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Pequeñas infamias (La pasión costarricense)

Pura vida

JOSÉ MARÍA MENDILUCE

Planeta, Barcelona, 1998

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Atento lector, con su permiso voy a reproducir algunas de las palabras que aparecen en el prefacio de este libro: «Conoceréis a personajes que se entregan a sus vidas, y a veces a sus muertes, dejándose llevar por sus pasiones, sin reflexionar demasiado sobre las consecuencias de sus actos» (pág. 14). Terminada la lectura de la novela puedo dar fe, no sólo de que, en efecto, los personajes son apasionados e irreflexivos, sino también de que la obra en su conjunto (sentido, narración y lenguaje) es, en solidaridad con aquéllos, apasionadamente insensata, como si, raptado por sus personajes y víctima de un extraño síndrome de Estocolmo, el narrador hubiera acabado actuando (literariamente) igual que ellos.

Pura vida, finalista del Premio Planeta del corriente, cuenta la historia de Ariadna, una joven española que decide dejar su aburrido trabajo en la sede de la ONU en Nueva York, para buscarse a sí misma en latitudes tropicales. Así pues, elige como destino Costa Rica donde sucumbe, primero, a la vorágine de los daiquiris, la marihuana y la coca, y luego a los encantos de Jonás. Este adonis de ébano le descubre el frenesí del sexo (si no frecuentan la pornografía de quiosco, podrá hacerse una idea de su estilo leyendo el capítulo intitulado «Private») y la pasión por la pura vida, concepto que parece ser sinónimo, también, del desvarío lujurioso. Claro que no todo es «sexo moreno, gigante, loco» (pág. 131). También hay espacio para que el lector vea satisfecho su prurito de profundidad. Para eso está Mahalia, abuelita de Jonás que, muy didácticamente, cuenta a Ariadna el culebrón de su prosapia, en el que se advierte que no todo es salaz y negril desenfreno, sino que también hay opresión e injusticia con la que usted, tiene derecho a solidarizarse. Si lo suyo, sin embargo, es más bien el drama íntimo, también está de enhorabuena, porque Ariadna es una mujer en crisis, vive experiencias iniciáticas y toma resoluciones que asenderean su existencia hacia la madurez. También puede disfrutar de: drogas, dosis de reprimenda política, viajes a parajes exóticos, persecuciones y muertes. ¿Se puede pedir más?

Claro, se podría pedir que este libro tuviera algo que ver con la literatura, incluso con la buena literatura. Sin embargo, ya que no puede ser así, Pura vida hace gala de un poderoso atractivo que, dada la coyuntura de la actual novela española, me atrevo a reivindicar. A diferencia de la triunfante literatura feble y onfálica, Pura vida no es una novela mediocre, sino muy mala. No crean que de esta distinción sale malparado nuestro libro. Escribir una novela mediocre no exige nada, si no es mucho amor propio, poco talento y nada de ambición. Escribir una obra malísima exige un fuego, una pasión (desaforada y tóxica, pero pasión) que puede convertir su lectura en una experiencia memorable, cosa que no consiguen las novelas anodinas. Por todo esto, y porque bien sé que, tal y como están las cosas, es imposible exigir que una buena novela reciba el Planeta, aprovecho la coyuntura para reivindicar el galardón para obras como la que nos ocupa, cuyas grandes infamias literarias hubieran requerido el reconocimiento que han obtenido otras infamias más modestas.

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Ficha técnica

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