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El panteísmo de la saudade

Señora de la noche

TEXEIRA DE PASCOÃES

Olifante, Zaragoza, 80 págs.

Trad., de Ángel Guinda

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La poesía portuguesa de finales del siglo XIX y comienzos del XX transcurrió entre el parnasianismo, el realismo, el naturalismo, el decadentismo, el simbolismo y el neorromanticismo hasta desembocar en el modernismo. El modernismo español coincide con las tendencias simbolistas y decadentistas portuguesas; mientras que el modernismo luso está referido a las vanguardias de entreguerras. Octavio Paz, ante la ausencia de un importante romanticismo hispano, llegó a declarar el modernismo como el verdadero romanticismo.

Todas estas tendencias de la poesía portuguesa no se produjeron de manera autónoma, sino que coexistieron y se interrelacionaron entre sí según el tiempo y la obra de cada poeta. Parnasianismo y simbolismo surgieron en Coimbra. La primera tendencia alrededor de la revista A folha (1868-1873) y de autores como Gonçalves Crespo, Antonio Feijó y Joao Penha. La otra corriente tuvo como órganos a las cabeceras Bohemia Nova y OsInsubmissos. Es un simbolismo menos puro que el original francés, pues más que en el símbolo insistieron en la metáfora y en la alegoría. Eugenio de Castro en el prólogo a su poemario Oaristos proclamó la ruptura con la pobreza lingüística, temática y formal en que había devenido la poesía del país vecino. El pesimismo ontológico de Castro también se manifiesta en el libro Azul, de otro simbolista, Antonio de Oliveira-Soares. Sin embargo, la más profunda huella del spleen quedó en las obras de António Nobre (1867-1900) y Camilo Pessanha que anticipan algunos de los elementos fundamentales de la vanguardia modernista. Nobre en (1892) expresó la amargura, el pesimismo existencial; habló de la muerte, el tedio y la monotonía. Él mismo calificó al único libro que publicó en vida (póstumamente se editaron otros dos: Primeirosversos y Despedidas) como «el más triste escrito en Portugal». Unamuno se refirió a esta «desesperación resignada» del poeta de Oporto.

Pessanha (Coimbra, 1867-1926) introdujo lo oriental en la poesía portuguesa (vivió gran parte de su vida en Macao como funcionario) y es verdaderamente el más puro y original poeta simbolista lusitano. El spleen, el paso del tiempo, la soledad, la náusea por la consumación del deseo, o la muerte configuran uno de los poemarios más altos de la lírica portuguesa: Clepsidra (1920).

La presencia e influencia de Eugenio de Castro en la poesía española e hispanoamericana de su tiempo fue notable. Se debió a la propaganda hecha por Rubén Darío que lo incluyó en Los raros. También Unamuno y D'Ors difundieron su obra, siendo Villaespesa el más influenciado en su creación. El testigo de esta presencia entre nosotros lo tomará luego Teixeira de Pascoães y Pessoa más tardíamente.

El decadentismo portugués a veces se mezcló, como ya hemos manifestado, con el simbolismo. Compartían el pesimismo, la propensión hacia lo espiritual, el esteticismo y elitismo del creador como un ser superior para el goce y el sufrimiento. El decadentismo portugués arrastraba aún esquirlas neorrománticas. La conjunción de todas estas tendencias se produjo en el manifiesto simbolistasdecadentista denominado Os nefelibatas (1891), redactado por Raul Brandão, Justino de Montalvão y Julio Brandão, además de otros heterónimos.

El neorromanticismo, a diferencia del parnasianismo, del decadentismo o el simbolismo, era nacionalista, anticosmopolita y reivindicaba la tradición portuguesa de Antero de Quental y Garrett. De aquí salió el saudosismo de Teixeira (1877-1952) que quiso ser una concepción ontológica del alma portuguesa, una renovación espiritual idealista proveniente del sebastianismo, una corriente literaria, política, religiosa y filosófica. El saudosismo tuvo su órgano en la revista A Águia (1912) y sus seguidores se agruparon en torno a la sociedad Renascença Portuguesa. Acompañaron al fundador de esta vía: Jaime Corteção, Alvaro Pinto y Leonardo Coimbra. El saudosismo tendrá una derivación progresista alrededor de la revista Seara Nova promovida por Raúl Brandão, Aquilino Ribeiro y Teixeira Gomes; y otra reaccionaria, antiliberal y antidemocrática, el Integralismo portugués que se fundirá con el salazarismo, capitaneada por el filósofo Antonio Sardinha. Pessoa colaboró en A Águia con unos textos teóricos muy importantes elogiando a los saudosistas, entre ellos a Cortesão, y reivindicando la tradición de Antero, Nobre, Castro, Junqueiro y Cesario Verde. En esta publicación anunció al Supra Camoens. Pero la obligada evolución de su pensamiento y de su libertad creadora, provocó la ruptura con Teixeira y el saudosismo. La revista Orpheu daba a luz el nuevo orden modernista. El saudosismo siguió vituperando la revolución industrial y proclamando el regreso al Paraíso perdido del campo (Teixeira dejó su profesión de abogado y se retiró a su finca de Amarante, cercana a Coimbra); mientras que los modernistas cantaron el progreso, a la máquina y la ciudad. Bajo ese rótulo se agrupan los futuristas, paulistas, interseccionistas (el cubismo, la «lluvia oblicua» de Pessoa), sensacionistas. El saudosismo creía en la superioridad de la imaginación sobre el mundo empírico, en el misticismo panteísta y mezclaba el paganismo con el cristianismo. Era capital el sentimiento que tenían sobre la naturaleza como algo sagrado. Teixeira expresó su metafísica saudosista en libros de poemas como Vida Etérea (1906), As sombras (1907), Senhora da noite (1909), Maranus (1911) y Regreso ao Paraíso (1912), entre otros. Teorizó en ensayos como: O Génio Portugues na sua expressao filosófica, poética e religiosa (1913) y Arte de ser portugués (1915). También escribió novelas, fue el precursor de la novela histórica portuguesa con títulos como: San Pablo, El Penitente (sobre el gran novelista Camilo Castelo Branco), San Jerónimo y la tempestad o Napoleón.

Teixeira, durante varias décadas, antes de la guerra civil española, era el poeta portugués más conocido y difundido entre nosotros. Fue amplia su correspondencia con Unamuno. Amigo de D'Ors y Lorca, estuvo en la Residencia de Estudiantes de Madrid y en Barcelona. Muchos de sus poemas fueron traducidos por Fernando Maristany. Muy presente en la cultura gallega, su nacionalismo lo llevó a decir que esa tierra del noroeste era «Un bocado de Portugal sob as patas do leão de Castilla. ¡A Galicia é a nossa Alsacia!». Después, Teixeira pasó al olvido como toda la literatura portuguesa. En su país su destino es muy controvertido. De entre sus defensores más acérrimos se encuentran Eugénio de Andrade y Mário Cesariny. De todo ello ya hablé en mi libro Sobre el iberismo.

En Señora de la noche está lo esencial del pensamiento saudosista. Es un largo poema elegíaco dividido en tres partes, un prólogo y una «Canción final». Es también una especie de cuento, de oración. La Señora de la noche es la sombra de la muerte. Lo abarca todo: personas, animales, naturaleza y los convierte en la misma materia fundida del enigma. Pero Teixeira no percibe esta destrucción como algo negativo, sino por el contrario como un elemento creador. La Señora de la noche es la Sibila, es la Musa inspiradora de la propia vida. El poeta está, como el príncipe de un cuento infantil, perdido en un bosque. Escucha ruidos y sonidos reconocibles y voces que proceden de otros mundos no revelados. En medio de ese bosque, está plantado en el centro del misterio. Al principio tratará de buscar una salida, hasta darse cuenta de que la única posible es fundirse, dejarse abarcar por la propia naturaleza, entregarse a ella: ser niebla, roca, árbol… Este nuevo Orfeo no huirá con Eurídice de los infiernos. Para no perderla permanecerá allí, unidos ambos: vapor o largo suspiro en la eternidad: «¡Oh novia triste, / De mirar tan serio! / ¿Qué es de tu novio?, di ¿En dónde existe / El Príncipe de la sombra y del misterio? / ¿En qué país de leyenda y de neblina…». El Príncipe, el poeta, Orfeo u Odiseo ya no luchan por sobrevivir sino por morir fundidos con los elementos que combatieron y formar así parte de la materia divina. Antes eran dioses vencidos, errantes fantasmas; ahora son luz, la misma sombra de la Señora de la noche que es sueño de madrugada. Los dioses paganos, el simbolismo cristiano de la muerte y resurrección, acaban refundidos en este magma panteísta y órfico que nos devuelve al origen de lo sagrado, al origen de Dios como la misma materia a la que pertenecemos. De esa conciencia de la ausencia en la materia infinita procede la saudade, la nostalgia, la melancolía, la morriña. Magnífico libro, justamente vertido por el poeta Ángel Guinda.

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Ficha técnica

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