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Todavía hay clases

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Pero… ¿habrá alguna vez once mil vírgenes?

A principios de enero de 2017, el Diario del Pueblo, el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista Chino, destacaba en su edición inglesa la noticia de que la población de altos ingresos en el país había llegado a los setenta y dos millones de personas. Era otro de esos factoides con los que a menudo nos regalan los medios de comunicación y no iba acompañado de información que permitiese ponerlo en contexto. El tono de la noticia era aséptico, limitado a datos procedentes de fuentes no claramente establecidas: inicialmente el periódico la refería a Sina Corporation, una plataforma de Internet que emula localmente a Twitter, pero más tarde la ligaba a un impreciso libro azul de la Academia China de Ciencias Sociales.

La información aportaba algunas particularidades de esa «clase social emergente», como la llamaba el diario. Cuarenta y ocho millones eran personal directivo o técnico «de empresas privadas o de capital extranjero»; catorce pertenecían a «organizaciones intermedias o sociales»; once eran trabajadores por cuenta propia y otros diez trabajaban en «nuevos medios». La suma total, pues, arrojaba ochenta y tres millones, once más de los que anunciaba el diario, pero tal vez la diferencia se debiese a que muchos «tienen dos o más ocupaciones». Gran parte del grupo residía en las tres ciudades más importantes del país: Pekín (donde representaba el 8,4% de la población urbana); Shanghái (14,8%) y Cantón (13,6%).

El diario tardaba en llegar al meollo de la información. Su salario medio anual estaba en veinticuatro mil dólares anuales, «el doble de la media» –en realidad, 2,4 veces más– entre la población asalariada (alrededor de diez mil dólares en 2015). Aunque el diario no lo apuntaba, la renta media de esos setenta y dos millones de personas era unas cuatro veces superior a la renta per cápita del país. La información remataba con una moraleja: «La mayoría de sus miembros no cree que ellos o sus familias formen parte de una clase de rentas medias, [ya que] viven en metrópolis donde los precios de la vivienda son altos y ellos se ven sometidos a grandes presiones en su trabajo». Es decir, la clase media había crecido, pero no se consideraba como tal.

La estudiada oscuridad de la noticia no era sino un reflejo de la incomodidad que crea en la China actual cualquier referencia a su estratificación social. Al cabo, el órgano oficial del Comité Central no puede desconocer la Constitución del Partido Comunista Chino, donde se establece que «la construcción del comunismo es su ideal más alto y su objetivo final» y que su guía para la acción la constituyen el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong , ambos rigurosamente hostiles a la existencia de clases sociales, por muy «nuevas» y «emergentes» que se las quiera. En el catón marxista, todas las clases están llamadas a desaparecer a medida que avance el socialismo. En la sociedad del futuro, todos los chinos ?más aún, todos los humanos, hombres y mujeres? pertenecerán a una única clase social –el proletariado como clase universal de la que hablaba György Lukács– de cuyo seno se habrá erradicado cualquier diferencia de renta, estatus o poder. Llegado ese término, la lucha entre las clases perderá toda razón de ser y la clase universal se autoabolirá en el momento mismo de alcanzar su triunfo final.

La broma de Jardiel Poncela sobre el martirio de santa Úrsula y las improbables Once Mil Vírgenes que la acompañaron a la muerte (Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?) sirve también para este trance. Jardiel no se proponía rechazar la posibilidad de la matanza: hay pocas dudas acerca de la capacidad de los hunos para organizar hecatombes aún mayores. Lo que le movía a guasa era lo inverosímil de que en la ciudad de Colonia, allá por el siglo V d. C., hubiera tan alto número de mujeres, amén de vírgenes, dispuestas a renunciar de un jalón a la maternidad y a los placeres de la carne. Una reflexión similar no ha dejado de planear sobre las mentes de los marxistas menos dogmáticos. ¿Habrá alguna vez once mil comunistas, mujeres y hombres, dispuestos a mantener a todo trance su virginidad política? ¿Y si, a la postre, resultase que la narrativa de la alienación que les alienta está errada, porque no hay sociabilidad posible en ausencia de diferencias estables de condición y de resultados entre los individuos, es decir, sin la existencia de clases sociales?

Cuando se enfrentan a esa dificultad los marxistas menos dogmáticos, prefieren aplazar la discusión hasta unas nuevas calendas griegas. La última versión de la Constitución del Partido Comunista Chino, tras evocarla, limita la celebración del ideal igualitario a los días fastos de afirmación comunista, mientras que, para los de diario, prefiere apoyar sus políticas en «la teoría Deng Xiaoping, el importante concepto de las Tres Representaciones y la Visión Científica del Desarrollo», pecios teóricos sin otra finalidad que la de desplazar indefinidamente el Gran Día. No es sorprendente, pues, que, atrapados en la dificultad de aventurar, por un lado, el fin de las clases y, de otro, la pujanza indiscutible de una estratificación doméstica cada vez más compleja, el Partido prefiera apartarse de la discusión y adoptar un pertinaz silencioAlgunas instituciones oficiales, como la Academia China de Ciencias Sociales, han tratado de buscar un nuevo equilibrio, siempre dentro de una gran prudencia, y con criterios manifiestamente mejorables. Uno de sus productos, los llamados libros azules, dedicados al estudio de las clases medias en las grandes ciudades del país, suelen ofrecer algunos datos interesantes, estructurados en torno a tres variables: ocupación, rentas y estructura de gasto. Al tiempo, introducen otros criterios subjetivos (autoposicionamiento de los sujetos en la estructura de clases) escasamente definidos. Los imperativos de la ideología oficial no permiten gran libertad de movimientos en este terreno.. Si se quiere entender qué está pasando en la sociedad china, resulta imprescindible recurrir a fuentes más fiables.

Clases: haberlas, haylas

La gran mayoría de la población china al tiempo de la creación de la República Popular vivía de la agricultura y, en consecuencia, residía en medios rurales. En 1953, los campesinos representaban más del 85% de la población, una receta para una economía de baja productividad que sólo podía ofrecer crecimiento lento. Mao Zedong trató de dinamizarlo con su colectivización agraria, pero el resultado, como se ha recordado varias veces en esta serie, fue un fracaso sin paliativos. Las reformas económicas iniciadas en 1979, por el contrario, han forzado la industrialización para lograr un rápido crecimiento del PIB. A medida que avanzaba, el proceso desató una oleada migratoria del campo hacia las ciudades y la estructura social de China cambió de arriba abajo.

La urbanización procedió a un ritmo endiablado, superando el 5% de crecimiento anual durante la década de los noventa. En 2016 se mantenía aún en el 2,7%. Así pues, entre 1982 y 2015 la población urbana pasó de ser el 21% de la total al 56% o, en términos agregados, llegó a 762,6 millones en 2015. Un estudio del McKinsey Global Institute realizado en 2009 estimaba que el proceso estaba aún lejos de haber llegado a su fin. Entre 2005 y 2025, la población urbana de China aumentaría en otros trescientos cincuenta millones, una cifra similar a la población actual de Estados Unidos, llegando a mil millones en 2030. Doscientas veintiuna ciudades tendrían una población superior al millón de habitantes en esa fecha. En Europa, por comparación, sólo treinta y cinco contaban con ese número en 2005. El informe recogía otra serie de ramificaciones no menos pasmosas: construcción de ciento setenta nuevos sistemas de transporte urbano; cinco millones de nuevos edificios, de los cuales cincuenta mil –algo así como diez ciudades del tamaño de Nueva York– serían rascacielos; el proceso de urbanización quintuplicaría el PIB entre 2005 y 2030.

¿De dónde saldrán los nuevos habitantes de las ciudades? Entre 1990 y 2005, el mayor contingente provino de la absorción de poblaciones de su extrarradio por las áreas urbanas (118 millones), seguido de cerca por la emigración rural (103 millones), pero en el futuro el papel principal corresponderá abrumadoramente a la última. Entre 2005 y 2025, podría aportar 243 millones de nuevos habitantes urbanos, alrededor del 70% del total de crecimiento esperado de las ciudades (los aludidos trescientos cincuenta millones).

La expansión urbana hará pasar el número de ciudades de 858 en 2005 a 939 en 2025, con un crecimiento liderado por las que el McKinsey Global Institute llamaba megaciudades (más de diez millones de habitantes) y por las ciudades medianas (de uno y medio a cinco millones). Las primeras llegarán a ocho con la adición de seis (Tianjin, Shenzhen, Wuhan, Chongqing, Chengdu y Cantón) a las dos actuales (Shanghái y PekínLa aportación al PIB de las megaciudades seguirá aumentando hasta asegurar un cuarto del total en 2025. Sin embargo, el salto más espectacular se dará entre las ciudades medianas, que pasarán de 69 en 2005 a 115 veinte años más tarde.

Sin duda, este rápido proceso de urbanización ha influido en la estructura de clases del país. Estudiarla en detalle no era el interés fundamental del McKinsey Global Institute, pero no habría podido cumplir con su cometido –anticipar la evolución del consumo privado– sin establecer las dimensiones y el peso de los distintos grupos de consumidores, es decir, sin explorar el mapa de la estratificación social. Delinearlo fue precisamente la tarea de otro de sus estudios, éste elaborado en 2013.

Tomando pie en la distribución de la renta disponible de los hogares urbanos para 2012, el McKinsey Global Institute definía cuatro clases principales:

1) Familias Acaudaladas (>229.000 renminbis o >34.000 dólares/año, en dólares constantes de 2010; equivalentes a 119.000 dólares en poder de compra local o PPP).

2) Clase Media Alta (106.000-229.000 renminbis o 16.000-34.000 dólares/año; equivalentes a 56.000-119.000 dólares en PPP.

3) Clase Media Masiva (60.000-106.000 renminbis o 9.000-16.000 dólares/año; 31.500-56.000 dólares en PPP).

4) Familias Pobres (<60.000 renminbis o <9.000 dólares/año; <31.500 dólares en PPP).

En 2012, de un total de 256 millones de hogares urbanos, un 3% (ocho millones de hogares) pertenecía al primer grupo; 14% al segundo (treinta y seis millones de hogares); 54% al tercero (ciento treinta y ocho millones de hogares); y 29% al cuarto (setenta y cuatro millones de hogares). En ese año, el consumo privado urbano creció hasta diez mil millones de renminbis. La contribución del primer grupo ascendió al 11% del total, o 1.100 millones; la del segundo al 20%, o dos mil millones; la del tercero, al 54% o 5.400 millones; y la del cuarto al 15% o 1.500 millones.

La proyección del McKinsey Global Institute para 2022 implicaba una variación considerable. De los 357 millones de hogares urbanos previstos para esa fecha, el grupo 1 llegaría al 9%, o 31 millones; el segundo al 54%, o 192 millones; el tercero al 22%, o 78 millones; y el cuarto al 15%, o 56 millones. La contribución respectiva al consumo privado urbano (26.800 millones de renminbis) sería la siguiente: el grupo 1 contribuiría con el 25% del total, o 6.700 millones; el grupo 2, con el 56%, o 15.000 millones; el grupo 3, con el 14%, o 3.700 millones; y el grupo 4, con el 5%, o 1,400 millones.

En resumidas cuentas, en 2012 los dos primeros grupos en renta disponible sólo incluían a uno de cada seis hogares chinos. El vuelco proyectado por el McKinsey Global Institute hacia 2022 era radical. Del conjunto de 357 millones de hogares urbanos, seis de cada diez pertenecerían a los dos grupos de mayor poder adquisitivo. Si su importancia agregada será fundamental, más aún lo será su participación en el total del consumo privado urbano en 2022: más del 80% de un PIB que se habrá multiplicado dos veces y media.

Sin embargo, el aumento de los grupos 1 y 2 hacia 2022 iba a tener una trayectoria más equilibrada que la anterior en otros aspectos. Desde los inicios de la etapa reformista, la economía y la sociedad chinas se habían caracterizado por una amplia desigualdad geográfica. La riqueza de las regiones costeras superaba con mucho a las del interior. El McKinsey Global Institute estimaba que en 2002 un abrumador 87% de las clases medias residía en las costas; en 2022, sin embargo, la situación se habría reequilibrado, con una proporción de 60% a 40% entre ambas costas y el interior.

Si dividimos a las ciudades chinas en cuatro categorías por su número de habitantes, la tendencia hacia un mayor equilibrio se torna aún más notable. En 2012, un 40% de las clases medias vivía en la primera categoría (por ejemplo, Pekín) y un 43% en las del segundo grupo (por ejemplo, Chongqing, Chengdu, Wuhan) . La presencia de clases medias en las ciudades más pequeñas y menos ricas no llegaba al 20%. Pero, de nuevo, la situación de 2022 apuntaba a un cambio notable. Sólo un 16% de las clases medias residirá en las ciudades más grandes; un 45% lo hará en las de la segunda categoría; un 31% en las de la tercera (por ejemplo, Leshan o Ziyang); y un 8% en las de la cuarta (por ejemplo, Linfen o Zhaotong). Es decir, el abanico de las clases medias se habrá ampliado de forma considerable.

El final del tazón de hierro ha dado paso a una sociedad en la que los materiales del tazón son muy diferentes, desde el oro de la elite hasta la arcilla de los más pobres

Aun lastradas por un optimismo muy en línea con el de las proyecciones gubernamentales, las cifras del McKinsey Global Institute permiten hacerse una idea aceptable de la estructura y la evolución de la población urbana en los próximos cinco a diez años. Como la pleamar hace subir a todos los barcos, el aumento generalizado de la renta disponible, con la prevista multiplicación por cinco del PIB entre 2005 y 2030, mejorará la situación de todos los grupos urbanos. Sin embargo, sus efectos económicos se repartirán más desigualmente que en el pasado reciente. El aumento de la población urbana ofrecerá mejores expectativas a los grupos con mayor renta disponible, como lo muestra la enorme ampliación porcentual del consumo urbano entre los dos primeros grupos. Si en 2012 generaban entre ambos el 31% del total, en 2022 habrán pasado a un abultado 81%. En números redondos, los miembros de ambos grupos habrán pasado de 43,5 millones en 2012 a 225 millones en 2022, multiplicándose por cinco; pero su consumo total entre ambas fechas habrá aumentado siete veces. Lógicamente, eso reduce la participación relativa de los dos grupos más bajos.

¿Cómo variará la participación en el consumo de los hogares? En 2012 se repartía así: el grupo 1 alcanzaba una media de 137.500 renminbis por hogar; el grupo 2, 55.500 ; el grupo 3, 39.000 ; y el grupo 4, 20.000 . En 2022, los números proyectados serán los siguientes: grupo 1, 216.000 renminbis por hogar; grupo 2, 78.000; grupo 3, 47.000; y grupo 4, 25.000. Como los números para cada fecha son renminbis constantes de 2010, es indudable que el consumo de las familias de los dos primeros grupos crecerá a mayor ritmo que la de los otros dos. En esos diez años, el consumo del primer grupo aumentará en un 57%; el del segundo, en un 40%; el del tercero, en un 20%; y el del cuarto, en un 25%. Los barcos más pequeños seguirán más lejos del cieloLas cifras que empleo en este párrafo son de elaboración propia sobre la base de los dos trabajos ya citados del McKinsey Global Institute y un tercero, Meet the 2020 Chinese Consumer, aparecido en 2012..

Habitualmente suele compararse la forma adoptada por la estratificación social en las sociedades capitalistas avanzadas con un diamante o con una aceituna para señalar su tendencia a disminuir los extremos de riqueza y pobreza. Entre ambos, el centro o clase media tiende a ampliarse continuamente. En definitiva, suele pensarse, toda modernización social implica una expansión de las clases medias. Aunque en la mayoría de los casos la imagen necesita modularse para dar cuenta de las especificidades de cada país, en general resulta correcta. Sin embargo, como acaba de apuntarse, no parece ser la que mejor se adapta a China. La tendencia del país apunta más bien a la forma de una de esas setas llamadas boletus edulis, donde el sombrero (los dos grupos de hogares con rentas más altas) tiende a ser mayor que el pie y éste, a su vez, es más estrecho en su parte superior (el grupo 3 del McKinsey Global Institute, es decir, lo que allí se llama Clase Media Masiva) que en la inferior (Grupo 4 o Familias Pobres).

Este perfil de la sociedad china es congruente con su bien conocida tendencia hacia la desigualdad. Aunque insistir sobre este aspecto se haya convertido en una obsesión desde la aparición del estudio de Thomas Piketty, las cifras con que contamos en el caso chino son de las más llamativas, no sólo porque sean superiores a las de otras sociedades tenidas por más desiguales, sino porque se trata de un país que, como se recordaba al principio, tiene como meta la realización del comunismo y la consiguiente desaparición de todas las desigualdades.

El coeficiente de Gini, una medida de dispersión estadística, habitualmente utilizado para medir diferencias de renta y/o patrimonio entre un estado cero o de perfecta igualdad y otro de uno o perfecta desigualdad, suele traducirse en una extrema desigualdad cuando se sitúa por encima de 0,40. En China, un estudio reciente del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Pekín, lo situaba en 0,49 en 2012. Según datos del Banco Mundial, sólo otros dos países de entre los veinticinco mayores del mundo la superan: Sudáfrica (0,63) y Brasil (0,53)Otros estudios arrojan resultados aún más drásticos. La Universidad de Finanzas y Economía del Sudoeste, en la ciudad de Chengdu, estimaba que el coeficiente Gini había subido a 0,61 en 2010. En 2014, un informe de la Universidad de Michigan lo establecía en 0,55 por comparación con el 0,45 de Estados Unidos. Las diferencias entre estos y otros estudios remiten a metodologías distintas, que desembocan en resultados contradictorios.. En China, además, el aumento ha sido reciente y vertiginoso. En los años ochenta estaba aún en 0,30. El final del tazón de hierro, donde consumo y bienes públicos eran tan escasos como parecidos para todos los grupos sociales –con la excepción de la burocracia del Partido– ha dado paso a una sociedad en la que los materiales del tazón son muy diferentes, desde el oro de la elite del poder hasta la arcilla de los grupos más pobres. El estudio de la Universidad de Pekín apuntaba que el 1% de los hogares era dueño de un tercio de la riqueza, mientras que el 25% más pobre se repartía sólo un 1%.

Las cumbres del poder

A lo largo de esta serie se ha subrayado el papel decisivo del Partido Comunista y sus casi noventa millones de militantes en la conformación de la estructura social china. En definitiva, los y las comunistas son el puntal del sistema. Si, como así se ha sostenido aquí, éste se define como un avatar del capitalismo de Estado –el socialismo con rasgos chinos al que se han referido todos los dirigentes desde las reformas de Deng Xiaoping–, todos sus miembros no sólo están llamados a sostener sus actividades y a defender sus opciones, sino que dominan, de hecho, la vida del país, aunque no todos compartan las mismas responsabilidades. El Partido Comunista Chino tiene una estructura piramidal y el poder va concentrándose a medida que se avanza hacia el vértice, donde se entrecruzan los órganos estratégicos del sistema económico y financiero con los de decisión política, tanto civiles como militares. Esa estructura piramidal se reproduce a escala provincial y local, y se ramifica hacia instituciones de encuadramiento social tan variadas como los sindicatos oficiales, la federación de mujeres chinas, las juventudes comunistas, las jerarquías académicas o las organizaciones de escritores y artistas.

Si el régimen cobra así una apariencia formal claramente definida, sus operaciones, sin embargo, no lo son. Antes al contrario, la relación de fuerzas entre los diversos grupos dirigentes y sus eventuales tensiones se mantienen en un espeso silencio que, generalmente, sólo se rompe una vez que se han adoptado las decisiones correspondientes. Si todo aparato burocrático tiende hacia el secreto, la jerarquía china es de las menos transparentes. De ahí que sea tan difícil adivinar cuáles van a ser sus posiciones en momentos de crisis.

Hay, sin embargo, sectores de la vida económica y social cuya estructura resulta algo menos misteriosa. Desde 2012 el Instituto Hurun ha publicado un informe anual sobre las grandes fortunas mundiales que incluye interesantes detalles sobre China. Hu Run es el nombre local adoptado por Rupert Hoogewerf, un publicista de origen luxemburgués y fundador de un grupo mediático dedicado a la investigación del consumo de lujo chino. El informe Hurun, que incluye datos sobre los personajes más ricos del mundo, rivaliza con las listas que publica sistemáticamente la revista estadounidense Forbes.

En 2016, el punto de entrada en la lista Hurun de supermillonarios globales era una fortuna personal superior a un millardo de dólares (1 millardo = 109). De entre ellos, los diez más ricos contaban con un patrimonio personal mínimo de 37 millardos. En total, el número global de ultrarricos ascendía a 2.188 y el conjunto de sus fortunas alcanzaba los 7,3 billones de dólares (1 billón = 1012), algo menos de la mitad del PIB de Estados Unidos y más que la suma de los de Alemania y el Reino Unido.

Por primera vez, en el informe de 2016 había más supermillonarios chinos que de ninguna otra nacionalidad: 568 frente a los 535 estadounidenses, que ocupan el segundo lugar. Su número ha crecido un 80% desde 2013. En conjunto, sus fortunas ascendían a 1,4 billones de dólares, alrededor del PIB anual de Australia ¿Quiénes son? Según el informe Hurun, ese número total de chinos incluye a residentes en China continental más Hong Kong, Macao y Taiwán. Las ciudades que acogen mayor número son Pekín (100), Hong Kong (64), Shanghái (50), Shenzhen (46) y Hangzhou (32). Las cinco principales fortunas chinas pertenecen a Wang Jianlin (26 millardos), del grupo Wanda, dedicado a la construcción y el ocio; Li Ka-shing (25), del grupo Cheung Kong (Hong Kong), dedicado a la construcción y las inversiones; Lee Shau Kee (24), del grupo Henderson Land (Hong Kong), con estos dos mismos ámbitos profesionales; Jack Ma (21), del grupo Alibaba, dedicado al comercio digital y las finanzas; y Pony Ma (19), del grupo Tencent, dedicado a la informática.

A mi entender, hay dos aspectos de gran interés en esta floración de supermillonarios chinos. Ante todo, la gran mayoría ha creado sus fortunas en el curso de una sola generación. En el 69% de los casos, los protagonistas carecían de medios independientes de fortuna al comienzo de sus carreras, es decir, siete de cada diez se han hecho a sí mismos. En segundo lugar, el mayor número de grandes millonarios (117) provenía del sector de la construcción, seguido por el de las manufacturas industriales (94) y las tecnologías de la información (68). Ambos rasgos están estrechamente ligados a la historia reciente de China.

Una de las metas del Partido Comunista Chino, perseguida con notable éxito desde la fundación de la República Popular hasta la muerte de Mao, fue la erradicación de cualquier vestigio de actividad económica independiente de la planificación central. La propiedad privada se limitaba a unos pocos objetos de uso personal, y sólo a partir de las reformas de 1979 volvió a permitirse la acumulación de capital. No es sorprendente, pues, que la mayoría de grandes empresarios hayan amasado sus fortunas a partir de ese momento. Con la excepción de los ricos de Taiwán, Hong Kong o Macao, todos los demás deben, pues, sus patrimonios, directa o indirectamente, a decisiones políticas del Partido Comunista Chino. En su gran mayoría, además, han prosperado precisamente en áreas de actividad que exigen una estrecha comunicación con la Administración estatal y local y, por tanto, gran cercanía respecto a los órganos de decisión del Partido, especialmente en sus niveles superiores. Sería, pues, una ingenuidad creer que esos empresarios chinos, «innovadores» y «hechos a sí mismos», son personajes salidos del mismo molde que los «capitanes de la industria» del siglo XIX en Estados Unidos o los actuales empresarios «disruptores» de Silicon Valley.

568 ultramillonarios difícilmente podrían ocupar todas las cumbres de la economía, menos aún las del poder, en una sociedad de mil cuatrocientos millones de habitantes. Esos pesos pesados se apoyan, pues, en los hombros de una clase empresarial y financiera que ha crecido también con gran rapidez en los últimos años. Según datos del Boston Consulting Group, hay en China unos dos millones de hogares (3,6 millones de individuos en total) con patrimonios superiores al millón de dólares. Por su parte, el informe Hurun de 2016 estimaba que el número de millonarios había crecido un 8% en 2015, hasta llegar a 3,14 millones. Si hablásemos en términos de paridad de compra, la cifra de millonarios chinos se ampliaría considerablemente, pero no hay datos suficientes para aventurar cifras. En cualquier caso, esos casi cuatro millones de multimillonarios y millonarios a secas, unidos al número de cuadros superiores del Partido Comunista Chino (8-10% del total, unos 7,2 y 9 millones en términos absolutos) y a los asalariados con mayores rentas (otros 7-8 millones), representan alrededor del 2% de la población y son los verdaderos ocupantes de las cumbres del poder.

Lejos de prosperar en el ambiente competitivo propio de las economías abiertas, los multimillonarios del informe Hurun y, en general, los empresarios y financieros chinos han florecido en un sistema clientelar muy peculiar. En general, los sistemas clientelares se basan en la mutua lealtad creada por una distribución de beneficios con punto de partida en los patronos (los miembros del grupo que cuentan con mayores recursos económicos y políticos) y hacia sus clientes (receptores de los recursos económicos y políticos dispensados por sus patronos a cambio de lealtad). El sistema chino actual, sin embargo, presenta un complicado equilibrio inestable entre los recursos, fundamentalmente políticos, de los patronos (por ejemplo, su rango en la jerarquía del Partido) y los de los clientes, quienes, desde un punto de vista legal, son los verdaderos titulares del poder económico.

Patronos pobres, clientes ricos es una fórmula inestable que, a lo largo del tiempo, sólo ha conseguido sostenerse mediante técnicas cada vez más complicadasMinxin Pei, un académico estadounidense de origen chino, se ha referido a este arreglo como «capitalismo de amiguetes» (crony capitalism) en un libro reciente (China’s Crony Capitalism. The Dynamics of Regime Decay, Cambridge y Londres, Harvard University Press, 2016). La adopción de este tipo de capitalismo es, para Pei, no sólo un serio indicio de deslegitimación del Partido Comunista Chino. sino también un camino rápido hacia la pérdida de pujanza económica.. La principal, por supuesto, es la supremacía de la política. Un régimen totalitario como el chino no puede permitir la existencia de redes de decisión competitivas. Por ejemplo, las familias, tradicionalmente las estructuras más reacias a ser microgestionadas por el poder, no pueden siquiera decidir allí el número de sus hijos. Todos los actores no directamente ligados al Partido están excluidos de la toma de decisiones estratégicas. Pero hay una excepción: el sector privado de la economía, que en 2015 contribuyó con alrededor del 60% del PIB y cerca del 80% del empleo. Al ampliar el número potencial de decisores, su presencia, axiomática desde los comienzos de la etapa reformista, ha generado y tenderá a generar serias tensiones en el medio plazo.

Una posible solución hubiera sido la privatización del sistema económico, de forma similar a lo sucedido en los regímenes poscomunistas de Europa, Rusia incluida, pero los dirigentes chinos cerraron ese camino con la crisis de 1989. El predominio del partido único continuó siendo indiscutible, lo que imponía con una lógica implacable la adopción del sistema clientelar actual. Para mantener su legitimidad, los dueños del poder político debían aparecer ajenos al interés mercantil, dejando a otros, menos puros, la auri sacra fames.

Sin embargo, el ansia de riquezas, expulsada del seno del Partido por la puerta grande, ha vuelto a entrar por las ventanas. Entre los datos del informe Hurun inicial se leía que en 2012 el capital colectivo de los setenta delegados más ricos en el Congreso Nacional del Pueblo, la cámara legislativa que estampilla las decisiones del Partido Comunista Chino, ascendía a noventa millardos de dólares, diez veces más que el patrimonio conjunto del presidente, los miembros del Congreso y los jueces del Tribunal Supremo de Estados Unidos. En 2015, el informe Hurun recordaba que doscientos tres de los chinos más ricos formaban parte de los delegados en el Congreso Nacional del Pueblo o en el Comité Nacional de la Conferencia Política Consultiva, un órgano de encuadramiento de sectores sociales no pertenecientes al Partido Comunista.

Una forma de limitar las eventuales tensiones del sistema y mantener la aparente integridad de los dirigentes ha sido la cooptación de empresarios en el seno del Partido Comunista, una política iniciada en 2002 durante la presidencia de Jiang Zemin. Los datos que he encontrado sobre este asunto son escasos y generalmente no están actualizados. En 2008, una fuente estimaba que en 2005 los empresarios chinos constituían alrededor del 6,5% en una población laboral de 650 millones, es decir, eran unos 43 millones; de ellos un 6,2% (alrededor de 2,6 millones) se había afiliado al Partido. En 2011, el número de Gerentes y Profesionales (sin especificar el número de empresarios) miembros del Partido ascendía a 19,25 millones. En cualquier caso, la cercanía respecto al poder que ostentan muchas de las familias acaudaladas muestra los beneficios que se derivan del sistema. La propiedad de la tierra, por ejemplo, pertenece al Estado chino y la administración de su uso está en manos de las corporaciones locales. Como la promoción inmobiliaria y la construcción son las actividades que han generado mayor número de fortunas, grandes y pequeñas, parece razonable suponer que sus beneficiarios mantienen excelentes relaciones con aquéllas.

La biografía de Wang Jianlin, el fundador del grupo Wanda, es ejemplarWang Jianlin, The Wanda Way. The Managerial Philosophy and Values of One of China’s Largest Companies, Londres y Nueva York, LID Publishing, 2016. Otras fuentes han destacado aspectos menos ejemplares de las actividades de Wang y su importancia en la diplomacia pública del régimen chino.. Hijo de un veterano de la Larga Marcha, Wang se enroló en el Ejército Popular de Liberación en 1969. Tenía quince años. En 1985 comenzó su carrera funcionarial como administrador de un distrito de la ciudad de Dalian y en 1992 se convirtió en director del grupo Wanda, el mayor conglomerado del país. Wanda posee propiedades estimadas en más de veinte millones de metros cuadrados, ciento treinta y cuatro centros comerciales, ochenta y dos hoteles de lujo y cincuenta y cuatro karaokes. Con el tiempo la compañía ha ampliado sus objetivos hacia los medios de comunicación y el ocio. Entre otras actividades, en 2012 adquirió la cadena de cines AMC en Estados Unidos; también controla el 20% del capital del Atlético de Madrid. A los veintiún años, Wang se afilió al Partico Comunista. Fue delegado en el Decimoséptimo Congreso del Partido (2007); es miembro del Congreso Nacional del Pueblo y de la Asamblea Consultiva Popular desde 2008; y desempeña la vicepresidencia de la Federación China de Industria y Comercio. No sólo está cerca de las cumbres del poder de China: es una de ellas.

Aunque no todos los grandes empresarios puedan mostrar tantas y tan virtuosas muestras de fidelidad al Partido, resulta difícil pensar que puedan tener éxito si se inclinan por la virginidad en política. Jack Ma, fundador de Alibaba y de Ant Financial, y otro de los iconos del nuevo capitalismo chino, aconsejaba así a sus admiradores: «Enamórense del Gobierno, pero no se casen con él: respétenlo»Duncan Clark, Alibaba. The House that Jack Ma Built, Nueva York, Harper-Collins, 2016, location 3633., es decir, la única forma que tienen los empresarios de avanzar en el desarrollo de sus planes es proteger a sus compañías ayudando a los gobernantes a realizar los suyos. No hay otro camino hacia la fortuna para los clientes de los poderosos.

¿Se detiene ahí la relación? Aparte de la gloria y la satisfacción por el deber cumplido, ¿qué obtienen los patronos pobres de su relación con sus clientes ricos? Es una pregunta imposible de contestar cabalmente, porque el Gobierno chino impide la difusión de investigaciones independientes sobre las finanzas de los altos funcionarios; acusa a sus autores de oscuras maniobras políticas; prohíbe la circulación de los medios que las publican; y persigue a quienes las recogen en las redes sociales. Así ha sucedido en casos como los del patrimonio de los familiares de Wen JiabaoEn 2012, The New York Times publicó una amplia investigación al respecto. La de Wen parece ser una familia de empresarios particularmente industriosos. Entre 2006 y 2008, Wen Ruchun, su hija, cobró del banco estadounidense J. P. Morgan un millón ochocientos mil dólares en concepto de consultoría. Los trabajos se pagaban a una empresa, radicada en las Islas Vírgenes británicas, con el nombre de Fullmark Consultants Limited, que, a su vez, compensaba a Lily Chang, un nombre ficticio bajo el que se ocultaba Wen hija. Su marido, Liu Chunhang, controlaba la empresa y cuando, en 2006, fue nombrado para un alto cargo en la Comisión de Regulación Bancaria de China, traspasó la dirección a Zhang Yuhong, un colega de negocios y antiguo amigo de la familia Wen.; de los del propio presidente XiSegún la agencia de noticias Bloomberg, en 2012 sus familiares eran dueños de una considerable fortuna. Esta información causó el ostracismo de Bloomberg en China.; de los Papeles de PanamáEn agosto de 2016, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación hizo pública una base de datos sobre los clientes de un despacho de abogados radicado en Panamá (Mossack Fonseca), de donde se deducía que nueve de las familias más poderosas del régimen chino eran dueñas de compañías extraterritoriales (offshore), entre cuyos gerentes se contaban familiares de Xi Jinping y de otros dos miembros del Comité Permanente del Politburó (Zhang Gaoli y Liu Yunshan). y otros muchosYa a comienzos de 2014, el mismo Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación hizo públicos los resultados de una investigación sobre las fortunas de numerosas familias de altos funcionarios chinos y el sistema clientelar de la China actual. Entre sus conclusiones más destacadas, denunciaba el uso de compañías radicadas en paraísos fiscales para ocultar fondos ilegalmente obtenidos en el país; sofisticados esquemas jurídicos y fiscales para poseer mansiones, yates, obras de arte y otros bienes que les permiten evadir impuestos y mantener el anonimato; participación de grandes bancos internacionales (citaban nominalmente a UBS, Crédit Suisse y Deutsche Bank) en la creación de sociedades secretas con sede en las Islas Vírgenes Británicas y otros paraísos fiscales; y complicidad de una amplia industria de despachos de abogados, contables, intermediarios y otros agentes que ayudan a camuflar la identidad de los dueños de esas compañías, mediante el blanqueo de capitales y otros artificios..

El ansia de riquezas, expulsada del seno del Partido por la puerta grande, ha vuelto a entrar por las ventanas

Sin embargo, el régimen acusa profusamente de delitos semejantes a los funcionarios corruptos que la dirección actual se ha propuesto perseguir como parte de la lucha por el poder. Todos ellos esperaban de sus clientes ricos innumerables ventajas económicas que no hubieran podido financiar con sus sueldos de funcionarios públicos (rent-seeking). En el caso de Bo Xilai, por ejemplo, la acusación pública contó con la declaración de Xu Ming, su más destacado testaferro. En 2005, Forbes había clasificado su fortuna como la octava de China. Dalian Shide, el conglomerado fundado por Xu, incluía intereses inmobiliarios, financieros e industriales y creció como la espuma entre 1993 y 2001, los años en que Bo Xilai fue alcalde de Dalian. En el juicio de Bo, Xu declaró haber pagado grandes sumas a su hijo, Bo Guagua, cuya tarjeta de crédito corría por cuenta de Xu. Pero eso era la pacotilla del sobrecargo. Xu resultó ser también el propietario último de la lujosa residencia del matrimonio Bo Xilai-Gu Kailai en Cannes. La villa tenía cuatrocientos metros cuadrados construidos y un jardín de cuatro mil, con un valor de mercado en torno a ocho millones de dólares. Xu falleció recientemente, en extrañas circunstancias, en la cárcel de Wuhan donde cumplía condena. Tenía cuarenta y cuatro años.

Otros altos funcionarios perseguidos, como Zhou Yongkang, miembro del Comité Permanente del Politburó anterior a la ascensión de Xi Jinping, o Ling Jihua, antiguo director del secretariado del Comité Central y mano derecha de Hu Jintao, Secretario General del Partido Comunista Chino entre 2002 y 2012, han sido más cautos en su selección de clientes, prefiriendo escogerlos en el seno de sus familiasVéase Minxin Pei, op. cit., Introducción y capítulo 2.. Aunque eso no les ha evitado tener que hacer frente a acusaciones como las recibidas por Bo, en algunos casos ha podido amortiguar las consecuencias de su desgraciaLing Wancheng, uno de los hermanos de Ling Jihua, consiguió refugiarse en Estados Unidos y sobre él han corrido numerosos rumores que, en última instancia, podrían beneficiar a su hermano mayor. Uno de ellos apuntaba que Jihua podría haber confiado a Wancheng secretos de Estado y que eso haría más llevaderos los términos de la prisión de Jihua..

Los medios chinos insisten en que estos casos probados de corrupción son ejemplos aislados: unas pocas manzanas podridas en un barril que, en general, rebosa salud. Su Gobierno podría confirmarlo dando publicidad a las actividades de la Comisión Anticorrupción, pero no lo hace. Sin embargo, si no es posible describir satisfactoriamente la extensión real del sistema clientelar chino, hay tendencias que muestran a las claras su creciente inestabilidad. No es la menor que una gran mayoría de sus beneficiarios sueñe con rehacer sus vidas fuera del país y que muchos de ellos lo hayan hecho ya.

Un reciente informe sobre los planes futuros de los chinos ricos (Immigration and the Chinese High-Net-Worth Individuals 2016), basado en una muestra de doscientos cuarenta propietarios de grandes patrimonios, apuntaba que un 60% se proponía invertir en inmuebles fuera de China hasta 2018. Las causas de sus deseos migratorios mezclaban razones económicas con las de estilo de vida: devaluación de la moneda nacional; mejores opciones educativas para sus hijos y servicios de salud para sí mismos; grandes posibilidades de inversión; y menores impuestos. El país donde más querrían vivir era Estados Unidos, seguido de Gran Bretaña. Cinco más de los destinos principales eran países europeos, y España ocupaba entre ellos el octavo lugar. Las cinco ciudades preferidas en el mundo eran todas estadounidenses.

Deseos y conducta no van necesariamente unidos. Sin embargo, los países que ofrecen visados residenciales a inversores dispuestos a crear puestos de trabajo (programa EB-5 en Estados Unidos y similares en otros países) se han visto inundados de peticiones procedentes de China en los últimos años. En 2015, la cuota de visados de inversor en Estados Unidos era de diez mil; a finales de año, el número de peticionarios había llegado a veintidós mil, con un alto contingente proveniente de China. En 2014, el 90% de este tipo de visados en Estados Unidos tuvo como beneficiarios a súbditos de la República Popular.
A falta de otros cauces más abiertos de expresión de sus necesidades, las cumbres chinas del poder se han puesto a votar con los pies.

Vidas semiparalelas

¿Qué sucede en el resto de la sociedad china? ¿Cuáles son las tendencias más notables en materia de estratificación social?

Ya se han destacado algunas de ellas. Ante todo, la más importante es la profundización del proceso de urbanización hasta 2030, con la posibilidad de que la población urbana supere los mil millones en esa fecha. La segunda tiene que ver con el aumento de la renta disponible, que beneficiará a todas las clases sociales con incidencia, creciente entre los grupos de mayor renta, es decir, el 1 y 2 de la clasificación del McKinsey Global Institute. En tercer lugar, continuará la discriminación social y, también, económica entre los habitantes urbanos por razón de que tengan o no hukou de la ciudad en que residen.

Un hukou es un certificado de inscripción que identifica a una persona como residente de una localidad determinada. No depende del lugar de nacimiento propio, sino del de la madre. Un recién nacido en Hangzhou cuya madre sea una emigrante de, pongamos, la ciudad de Enping, en la provincia de Guandong, tendrá un hukou de Enping. En los tiempos más duros de la dictadura maoísta, cuando se trataba de evitar a toda costa un rápido crecimiento de las ciudades, un hukou de Enping no permitía a sus tenedores viajar en busca de empleo o de mejores servicios sociales; tampoco podían obtener cartillas de racionamiento ni tratamiento médico fuera de allí. El hukou determinaba y sigue determinando en gran medida las opciones reales al alcance de los chinos paramejorar sus vidas.

La vida del señor Zhou, un estereotipo del chino de clase media con hukou de la ciudad en la que reside, no es fácil. La vida del señor Zhang, un estereotipo del emigrante agrario que vive en la misma ciudad, pero con un hukou del lugar de nacimiento de su madre, tampoco. Pero lo que hace las vidas de ambos poco envidiables no es exactamente lo mismo, aunque en buena medida ambos compartan algunas desventuras. Ni Zhou ni Zhang pueden evitar que el Partido Comunista, a través de su Gobierno, les obligue a apretarse el cinturón mucho más allá de lo razonable. Hay situaciones que ambos padecen de consuno, como la amenaza de inflación, la baja calidad de muchos productos de consumo o las diferencias de renta disponible. Pero es en el acceso a los servicios sociales donde sus vidas divergen considerablemente. Ahí Zhou, con su hukou local, le saca una ventaja sideral a Zhang. Millones de campesinos chinos han emigrado a las ciudades. Allí han encontrado trabajo y vivienda, pero sin un permiso de residencia local no pueden gozar de educación o sanidad públicas.

No es que Zhou tenga a su alcance unos servicios impecables. El Gobierno no sólo obliga a los particulares a ahorrar, sino que las reformas de Deng fueron acompañadas de un casi total ahorro público en sanidad, educación y pensiones«La aparente abundancia de “capital duro” en China se ha producido a fuer de adelgazar el Estado de bienestar. La floreciente economía de los últimos quince años se financió con el traspaso de recursos de los servicios públicos a la inversión productiva y la industrialización», Véase Damien Ma y William Adams, In Line Behind a Billion People. How Scarcity will Define China’s Ascent in the Next Decade, Nueva Jersey, FT Press, 2014, p. 108.. En los tiempos de Mao, eran los danwei o unidades productivas los encargados de gestionar la vivienda, la educación, la sanidad y las actividades culturales de sus miembros. Era el tiempo de la igualación por abajo y todos, a excepción del mandarinato, podían esperar servicios iguales, aunque fueran de ínfima calidad. El sistema se vino abajo en los años noventa, cuando a las empresas públicas se les liberó de mantenerlos, y la situación no ha mejorado demasiado desde entonces.

Zhou, por ejemplo, tiene que pagar alrededor de la mitad de sus gastos sanitarios. Como los salarios del personal sanitario dependen del éxito que tengan los hospitales en la obtención de recursos, el coste de los tratamientos se ha disparado. La colusión entre médicos y compañías farmacéuticas para que se receten los medicamentos más caros es total. Zhang, por lo que le toca, tiene que pagar de su bolsillo todos los gastos farmacéuticos. Por su parte, la mayoría del mandarinato civil y militar tiene acceso exclusivo a hospitales y médicos de la mejor calidad.

Algo semejante sucede en educación. A Zhang no le queda otro remedio que dejar a sus hijos en el pueblo o cargar con la totalidad de sus gastos educativos en la ciudad. Zhou, por el contrario, tiene a su disposición escuelas públicas cuya calidad es infinitamente mejor que los centros privados sin recursos donde se educan los hijos de Zhang. Por supuesto, no todas las escuelas públicas son igualmente buenas. Las adscritas a universidades o las frecuentadas por los hijos de la elite suelen obtener los mejores resultados en el gaokao (examen nacional de selectividad universitaria). Pero, estadísticamente, los hijos de Zhou están llamados a obtener mejores resultados que los de Zhang, por no hablar de sus primos que se quedaron en el pueblo.

En vivienda sucede algo parecido. En las ciudades coexisten las zonas nobles, en las que sólo pueden permitirse comprar apartamentos los residentes como Zhou, y las llamadas aldeas urbanas en las que mora Zhang. Aquí, sus antiguos ocupantes actúan, de hecho, como si fueran propietarios de los inmuebles y los amplían con dos o tres pisos, tantos como puedan soportar los cimientos. Esos pisos se alquilan a los recién llegados a la ciudad. Los bajos se convierten en supermercados, tiendas de telefonía, restaurantes, escuelas privadas y otros centros de servicios baratos. Son los incómodos parientes pobres socialistas en una ciudad marcada por las soluciones capitalistasA menudo, las aldeas urbanas lindan sin solución de continuidad con urbanizaciones de calidad muy superior. De esta forma, como señala Pu Hao, un investigador local, las aldeas rurales y sus habitantes se benefician de las inversiones públicas en las calles circundantes, de la expansión del metro y de otras infraestructuras por las que no tienen que pagar. Véase «Spatial Evolution of Urban Villages in Shenzen»..

Una de las promesas del equipo de Xi en 2013 fue una rápida transformación del sistema de hukous para que los inmigrantes pudieran hacerse con uno nuevo de la ciudad en la que de hecho residen. Entre 2016 y 2020, de acuerdo con las directrices del Decimotercer Plan Quinquenal, trece millones anuales de emigrantes podrían intentar cambiar su hukou. Pronto, sin embargo, comenzó a dejarse ver la letra pequeña. Las ciudades de más de cinco millones de habitantes, que generalmente son los destinos preferidos por los emigrantes, podían imponer requisitos más duros que las más pequeñas.

Por su parte, las autoridades locales que iban a tener que proveer de servicios a sus nuevos residentes han mostrado serias resistencias a la puesta en marcha de un plan que les obligaría a aumentar exponencialmente sus gastos corrientes. La provincia de Guangdong estimaba que hasta 2020 se vería obligada a aceptar trece millones. En consecuencia, allí y en otros muchos lugares las administraciones locales han hecho prácticamente imposible hacerse con el hukou urbano. Los emigrantes que deseen obtenerlo tienen que demostrar haber estado empleados establemente y haber cotizado a programas de Seguridad Social durante al menos tres años. En otras ciudades, el plazo se ampliaba a cinco años. Son requisitos difíciles de satisfacer, dado que las empresas se resisten a certificarlos. La dificultad es aún mayor para las mujeres trabajadorasVéanse Pun Ngai, Made in China. Women Factory Workers in a Global Workplace, Durham, Duke University Press, 2005, y Leslie T. Chang, Factory Girls. From Village to City in a Changing China, Nueva York, Spiegel & Grau, 2009..  

Pekín, por su parte, ha decidido aplicar un sistema de calificación por puntos que, de hecho, excluye a la mayoría de eventuales peticionarios.. Por ejemplo, los jóvenes obtienen más puntos que los mayores de cuarenta y cinco años; un grado de licenciatura universitaria permite reunir quince puntos adicionales, pese a que son muy pocos los emigrantes que lo han obtenido. Adicionalmente, la obtención del nuevo certificado exige que sus beneficiarios renuncien a los derechos de uso de la tierra que podían tener en su lugar de origen. En definitiva, una reforma que podría cambiar considerablemente el panorama de las clases urbanas parece haber encallado.

La necesidad de hallar una solución se hará más perentoria a medida que se acerque el año 2030 y la población urbana haya crecido en unos doscientos cuarenta millones de emigrantes adicionales a los más de doscientos millones sin hukous de las ciudades en que residen. Ni los órganos centrales ni los de la periferia parecen dispuestos a afrontar las consecuencias económicas. Parece lógico concluir que una de las más importantes demandas futuras de ese enorme grupo social será la de constituir sindicatos que los defiendan. De este amplísimo grupo de nuevos parias de la tierra van a brotar, sin duda, los mayores obstáculos para el mantenimiento de la hegemonía del Partido, ya cuarteada hoy por la creciente deserción de las elites económicas. No es sorprendente, pues, que los dirigentes comunistas chinos se resistan a permitir investigar y discutir los rasgos específicos de la estructura de clases en China.

No les sale a cuenta.

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