Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

¡Sufriente Safo!

«Las mujeres tomarán el control del país, política y económicamente. La era de la Nueva Mujer ha llegado»: el sufragio femenino en Estados Unidos aún no había cumplido las dos décadas y William Moulton Marston (1893-1947) se pronunciaba así en una conferencia de prensa en 1937. Bajo el seudónimo de Charles Moulton crearía, cuatro años después de ese alegato, a Wonder Woman –Mujer Maravilla, para hispanohablantes– con el indisimulado propósito de ser «propaganda psicológica para el nuevo tipo de mujer que debería, en mi opinión, dominar el mundo».

Los setenta y cinco años que han transcurrido desde el alumbramiento del personaje dejan un balance irregular. No sólo en lo que respecta a la utópica voluntad política de su creador, sino también en lo tocante al icono pop en que se convirtió Wonder Woman y que ahora revive gracias a su última aventura cinematográfica. 

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La materia de los sueños 

David Lynch es el artista-médium de nuestra época. Su obra es el espejo de un mundo desconcertante, habitado por diversas y contradictorias versiones de nosotros mismos. De ello es buena muestra Twin Peaks, una especie de culebrón que alojaba dimensiones auténticamente terroríficas pese a emitirse en horario de máxima audiencia. Pues bien, poco antes de que en mayo de este año se iniciara la tercera entrega en España, han salido dos libros dedicados a la serie. No están solos: Internet y las redes sociales se han incendiado con voces que parecen salidas del propio Twin Peaks, el pequeño pueblo aislado entre bosques donde la muerte de Laura Palmer revela los peores instintos, el otro lado de los habitantes de la comunidad.

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El retorno del gen egoísta

El fenotipo extendido (1982) es la continuación, ligeramente corregida y considerablemente ampliada, de El gen egoísta (1976), la primera y, con mucho, más popular de las obras de Richard Dawkins, adelantada en la floreciente empresa divulgadora del pensamiento evolutivo que, hasta entonces, estaba mayormente circunscrito al estricto dominio académico . Como indica su autor en una nota añadida a la edición de 1989 (p. 19), los capítulos iniciales del libro «son respuestas a las críticas de la versión del “gen egoísta” de la evolución que ahora es aceptada ampliamente», los centrales «tratan de la polémica sobre las “unidades de selección” […] [donde] quizás la contribución más útil […] sea la distinción entre “replicadores y vehículos”», y los finales se dedican a la elaboración del flamante concepto de fenotipo extendido: «la idea del gen como el centro de una red de un poder radiante». En lo que sigue trataré de establecer, siguiendo el orden expresado, lo que aún permanece de esta declaración de intenciones, con el conveniente distanciamiento que proporcionan los treinta y cinco años transcurridos desde la publicación original del texto reseñado, cuya traducción al castellano acaba de aparecer.

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El cuarto poder

El columnista de un gran periódico a veces no se diferencia mucho de un gánster. En Sweet Smell of Success (Chantaje en Broadway, 1957), J. J. Hunsecker (Burt Lancaster) cuenta con el apoyo de sesenta millones de lectores. Su columna en The New York Globe forja o arruina reputaciones. J. J. Hunsecker es narcisista, autoritario y egocéntrico. Se codea con senadores, empresarios, estrellas de cine y teatro. Aficionado a las palabras grandilocuentes, invoca el patriotismo y la ética, pero sus artículos se abastecen de chismes, calumnias y venganzas personales. Sidney Falco (Tony Curtis) es su agente de prensa, un joven sin escrúpulos que sueña con llegar a lo más alto. Su única preocupación es no defraudar a Hunsecker para algún día ocupar su lugar. Cuando Hunsecker le encarga que rompa el idilio entre su hermana Suzie (Susan Harrison) y un guitarrista de jazz, Falco recurre a las artimañas más sucias, desencadenando un drama de consecuencias imprevistas.

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Caspaña (y II)

A la maquinaria propagandística del independentismo catalán no le basta con defender argumentalmente sus propuestas políticas. Necesita, junto a ello, presentar una Cataluña idealizada, primero en su pasado esplendoroso, con sus logros admirables, sus espléndidas victorias y sus derrotas trufadas de heroísmo; a continuación, en su presente vigoroso y dinámico, pero también penoso y conflictivo por culpa de los opresores foráneos; y por último, naturalmente, en un futuro prometedor, casi idílico, cuando se hagan realidad las aspiraciones seculares de todo un pueblo. El complemento indispensable de esa estampa paradisíaca es la caracterización del enemigo –España, Estado español o, simplemente, el Estado– como el envés o negativo de todas esas cualidades que se celebran como propias.

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