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Roger Fry revela a Paul Cézanne

CÉZANNE: UN ESTUDIO DE SU EVOLUCIÓN

Roger Fry

Universidad de Navarra, Pamplona

Trad. de Paula Lizarraga

132 pp.

14 €

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Desde que Adán y Eva cataron el fruto del árbol de la Ciencia y descubrieron la vergüenza de la desnudez, la manzana no había vuelto a ser causa de un cataclismo semejante en la historia del hombre. Sólo con las manzanas pintadas por Cézanne llegó ese segundo episodio de la historia de una fruta cuyo efecto sobre la sensibilidad humana resultó proverbial. Sus manzanas son al arte moderno lo que el arado a la civilización neolítica. Tras la muerte de Paul Cézanne en 1906 los pintores se pelearon por su herencia, porque su pintura era algo comparable al descubrimiento del cero en la aritmética o a la invención del envasado al vacío en la industria conservera. Todo pasa por este adusto artista en la educación de la visualidad moderna. Por eso la historia de la literatura sobre Cézanne constituye en sí misma un tema de estudio obligatorio. Roger Fry publicó en 1927 el ensayo Cézanne: A Study of his Development. Es una de las primeras monografías que se dedicaron al pintor y que se publica ahora en castellano.

Paula Lizarraga nos ofrece una edición esmerada, pero tampoco escatima licencias tan extravagantes como la que luce el término darwiniano «evolución» como cierre del título una vez traducido, ni excesos como los que aparecen en su estudio preliminar, en el que, sin ningún empacho, cita páginas enteras del libro que ella misma escribió sobre Roger Fry, El arte, un asunto entre seres humanos, aparecido en la misma colección editorial de la Universidad de Navarra en 1999. Bien es verdad que la aportación de Lizarraga que procede agradecer ahora es, más que el un tanto postizo estudio preliminar, la propia traducción del texto del historiador británico.

Roger Fry, crítico de arte y pintor, fue un hombre de cultura de la Inglaterra victoriana y posvictoriana que medió en favor del arte francés moderno en una sociedad no muy proclive en un principio a aceptarlo. La defensa de lo que él mismo denominó «posimpresionismo» fue correlativa a su condena del gusto dominante, afecto a la pintura mundana. Su libro sobre Cézanne puede considerarse el principal testimonio escrito de alguien que asumió un papel de revelador. Él mismo experimentó un significativo cambio de intereses en torno a 1910, pasando del historicismo a la pintura francesa moderna. Miembro del grupo literario, filosófico y artístico de Bloomsbury, en las décadas de 1910 y 1920 fue la voz autorizada de ese círculo en cuestiones artísticas y en repetidas ocasiones se ha dicho que su respetabilidad era la de un nuevo John Ruskin. Con la colaboración de Clive Bell y Desmond MacCarthy organizó la exposición Manet and the Post-Impressionists, que tuvo lugar en las Grafton Galleries de Londres entre noviembre de 1910 y enero de 1911, la muestra que dio a conocer de forma masiva la pintura «posimpresionista» en aquel país. Entre las casi ciento cincuenta piezas que integraron esa exposición, incluyó dieciséis obras de Cézanne. El interés por el pintor francés se había despertado en Fry después de la muerte del artista y se acentuó con toda probabilidad tras la publicación del Paul Cézanne, de Ambroise Vollard, en 1917. Diez años después apareció el propio libro de Fry, quien ya contaba con sesenta años, había visto desarrollarse en Inglaterra lenguajes artísticos de vanguardia que, como el vorticista, se disolverían con el final de la guerra de 1914, y vivía unas circunstancias culturales en las que Cézanne, a diferencia de lo ocurrido en 1910, no podían considerarse una novedad ni siquiera en Inglaterra. Sin embargo, el discurso de su libro sí mantiene la impronta del revelador. Es, con todo, un revelador de Cézanne menos interesado por lo que, por influjo de este pintor, se había desarrollado en Francia con posterioridad a su muerte que otros autores que habían escrito sobre Cézanne en la década de 1920, como André Salmon y Joachim Gasquet, o poco después, como es el caso de Lionello Venturi en la monografía de 1936.

Sin embargo, Cézanne atrae no sólo al Fry crítico, sino igualmente al Fry pintor y al Fry ruskiniano, educador de pintores. Esto se percibe en toda la redacción del libro, aunque verdaderamente su planteamiento es el de un ensayo histórico-artístico. Denota un muy amplio conocimiento de la obra de Cézanne, se aplica en hacer un recorrido por toda su trayectoria en no muchas páginas y su texto está salpicado de observaciones agudas y de algunos análisis estupendos, como el que hace de El frutero de 1880, hoy conservado en el Museum of Modern Art de Nueva York. Sus apreciaciones se ciñen por lo general a cuestiones formales y de oficio; es más, a cuestiones artísticas que repercuten en el oficio del pintor Fry. Se extiende mucho en los trabajos de Cézanne anteriores a su estancia en Auvers-sur-Oise, que sabe interpretar muy bien con sus conocimientos de pintura histórica, sabiendo reparar en la carga manierista que lo lastra. La liberación del manierismo y, con él, de la deuda de las pretensiones estilísticas, es el hito que decide narrar. En buena medida, Fry cuenta, mediante el seguimiento de Cézanne, el esfuerzo de manumisión de su propio gusto de estela victoriana. La intención última de su ensayo radica en el entendimiento de una transformación: la de un Cézanne que aprende en un momento avanzado de su carrera la indulgencia y la lección de la humildad, virtudes que educan finalmente su capacidad de ver. Coloca justamente el rendimiento de Cézanne en este sentido a la altura de un Rembrandt o un Velázquez. Nadie dudará del buen acierto de esas valoraciones. Pero también, desde las primeras páginas, viste el alma de Cézanne de una espiritualidad que es más la del propio Fry que la del pintor de Aix, y no se corrige. Al desenvolverse en ese terreno con algún interés programático, el anglicanismo del crítico deforma notoriamente la capacidad de comprensión de la naturaleza de Cézanne.

Esa debilidad del ensayo de Fry es leída en términos muy positivos por la responsable de la edición española, si atendemos a mucho de lo que nos dice en su prólogo y en sus notas. En la recuperación de ese escrito para el lector en español, Lizarraga viene a destacar más lo que en él hay de Roger Fry como historiador del arte que lo que contiene del propio Cézanne en el contexto de su recepción crítica. Es este un orden de prioridades muy discutible. Puede ser que las manzanas de Cézanne no estén ahí para morderlas, pero, desde luego, tampoco se ven bien cuando están envueltas en papel de celofán.

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Ficha técnica

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