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Un terrible aniversario

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A finales de 2021, en plena post pandemia tras las vacunaciones masivas, la olla geoestratégica global estaba ya hirviendo, con disrupciones de las cadenas logísticas y producción de materias primas energéticas, ergo inflación, y preparativos militares en Rusia que tenían el preocupante aspecto que se revelaría meses más tarde. Por aquel entonces escribimos en Una Buena Sociedad la entrada Guerra, así, con ese par de contundentes sílabas, una palabra terrible.

¿Qué te parece, incomparable gemelo, si reproducimos aquí mismo uno de los primeros párrafos de aquella entrada en la que se comprime la descripción de las tres primeras guerras o batallas que recoge el registro histórico (el registro fósil es mucho más antiguo)? Helo aquí:

La primera guerra de la que existe evidencia en los registros arqueológicos tuvo lugar en Mesopotamia, alrededor de 2700 A. C. entre Sumeria y Elam. La victoria correspondió a los sumerios comandados por Enembaragesi, rey de Kish, personaje histórico con tintes mitológicos del que se dice en la inscripción que registra sus proezas que «se llevó como botín las armas de los elamitas». Precisamente, en los frisos arqueológicos del Reino de Kish se muestran relieves de ejércitos en guerra desde alrededor del año 3500 A. C. La primera batalla descrita por un testigo directo fue la de Megido, en 1457 A. C. en la que Thutmosis III, se alzó con la victoria sobre una coalición cananea liderada por el rey de Kadesh. El nombre hebreo para Mejido es Armagedón, por cierto.

Al parecer, la guerra es una derivación «cultural» del rasgo evolutivo de agresión a (defensa de) individuos ajenos a un grupo que ha coadyuvado a la hegemonía (preservación) de algunas especies en sus respectivos hábitats durante decenas de miles de años. Hasta el punto de que «la guerra y la paz son complementarias y no siempre deberían tratarse como dos comportamientos mutuamente excluyentes»La Teoría Evolutiva de la Guerra es hoy un campo muy activo de investigación y debate entre los antropólogos y otros especialistas de la evolución. Véase https://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1002/evan.21806 para un recuento de este debate según el cual la guerra es un rasgo plenamente evolutivo de la especie humana también presente en otros primates que ha podido adquirir, en el caso de nuestra especie, manifestaciones culturales. Les recomendamos lean el siguiente resumen del artículo de Bonaventura Majolo, profesor de la U. de Lincoln, antes referenciado: The importance of warfare for human evolution is hotly debated in anthropology. Some authors hypothesize that warfare emerged at least 200,000–100,000 years BP, was frequent, and significantly shaped human social evolution. Other authors claim that warfare is a recent phenomenon, linked to the emergence of agriculture, and mostly explained by cultural rather than evolutionary forces. Here I highlight and critically evaluate six controversial points on the evolutionary bases of warfare. I argue that cultural and evolutionary explanations on the emergence of warfare are not alternative but analyze biological diversity at two distinct levels. An evolved propensity to act aggressively toward outgroup individuals may emerge irrespective of whether warfare appeared early/late during human evolution. Finally, I argue that lethal violence and aggression toward outgroup individuals are two linked but distinct phenomena, and that war and peace are complementary and should not always be treated as two mutually exclusive behavioral responses..

¿Diríamos, sin embargo, que la guerra es un «comportamiento natural»? Porque el término «natural» asociado a la guerra, hoy, en el ámbito de la opinión pública no especializada, podría inducir a confusión (y escándalo) a muchos. Aunque, entonces, decir que la guerra es «antinatural» sería igualmente impropio.

Una perspectiva evolucionista de la guerra es necesaria, aunque no sea esta una materia definitivamente zanjada. Ello no quiere decir que aceptemos la guerra como algo inevitable.

oooOooo

La criminal invasión de Ucrania por fuerzas rusas tuvo lugar el 24 de febrero de 2022 y, por lo tanto, hoy, miércoles de ceniza, estamos a dos días de su primer aniversario. Nada que celebrar, obviamente. Todo lo contrario, mucho que lamentar.

Hoy, este conflicto se ha cobrado más de cuatro mil víctimas mortales en Ucrania, siendo niños una décima parte de estas víctimas. Además de otros casi dieciocho mil heridos, más de ochocientos de ellos niños. Los desplazados internos y en el exterior suman ya más de dieciocho millones de personas (la gran mayoría mujeres y niños). Más de diez millones de refugiados han retornado al país a zonas seguras, y casi la mitad de los que están fuera de Ucrania se encuentran en Rusia, en algunos casos (jóvenes y niños) contra su voluntad. La devastación de infraestructuras esenciales de todo tipo y viviendas es desoladora. Se estima que la reconstrucción del país, hasta hoy, costaría 350 millardos de dólares, unas dos veces y media el PIB ucraniano de 2022Puede consultarse la estadística de víctimas ucranianas (a 12 de febrero de 2023) en: https://www.statista.com/statistics/1293492/ukraine-war-casualties/. Para la situación de las personas desplazadas a 15 de febrero de 2023 puede consultarse: https://data.unhcr.org/en/situations/ukraine. La estimación del coste de la reconstrucción se cita en la reciente entrevista (17/02/2023) a Stephen Kotkin en The New Yorker, cuya escucha recomendamos vivamente al lector. EL PIB ucraniano fue en 2021 de 200 millardos de dólares, apenas algo mayor que el de 2013, que se redujo a la mitad en 2015 tras la invasión de Crimea por parte de Rusia en 2014. Se estima que el PIB de Ucrania habrá descendido más del 30% en 2022..

Nadie ve en estos momentos un final a esta guerra. Rusia se ha negado a continuar las conversaciones que se dieron tímidamente al poco de iniciarse la invasión ordenada por Putin. No hay perspectivas para la paz y sí de que el conflicto se estanque para meses o años. Lo que exigiría un intenso rearme por parte de Ucrania abastecido por sus aliados occidentales a la altura de la capacidad convencional que Rusia parece estar, finalmente, en condiciones de desplegar. Un rearme cada vez más urgente y necesario porque los suministros occidentales tardan en llegar una vez decididos por los aliados.

Ucrania ha reiterado una y otra vez que solo contemplan el final de la guerra si Rusia abandona todo su territorio pre 2014 y costea la reconstrucción y otras compensaciones. Pero este planteamiento sería, quizás, distinto si en estos momentos hubiese (o se iniciasen pronto) conversaciones de paz. Lo que, como se ha dicho, Rusia no ha facilitado hasta ahora. Solo cabe confiar en que estas conversaciones se abran paso. Mientras tanto, ¿cómo han evolucionado las posiciones de la opinión pública española sobre la guerra?

Hace unos días, la ministra de Asuntos Sociales reivindicó ante el gobierno del que forma parte y ante la sociedad española, solemnemente, un enfoque pacifista. Un «no a la guerra» radical, y una oportunidad a la diplomacia. Frente, vino a decir, a los intereses armamentísticos de las potencias occidentales aliadas de Ucrania. Estas declaraciones, a esta hora tan pasada, son mucho peores de lo que al comienzo de la invasión fueron similares declaraciones, que ya eran desastrosas y mucho.

No creemos que el posicionamiento que se refleja en el párrafo anterior haya crecido en el año transcurrido, puede que hoy sea más minoritario que hace un año. Sigue habiendo amigos de Putin, pero cada vez menos. Y, en la proporción inversa, sucede con los amigos de los aliados de Ucrania. No se oye un clamor contra Rusia, pero tampoco un clamor contra Occidente. No hay manifestaciones en ningún sentido, pero los apoyos a Ucrania siguen fluyendo a un ritmo que muchos desearíamos más rápido, pero que debe marcarse con pies de plomo para evitar escaladas sin retorno y, por qué negarlo, acompasado a lo que los líderes aliados pueden hacer en su fuero doméstico.

(Casi) todo el mundo contempla el horror de la guerra con impotencia y enorme empatía hacia un país invadido injustamente que lucha con fuerza y convicción por su libertad. Debe entenderse que, en ausencia de una voluntad de negociar por parte de Rusia, Ucrania tiene todo el derecho a defenderse, cuando además asume con admirable espíritu de sacrificio el elevadísimo coste que está sufriendo, y que los aliados deben seguir ayudándole. Entender esto y apoyar a los gobiernos occidentales no quiere decir que sus ciudadanos sean belicistas, sino que es, quizá, lo único que se puede hacer en esta horrible situación.

En la anterior nota al pie de página señalábamos una referencia que recomendábamos a nuestros lectores escuchar: la entrevista de hace unos días en The New Yorker a Stephen Kotkin, historiador prestigioso y uno de los analistas de esta tragedia más coherente y profundo, dotado, además, de una gran capacidad comunicativa. Reuniendo las piezas de su intervención, puede pensarse que las perspectivas inmediatas son, desgraciadamente, más de lo mismo. Y más vale que, en este escenario, el armamento occidental se abra paso con la suficiente rapidez tanto por los pasillos como por las vías logísticas. Si esto les parece una perspectiva frustrante (que lo es) y que no requiere un doctorado en Harvard para llegar a vislumbrarla (que también), piensen, sin embargo, en las alternativas y atribúyanles probabilidades de ocurrencia.

Solo un giro que nada indica pueda producirse en los próximos meses, pero que podría producirse, no obstante, provocaría un cambio sustantivo en esta perspectiva. Un giro cuyas consecuencias podrían tener cualquier signo. Y, como no pertenecemos a ningún servicio de inteligencia, les aseguramos que no podemos ver más allá. Aunque estamos razonablemente confiados en que los servicios de inteligencia occidentales (especialmente de EE. UU. y del Reino Unido) tienen bien ceñidos (lo que no quiere decir necesariamente controlados) los riesgos catastróficos que puedan surgir en los próximos meses. Meses que serán testigos sin duda de una terrible ofensiva rusa, esperemos, aunque ya no se puede confiar en eso, que tan mal organizada como las anteriores.

Muchos líderes aliados han viajado a Kiev en los últimos meses. Biden lo hizo, dentro de la más estricta sorpresa el pasado lunes 20 de febrero (según revisábamos esta entrada). La visita del presidente de EE. UU. no es como la de los demás líderes aliados, hay que decirlo. Y cabría interpretarla de muchas maneras, mucho más allá del mero deseo de aportar un apoyo directo altamente simbólico. Puede que, además de marcar el primer aniversario de esta guerra, esta visita acabe marcando su final. Pero ya decíamos que este giro es imposible de detectar ahora mismo, salvo en el plano puramente especulativo.

¿De qué sirven las declaraciones solemnes contra la guerra en la tesitura actual? Si el apaciguamiento a los tiranos nunca ha servido para evitar las guerras, menos aún servirá para parar una guerra en curso. Solo la derrota de Putin y de Rusia (hoy, Rusia es Putin, desgraciadamente para millones de ciudadanos rusos de buena voluntad) lo parará. La única lección que no conviene olvidar es la del Tratado de Versalles: no sería justo ni conveniente humillar al pueblo ruso si se produjese esa derrota. Pero la derrota de Rusia puede tener algunas variantes, especialmente si la Unión Europea apuesta fuerte y rápido. Sigan escuchando a Kotkin.

Volvemos al preámbulo de esta entrada, y su mensaje evolucionista. La guerra no es algo que se pueda erradicar de la sociedad humana. Como no se puede erradicar el afán de supervivencia sin que se extinga la especie. Pero con ser un rasgo evolutivo, impreso en nuestro ADN, también es un rasgo cultural, lo que permitiría su atemperamiento. Desgraciadamente, la humanidad no ha hecho muchos progresos en este camino.

Seguramente no se puede encontrar ninguna época histórica en la que el mundo y sus regiones hayan estado en paz al mismo tiempo en sentido estricto. Quizás se podrían citar, con cuidado, un par de periodos históricos en los que algo parecido a la «paz mundial» ha podido verse en la historia: la «Pax Romana» y la «Pax Americana»Véase la interesante respuesta que el Dr. Robert Simpson, filósofo y profesor del University College London (UCL) da a la pregunta «Can there ever be world peace?» (https://www.ucl.ac.uk/culture-online/case-studies/2022/mar/can-there-ever-be-world-peace#:~:text=29

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