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ANNE MICHELS Piezas en fuga

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John Berger ha dicho de esta novela –que, tras su inicial edición en Canadá, aparece publicada al mismo tiempo en quince países– que es un mundo, que «quizá sea el mundo». También ha dicho que es el libro más importante y bello que ha leído en los últimos cuarenta años. Todo ello da idea de lo mucho que ha debido conmoverle Piezas en fuga al prestigioso autor de Puerca tierra. Y en lo que toca a la idea de que el libro es un mundo, no cabe duda de que ésa ha sido la intención de la autora: concentrar en un espacio novelesco relativamente breve una gran abundancia de elementos diversos y significativos, tanto en lo individual como en lo social e histórico.

Para dar forma de ficción novelesca al cúmulo de materiales relevantes que reúne, la autora ha inventado una trama bastante sencilla: un niño judío de siete años, Jakob Beer, es salvado del exterminio nazi por un geólogo griego de cincuenta, Athos Roussos, que se lo lleva con él a Zakinthos, la pequeña isla griega donde reside. Entre Grecia y Toronto transcurrirá la vida de ambos, hasta la muerte de Athos. Luego, Jakob contraerá un matrimonio que fracasará y, años después, otro con una mujer mucho más joven que él, antes de morir. Un joven judío, cuyos padres lograron también escapar del exterminio, fascinado por la personalidad de Beer como ser humano y como poeta, busca entre sus papeles mayor información sobre su vida. Tales documentos, escritos en primera persona por el propio Jakob Beer, constituyen la primera parte de la novela. El testimonio de la búsqueda y del hallazgo de aquéllos, también expresado en primera persona por el buscador, la segunda parte.

El título del libro es expresivo de su contenido, pues viene a estar compuesto por una serie de textos que no pretenden linealidad cronológica, y que, además, llevan en sí mismos, por la lógica novelesca del modo como fueron concebidos o pensados por los personajes, cierto propósito de dispersión. La primera parte –el testimonio de Jakob Beer, escrito en Grecia al final de su vida– reconstruye fragmentariamente su vida. La intención de la autora ha sido incorporar al libro múltiples fuentes de las inquietudes de Athos y de la formación del joven Jakob, de manera que tales datos construyan a su vez un espacio alegórico mucho más amplio, que dé un sentido especial a su simple peripecia personal. Las referencias científicas y culturales se entrelazan para conjugar una especie de ámbito mítico en que Jakob se identifica no sólo con los habitantes de poblados prehistóricos reencontrados, sino, a través de las alusiones geológicas, con la propia sustancia telúrica del planeta, a la vez que se impregna de cultura literaria, sin perder los recuerdos de la familia desaparecida –entre todos el de su hermana Bella, que interpretaba al piano la música de los clásicos–, y revive episodios sangrientos y terribles de la barbarie nazi, tanto en la Polonia natal como en la Grecia ocupada, y aventuras de signo científico, como ciertas expediciones al Polo Norte. La segunda parte –el testimonio de Ben– es similar a la primera. Ben es meteorólogo y, de niño, fue aficionado a la electricidad –lo que introduce en el libro nuevas referencias cósmicas y científicas-y los orígenes de su historia personal presentan cierta simetría con los de Beer.

Hay que señalar que la sucesión de las dos voces presenta un problema de verosimilitud narrativa. Ben nos cuenta su búsqueda en una voz en primera persona que tiene carácter exhortatorio, como una invocación a la memoria de Beer, por lo tanto no procedente de la convención de un texto escrito, pero que, sin embargo, no rompe estilísticamente con la primera. La voz pensada de Ben no se distingue prácticamente de la voz escrita de Beer. Junto al excelente recurso técnico del doble texto sucesivo, sobre el que se monta la estructura de la novela –con la sorpresa del lector al descubrir que conoce el texto que Ben está buscando antes que el propio personaje–, esta reiteración en la forma de la voz narrativa empobrece la expresividad del libro.

El libro tiene mucho que ver con lo elegíaco. Una retórica de carácter lírico, en ocasiones brillantísima, da forma a tantas piezas fugaces. Pero se acusa la ausencia de un aspecto fundamental para la verdadera encarnadura novelesca del conjunto, y es el de las conductas de los personajes, el de sus vivencias cotidianas, el de las razones y matices de su comunicación. Los personajes del libro, sobre todo en la primera parte, ofrecen un perfil abstracto y estático, sin que las alusiones a su apasionada relación con la ciencia y la cultura añadan volumen y dinamismo al asunto. No tienen apariencia de vida real, y quedan casi en puras elucubraciones inteligentemente arropadas por una escritora de indudable talento y sensibilidad.

Puede objetarse que la novela no habla directamente de sentimiento y que incluso los evita, pero en principio esto no debería ser considerado una virtud, sobre todo cuando las páginas más tensas son, precisamente, las que hablan a nuestra emoción al recordarnos el salvajismo criminal de los nazis contra unos seres humanos inermes, sin consideración de sexo ni edad. La referencia a sucesos dramáticos reales sobresale por su fuerza entre unas páginas en que la erudición y el recurso a las citas de tono cultural parece soslayar la imprescindible elaboración dramática de los personajes. Así, salvo Naomí, la esposa de Ben, los personajes, acaso demasiado ideales y hasta inefables como proyecto, resultan en su trazado definitivo espectrales y evanescentes. Y es que en el libro hay belleza poética y profundidad de intuición y pensamiento, a través de una escritura concisa y ajustada, pero en ese mundo de tantas hermosas palabras y referencias históricas y culturales, se echa de menos la amplitud e intensidad de una ficción convincente.

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Ficha técnica

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