Buscar

Paul McCartney, el Beatle tranquilo

Paul McCartney. La biografía

Philip Norman

Barcelona, Malpaso, 2017

Trad. de Eduardo Hojman

796 pp. 32 €

image_pdfCrear PDF de este artículo.

John Lennon ha pasado a la posteridad como el principal genio creativo de los Beatles. Sus propias declaraciones contribuyeron a promover esa imagen: «Yo empecé la banda. Yo la disolví. Tan simple como eso». Paul McCartney siempre ha ocupado un lugar secundario, lastrado por la fama de blando y sentimental. La trágica muerte de John Lennon consolidó su condición de mito moderno. No ya sólo del pop, sino de la cultura, donde ocupa un lugar privilegiado como un espíritu inconformista, provocador y visionario. Su oposición a la guerra de Vietnam, su pacifismo militante y sus originales performances lo situaron más allá de la música, aproximándolo a una especie de santidad laica. Aunque algunas biografías han cuestionado esta interpretación, aireando sus flaquezas y sus miserias, el apego al mito ha prevalecido sobre cualquier intento de rebajarlo. Mientras tanto, la figura de Paul se ha mantenido en el plano de los mortales. Nadie ha negado su talento musical, pero su celebridad nunca ha disfrutado de una connotación mítica. Simpático, sencillo y avispado, podría ser el hijo de un vecino de escalera. Su éxito colosal produce asombro y quizás envidia, pero la fama no lo ha transformado en una leyenda. Podría ser el yerno perfecto, cariñoso y atento o, sencillamente, la estrella que no ha olvidado a sus amigos. ¿Verdaderamente es así? ¿Lennon debe ser recordado como un genio que ha trascendido el terreno de la música, y McCartney como un brillante compositor, pero con una mente mucho menos inspirada y una trascendencia artística notablemente menor?

Philip Norman (Londres, 1943) aborda esta cuestión con el excelente bagaje que le proporciona ser el autor de una monumental biografía sobre Lennon, en la que ya se había encargado de oponer ciertas objeciones al mito, pero sin destruirlo. Anteriormente, Norman había publicado en 1981 un largo ensayo sobre los cuatro de Liverpool, titulado ¡Gritad! La verdadera historia de los Beatles, que liquidaba ciertos lugares comunes y abría nuevas perspectivas sobre el conjunto, mostrando que su éxito no podía disociarse del talento empresarial de Brian Epstein, una de las figuras a las que se ha llamado el «quinto Beatle», ni de los arreglos musicales de George Martin, cuya sólida formación le permitió mejorar las composiciones con formulas originales e innovadoras. En su biografía de John Lennon, Norman había mostrado que el genial creador de «Imagine», «Woman» o «A Day in The Life», nunca había superado las heridas de su niñez. A los seis años, sus padres, después de separarse y obligarle a elegir entre uno de los dos, lo confiaron finalmente al cuidado de su tía Mimi, una mujer estricta y muy conservadora. Su madre, Julia, lo visitaba de vez en cuando hasta que murió atropellada: John tenía diecisiete años. Afectado por estas vivencias, John se convirtió en un joven conflictivo e indisciplinado, que respondía a las frustraciones con violencia y sarcasmos. El éxito no logró borrar sus inseguridades. Según Norman, su romance con Yoko Ono se caracterizó desde el principio por una aguda dependencia emocional; John asumía un papel pasivo, lo cual no impedía que a veces estallara y perdiera los estribos, actuando de una forma egoísta, brutal y desconsiderada. Yoko Ono se entrevistó con Philip Norman varias veces durante la redacción de la biografía, mostrándose cercana y colaboradora, pero, cuando leyó la obra, afirmó que falseaba maliciosamente la realidad. Paul tampoco se mostró contento con el texto, pues le atribuía una personalidad manipuladora y avariciosa. Las críticas no desanimaron a Norman, que decidió continuar con sus investigaciones. Su biografía de McCartney completaría su trabajo sobre los Beatles, uno de los fenómenos artísticos y sociológicos más relevantes del siglo XX. No sólo son el grupo más influyente del pop, sino un poderoso desencadenante de cambios sociales y estéticos que perduran hasta nuestros días.

Norman conoció a los Beatles el 4 de diciembre de 1965 en Newcastle upon Tyne, adonde se habían desplazado para dar un concierto. En esas fechas, era un joven reportero de The Northern Echo, un modesto periódico que se distribuía por el nordeste de Inglaterra. Como otros chicos de su edad, soñaba con ser un Beatle y tocaba en un pequeño y mediocre conjunto. En una época en la que apenas se observaban medidas de seguridad, no tuvo muchos problemas para colarse en los camerinos y hablar brevemente con los músicos. Todos se mostraron cordiales y comunicativos. Cuando manifestó su interés por el bajo el bajo Höfner 500/1 modelo violín de Paul, su propietario le invitó a probarlo, lanzándoselo con una sorprendente despreocupación. El bajo ya era una pieza mítica, un Stradivarius de la música pop. El bajo Höfner 500/1 era un bajo eléctrico semiacústico inventado por Walter Höfner en 1955, ligero, barato, fácil de tocar y con un tono rico y cálido. Norman logró agarrarlo, pese a su reconocida torpeza, y pulsó sus cuerdas durante unos minutos, deslizando sus dedos por el mástil. Casi no podía creerlo. Devolvió el bajo a Paul y le pidió un autógrafo, asegurándole que era el favorito de su hermana: «Quieres decir que soy tu favorito», bromeó Paul. Norman pidió permiso para quedarse en el camerino y observar lo que hacían. Paul y John contestaron que no había ningún problema, pero a los pocos minutos Neil Aspinall, el roadie y asistente personal de los Beatles, lo echó sin contemplaciones.

¿Lennon debe ser recordado como un genio que ha trascendido el terreno de la música, y McCartney como un brillante compositor, pero con una mente menos inspirada?

Norman no volvería a hablar con Paul hasta principios de los años ochenta, cuando éste le llamó inesperadamente por teléfono. Su biografía de John Lennon le había hecho pensar que lo odiaba y quería saber por qué. Con sus grandes dotes de seducción, Paul logró convertir la tensión inicial en un relativo entendimiento. Cuando Norman le comunicó que pensaba escribir su biografía, no sólo no se opuso, sino que se ofreció a colaborar por medio de Stuart Bell, su jefe de prensa. «Fue la mayor sorpresa de mi carrera», confiesa Norman, que dedicó los siguientes dos años y medio a investigar quién era realmente Paul McCartney. ¿Su gesto de los dos pulgares alzados expresaba un optimismo sincero y cordial, o sólo era una estrategia para mejorar las ventas? Yoko Ono había comentado a Norman que nadie había hecho sufrir a John tanto como Paul. ¿Se escondía tal vez un villano detrás de su fachada de buen chico? Las casi ochocientas páginas de Norman desmienten esa sospecha, sin escamotear sus defectos. Como cualquier ser humano, Paul ha cometido equivocaciones e incluso mezquindades, pero también ha cuidado a las personas de su entorno y ha prestado ayuda a sus viejos amigos. Paul es un buen tipo, no un malvado.

Eso sí, hay que clarificar las cosas y desechar ciertos estereotipos. Tiende a pensarse que John era una especie de «héroe de la clase obrera», pero lo cierto es que pasó su niñez y adolescencia en Mendips, el chalet semiadosado de su tía Mimi, disfrutando de los privilegios de la clase media. En cambio, Paul creció en domicilios temporales y en viviendas subvencionadas situadas en zonas con las calles embarradas y un alumbrado deficiente. Su padre, James «Jim» McCartney, era representante de una empresa de algodón, y su madre, Mary Patricia, trabajaba como comadrona. En su trabajo disfrutaba de cierta consideración social, pero su sueldo era muy modesto. Paul nació el 18 de junio de 1942 en el Hospital Walton, donde Mary había ocupado el puesto de enfermera jefe de maternidad. Su llegada al mundo no fue particularmente sencilla. Durante los primeros minutos, no respiraba por falta de oxígeno en el cerebro. Se le dio por muerto, pero revivió milagrosamente. No está de más señalar que Ringo Starr también salió adelante después de una situación crítica. A los seis años, pasó diez días en coma por culpa de una peritonitis. Más tarde, sufrió una pleuresía que le obligó a permanecer dos años en un hospital. Es inevitable pensar que la fatalidad conspiró contra la aparición de los Beatles, pero finalmente el destino –o la suerte? acabó venciendo todos los obstáculos. La situación familiar de Paul mejoró en 1955, cuando la familia se mudó al número 20 de Forthlin Road, un barrio de clase media con zonas moderadamente elegantes.

Desde niño, Paul destacó por su voz fuerte y clara, pero cuando intentó conseguir una plaza en el coro de la catedral de Liverpool, los nervios le jugaron una mala pasada. Desafinó en las notas agudas y lo rechazaron. No le quedó otra alternativa que conformarse con el coro de la iglesia de St. Barnabas, en Mossley Hill, cerca de Penny Lane, donde le inculcaron un duradero amor por los himnos anglicanos y por las solemnes notas de órgano. Mary Patricia era católica y, de hecho, rezó cuando el recién nacido Paul no respiraba, logrando un aparente milagro. Por el contrario, Jim había nacido en una familia protestante, evolucionando poco a poco hacia el agnosticismo. Paul y su hermano menor, Mike, crecieron en un hogar saludablemente escéptico y abiertamente tolerante. Paul nunca ha ocultado que no cree en Dios, ni en la inmortalidad. John Lennon llegó más lejos, proclamando que los Beatles eran más famosos que Jesucristo, lo cual provocó una oleada de indignación en el sur de Estados Unidos, que incluyó amenazas del Ku Klux Klan y protestas públicas en las que se quemaron sus discos. Muchas emisoras prohibieron sus canciones y el Vaticano manifestó su malestar. La España de Franco prohibió temporalmente radiar sus canciones. La campaña coincidió con la gira de los Beatles por Estados Unidos en 1966 y contribuyó a su decisión de convertirse en un grupo de estudio. De hecho, no volverían a actuar en público.

La inclinación de Paul por la música es una herencia de su padre, que había liderado la Jim Mac’s Jazz Band, tocando la trompeta y el piano. Jim compró a plazos un piano vertical y animó a sus hijos a estudiar música. Durante un tiempo, Paul acudió a clases particulares para aprender solfeo, pero se aburrió enseguida y decidió tocar de oído. Su padre le regaló una trompeta al cumplir los catorce años, pero Paul prefirió ahorrar quince libras y comprar una guitarra acústica Framus Zenith que le permitiría tocar y cantar a la vez. Al ser zurdo, tuvo que invertir el orden de las cuerdas, imitando a Slim Whitman. La primera canción que compuso se llamó «I Lost My Little Girl» y estaba dedicada a su madre, que murió a los cuarenta y seis años de cáncer. Paul siempre la recordaría pedaleando en bicicleta por las calles en pleno invierno para atender a sus pacientes, alumbrándose con un farolillo cuando la llamaban en mitad de la noche. Jim, apodado el «Caballero» por sus exquisitos modales, se quedó desolado al perder a su esposa, pero educó a sus hijos con el máximo cuidado, inculcándoles una escrupulosa honradez y una cortesía que ya entonces parecía un poco anticuada, como descubrirse la cabeza cuando se cruzaban con una dama. Paul se encontró un billete de una libra en la acera y su padre le obligó a entregarlo en una comisaría. No fue un joven rebelde, ni conflictivo, pero aprendió a protegerse del dolor, creando una coraza emocional que le ayudó a distanciarse del sentimiento de pérdida y orfandad.

El descubrimiento de una nueva música llamada rock le reveló un mundo de posibilidades que hasta entonces ni siquiera había imaginado. El «Rock Around the Clock» de Bill Haley constituyó una verdadera conmoción cultural, que proporcionó a la juventud británica unas nuevas señas de identidad y un nuevo estilo de vida. El cambio de paradigma se agudizó con Elvis Presley, que no se limitaba a cantar con una voz aterciopelada y sensual, sino que, además, contorsionaba obscenamente sus caderas. El público femenino olvidó las inhibiciones y timideces de las generaciones anteriores, manifestando su entusiasmo con lágrimas, tirones de pelo y chillidos. Paul también se quedó fascinado con Elvis: «La primera vez que vi su fotografía fue en una revista. […] Pensé: Es perfecto. Ha llegado el mesías».

Little Richard no le impresionó menos, con sus alaridos perfectamente concertados con una exagerada afectación. Aunque la voz de Paul se movía en la misma frecuencia que la más ligera de las contraltos, aprendió a imitar a sus ídolos ante la perplejidad de sus vecinos, reacios a aceptar una música que asociaban a las conductas antisociales. En el Reino Unido, las cadenas radiofónicas aún no emitían rock. Sólo podía escucharse en Radio Luxemburgo, que pinchaba las novedades estadounidenses en horario nocturno desde la Europa continental. Fuera de esa posibilidad, sólo cabía escuchar los escasos singles que llegaban a la isla en cafeterías o salones recreativos frecuentados por los temibles Teddy Boys, una nueva banda urbana que imitaba a los dandis de la época eduardiana. Su indumentaria incluía chaquetas de paño, generalmente negras, con cuello de terciopelo, pantalones estrechos y con la cintura alta, calcetines de colores llamativos, camisa de cuello alto sin solapas, un estrecho lazo Slim Jim o una corbata Maverick, chaleco de fantasía, zapatos Oxford de suela alta y, como guinda, un flequillo Duck’s ass (culo de pato) cuidadosamente engominado. Su fama de camorristas, plenamente justificada, no contribuyó a mejorar la imagen de una música que suscitaba entre los adultos una mezcla de desdén y enojo.

Paul conoció a George Harrison en el autobús que los llevaba al instituto. Al ser un año mayor, le trató desde el principio con ciertos aires de superioridad, una actitud que nunca desapareció del todo, fomentando un resentimiento que más tarde contribuiría a la disolución de los Beatles. En esas fechas, Paul aún seguía profundamente consternado por la muerte de su madre y sólo hallaba consuelo en su Zenith. No sospechaba que muy pronto se embarcaría en una aventura que le llevaría a ser más famoso e influyente que Elvis, su adorado, lejano y, por entonces, inaccesible ídolo. El 6 de julio de 1957 escuchó al grupo The Quarrymen tocando en el jardín de la iglesia de St. Peter de Woolton. Era un conjunto de músicos aficionados que interpretaba canciones de rocanrol y skiffle, un estilo que reunía aspectos del folk, el jazz y el blues. John y Paul congeniaron de inmediato, pese a sus diferencias de carácter. John odiaba la educación que le había transmitido su severa tía Mimi e infringía sistemáticamente todas sus enseñanzas, comportándose como una especie de punk avant la lettre. Disfrutaba siendo grosero, bravucón, ofensivo, cruel y alborotador. Paul no intentó que cambiara, pues no era un santurrón, pero en muchas ocasiones actuó como un freno, evitando males mayores. Se peleaban a menudo, pero enseguida olvidaban sus altercados. John era el líder indiscutible de The Quarrymen. Tras escuchar cantar y tocar a Paul, le pidió que se uniera al grupo como guitarrista. Paul aceptó y, poco después, logró que John aprobara la incorporación de George Harrison. Por entonces, no sospechaban que se convertirían en mitos con el paso de los años. Sólo eran unos jóvenes intentado divertirse con la música. Aficionados a las gamberradas, de vez en cuando se juntaban para masturbarse en grupo. Se reunían en un cuarto, apagaban las luces y gritaban el nombre de actrices como Brigitte Bardot o Gina Lollobrigida para excitarse. Cuando se acercaban al clímax, John chillaba el nombre de Winston Churchill, enfriando súbitamente los ánimos.

John se mostraba muy exigente con los miembros de su banda. Al principio, George no le convencía demasiado, pero poseía una valiosa guitarra Höfner President que mejoraba el sonido del conjunto y eso le pareció suficiente. Por el contario, Rod Davis, que había transformado una tabla de planchar en un banjo, le parecía un músico funesto con un instrumento vergonzoso. No utilizó ninguna indirecta para que se marchara. Sencillamente, le rompió la tabla de planchar en la cabeza. No fue el único despachado con cajas destempladas. Paul podía ser frío y tajante, pero John siempre actuaba de forma salvaje, sin preocuparse por los sentimientos de los demás. La primera grabación de The Quarrymen se realizó el 14 de julio de 1958 en casa de Percy Phillips, que había montado un estudio de grabación en el salón de su casa, un chalet adosado en el número 38 de Kensington, un barrio de Liverpool. Se trató de un disco sencillo con una versión de «That’ll Be the Day», de Buddy Holly, en la cara A. En la cara B, aparecía una canción compuesta en solitario por Paul titulada «In Spite of All the Danger», una balada inspirada en un tema de Elvis Presley y con ecos de balada country. La canción se acreditó como una creación «McCartney-Harrison» por los solos de guitara de George. The Quarrymen pagaron once chelines y seis peniques por un disco de diez pulgadas de aluminio y acetato. Dado que no podían costearse más copias, se lo pasaban uno a otro para escucharlo con amigos y familiares. El pianista John Luff Lowe se quedó con el disco cuando se marchó de la banda. La copia reapareció veintitrés años después, convirtiéndose en el disco más valioso de la historia.

Paul ejerció una influencia beneficiosa en John, estimulando su creatividad y aplacando sus tendencias antisociales. Ambos crearon una de las parejas más fructíferas en el terreno de música pop. La fórmula «Lennon-McCartney» provocó muchas tensiones años más tarde, cuando cada uno reivindicaba su trabajo individual en la creación de algunos temas en los que el otro apenas había participado. Paul, que no había mostrado hasta entonces mucho interés por la literatura, descubrió gracias a un profesor Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer. Sus bromas escatológicas sobre pedos y culos le resultaron especialmente regocijantes y se planteó escribir algo que la gente no olvidara jamás. John no encontró una nueva fuente de inspiración en los libros, sino en su amistad con Stuart «Stu» Sutcliffe, que se incorporó al grupo como bajista y que sería recordado como «el Beatle perdido». Sutcliffe lo puso en contacto con el arte y la literatura. Aficionado a dibujar historietas, Lennon se quedó deslumbrando con Van Gogh, Matisse y Picasso. Su nuevo amigo también le hizo conocer a la «generación beat». Durante un tiempo, la música pasó a segundo plano para disgusto de Paul. Sutcliffe era un pésimo bajista. De hecho, tocaba de espaldas al público para disimular su torpeza. Sin embargo, su mente despierta y creativa se conjuntó con la de John para idear el nombre «Beetles» (escarabajos), que no escondía su deuda con el grupo de Buddy Holly, The Crickets (Los Grillos). Poco después, Lennon consideró preferible cambiarlo por The Beatles, que introducía una referencia a la generación beat, alterando una letra. Algunos estimaron que era un juego de palabras tonto y de escaso impacto. Tal vez por eso, el conjunto ensayó una fórmula nueva y aparentemente más comercial: «The Silver Beatles». Se intentó asociar la banda a un líder, siguiendo la costumbre de otros grupos, pero la idea de llamarse «Long John and The Silver Beatles» no prosperó. John no quiso utilizar el nombre del villano de La isla del tesoro, el clásico de Robert Louis Stevenson. Además, Paul no pareció muy complacido con la idea, pues su aportación no era menos significativa que la de John. El sonido del grupo en directo todavía era muy mediocre, pero cuando Paul aparecía con su cara de niño bonito, las chicas se volvían locas. Su imitación de los aullidos de Little Richard desencadenaba un griterío ensordecedor. Muchas jóvenes perdían el control de sus esfínteres y liberaban la orina acumulada en su vejiga, casi sin darse cuenta.

Durante un tiempo, Paul adoptó el pseudónimo de «Paul Ramon» para hacerse el interesante. Desde el primer instante, reveló un increíble talento para las relaciones públicas. Sonreía constantemente, levantaba los dos pulgares, firmaba autógrafos y charlaba brevemente con sus admiradoras, asegurando que las amaba a todas. En 1960, Allan Williams, manager de los recién nacidos Beatles, consiguió el primer contrato. Darían una serie de conciertos en Hamburgo, una ciudad parecida a Liverpool, abierta, cosmopolita y con una vibrante vida nocturna, donde el sexo y las anfetaminas circulaban con una fluidez pasmosa. Tocarían todas las noches en el Kaiserkeller, un local de Bruno Koschmider. Entre semana, cuatro horas, con pequeños descansos de quince minutos, y los fines de semana, seis. Paul, que se preparaba para ser maestro de escuela, aceptó abandonar sus estudios y lanzarse a la aventura. Su padre opuso una tibia resistencia, pero se mostró comprensivo. Probablemente, hubiera hecho lo mismo de joven, cuando tocaba la trompeta y el piano en una banda de jazz. Eso sí, Paul no le contó que el Kaiserkeller se hallaba en el barrio rojo del respetable distrito de St. Pauli, famoso por sus prostitutas, proxenetas, gánsteres, travestis, cines y librerías porno. Y, menos aún, que Bruno, el propietario del Kaiserkeller, era un matón que conservaba el orden en su local con ayuda de una cachiporra y unos camareros brutales. Se alojarían en la zona trasera del Bambi Kino, un cine porno. Dormirían en una nave sin ventanas ni ventilación, y tendrían que utilizar los aseos del cine, donde muchas veces se producían intercambios sexuales. El grado de suciedad y degradación superaba las peores expectativas.

El liderazgo, apunta Philip Norman, descansaba sobre Paul, pues sabía cantar y controlaba los acordes menores y las séptimas disminuidas. John carecía de esos conocimientos y su voz desafinaba. George era muy tímido; Pete Best, el batería, acababa de incorporarse a la banda, y «Stu» apenas sabía tocar el bajo. En Hamburgo, los Beatles conocieron las drogas, por entonces fármacos legales. Todos masticaban inhaladores nasales Vick y se tragaban al día varias pastillas de Preludin, una anfetamina que aceleraba el metabolismo para adelgazar, provocando una sed atroz. John se tomaba cinco o seis todas las noches, bebiendo una jarra de cerveza tras otra para calmar la sed. «A veces le salía espuma por la boca, como si fuera un perro rabioso», apunta Norman. George perdió la virginidad en Hamburgo en la sórdida nave donde dormían, mientras sus compañeros permanecían en silencio y las ratas corrían por el suelo. Cuando terminó, todos aplaudieron. La intimidad era un lujo inconcebible. En algunas ocasiones, Paul entraba y se encontraba a John o Pete haciendo el amor con una chica. Se disculpaba como si se hubiera confundido de clase y se marchaba. En cambio, John disfrutaba con las bromas pesadas. George contó que una vez buscó unas tijeras y cortó en pedazos la ropa de la chica que compartía el lecho con Paul.

El liderazgo descansaba sobre Paul, pues sabía cantar y controlaba los acordes menores y las séptimas disminuidas. John carecía de esos conocimientos y su voz desafinaba

Durante las actuaciones, llovían los vasos de cristal o estallaban peleas con puños y navajas. Por lo general, los incidentes afectaban sólo al público. Hamburgo había sufrido un bombardeo tan despiadado como el de Dresde y los ingleses no eran muy populares. Incomprensiblemente, nadie intentaba agredir a John cuando se pintaba un bigote como el de Hitler y recorría el escenario gritando «putos nazis» o «Sieg Heil!» Sus numeritos sólo despertaban risas condescendientes. Los Beatles maduraron como músicos en Hamburgo y empezaron a tener su propio estilo. Casi todo el mundo pensaba que Paul podría seguir su carrera en solitario y triunfar sin la ayuda de John, pero nadie creía que éste pudiera hacer algo semejante. En 1961, después de una segunda gira por Hamburgo y el abandono de «Stu», que dejó la música para intentar triunfar como artista plástico, los Beatles regresaron a Liverpool y empezaron a tocar en The Cavern. El mítico local era un sótano sin ventilación ni salida de emergencias, con ratones que corrían por los retretes y un hedor insoportable a sudor, moho, verduras podridas y lejía. Podías saber si alguien frecuentaba The Cavern por el olor de sus ropas, incluso a varios metros de distancia. La tía Mimi presenció una actuación de los Beatles en el club y juró que no volvería jamás, pero lo cierto es que la fama del grupo comenzó a subir como la espuma. No sin protestar, Paul aceptó ocupar el lugar de «Stu», haciéndose cargo del bajo. En Hamburgo, habían grabado por primera vez en un estudio profesional como banda de acompañamiento de Tony Sheridan, interpretando el sencillo «My Bonnie». El disco llamó la atención de Brian Epstein, propietario de NEMS (Northern End Music Stores), una tienda de discos. Brian decidió conocerlos. Enseguida apreció su potencial y les propuso ser su mánager. Epstein, judío, homosexual y con un gran talento empresarial, ideó una nueva estrategia comercial. Ya no harían el payaso en el escenario y, menos aún, fumarían, comerían o soltarían tacos. Les compró trajes nuevos de cuarenta libras –el equivalente a mil libras de hoy? y les aconsejó que finalizaran sus actuaciones con una reverencia unánime. Epstein logró una audición en Decca, pero el sello discográfico desistió de contratarlos, alegando que la prueba había sido un desastre.

En 1962, falleció Stuart Sutcliffe de una hemorragia cerebral. Se atribuyó su muerte al consumo de alcohol y barbitúricos, pero cuarenta años más tarde su hermana Pauline afirmó que «Stu» había muerto por culpa de una agresión de John, que le golpeó violentamente en la cabeza sin motivo alguno durante su segunda visita a Hamburgo. Posteriormente, se cuestionó esa teoría, señalando que los «Silver Beatles» habían sufrido una brutal agresión a la salida del Litherland Town Hall, en el norte de Liverpool. «Stu» se había llevado la peor parte, recibiendo patadas en la cabeza. Paul habló con Philip Norman sobre el asunto, reconociendo que John a veces ridiculizaba a «Stu» por su baja estatura o su escasa habilidad musical. Esas pullas habían desencadenado varias peleas, pero nunca habían pasado de los empujones y los gritos. No es fácil averiguar qué sucedió realmente. En esa época, John consumía anfetaminas sin parar, sufría una verborrea incontrolable y apenas podía dormir. Epstein no acompañó a los Beatles durante su segunda estancia en Hamburgo, lo cual implicaba que nadie –salvo Paul? podría controlar a John. Contratados por Horst Fascher para tocar en el Star-Club, un local frecuentado por estrellas norteamericanas del rock y por algunos de los peores matones de St. Pauli, John se mostró más salvaje que nunca. Una noche se lo montó con una chica en los retretes y Horst, enfurecido porque retrasaba el comienzo de la actuación, les arrojó un cubo de agua helada por encima de la puerta. John arrancó la tapa del inodoro, se la colgó del cuello y salió así al escenario, aullando como un loco. Host casi le hizo bajar a golpes, mientras chillaba que los Beatles no volverían a tocar en el Star-Club.

Después del fracaso de Decca, Brian Epstein consiguió que George Martin aceptara realizar una nueva audición en los estudios de Abbey Road, pertenecientes al sello EMI. Martin se mostró escéptico cuando oyó que «los Beatles serían más grandes que Elvis», pero tras escucharlos decidió que merecían una oportunidad. Eso sí, tendrían que reemplazar al batería Pete Best por un instrumentista mejor, al menos para las grabaciones de estudio. Paul y John no lo dudaron un momento. Deseaban deshacerse de Best y, tras despedirlo sin muchos miramientos, contactaron con Ringo Starr, ofreciéndole su lugar. Ringo era amable, simpático y humilde. De inmediato, encajó en el grupo, si bien los fans de The Cavern montaron en cólera, particularmente las chicas, pues Pete era bastante apuesto. Pete Best se pasarían el resto de su vida amargado por su expulsión del grupo cuando comenzaban a atisbarse la fama y el dinero. Poco después, los Beatles grabaron y publicaron su primer sencillo, «Love Me Do», que triunfó en las listas británicas y estadounidenses gracias a la fantástica promoción de Epstein y al indudable encanto del tema.

Los Beatles se consolidaron como un grupo compuesto por cuatro talentos y no por un vocalista y su banda. Epstein trabajó intensamente para impulsar la mentalidad de grupo y para conquistar un público lo más amplio posible. El pop rock no debía ser sólo un estilo que encandilara a la clase obrera, sino una música capaz de entusiasmar a la clase media e incluso a la aristocracia. Con su nuevo peinado, un flequillo hasta las cejas, ya no asustarían a la sociedad, sino que parecerían elegantes y divertidos. Paul era la mejor baza en las entrevistas. Desenvuelto, ingenioso, amable, cautivaba a todo el mundo. Los éxitos empezaron a sucederse. Neil Aspinall, que ya trabaja para los Beatles como road manager y asistente personal, protestó ante Paul y John por el despido de su amigo Pete, pero no dejó su puesto, vislumbrando lo que se avecinaba. Paul era muy cordial en público, pero podía ser frío y tajante en cuestiones de trabajo. Sólo aceptaba la autoridad de Epstein y Martin, y consideraba a John su igual, pero en lo demás se guiaba por su criterio. Epstein se sentía físicamente atraído por Paul, pero sólo John aceptó algo parecido a un romance. Casado en primeras nupcias con Cynthia Powell, se marchó con Epstein a España mientras su mujer se recuperaba del parto de su hijo Julian. Al parecer, no le gustó la experiencia y no repitió. Por entonces, la prensa apenas prestaba atención a esta clase de chismes, pero hoy en día habrían crucificado a John, aireando que maltrataba a Cynthia y no se preocupaba demasiado por su hijo Julian.

George Martin se ocupaba de pulir las canciones de «Lennon-McCartney». A pesar de que el orden alfabético postergaba a Paul, Lennon reconocía que su talento era superior: «Paul era más avanzado que yo. Siempre iba un par de acordes por delante y en sus canciones por lo general había más acordes». La primera obra maestra de Paul fue «Yesterday». Se calcula que hasta el día de hoy se ha interpretado siete millones de veces, y ha inspirado más de dos mil versiones diferentes. Para muchos, es la mejor canción de la historia del pop. Paul sólo tenía veintidós años cuando la compuso. Años más tarde, pidió a Yoko Ono que se invirtiera el orden de los nombres en los títulos de crédito para dejar clara su autoría, pero la viuda de Lennon se negó.

El éxito no llegó solo. La marihuana y el LSD irrumpieron en la vida de los Beatles cuando disfrutaban de una popularidad que había eclipsado al mismísimo Elvis. Por entonces, las drogas gozaban de un prestigio que la posteridad ha demolido. Las vidas que se han cobrado han disipado su supuesto encanto. Paul inició a Mike Jagger en el consumo de marihuana. Su «Satánica Majestad» se introdujo en un territorio maldito de la mano del «chico más bueno del pop». Poco a poco, ser un Beatle se convirtió en un martirio. La «beatlemania» convirtió las giras en experiencias cada vez más insoportables. John hizo un retrato retrospectivo de lo que significaba vivir en la cumbre de la fama: «Una locura de la mañana a la noche sin un solo momento de paz, […] viviendo todos juntos en una habitación durante cuatro años, […] nos pateaban, nos golpeaban, nos hacían ir caminando pegados a la pared, nos empujaban». Los Beatles buscaron la paz interior que les negaba la fama en la meditación trascendental del maharishi Mahesh Yogi. Salvo George, todos acabaron alejándose de una espiritualidad que acabó aburriéndolos y decepcionándolos. Cerca de su final, George sufrió el asalto de un fan perturbado, que entró en su casa y lo apuñaló, afortunadamente sin consecuencias fatales. Mientras se defendía, no cesó de invocar la paz y el amor, pero no le sirvió de nada.

La imprevista muerte de Brian Epstein el 27 de agosto de 1967 provocó la primera crisis importante en los Beatles. Atormentado por sus demonios interiores, Brian intentaba apaciguar su malestar con alcohol y barbitúricos, una combinación fatal que le causó la muerte. John pensó de inmediato que su desaparición significaba el fin de los Beatles. Paul no se mostró tan pesimista, pero siempre lamentaría no haber dicho públicamente lo que sentía. «Amaba a ese tío, joder», repetiría en entrevistas posteriores, deplorando que los prejuicios de la época prohibieran esa clase de expresiones entre hombres. Pese a todo, los Beatles aún grabarían cinco álbumes de estudio, algunos verdaderamente magistrales. Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, lanzado en junio de 1967, fue el último trabajo realizado con Brian Epstein. Se trata del álbum más importante e innovador de la historia del pop. Sólo Abbey Road, que apareció en 1969, compite con él en creatividad, ingenio e innovación. En Magical Mistery Tour, The Beatles (el famoso «álbum blanco»), Yellow Submarien y Let It Be hay canciones memorables, pero se nota la ausencia de Brian Epstein, con su extraordinario olfato para dirigir, matizar e inspirar. El sello Apple Records constituyó una magnífica iniciativa, que descubrió talentos como James Taylor, pero la negligencia de los Beatles como empresarios casi desemboca en la ruina. Las peleas se hicieron cada vez más frecuentes. No sólo por cuestiones económicas, sino por un conflicto de egos. La rivalidad entre John y Paul se exacerbó. George sentía que su capacidad creativa se había resentido gravemente por culpa de Paul, que no se cansaba de aleccionarle. Ringo se limitaba a callar, no queriendo avivar más las disputas, pero también estaba resentido con Paul. Se ha exagerado el papel de Yoko Ono en la disolución del grupo, describiéndola como una bruja maligna que separó a unos buenos amigos. No es cierto. La pérdida de Brian Epstein, que mantenía a raya los egos de los cuatro de Liverpool, fue el factor más determinante, pues sin él las emociones se desbordaron y prosperaron los conflictos. Eso sí, Yoko Ono desempeñó un papel fundamental en la radicalización política de John, que devolvió a la reina su insignia de la Orden del Imperio Británico como protesta por el apoyo de Gran Bretaña a Estados Unidos en la guerra de Vietnam. También alegó que no había realizado los esfuerzos necesarios para mitigar la hambruna de Biafra y, en un gesto de humor algo infantil, añadió que tampoco había adoptado medidas para evitar que su canción «Cold Turkey», grabada con la Plastic Ono Band, descendiera en las listas de discos más vendidos.

La grabación de Let it Be fue particularmente desastrosa. Los arreglos de Phil Spector, que introdujo en las canciones su famoso «Wall of Sound», irritaron profundamente a Paul. Por el contario, John elogió su trabajo: «Le dieron la mayor cagada de mierda mal grabada con una atmósfera de lo más asquerosa y él logro sacar algo de todo aquello». Paul fue el primero en anunciar que dejaba los Beatles. No fue una decisión alocada o absurda, sino la consecuencia lógica del progresivo ostracismo que sufrió dentro de la banda. Todos consideraban que se atribuía una importancia excesiva y querían dejar claro que no lo necesitaban. Dar ese paso le costó mucho sufrimiento. De repente, sus amigos se habían convertido en sus rivales y casi enemigos. Se sintió solo, perdido, vacío, sin saber qué hacer: «Eran mi escuela, mi familia, mi vida». El creador de «Michelle», «Eleanor Rigby» y «Penny Lane» comenzó una carrera en solitario. Felizmente casado con la fotógrafa Linda Eastman, formó The Wings, que no consiguió el reconocimiento de la crítica hasta el álbum Band on the Run (1973). Con Linda encontró la estabilidad. Fue su amiga, su compañera, su amante y la madre de tres de sus hijos. La prensa se mostró despiadada con Linda cuando empezó a colaborar con The Wings como teclista, pero cuando falleció de cáncer el 17 de abril de 1998, con cincuenta y seis años, los elogios fueron unánimes. Con el tiempo, se había convertido en una aceptable instrumentista y había implicado a Paul en la lucha por los derechos de los animales. Ambos se hicieron vegetarianos, afirmando que los mataderos industriales funcionaban con una crueldad inadmisible. No comer carne era la única decisión ética que podía asumir una persona sensible y compasiva. Durante su largo matrimonio, la pareja sólo se separó en 1980, cuando Paul fue brevemente encarcelado en Tokio por esconder unas bolsas de marihuana en su maleta. La experiencia no resultó tan devastadora para Paul como el asesinato de John Lennon. Después de la conmoción del primer momento, comentó: «Él murió siendo una leyenda y yo moriré de viejo. ¡Típico de John!»

Después de la muerte de Linda, Paul se casó con Heather Mills. El matrimonio fue un desastre que finalizó con un aireado divorcio, en el que la prensa amarilla halló un filón de noticias poco edificantes. Paul volvió a casarse, esta vez con Nancy Shevell. En esta ocasión, el enlace constituyó un verdadero acierto, pues la pareja logró desde el principio un perfecto equilibrio, llevando una vida discreta y sin escándalos. Philip Norman señala que las historias de las grandes superestrellas musicales suelen ser trágicas: Edith Piaf, Judy Garland, Charlie Parker, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Michael Jackson, el mismo John Lennon. Sin embargo, la peripecia de Paul ha discurrido felizmente, salvo el período de su desastrosa boda con Mills. Norman concluye que su meticulosa y extensa biografía hace justicia a un músico muchas veces incomprendido o menospreciado: «He logrado revelar a un Paul McCartney muy diferente de la imagen que el mundo tiene de él: un adicto al trabajo y perfeccionista que, a pesar de su amplia fama, ha sido subestimado por la historia y que, pese a su genio indudable, es, a su manera, tan inseguro y vulnerable como su aparente antítesis total, John Lennon. Al tiempo que reconozco sus flaquezas, he llegado a respetar –y, con frecuencia, a admirar? a ese hombre contra quien, alguna vez, se ha pensado que yo sentía animosidad».

Personalmente, siempre recordaré a Paul cantando «Another Day», poco después de la separación de los Beatles, manifestando al mundo que su carrera no había terminado, que seguiría componiendo y cantando, que no se pararía jamás, pues su vida consistía en acompañarnos por un mundo que no cesa de herirnos, pero que también nos dispensa momentos de felicidad. Yo aún me refugió en su música cuando la adversidad me golpea, pensando que el mañana siempre es realmente otro día.

Rafael Narbona es escritor y crítico literario. Es autor de Miedo de ser dos (Madrid, Minobitia, 2013) y El sueño de Ares (Madrid, Minobitia, 2015).

image_pdfCrear PDF de este artículo.
1594439 001

Ficha técnica

22 '
0

Compartir

También de interés.

Periodismo a la romana