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¿Nos fiamos de Stephen Hawking?

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Nada menos que la revista Nature (vol. 501, 12 de septiembre de 2013), en una de los habituales comentarios editoriales que encabezan cada número, titulado «La realidad en riesgo», se ha entretenido, de forma insólita, en precavernos sobre la fiabilidad o falta de ella de la reciente autobiografía de Stephen Hawking y, de paso, del género autobiográfico tal como lo practican los científicos: las memorias son más vehículos de entretenimiento que reflejos de la realidad, viene a concluir el comentario.

Ya en las páginas interiores del mismo número se encuentra la crítica que hace Robert Crease del libro de Hawking, Una historia breve, que apenas se compone de veinte mil palabras y que, según el crítico, se lee «en menos tiempo del que lleva la visión del documental biográfico que ha aparecido al mismo tiempo, con el que tiene bastantes textos en común». Se refiere al libro como «Este conciso y reluciente retrato, no muy distinto del que pudiera producir el departamento de relaciones públicas de una institución». De hecho, en algún sitio se señala que, tras el científico, existe todo un entramado de personas, medios y tecnologías que han hecho de él una gran figura mediática, al retratarlo como un genio solitario, sucesor de Einstein, una idea no compartida por sus pares, quienes lo consideran un científico sólido, sobre todo por su descubrimiento de la radiación que lleva su nombre, emitida por los agujeros negros, pero no aceptan su preeminencia.

La popularidad de Hawking inició su ascenso con su primer libro de divulgación, A Brief History of Time (Londres, Bantam, 1988), el libro más vendido de su género y, al mismo tiempo, el menos leído y entendido. Yo lo compré en una librería de aeropuerto, pero no pude terminarlo porque no lo entendí, lo que me frustró durante bastante tiempo, hasta que varios hechos me sacaron del hoyo. La edición de este libro en España estuvo a cargo de mi editora, Carmen Esteban, quien me contó algunas anécdotas curiosas. Se vendieron varios cientos de miles de ejemplares y lo compraron toda suerte de personas, tales como un individuo que entró en una librería diciendo: «Deme un libro del “subnormal” ese»; o ese otro, portero de una finca urbana, que fue enviado a la librería a comprar un ejemplar para cada uno de los vecinos. Un tiempo después, el físico español César Gómez, que había convivido con Hawking en Inglaterra, me vino a decir que en España no habría más de una docena de personas con el bagaje necesario para entenderlo. Más tarde aún, me quedé por completo tranquilo cuando, en una cena con dos ilustres científicos, el matemático Peter Swinnerton-Dyer, que da nombre a una conocida paradoja, y el premio Nobel Ilya Prigogine, teorizador sobre el caos, ambos confesaron no entender buena parte del citado libro.

Si han de juzgarse por su eficacia como entretenimiento, hay que decir que la mayoría de las autobiografías de científicos son muy aburridas, incluidas las de quienes, como Sir Peter Medawar, son buenos escritores. Hay excepciones, entre las que sólo citaré La doble hélice, de James D. Watson, codescubridor de la estructura del ADN, y La vida descodificada, de Craig Venter, famoso por la secuenciación del genoma humano.

La primera es, en mi opinión, mentirosa, misógina y sesgada, pero una de las narraciones más vivas del siglo XX. Mi entusiasmo por dicho libro, que leí antes de que se publicara como tal, gracias a dos entregas mensuales de The Atlantic Monthly, no se extiende a los otros libros autobiográficos de Watson, que he reseñado cuando se publicaron y que son ñoños y aburridos. La vida descodificada es una historia llena de las más diversas y apasionantes aventuras y, como singularidad, lleva un apéndice con la secuencia completa del genoma del autor, el primer genoma humano individual que se secuenció. Ya se conocen las consecuencias de poseer determinadas variantes (alelos) de muchos de los genes humanos y Venter va comentando en sendos recuadros aquellos alelos que le han tocado en suerte y las consecuencias que pueden acarrearle.

Cenando con él en Madrid, recuerdo que acompañó el postre con una pastilla que debía protegerlo contra una de sus propensiones, revelada por la secuencia de ADN. Conforme vaya sabiéndose más de las relaciones entre secuencia y características del ser humano, iremos sabiendo más sobre Venter y sus intimidades, una lectura que tardaremos mucho en completar. ¿Hay quien dé más?

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Ficha técnica

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