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Richard Brooks: Los profesionales

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Los profesionales (The Professionals, 1966) contiene algunos de los mejores diálogos de la historia del cine: «¡Es usted un bastardo!», exclama Joe Grant (Ralph Bellamy), un poderoso hacendado que ha contratado a Henry «Rico» Fardan (Lee Marvin) y a otros tres especialistas para rescatar a su esposa María (Claudia Cardinale) de su presunto secuestrador, Jesús Raza (Jack Palance). Fardan contesta: «Sí, es cierto, pero en mi caso es un accidente de nacimiento. En cambio usted… Usted se ha hecho a sí mismo». Al principio, Raza era un revolucionario a las órdenes de Pancho Villa, pero ahora sólo es el jefe de una partida de guerrilleros que intenta sobrevivir de cualquier modo. Aunque sigue luchando contra las tropas oficiales en nombre de la revolución, no desperdicia la ocasión de desvalijar a todo el que se cruza en su camino, especialmente si se trata de un gringo. Raza no es un ingenuo, ni un cínico. Su concepto de la revolución es realista y descarnado: «La revolución no es una diosa, sino una mujerzuela. Nunca ha sido virtuosa, ni perfecta, pero sin una causa no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos, volvemos porque nos sentimos perdidos, morimos porque es inevitable».

Richard Brooks dirigió la película y escribió el guion, adaptando con maestría una novela de Frank O’Rourke, A Mule for the Marquesa. Frank O’Rourke nació en 1916 y desarrolló una prolífica carrera como autor de novelas del Oeste. Autor de más de sesenta libros, también abordó el campo de la ficción policial y deportiva, cosechando el favor de una significativa franja de lectores. Richard Brooks realizó magníficas adaptaciones de textos clásicos. Sus versiones de Lord Jim (1965) y A sangre fría (1967) son verdaderamente memorables. No es menos digno de elogio su trabajo con las obras teatrales de Tennessee Williams: La gata sobre el tejado de zinc (1958) y Dulce pájaro de juventud (1962).

En Los profesionales puso de manifiesto una vez más que la literatura popular, injustamente desdeñada, ha sido una fuente inagotable para el cine, con sus tramas intensas y sus personajes vigorosamente trazados. Los cuatro mercenarios del western de Brooks prefiguran a los «desesperados» de Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), la obra maestra de Sam Peckinpah. En ambos casos, el protagonismo recae sobre un grupo de hombres violentos e inadaptados. El coche y las armas automáticas han desplazado al caballo y el revólver. El progreso conspira contra su estilo de vida. La banda de Pike Bishop vive al margen de la ley, asaltando trenes y bancos. Los cuatro especialistas de Los profesionales no son forajidos, sino soldados de fortuna o simples aventureros. Henry «Rico» Fardan estudió en la Academia Militar de Virginia. Sirvió en Cuba y Filipinas con los Voluntarios de Roosevelt. Participó en la revolución mexicana como asesor militar de Pancho Villa. Ahora enseña a manejar armas automáticas por cuarenta dólares la hora. Es duro, inteligente y, a su manera, honesto. Tiene un gran sentido de la amistad y un estricto pundonor profesional. Su viejo amigo Bill Dolworth (Burt Lancaster) es un experto dinamitero y un mujeriego empedernido, siempre con una sonrisa en la boca y una mecha en la mano, dispuesto a seducir a una hermosa dama o a provocar una explosión apocalíptica. Dado que la naturaleza no le ha dotado de ninguna clase de talento artístico, utiliza la dinamita y la nitroglicerina como instrumentos creativos, ya que, en fin de cuentas, el universo surgió de una gigantesca explosión. Completan el grupo Hans Ehrengard (Robert Ryan) y Jake Sharp (Woody Strode). Ehrengard fue militar. Abandonó la carrera de armas para dedicarse a los caballos, su gran pasión. Atento y caballeroso, derriba de un puñetazo a un cowboy por maltratar a su montura. Podría ser un caballero del Sur, pero no sabemos nada más de su pasado. Desde luego, no es racista, pues acepta de buen grado la compañía del afroamericano Jake Sharp, cazador de recompensas, magistral arquero y el mejor rastreador de la región.

Los cuatro se adentrarán en las Montañas Pintadas de México para enfrentarse a las fuerzas de Jesús Raza y rescatar a Mrs. María (Claudia Cardinale). Richard Brooks rodó la película en el Parque Nacional del Valle de la Muerte, situado entre el este de Sierra Nevada (California) y una pequeña extensión del Estado de Nevada. Sus fallas, rocas y desfiladeros componen un paisaje tan hermoso como hostil, que evoca la pintura de Frederic Remington. Los cuatro aventureros avanzan por sus accidentes geográficos como jinetes de leyenda abocados a un final trágico. Sus oportunidades son escasas. El enemigo es muy superior. Raza se esconde en un fortín con ciento cincuenta hombres y mujeres. Las mujeres no son simples cantineras o amantes. Algunas combaten con fiereza, como Chiquita (Marie Gómez), excelente guerrillera que no tiembla al disparar contra las tropas del gobierno. Sensual y promiscua, nunca dice no, y, de hecho, pasó buenos ratos con Bill Dolworth. La fortaleza de Raza se encuentra en una depresión, oculta por riscos altos y escarpados. La excelente fotografía de Conrad Hall (A sangre fría; Dos hombres y un destino, 1969; Camino a la perdición, 2002) capta la poesía de un paisaje despiadado, con temperaturas extremas y lejanos horizontes que producen una angustiosa sensación de vacío y soledad. Ehrengard pregunta a Fardan qué clase de hombres pueden vivir en un lugar semejante. Fardan contesta: «Hombres templados como el acero; hombres fuertes que han aprendido a sufrir; hombres como Raza». Ehrengard reconoce que odia el desierto. Abrumado por el calor, se desmayará en una ocasión. Dolworth acudirá en su ayuda. No se aprecian especialmente, pero actúan con camaradería y lealtad. Ehrengard discute con Dolworth sobre la necesidad de matar a una decena de caballos. Son las monturas de una patrulla de Raza, que conoce sus intenciones y ha ordenado rastrear su presencia. Los cuatro especialistas organizan una emboscada y consiguen aniquilar a los diez hombres enviados para localizarlos. Dolworth afirma que es necesario acabar también con los caballos. Sabe que si los dejan en libertad, regresarán a la fortaleza de Raza, delatando su posición. Ehrengard se opone, alegando que son inofensivos. Dolworth replica furioso: «No hay nada inofensivo en este lugar, salvo que esté muerto».

Burt Lancaster realiza una gran interpretación como Dolworth. Sonriente, fatalista, romántico, no pestañea ante la muerte. Cuando Fardan le advierte que aceptar el encargo de Joe Grant podría costarles la vida, muestra sus dientes blanquísimos y burlones, dejando claro que no le quita el sueño dejar este mundo: «Antes o después, el diablo nos llevará a todos». Su pasión por las mujeres le proporciona momentos de placer y muchos disgustos. Incapaz de comprometerse, suele liarse con mujeres casadas y, en más de una ocasión, no le ha quedado otra alternativa que huir en ropa interior, saltando por balcones y tejados. Piensa que el ser humano es paradójico y absurdo. Después de matar a diez hombres sin ningún problema de conciencia, Ehrengard se preocupa por la vida de sus caballos. Se unió a la revolución mexicana por un arrebato. Una mañana de mayo de 1911 presenció en El Paso cómo los maderistas tomaban Juárez, pegando tiros y dando vivas a la revolución. El espectáculo le pareció tan hermoso que se sumó al combate, gritando «¡Viva Villa!» Su fervor se enfrió al descubrir que, después del tiroteo, siempre aparecen los políticos y comienzan a hacer su juego. Invariablemente, el resultado es «una causa perdida». Opina que sólo hay una revolución eterna, la de los buenos contra los malos, pero se pregunta quiénes son los buenos.

Fardan es el gran amigo de Dolworth. No es mujeriego, ni frívolo. A diferencia del dinamitero, casi nunca sonríe. Los «colorados», tropas del gobierno especializadas en torturas y matanzas, asesinaron a su esposa, una revolucionaria mexicana que también se llamaba María. Arrastraron su cuerpo por los arbustos y las piedras hasta que quedó reducido a un sanguinolento despojo. Bebe güisqui, pero no tanto como Dolworth. No saluda a su amigo con palabras, sino ofreciéndole un buen trago. A veces, le irrita su carácter de vividor impenitente. «Mujeres y güisqui. ¿No piensas en otra cosa?», le recrimina. «Escribiste mi epitafio», responde Dolworth. No es del todo cierto. Es un aventurero, pero también un camarada leal. Cuando propone a Fardan olvidarse de Grant y buscar el oro que enterraron tiempo atrás en México, su amigo le recuerda que han dado su palabra. Dolworth replica que su palabra dada a Grant no vale nada. «Ya ?objeta Fardan?, pero recuerda que me la diste a mí».

El poderoso Joe Grant asegura que pagará el rescate de cien mil dólares en monedas de oro exigido por Raza para devolverle a María. Al principio, Dolworth se pregunta qué puede hacer que una mujer valga esa cantidad. Fardan responde que tal vez sea «una de esas mujeres que convierte a algunos niños en hombres y algunos hombres en niños». Dolworth descubrirá que María es toda una mujer, «fuerte para matarte y dulce para cambiarte». De hecho, le recuerda a la esposa fallecida de Fardan. Claudia Cardinale es una bellísima y sensual María que hipnotiza al espectador con su simple presencia. Su interpretación es discreta, pero su avasalladora fisicidad imprime un enorme magnetismo al personaje, dotándolo de fuerza y credibilidad. Cuando afirma que robaría, mataría y se prostituiría por la revolución, su mirada muestra claramente que dice la verdad. Woody Strode apenas tiene la oportunidad de desplegar su talento dramático, rebajado a personaje secundario que raramente malgasta las palabras. La banda sonora de Maurice Jarre introduce notas épicas, festivas o melancólicas, perfectamente sincronizadas con la trama. Richard Brooks combina con acierto los planos generales con los planos medios, logrando escenas de acción fluidas e intensas y hermosas panorámicas. Los primeros planos captan el mundo interior de los personajes, pero sin incurrir en esa retórica de la introspección que naufraga en la solemnidad.

Western crepuscular y exasperadamente romántico, Los profesionales bordea el pesimismo. «¿Quién recuerda nada?», se pregunta Dolworth, evocando a los amigos perdidos y a los enemigos abatidos. Sin embargo, la imagen final de los cuatro especialistas cabalgando al trote y codo con codo perdura en la memoria como una estampa mítica, evidenciando que el heroísmo, la amistad y el sacrificio nunca constituyen un esfuerzo baldío.

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