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Pequeño curso de literatura

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«Dos niños estaban en el muelle jugando a los dados. Un hombre leía un periódico en los escalones de un monumento a la sombra del héroe que blandía un sable. Una muchacha llenaba un cubo de agua en la fuente. Un vendedor de fruta estaba junto a su mercancía y miraba al mar. A través de las ventanas y de la puerta abierta de una taberna, se veía, al fondo, a dos hombres bebiendo vino. El tabernero estaba en primer término, dormitando sobre una mesa. Una barca se adentraba silenciosa en el pequeño puerto, como si el agua la llevara».

El párrafo anterior, sin duda uno de los más asombrosos de toda la literatura, me hace de pronto, y al caer accidentalmente en su lectura, replantearme todo lo que sabía o creía saber sobre el arte de escribir.

Te rogaría, querida lectora mía, que vuelvas a leerlo una vez más. No sé si este pequeño párrafo te impresiona o te deja indiferente. Yo nunca había leído este texto, no me da vergüenza confesarlo, aunque su autor me es muy querido y me obsesiona bastante. Siempre he admirado a este autor, por lo que la sorpresa es doble. No imaginaba que pudiera encontrarme con otra obra maestra suya (¡otra más!) de tal calibre e intensidad.

La increíble perfección del principio de este cuento (ya que se trata de un cuento y, además, de un cuento inacabado) se percibe ya desde la primera frase. Es una frase perfecta. Y la segunda, y la tercera, y la cuarta. No perfectas en el sentido «estilista» del que se admira de simetrías gongorinas. Es perfecta porque inmediatamente se transforma en imagen, en calor, en tiempo, en espacio.

Me recuerda este principio a esas imágenes de las ciudades de Balthus donde todo se parece vagamente a la realidad, todo está misteriosamente limpio y en todo falta misteriosamente algo que no podemos definir, como si la sombra, o un color, o una dimensión desconocida, hubieran sido sustraídas del mundo. La belleza de estas escenas ciudadanas de Balthus radica precisamente en esa carencia, imposible de precisar. Al leer este párrafo, las frases componen una imagen, y la imagen nos fascina precisamente porque sabemos que es una imagen de la imaginación, que ningún puerto puede ser realmente así. Es como un sueño. Parece una imagen de un cuadro simbolista. Balthus he dicho, pero también podría decir Puvis de Chavannes.

El sol que ilumina este puerto es un sol de la imaginación. Es el sol de un sueño.
Perfección, maravilla. Todo el misterio de la literatura está aquí. ¿Será posible explicarlo? Seguramente no, pero, aunque tampoco podemos explicar una cebolla, sí que podemos pelarla, abrirla y olerla.

1. Este párrafo es magistral porque cada una de las frases, casi cada palabra, crea imágenes.

Las frases dicen que algo pasa, que algo sucede. Ese algo no sucede en realidad en ningún sitio, y depende de la impresión imaginativa creada por las palabras en nuestro cerebro, pero al ir leyendo las frases nos da la impresión de que el muelle, los dados, el periódico, la estatua, la taberna, etc. siempre han estado ahí. Las frases no parecen estar creando la escena: tenemos la sensación de que ese lugar ya existía, ya existe, desde siempre. Las frases sólo nos lo desvelan, poco a poco.

2. Se producen una serie de viajes en el tiempo. La lectura literaria es el único ejemplo REAL que conozco de viaje en el tiempo.

Veamos cómo se produce. En la primera frase, dos niños juegan a los dados en el muelle. Esto es, por tanto, lo único que sé de este lugar y lo único que veo. A continuación, un hombre lee un periódico a la sombra de una estatua. Y es aquí donde se produce el primer viaje en el tiempo.

En el lapso 0”-2”, digamos, yo he leído la primea frase y he visto a dos niños jugando a los dados en el muelle.

En el lapso 2”-5”, leo la segunda frase y veo a un hombre leyendo un periódico en los escalones de un monumento y bajo la sombra de la estatua de un héroe que enarbola una espada.

Es entonces cuando se produce el viaje en el tiempo. Ya que al leer la segunda frase en el segundo 5, mi mente viaja de nuevo al segundo 0 y une la imagen del hombre que lee el periódico a la de los niños que juegan a los dados, de manera que ahora, después de mi pequeño viaje en el tiempo, leo la frase en el lapso 0”-2” uniendo a la de los niños la imagen del hombre que lee el periódico.

Esto es importante: no es que la imagen del hombre del periódico se una a la anterior a partir del segundo 5, en cuyo caso no habría viaje en el tiempo, sino que se une desde el principio de la lectura.

3. Hay una sensación de maravilla, de felicidad y, desde luego, de belleza. Pero, ¿de dónde proviene esa sensación de belleza? Un pragmático dirá que no hay nada especialmente bello en las imágenes del párrafo. El error del pragmático está, desde luego, en ese «especialmente», como si lo bello fuera algo extraordinario que, de algún modo, se añade a las cosas. Pero lo bello no es algo extraordinario. Lo que sucede en realidad es que la belleza nos revela que las cosas son extraordinarias. Estas imágenes son bellas porque resultan extraordinarias. Y resultan extraordinarias porque el autor nos ha obligado a mirarlas. Es decir, ha dirigido hacia ellas nuestra atención. Nos ha dicho: mira esto, pero mira sólo esto, y míralo con sumo cuidado, respeto y atención. Y entonces, cuando miramos algo con cuidado, respeto y atención, lo que vemos resulta extraordinario. Y sentimos que nos hallamos ante algo de asombrosa y rara belleza.

Cuando miramos las cosas con atención, siempre nos damos cuenta de que son hermosas.

Son hermosas porque son, porque son reales, porque están.

La belleza surge de la atención. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, sino la distracción.

4. Sigamos indagando en la curiosa felicidad que nos produce este párrafo. Si observamos las frases, todas en apariencia muy sencillas, veremos que TODAS LAS FRASES NOS PROPONEN VER ALGO. Para lograrlo, TODAS LAS FRASES SUCEDEN EN EL ESPACIO y expresan claramente la posición de los objetos y las figuras en el espacio.

Los niños están «en» el muelle. No está muy claro dónde, o cómo, pero quizás ese «en» sea suficiente, aunque nos tememos que, si están muy cerca del borde del muelle, los dados pueden rodar y caer al agua.

El lector del periódico está sentado «en los escalones» del monumento. La complejidad espacial es asombrosa. El hombre está sentado en unos escalones. Los escalones, inevitablemente, ascienden, y nosotros ascendemos con ellos. Sabemos que encima de los escalones hay un monumento, pero no sabemos qué tipo de monumento. Enseguida se nos dice: hay una figura que empuña una espada. La espada está extendida hacia delante, y su sombra cae precisamente… precisamente encima del hombre que lee.

¿Qué decir del vendedor de fruta, que está «al lado» de su mercancía y mira al mar?

Pero es la escena de la taberna la más rica en detalles espaciales. A través de las ventanas y la puerta de una taberna (es una puerta que se mantiene siempre abierta, como la de tantos establecimientos) se ve el interior de la taberna, y al fondo, a dos hombres bebiendo vino. Las dos ventanas y la puerta, y la indicación «al fondo», nos hacen ya construir líneas de fuga (las de la estancia, las de las sillas o mesas, las de la barra). Los dos hombres están bebiendo vino, una marca de color rojo que ayuda a situarlos perfectamente (aunque es un color rojo oscuro, porque están en el interior en sombra). Pero después de llevarnos al fondo de la taberna, el autor añade un elemento más, que es otro viaje en el tiempo: en primer plano, el tabernero está dormitando sobre una mesa. Es difícil crear de forma más sencilla una escena espacial más compleja.

5. Todos los elementos, que al pragmático le parecerán normales y corrientes, quizá tediosos o incluso vulgares, son en realidad maravillosos y felices. Los niños juegan a los dados. No tienen que ir al colegio. Están al sol, al lado del mar, jugando. El hombre lee el periódico. No tiene que ir a trabajar, y puede dedicarse a hacer lo que le interesa y le divierte. La muchacha coge agua en la fuente. Es la única que está haciendo algo útil y cansado, pero es una muchacha, y la palabra «muchacha» ya produce felicidad. El hombre del puesto de fruta puede estar aburrido, pero la fruta es alegre, y además está mirando al mar, soñando o pensando en su vida. Los hombres de la taberna beben vino. Tampoco trabajan: descansan y disfrutan. El tabernero duerme tranquilamente tumbado en una mesa.

El autor, hombre del norte de Europa, puede estar soñando, quizá, con el puerto de una ciudad meridional, llena de sol y de molicie. ¡Qué bien se está al aire libre! No llueve, no hace frío. Nadie discute, nadie vigila. Un aire de maravillosa libertad llena la escena.

6. Si leemos las frases, nos daremos cuenta de que en todas hay dos elementos que se relacionan. En la primera, los dados y el muelle. En la segunda, el hombre y el periódico, el hombre y la estatua. En la tercera, la muchacha y la fuente. En la cuarta, el vendedor y su fruta. En la cuarta, los hombres y el vino. En la quinta, el tabernero y la mesa.

En todas las frases hay dos elementos del mundo que se relacionan entre sí y forman algo así como una joya, una unidad. Es fácil observar que esos elementos no tienen, en realidad, ninguna relación necesaria entre sí. Unos dados y un muelle, por ejemplo. Porque se puede jugar a los dados en cualquier sitio, y porque precisamente un muelle no parece el lugar más indicado para jugar a los dados. Lo mismo con las otras parejas de elementos. El autor relaciona dos cosas y crea entre ellas un vínculo que parece necesario, que parece casi inevitable y eterno.

En esto consiste la literatura: en RELACIONAR COSAS QUE NO TIENEN EN REALIDAD NADA QUE VER. En esto consiste inventar historias: en relacionar cosas que el espacio y el tiempo han distribuido al azar.

Si leemos el párrafo otra vez, nos daremos cuenta de que no sólo los elementos de cada frase se relacionan entre sí, sino que también todos los elementos de todas las frases se relacionan entre sí: los dados con la fuente, la fuente con la estatua, la estatua con el periódico, el periódico con la fruta, la fruta con el vino… Ya que en esto consiste la literatura: en SOÑAR UN MUNDO DONDE TODAS LAS COSAS, ALTAS Y BAJAS, HUMANAS Y NO HUMANAS, ACCIDENTALES Y ESENCIALES, ANTERIORES Y POSTERIORES, ESTÁN DE ALGÚN MODO RELACIONADAS Y SE INFLUYEN MUTUAMENTE.

Borges habla de esto en un texto fundamental: «El arte narrativo y la magia».

7. He dejado para el final, deliberadamente, la última frase, la más asombrosa y genial de todo el texto. Dice así: «Una barca se adentraba silenciosa en el pequeño puerto, como si el agua la llevara».

Todavía no sabemos quién va en la barca, si es de remos, o de vela, o de motor. No importa, porque pronto lo sabremos, haremos un viaje en el tiempo y colocaremos a su navegante o navegantes en su lugar correspondiente. 

Todas y cada una de las palabras son esenciales: «silenciosa» deja a un lado el motor. «Pequeño» puerto nos da una información general sobre el puerto de la que carecíamos, y que nos ayuda a poner todos los elementos en su justa perspectiva. Y, luego, «como si el agua la llevara». Felicidad absoluta. Con esta barca que entra en el puerto movida como por arte de magia, comienza el misterio, y también la historia.

El texto, por cierto, es el principio de «El cazador Graco», de Franz Kafka.

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