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Nexo de unión

EVOLUCIÓN. PUENTE ENTRE LAS DOS CULTURAS

Andrés Moya

Laetoli, Pamplona

160 pp. 17 €

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Ha transcurrido poco más de medio siglo desde la publicación del libro The Two Cultures and the Scientific Revolution, en el que su autor, C. P. Snow, alertaba sobre los riesgos derivados del alejamiento que se había producido entre las culturas científica y humanista. Unos años más tarde, en una segunda edición de la obra, Snow hizo una lectura más optimista sobre el futuro inmediato, pronosticando el advenimiento de una nueva cultura fruto de un proceso de síntesis. Resulta evidente que tal pronóstico no se ha cumplido. El programa fuerte de la sociología, con sus críticas al estatus de objetividad del conocimiento científico y su visión de la ciencia natural como una construcción social, o, desde el otro bando, la burla del físico Alan Sokal, que consiguió publicar un artículo en apariencia científico, pero completamente disparatado, en una importante revista de estudios culturales de orientación posmoderna, Social Text, son algunos ejemplos de las dificultades que han existido y existen para establecer una comunicación constructiva. Tampoco ayudó a promover esa comunicación la publicación en 1995 del libro The Third Culture, editado por John Brockman. Se trata de una colección de ensayos, de carácter divulgativo, que buscaba resolver el problema mediante la sustitución de los intelectuales humanistas por algunos de los más importantes científicos de nuestro tiempo, quienes se atrevían a presentar al gran público, de forma directa y sin intermediarios, sus conocimientos y sus reflexiones sobre qué es el mundo y qué hacemos en él los seres humanos.

Sin rechazar el reconocimiento que merece la divulgación científica de calidad hecha por especialistas, Andrés Moya, catedrático de Genética en la Universidad de Valencia, doctor en Filosofía y uno de los evolucionistas españoles que goza de mayor reconocimiento nacional e internacional, propone con acierto en este libro una vía diferente para superar el aislamiento, utilizando la teoría evolutiva como lugar natural de encuentro entre las ciencias físicas, las ciencias de la vida, las ciencias sociales y las humanidades. Su deseo es promover una única cultura de lo humano en la que intelectuales y científicos intercambien reflexiones y, al tiempo, reivindicar el papel, en muchos casos auténticamente precursor, que han desempeñado algunos científicos europeos de la talla de Konrad Lorenz o Jacques Monod sentando las bases de ese acercamiento.

El texto se organiza en torno a diez capítulos independientes, algunos publicados como artículos con anterioridad, pero puestos al día para la ocasión, mediante los que el autor va construyendo su propuesta. Podemos agruparlos en tres partes. Los tres primeros tratan de convencer al lector de que la biología y, más en concreto, la teoría de la evolución, constituyen un lugar idóneo para el desarrollo de una biofilosofía que pueda servir de puente eficaz entre las dos culturas. En este sentido, Moya nos invita a pensar desde la biología, desde la evolución, para elaborar una suerte de naturalismo que separe con nitidez lo que la ciencia dice desde una perspectiva empírica, como tal ciencia, de las ideas que puede sugerir o evocar desde una perspectiva metacientífica, sin que esto suponga para el pensamiento humanista más restricción a priori que la de elaborar un discurso compatible con el conocimiento científico actual.

En la parte central del libro, capítulos cuarto a séptimo, el autor revisa diversos conceptos básicos de la teoría evolutiva y esclarece alguna de las principales polémicas que la alimentan, haciendo un recorrido histórico y una actualización del estado de la cuestión en cada punto sometido a análisis. Particularmente brillante es el capítulo 7, en el que pasa revista a algunos de los tópicos más controvertidos y relevantes de la teoría evolutiva actual: los enfoques reduccionista y holista, neutralista y seleccionista, gradualista y saltacionista, así como la necesidad de conjugar la visión externalista que caracterizó al neodarwinismo en sus inicios con nuevos elementos que doten de mayor capacidad explicativa a la misma. Describe Moya, con acierto y originalidad, la transición entre una teoría de la evolución restringida, basada en dos dimensiones explicativas, la mutación y la selección natural, a una concepción ampliada en la que se incorpora con fuerza una dimensión nueva, el papel del azar y los cambios contingentes en el proceso evolutivo, sin la cual algunos sucesos de singular importancia en la evolución de la vida, tales como la aparición de la célula eucariota mediante simbiosis o el impacto de las grandes extinciones, carecerían de una explicación convincente. El autor reflexiona también sobre la necesidad de incluir o no otras dimensiones explicativas, sobre todo la capacidad de autoorganización de la materia, y sobre si estas modificaciones podrían afectar al papel central que la selección natural desempeña en la teoría actual.

La parte final del libro se centra en el alcance del pensamiento evolucionista a la hora de entender a un ser humano dotado de una capacidad cognitiva que le permite reflexionar sobre sí mismo y sobre el universo en que habita, capaz de influir en su propio proceso evolutivo y, al tiempo, consciente de que podría no estar, no haber aparecido. Moya conoce muy bien el poder turbador y las controversias que han generado algunas ideas derivadas de la teoría de la evolución, pero también sabe que carece de sentido ignorar las explicaciones que nos proporciona la ciencia sobre nuestro origen. Por ello, el libro termina reiterando sus argumentos a favor de que la evolución se establezca como el puente natural entre las dos culturas y el punto de partida para cualquier reflexión sobre el ser humano. La propuesta resulta más que razonable, pero lamentablemente los prejuicios en torno al darwinismo nos impiden ser optimistas en cuanto a su acogida.

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Ficha técnica

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