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Tiempos microliterarios

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Que conste que a mí también me gusta lo breve. Me gustan los haikus clásicos: los de Basho y los de Yosa Buson, por ejemplo. Me gustan mucho esos breves poemas chinos de la gran tradición: de Li Po, Wang Wei, Tu Fu o Po Chu Yi. Me gustan muchos haikus de poetas occidentales: los de Borges, los de Octavio Paz, los de Ezra Pound. Me gustan las octavas sueltas de Perito en lunas. Me gustan esos maravillosos poemas cortos de Poesía y de Belleza, de Juan Ramón Jiménez, las décimas de Jorge Guillén, los poemas cortos, casi japoneses, del primer Lorca («Ciprés. / (Agua estancada) // Chopo. / (Agua cristalina) // Mimbre. / (Agua profunda) // Corazón. / (Agua de pupila)»), los poemas más breves de A. E. Housman, los abreviadísimos relatos de Lydia Davis, los poemas de Los jinetes negros, de Stephen Crane, como ése inolvidable que dice así:

En el desierto
vi una criatura, desnuda, bestial,
que, de cuclillas en el suelo,
sostenía su corazón en las manos
y se lo comía.
Le dije: «¿Está bueno, amigo?».
«Está amargo, amargo», respondió;
«pero me gusta
porque es amargo,
y porque es mi corazón».

También soy un ávido lector de aforismos, desde los poéticos a los filosóficos. Pequeños textos, máximas, reflexiones, pensamientos, fragmentos poéticos, aforismos, citas, citas inexactas que resultan más ricas que las frases originales… Los Sudelbücher de Lichtenberg, y también los cuadernos de Canetti, las Máximas de La Rochefoucauld y los Caracteres de La Bruyère, el Libro de los amigos de Hofmannsthal, las Meditaciones de Marco Aurelio, los llamados «Cuadernos en octavo» de Kafka, la Enciclopedia de Novalis, los textos de Je me souviens, de Georges Perec, o esos libros de Pascal Quignard que están hechos de pequeñas aseveraciones y preguntas, de extrañas relaciones, de coincidencias e iluminaciones.

Observo que los aforismos es conveniente tomarlos en dosis abundantes. Si leemos uno solo, generalmente su sentido se abre como un copo de nieve al calor y enseguida se convierte en vapor, en aire, en nada. Un aforismo solo a menudo puede significar casi cualquier cosa. Es a través de la relación de unos con otros, en las sorprendentes evoluciones de los libros de aforismos, los cuales suelen avanzar de forma no lineal, como percibimos esa voz juguetona o seria, profunda o curiosa, a menudo todo a la vez, del poeta de lo breve.

Unos ejemplos, tomados de los Aerolitos de Carlos Edmundo de Ory:

«Las rosas son radiografías de esqueletos de ángeles».

«Oigo sirenas en la noche, luego existo».

«Yo no soy un soñador. Soy un buscador de sueños».

«La tierra quiere decir llanto. El cielo quiere decir “risa”».

«Maestro no: maelstrom».

«Poetas bajando a la calle como la nieve cae».

«Descarta a Descartes».

«La divina proporción del dolor».

«Todo es octava».

«Los ángeles buscan los hombres abiertos».

«Te contaré la historia de cosas que he visto.
Y luego haremos juntos un haikai».

Cualquiera de ellos por separado es una nadería. Sólo agrupados, aunque sea en tan pequeña cantidad y en un orden distinto del libro, se imantan unos a otros y cobran cierto poder.

Vivimos en una especie de dictadura de lo breve. Nos dicen que no tenemos tiempo para nada y que, por lo tanto, es un desperdicio leer una novela larga, un poema largo, un cuento largo. Nos pasamos la vida viendo series de televisión de cientos de capítulos y hablando de ellas, pero no tenemos tiempo de leer un libro de más de trescientas páginas. Nos pasamos la vida comprobando nuestros perfiles de Facebook, Twitter e Instagram, pero no podemos sentarnos tres horas seguidas a ver una película medianamente larga. Desde hace años, por ejemplo, se produce una especie de fiebre de los microrrelatos (aunque yo me pregunto a quién le gusta leer realmente microrrelatos), posiblemente porque escribir un microrrelato es muy fácil (es, desde luego, mucho más fácil que escribir una novela, o una obra de teatro, o un relato de extensión media), e incluso surgen intentos de convertir la fasciculada logorrea de Twitter y Facebook en formas artísticas; la idea sería la siguiente: no tenemos tiempo para nada excepto para escribir chorraditas en Facebook, por lo tanto vamos a dignificar esto último. Hace poco, por ejemplo, un artista conceptual llamado Cory Arcangel ha publicado Working on My Novel («Trabajando en mi novela»), un libro que consiste en una recopilación de tweets, a uno por página, de multitud de personas que contienen las palabras «working on my novel». Algunos ejemplos: «En cuanto termine de ver doctor who me pongo a trabajar en mi novela», «Cuando no estoy estudiando o trabajando en mi novela, veo la HBO, Showtime, me relajo con mis amigos o me voy de fiesta a lo bestia», «Escuchando a Fleetwood Mac mientras trabajo en mi novela calentito. Una buena forma de aprovechar un día de lluvia», «Estoy trabajando de nuevo en mi novela y me siento bien, tíos. Amo mi mente», «Trabajando en mi novela y viendo Family Guy. Oh yeah!», «Aquí estoy en un café, trabajando en mi novela», «Vino rojo, Einaudi y trabajar en mi novela, los ingredientes de una maravillosa noche/mañana». Quizá lo que Arcangel quiere mostrar es precisamente el infinito aburrimiento, estupidez y vacío de las redes sociales. Quizá sólo es gracioso. Pero en realidad todos esos tweets no son estúpidos, ni ofensivos ni nada por el estilo. Son frases normales de personas normales. Todos somos así, todos pensamos a menudo así, y no hay nada de malo en ello. Lo malo, quizá, o lo extraño, es sacar a la luz cosas banales y normales que pertenecen a una esfera de lo privado que nunca antes se había hecho pública. Cuando en Facebook una amiga escribe: «Ya estoy sentada en mi sofá con mi perrita y la Divina comedia en las manos. ¡La tarde perfecta!», se produce una chocante banalización. Su plan puede parecernos casi inmejorable (a mí me lo parece), pero la pregunta obvia es: ¿a quién le importa lo que haga con su tarde? Y aún hay otra: ¿es su tarde la misma si la anuncia a cientos de personas y si no lo hace?

En Facebook y Twitter hay millones de perfiles de personas (escritores profesionales o no) que segregan día tras día incontables aforismos, citas sacadas de contexto, frases enigmáticas, frases ingeniosas. Hay algunos poetas y escritores españoles que puntualmente lanzan algo así como greguerías que cuentan con cientos de seguidores. Una joven y guapa poeta escribe en su Facebook: «Sólo hay un mar donde estuvimos y estaremos», y a mí me recuerda algo pero no sé bien qué. Releo la frase y concluyo que es una tontería. Sin embargo, aunque no conozco realmente a la joven poeta, pongo un like bajo la frase enigmática. La frase podría tener un significado importante para mí, pero como no puedo encajarla en un marco de significado más grande, la desecho.

Se diría que, hoy en día, lo largo y complejo ha perdido su lugar y su sentido. Para una época frenética, pragmática y urbana como la nuestra, necesitamos, nos dicen, artefactos literarios breves y tersos. Es como si los seres humanos ya no tuviéramos realmente tiempo ni deseos de leer, pero algunas personas siguiesen empeñadas en meter en nosotros cosas que llaman poemas o relatos, de modo que el lector no tenga que hacer ningún esfuerzo. Hay un límite de tolerancia que es como una membrana. Algunas cosas deja pasarlas enseguida, pero otras requieren cierto trabajo, cierto proceso. Los trocitos insignificantes, los eslóganes, las aseveraciones ambiguas, entran en nuestro campo de conciencia con mucha facilidad, y vivimos tiempos que valoran por encima de todo la comodidad, la rapidez y lo fácil. Los poemas que han escrito con grandes letras en los pasos de cebra de Madrid y Barcelona, ridículos y cursis a más no poder («Te comería a versos», «Mi alma la tripula el viento de tu respiración», «Me sentí astronauta perdido en tus lunares», «No hay mejor skyline que verte tumbada», «Volaremos sin movernos», «Pintas de color mis días grises», «No hay mar que por bien no venga», «Si te he visto no me acuerdo y si te desvisto tampoco», «Estás en mi lista de sueños cumplidos», «Te haré el humor hasta llegar al orgasmo»), idénticos a las chorraditas habituales de Facebook y Twitter, sirven supuestamente para levantar los ánimos del personal y arrancar alguna sonrisa a los viandantes mientras van de camino al trabajo o a recoger a sus hijos del colegio. Pero, ¿por qué quieren ayudarnos? La literatura requiere esfuerzo y entusiasmo. Sin una sola de estas dos cosas, un libro, un poema, una novela, son cenizas en las manos. La red, que, según algunos, iba a unir todo lo que estaba disperso en una megaestructura de conciencia que nos llevaría a una especie de éxtasis posmoderno de información, ha conseguido precisamente todo lo contrario: disgregar aún más los elementos de nuestra humanidad y nuestra cultura. Cada comentario de Twitter está solo en un frío vacío virtual; no se une a los demás comentarios para formar una estructura más grande.

Las grandes estructuras literarias, entre otras cosas, ayudan a nuestra mente a conectar las cosas que están dispersas en nuestra vida. La imaginación une, encuentra relaciones y semejanzas. El aforismo y el texto gnómico en general tuvieron un día la pretensión de ser cifras del universo, resúmenes ultracondensados de la conciencia humana. Las chorraditas de Twitter o Facebook, los versitos tristones y las citas dramáticas sacadas de contexto, parecen expresar, en el mejor de los casos, una especie de melancólica derrota, la abyecta satisfacción de comprobar que nada de lo que digamos tiene sentido.

De cualquier modo, es importante recordar que la literatura no es obligatoria. Quien no quiera leer, que no lea.

Un mismo aforismo se transforma radicalmente según quién lo lea o lo escuche. Una misma persona, al leer un aforismo, puede encontrarlo absolutamente banal o puede cambiarle la vida para siempre, depende del estado en que lo lea. Ahí van algunos, para que no se diga:

Todos los pensamientos de la tortuga son tortuga.

Incluso las piedras tienen amor, un amor que busca el suelo.

La vida es una ofensiva dirigida al mecanismo repetitivo del Universo.

Cada vez que observas de cerca un animal, sientes como si un ser humano sentado dentro de él se estuviera burlando de ti.

La fe reside debajo del pezón izquierdo.

Dios quiere el corazón.

Mi madre (la Virgen María) es muy extraña; si le llevo flores, dice que no quiere flores; si le llevo cerezas, no las acepta; y si le pregunto qué es lo que quiere, contesta: «Quiero tu corazón, pues yo me alimento de corazones».

Autores: Emerson, Meister Eckhart, Whitehead, Canetti, Lutero, Talmud, José de Cupertino.

Y al final recordé de dónde provenía el versito de la joven y guapa poeta. Manuel Altolaguirre:

No hay muerte ni principios.
Sólo hay un mar donde estuvimos y estaremos,
un mar de peces que son como nosotros,
que vuelan cuando nacen,
que se hunden cuando mueren;
peces voladores
que saltan a la luz
sin llegar a ser ángeles.
Sólo hay un mar
y los alegres saltos de la vida.
Esta curva en el aire,
tan lenta a veces,
sobre ese mar tan codicioso,
no es un arco iris
después de la tormenta,
no es un puente
por donde pueda pasar nadie.
Nuestra vida dibuja
su ascensión y descenso
sobre ese mar humano,
donde la humanidad
realmente vive.
No hay muerte ni principios
Sólo hay un árbol grande
que sacude sus hojas
para nutrirse de ellas
cuando caigan al suelo.

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Ficha técnica

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