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Luces y sombras en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio

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Hace ya quince años formé parte de uno de los paneles convocados en relación con los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El panel, que se ocupaba de Alimentos y Biodiversidad y se reunió en Nueva York, estaba formado por científicos norteamericanos e israelíes, con la excepción de un miembro de la Academia China de Ciencias y yo, y estaba presidido por un médico de Harvard que había recibido el premio Nobel de la Paz por una campaña antinuclear. Recuerdo el escepticismo con que participé en aquella actividad, nueva para mí. Pero no siempre se acierta cuando se piensa negativamente y ahora, con la publicación de The Millenium Development Goals Report 2015, compruebo gratamente los avances realizados, aunque no se pueda olvidar que el panorama no está exento de nubes negras. Pasaré revista a las buenas noticias y luego resumiré los aspectos adversos. Quienes sólo deseen recibir mensajes optimistas, que lean sólo la primera parte. Los que prefieran una cierta mezcla de cal y arena, atrévanse a una lectura completa.

Luces

El primero de los ocho objetivos está apropiadamente enfocado a la erradicación del hambre y la pobreza. Hace un cuarto de siglo, más de la mitad de la población de los países en desarrollo estaba por debajo del umbral de la pobreza (1,25 dólares/día), mientras que en la actualidad la cifra es de sólo el 14%, al tiempo que la proporción de personas con más de 4 dólares/día se ha triplicado. En dicho período, a escala global, el número de pobres ha disminuido de 1.900 a 836 millones. El Banco Mundial acaba de anunciar que esta cifra se reducirá a 702 millones este año. En paralelo, la proporción de subnutridos en las regiones en desarrollo ha disminuido del 23,3% al 12,9%.

Se ha avanzado también hacia una enseñanza primaria universal (segundo objetivo). A escala global se ha reducido el número de niños sin acceso a dicha enseñanza de 100 a 57 millones. Así, por ejemplo, en el África subsahariana se ha pasado de un 52% de escolarización en 1990 a un 80% en la actualidad. Este avance ha afectado especialmente al sexo femenino (tercer objetivo), cuya presencia en la escuela primaria era, por ejemplo, de 74 niñas por 100 niños en el sur de Asia y ahora es de 103/100. Este avance también se ha dado en otros ámbitos, como en los parlamentos, donde la presencia femenina ha aumentado en el 90% de los países.

Se han realizado progresos similares hacia los restantes objetivos: en mortalidad infantil (cuarto objetivo) se ha pasado de 90 a 43 muertes por cada mil nacimientos con vida; en salud materna (quinto), de 380 muertes por cien mil nacimientos vivos a 210; en el combate contra enfermedades tales como la malaria y el SIDA (sexto), se han evitado 6,2 millones de muertes infantiles por malaria y se han distribuido novecientos millones de mallas antimosquito tratadas con insecticida; respecto a la sostenibilidad ambiental (séptimo), 1.900 millones de seres humanos han accedido el agua potable, y la ayuda al desarrollo (octavo) pasó de 81.000 millones de dólares en 2000 a 135.000 millones en 2014.

Los datos aquí resumidos indican claramente que pueden paliarse los males del mundo siempre que se tenga una voluntad política solidaria, se diseñen unas estrategias acertadas y se pongan los medios necesarios, pero no deben llevarnos a concluir que las tasas de progreso experimentadas hasta ahora vayan a mantenerse en el futuro o que no queden problemas que hayan burlado las posibles buenas intenciones para resolverlos. ¿Cuáles hubieran sido los resultados si no estuviéramos tan mal avenidos?

Sombras

Las sombras que nos impiden ser autocomplacientes surgen cuando examinamos los resultados con mayor resolución, cuando observamos lo que ocultan las cifras medias, operación sin la cual resultan inválidas las conclusiones sobre los más variados problemas, ya se trate de la evolución de la crisis económica, del coste de la prevención del cambio climático o de la injusticia económica. En el caso que nos ocupa, lo que las medias ocultan es la desigual distribución de los avances, tanto en el plano geográfico como cuando se discrimina por criterios de sexo, edad, raza o discapacidad. Se ha recorrido la parte más fácil del camino y queda la más difícil.

Existen carencias recalcitrantes ?hambre, sed y pobreza? para las que las soluciones buscadas hasta ahora no parecen eficaces; varios cientos de millones de personas permanecen en bolsas aisladas de difícil reducción que siguen sin acceso a los recursos más básicos y no hay «libres mercados» que vayan a hacerlas desaparecer. Persisten, e incluso se agravan, entre otras, las desigualdades entre mujeres y hombres, entre pobres y ricos, entre áreas rurales y urbanas. El cambio climático y la degradación ambiental están hipotecando futuros progresos y amenazan especialmente a los más desfavorecidos, a los más débiles. Finalmente, la salvaje depredación de los recursos naturales fomenta los conflictos bélicos y, a medio y largo plazo, destruye nuestro hábitat. Por citar un solo ejemplo: hay más teléfonos que seres humanos. Cada vez que adquirimos uno nuevo, o cualquier aparato electrónico, esquilmamos las existencias del mineral coltán, fuente de tantalio, elemento necesario para su fabricación, y fomentamos una guerra civil en más de un desdichado país de África. Es decir, el territorio queda tan agujereado como ciertos quesos, los interminablemente largos trenes de mercancías transportan el mineral hacia los países desarrollados y los nativos se matan entre sí estimulados por contrapuestos y no tan oscuros intereses foráneos.

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Ficha técnica

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