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Relatos de viajeros por España y Portugal

Viajes de extranjeros por España y Portugal. Desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo XX

Salamanca, Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, 6 tomos

Ed., trad., prólogo de J. García Mercadal

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El interés por los libros de viajes comenzó a manifestarse en España durante el último cuarto del siglo XIX. Fue entonces cuando algunos estudiosos y algunos focos intelectuales –la Academia de la Historia, la Sociedad Geográfica de Madrid, la Institución Libre de Enseñanza– empezaron a dirigir su atención hacia esa modalidad literaria, buscando en ella noticias y comentarios que permitieran acrecentar y mejorar el conocimiento del pasado del propio país. Francisco Giner de los Ríos, fundador y cabeza rectora de la Institución Libre de Enseñanza y decidido impulsor del estudio del propio pasado cultural, participó directamente en la valoración de tales libros, y tanto en sus frecuentes excursiones como en los artículos que dedicó al arte español, escritos también con talante de viajero o, como decía él mismo, de «turista», y pensados además para guiar a otros viajeros, tuvo muy en cuenta, por ejemplo, los puntos de vista sobre el patrimonio artístico ofrecidos por los relatos de Richard Ford y George Edmund Street. Su juicio sobre la obra del segundo, especialmente orientada hacia la consideración de la arquitectura gótica española, es indicativa de las razones que guiaban el naciente interés por los libros de viajes: «En una ojeada rapidísima de muy pocos meses, y a través de casi toda la península, ha hecho por la historia de nuestra arquitectura –escribe Giner– harto más que casi todos cuantos arqueólogos españoles juntos han escrito sobre ella».

Juan Facundo Riaño, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza desde su fundación y buen amigo de Francisco Giner, a quien inició en el gusto por el arte y las excursiones, fue el primer español en dedicarse con cierta regularidad –«con admirable constancia y devoción», en palabras de Farinelli– a coleccionar y estudiar libros de viajes por España. Su interés por ellos, verdaderamente precursor, se apoyaba en el convencimiento de que constituían en España, donde tanto escaseaban los epistolarios y las memorias, un recurso sustitutivo imprescindible para hallar las «copiosas e interesantes noticias» que los otros testimonios proporcionaban en países más dados a ellos. Riaño publicó algunos de los resultados de sus estudios en dos artículos dedicados a los viajes de extranjeros por España en el siglo XV y a las descripciones viajeras antiguas y modernas del palacio de la Alhambra.

El camino abierto por Riaño condujo, a finales del siglo, a la valiosa e influyente recopilación bibliográfica del hispanista Raymond Foulché-Delbosc, publicada en la Revue Hispanique de París en 1896, y reeditada en Amsterdam en 1969, con el título de Bibliographie des voyages en Espagne et Portugal. Era una obra amplia y bien documentada, con indicaciones bastante precisas sobre los itinerarios, las ediciones y versiones y las traducciones de más de ochocientos cincuenta relatos de viajes comprendidos entre el siglo II y el XIX. El trabajo de FoulchéDelbosc logró una proyección notable –muchos fueron los comentarios que suscitó, y entre ellos algunos especialmente perspicaces de Rafael Altamira– y supuso un estímulo importante para el desarrollo de la investigación en el campo de la bibliografía de índole viajera. El siguiente eslabón fundamental de esa cadena investigadora fue conformado por las sucesivas y riquísimas aportaciones del también hispanista Arturo Farinelli, quien, reconociendo el gran valor del libro de Foulché-Delbosc –«trabajo notable y muy concienzudo», decía, «y, sin duda alguna, inspirado en el mejor criterio de exactitud»–, señalaba también en él algunas limitaciones y carencias, como las referentes al modo de selección aplicado, algo «exterior y mecánico», y a su insistencia en el período más próximo, a partir de la Guerra de la Independencia, y su mucho menos acabado tratamiento de los tiempos anteriores.

Los trabajos de Farinelli procuraron, entre otras cosas, subsanar esas deficiencias. Su obra más destacada, que recogía y sistematizaba los contenidos de algunas publicaciones menores precedentes y los resultados de muchos años de fecunda dedicación al asunto, fue publicada en 1920 por el Centro de Estudios Históricos de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, presidido por Ramón Menéndez Pidal, con el título de Viajes por España y Portugal desde la Edad Media hasta el siglo XX. Divagaciones bibliográficas. A ella se sumaría, diez años después, publicado por el mismo Centro, el Suplemento al volumen de las divagaciones bibliográficas, que recogía la labor desarrollada por Farinelli en ese período. La voluminosa aportación de Farinelli, reeditada en Roma, en tres tomos, entre 1942 y 1944, menos sistemática que la de Foulché-Delbosc pero mucho más detallada, con sobradas muestras de la inagotable curiosidad y la admirable sabiduría literaria de su autor, ofreció un panorama bibliográfico exhaustivo de los variados testimonios ofrecidos por los viajeros que recorrieron la Península durante el período considerado. «Sobre la bibliografía siempre apreciable de Foulché-Delbosc –escribió Farinelli– he levantado yo una nueva mole».

Los trabajos de Foulché-Delbosc y Farinelli proporcionaron un conocimiento bibliográfico bastante acabado de los relatos de viajes por España y Portugal. Pero pronto se advirtió la conveniencia de completar ese conocimiento con la elaboración de antologías que permitieran adentrarse directamente en los textos mismos de los viajeros. Altamira recomendó, poco después de aparecer el libro de Foulché-Delbosc, la publicación de síntesis de tales textos, en la lengua original o traducidos, que recogieran sus partes más interesantes. Y en esa línea de acercamiento antológico a los libros de viajes se mueve el trabajo de José García Mercadal recientemente reeditado.

García Mercadal (1883-1975), periodista y escritor, autor de antologías variadas –como las que dedicó al Ideario de Costa, al Ideario de Ganivet o a Los cantores de la Sierra–, publicó en Biblioteca Nueva, a finales de los años diez y principios de los veinte, en tres tomos, su obra titulada España vista por los extranjeros, que abarcaba hasta el siglo XVII. Posteriormente, entre 1952 y 1962, aparecieron en Aguilar, ampliando el contenido de la entrega anterior, sus Viajes de extranjeros por España y Portugal, organizados también en tres tomos, sucesivamente dedicados al período que abarca «desde los tiempos más remotos» hasta finales del XVI, al siglo XVII y, por fin, al XVIII. Una edición abreviada, aunque prolongando el tiempo considerado hasta el siglo XIX, apareció en Alianza, en 1972, con el título de Viajes por España. Y, por fin, en 1999, la Consejería de Educación y Cultura de la Junta de Castilla y León ha reeditado la obra aparecida antes en Aguilar, incorporando a ella una serie de textos inéditos de los siglos XIX y XX, en traducciones provisionales del autor. La renovada edición, en seis tomos, se acompaña ahora con una presentación de Juan José Lucas, presidente de la Junta de Castilla y León, y un prefacio escueto e informativamente certero de Agustín García Simón.

El propio García Mercadal se refiere sucintamente, en el prólogo del tomo primero, a los variados aspectos de la realidad peninsular que aparecen en los textos incluidos, y, en relación con ello, señala asimismo con claridad, coincidiendo en este sentido en lo fundamental con otros estudiosos del mismo asunto, la intención que ha presidido su trabajo. En los relatos de los viajeros, dice, «hay de todo: alusión y referencia a los usos y costumbres de España, descripciones de sus monumentos, itinerarios de sus viajeras rutas, de peregrinación y de tráfico de mercaderías, observaciones de visu sobre su situación política y el estado en que vivían y se agitaban sus distintos elementos sociales, todo ello expresado según lo supieron ver y juzgar cada uno de esos visitantes».

Y lo que pretende el autor es que todo ese arsenal de noticias y opiniones ayude a mejorar el conocimiento del propio pasado, y permita también al tiempo entender las imágenes que de ese pasado se fueron forjando quienes recorrieron la Península. «Esas impresiones de observadores venidos de fuera –añade García Mercadal– pueden servir para esclarecer no pocos extremos de nuestro pasado, y aun aquellos donde hayamos de descubrir el fruto de desorbitadas fantasías, podrán servirnos como indicaciones para comprender los puntos de partida que hubieron ciertos conceptos en que se vino a enraizar el juicio que de España y de sus naturales se fue formando, a través de las centurias, en la imaginación de los pueblos extranjeros».

La antología de García Mercadal ofrece un valioso conjunto de textos –desde los de Julio César y Estrabón, hasta los de León Trotsky y Simone de Beauvoir– que ayudan en no pequeña medida a conocer tanto la cambiante realidad a la que se fueron enfrentando los viajeros incluidos en ella, como las claves perceptivas e interpretativas, no menos cambiantes, que éstos fueron aplicando. A medida que va pasando el tiempo, a medida que se suceden los horizontes culturales, cambia lo que se ve y cambian los modos de verlo. Al interés que cada texto entraña en sí mismo, como exponente concreto de un determinado momento histórico y de un determinado punto de vista, se añade el que se deriva de la consideración conjunta y comparativa de todos ellos, que permite desentrañar, entre otras cosas, la evolución de los modos de ver y entender la realidad peninsular.

Son sumamentes interesantes en ese sentido, por ejemplo, los cambios en las maneras de enfrentarse a esa realidad que se producen al pasar de los tiempos medievales a los modernos, y no lo son menos las significativas innovaciones introducidas por los viajeros dieciochescos, muy expresivas de la mentalidad ilustrada y reformista que fundamenta sus observaciones y sus opiniones. También los textos del siglo XIX permiten captar –aunque falten aquí algunos de los viajeros más destacados y representativos del momento, que sí estaban presentes, en cambio, en la edición abreviada de 1972– los nuevos aires del horizonte romántico, con su peculiar y fructífera valoración de la naturaleza y el paisaje. El sentimiento del paisaje, la comprensión de lo que uno de los viajeros llama «cuadros admirables de la naturaleza» asoman con renovado aliento, contribuyendo a caracterizarlos, en los relatos decimonónicos.

Caben pocas dudas sobre el interés y la utilidad de la obra, y no merece sino elogios la iniciativa de reeditarla, facilitando así el acceso a una antología que ha sido y sigue siendo un clásico en su género, un trabajo de obligada consulta para quienes se acercan a la lectura o al estudio de la literatura viajera ambientada en la Península. Pero sí cabe, para terminar, comentar algo que no está de más tener en cuenta a la hora de matizar ese juicio favorable sobre esta nueva edición de los Viajes de García Mercadal. Las notas que el autor elaboró para presentar los textos seleccionados resultan, en ocasiones, algo pobres, y hasta contienen, a veces, ciertos errores. Puede que tales limitaciones resultasen más disculpables cuando las redactó García Mercadal, tanto por la intención vulgarizadora que presidió, como él mismo advierte, su trabajo, como por lo que se sabía de los autores y de las circunstancias de algunos de los textos seleccionados, pero en la actualidad, con las no escasas investigaciones llevadas a cabo desde entonces, se dispone de un conocimiento mucho más preciso en ese orden de cosas –así ocurre, por ejemplo, con determinados viajeros árabes– que hubiera permitido corregir tales limitaciones. Sin llegar a la elaboración de una edición crítica, que, como reconoce García Simón en su prefacio, hubiese sido lo más adecuado para hacer justicia cultural en este momento al significado de la obra, se podría haber intentado solventar esas carencias de las notas de presentación del autor, y, de paso, elaborar otras, de similar intención, para los textos añadidos ahora que carecen o poco menos de ellas. Pero, de momento, hasta que tales deseos puedan hacerse realidad, bienvenida sea esta nueva edición de los textos viajeros recopilados por García Mercadal.

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