objetividad no fue la principal de sus cualidades») y formula juicios que -recuérdese que no hay más historia que la contemporánea- sólo se entienden desde la óptica de nuestros días, como los que, ahora sí con ánimo de tomar distancia, dedica a la postmodernidad en páginas 115 -las «modas fugaces»- o 135. En otras ocasiones, nuestro hombre se despacha a gusto contra el libro de Bodino («el texto más plúmbeo y farragoso de la historia del pensamiento político»: página 177) o contra Lutero («una criatura de los principios territoriales alemanes»: página 221). Y eso sin contar con sus reflexiones sobre nuestro país: el autor se apunta a la idea de que «la supuesta excepción española es menos singular de lo que parece» (página 101) aun cuando aquí sucede, por desgracia, que «los moderados (se ven siempre) incomprendidos, acusados de tibieza o de cosas peores». En fin, no faltan ocasiones en que el autor se da el gustazo de romper con las cadenas que él mismo se había impuesto al delimitar un espacio temporal (cadenas relativas, en todo caso, como se explica en páginas 46 y 53) y se pone a disertar -la tentación resulta irresistible- sobre Federico II Hohenstaufen: páginas 74 y 146. Y es que no cualquiera merece ser calificado como stupor mundi.

Una advertencia: es, sí, la obra de un lector, pero también tiene que serlo el que se ponga con ella. Pendás escribe para conaisseurs, no para quien aspira, quizá con su mejor voluntad, a introducirse en la materia pero hasta ahora ha sido de quienes -empresarios, políticos o lo que encarte- dicen eso tan alucinante -una verdadera autoacusación, aunque a veces se pronuncie para acreditar «lo importante que soy»- de que «no tengo tiempo para leer». Todos conocemos esos especímenes, muchos de ellos auténticos triunfadores en su oficio.

Quedan todavía cinco volúmenes. La contraportada lo explica anunciando que «en sucesivas entregas, Biografía de la libertad se ocupará del Barroco, la Ilustración, el Romanticismo, la Modernidad y la Postmodernidad», épocas de las que se proclama que constituyen «ejes culturales que determinan el sentido de la libertad» y ello -todo un mensaje de fondo- «bajo el imperio de la ley como forma de vida genuinamente humana». Estaremos expectantes. Y es que los que sí tenemos algún tiempo para leer -todo es cuestión de buscarlo- gozamos mucho con este tipo de obras. Creíamos que no eran de este tiempo tan digital y acelerado, pero resulta que nos habíamos equivocado: una sorpresa verdaderamente gratísima.

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Ficha técnica

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