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Ese largo tubo que somos

Glup. Aventuras en el canal alimentario

Mary Roach

Barcelona, Crítica, 2014

Trad. de Julia Alquézar

288 pp. 20,90 €

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Si en una colección de libros de divulgación científica dirigida por el físico y académico José Manuel Sánchez Ron figura Glup, parece claro que las intenciones de su autora van más en serio de lo que pudiéramos pensar por su título onomatopéyico y la divertida ilustración de la cubierta, una gran boca abierta a la que se le ven hasta las amígdalas. En efecto, la autora va muy en serio, a juzgar por la cantidad y calidad de la bibliografía empleada para documentarse y de los expertos a que entrevista. Estructurado en diecisiete capítulos, Glup es un recorrido por el aparato digestivo y su funcionamiento, comenzando desde aspectos relacionados con el olfato –para lo que entrevista a «narices profesionales», eruditos en catas de productos– hasta desembocar, como no podía ser de otra manera, en el recto y todo lo que en él se acoge: flatulencias y excrementos, obviamente. Entre medias, Roach lleva al lector a visitar una fábrica de comida para mascotas, donde descubrimos que sus fabricantes tratan ante todo de complacer a los dueños de los perros y gatos y de no provocarles arcadas ante el olor de las recetas. En otros capítulos recorre las biografías de científicos excéntricos como Horace Fletcher (1849-1919), conocido como «El gran masticador» por su dedicación a transmitir la importancia de masticar cada alimento al menos cien veces por minuto antes de tragarlo.

El lector hispanoparlante ya conoce a Mary Roach por su texto acerca de los cadáveres y su entorno, que lleva el desafiante título de Fiambres. Después probó suerte con Entre piernas, un ensayo centrado en los aspectos más científicos del sexo, el tema que, junto al de la muerte, más sigue dando que hablar –y escribir– a los humanos. En todos sus libros, incluido el que nos ocupa, Mary Roach emplea su personalísimo descaro, combinado con unos toques de ingenuidad muy bien medidos que parecen ser las únicas herramientas posibles para adentrarse en ciertas materias escatológicas que los adultos suelen tratar a golpe de eufemismo. La paradoja es que esos mismos adultos, cuando buscan artimañas para acercar a los niños a las ciencias, optan por resaltar los aspectos más repugnantes y sanguinolentos de éstas. De esas artimañas educativas ha surgido una colección popularísima en el Reino Unido, Horrible Science, que alcanza ya los cuatro millones de ventas en ese país y que cuenta con su propio espectáculo teatral en gira permanente por Gran Bretaña. Los libros, profusamente ilustrados con científicos de ojos saltones y virus con cara de monstruo sanguinario, se centran en temas como las enfermedades infecciosas, la digestión, la sangre y los microbios. El eslogan de la colección: «Es ciencia, pero sin dejar de lado los trocitos viscosos», podría muy bien ser el que define el estilo de Mary Roach, quien trata de poner en contacto al lector adulto con la ciencia de modo similar al de Horrible Science. Y eso que en la introducción afirma que su objetivo «no es que el lector sienta asco […]. En la medida de mis posibilidades, he intentado contenerme».

Si los textos de Roach resultan exitosos, y no me refiero aquí a su índice de ventas, sino a lo acertado de su propuesta, es que su autora no oculta en absoluto la inmensa curiosidad que siente hacia lo que investiga y es capaz de reconocer el porqué de su pasión por los temas escabrosos: «Los tabúes me han favorecido. Los descansos para comer esconden muchas historias inusuales, prácticamente sin explorar». La autora, al ser periodista y psicóloga de formación, no recibió, por tanto, en sus años de universidad una formación sólida en biología, química y demás asignaturas que ahora le posibilitarían explicar el funcionamiento del intestino delgado en dos párrafos y sin pestañear. De ahí que se presente como una advenediza en los asuntos que explica a sus lectores. Gracias a ese artificio retórico, lo que Roach consigue, ya sea o no fingiendo –eso al lector debería darle igual–, es llevar de la mano en sus ensayos a miles de seres, tanto de letras como del sector servicios, cuyo contacto más reciente con la literatura que versa sobre el funcionamiento del sistema digestivo son los folletos que acompañan las promociones de yogures con lactófilus.

Esta empatía entre autora y lectores se debe en gran parte a que aquélla confiesa abiertamente en las páginas del ensayo su posición de occidental estadounidense, aun cuando esté departiendo con un esquimal inuit canadiense que le insta a comer casquería de ballena. Se agradece entonces que no mantenga una actitud de corrección política permanente, lo cual generaría un rictus tenso en su escritura que debilitaría su discurso. A cambio, Roach opta por refrescantes declaraciones como éstas: «Crecí en New Hampshire en la década de 1969, cuando carne significaba músculo. Los órganos era algo que se donaba […]. A mi familia no se le ocurría servir vísceras para cenar». Esta confesión, con apariencia de mero recuerdo infantil, contribuye a dibujar con claridad el personaje de Roach dentro del texto: el de una reportera aguerrida que protagoniza un hipotético documental televisivo de viajes en el que, si bien muestra respeto e interés por las costumbres de otras culturas, en ocasiones mira a cámara para compartir con los espectadores su sensación de asco o extrañamiento.

La Roach narradora de Glup no admite medias tintas: o nos entusiasma o nos irrita. Y a pesar de que me decanto por lo primero, es cierto que, a lo largo de los diecisiete capítulos, en algún momento es posible sentir que el texto se ha convertido en una colección de curiosidades, en un gran «¿sabía usted que…?», siempre dispuesto a sorprender y a escandalizar amigablemente a los lectores. Por eso Glup quizá no sea un texto legible en un par de sentadas; más bien se trata de un libro que hay que saborear –valga este verbo para un ensayo que trata sobre producción intestinal en varios de sus capítulos– en varias dosis espaciadas en el tiempo, por la cantidad de información tan insólita que se halla en él, a pesar de que se refiera a procesos corporales que creemos conocer al dedillo.

Por último, cabe preguntarse si está cerca el momento en que a Mary Roach se le agoten esos temas medio tabúes que parecen pedir ser tratados con ese tono que le ha hecho célebre. Tras haber escrito sobre cadáveres, sobre sexo y ciencia, y sobre el aparato digestivo, quizá no queden muchos más caminos escabrosos por explorar. Pero, mientras tanto, Glup cumple una función importante, pues viene a colmar una laguna: la de la divulgación científica amena para adultos.

Mercedes Cebrián es escritora y traductora. Sus últimos libros son El malestar al alcance de todos (Barcelona, Caballo de Troya, 2004), Mercado común (Barcelona, Caballo de Troya, 2006), 13 viajes in vitro (Madrid, Blur, 2008), Sala de máquinas (Zaragoza, Librería Cálamo, 2009), Cul-de-sac (Barcelona, Alpha Decay, 2009), La nueva taxidermia (Barcelona, Mondadori, 2011) y El genuino sabor (Barcelona, Literatura Random House, 2014).

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Ficha técnica

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