Buscar

Timos

¿Tenían obligo Adán y Eva? La falsedad de la pseudociencia al descubierto

MARTÍN A. GARDNER

Ed. Debate, Madrid, 384 págs.

Trad. de Juan Manuel Ibeas

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Uno más de los deliciosos libros de Martin Gardner. Y una alegría, moderada escépticamente, para quienes se sienten abrumados por la roña de saberes de pega y timos de verdad que acosan las vidas, mentes y bolsillos de los ciudadanos. Pocos libros hay de esta intención si los comparamos con el lugar desmesurado que ocupan semejantes patrañas en los medios de comunicación pública e incluso públicamente financiados.

Gardner es conocido en España por diversos caminos: para la generalidad de los científicos metidos en años y para un añejo público ilustrado, como colaborador de Investigación y Ciencia, cuando escribía la sección de «Juegos Matemáticos»; para los amantes de los acertijos y para quienes afrontan largos viajes en tren –buenas ocasiones para disfrutar de auténticos placeres intelectuales (vide Juan Benet), por sus libros de matemáticas recreativas, y por su actitud crítica para aquellos alarmados por la credulidad creciente que hallan tantos pseudosaberes teóricos y prácticos.

Aunque en el prólogo de esta antología Gardner indica que la pseudociencia no es una de sus preocupaciones más importantes, aparte de los libros que dedica a este tema, el aficionado a los acertijos matemáticos encontrará una u otra puntada sobre pseudosaberes incluso en los libros del doctor Matrix y sobre timos (por asociación de ideas) en ¡Ajá!, Paradojas que hacen pensar.

En el libro de Gardner, como en toda su obra, el lector agradece la meticulosa documentación. Siempre sabe de qué se está hablando: fechas, lugares, publicaciones, personajes. Una consecuencia negativa para el autor es el enorme desembolso que ha debido de hacer en los objetos y las publicaciones casi nunca baratos de quienes en muchos casos son simples pillos y charlatanes. Supongo que muchos de ellos se morirán de risa al saber que Gardner compra sus materiales. Algún bienintencionado dirá que Gardner es una marca comercial que se puede permitir desembolsar cincuenta dólares por una receta para preparar café con orina mañanera o por una pirámide, purga de Benito de todos los males. Pocos de estos estafadores se ocupan de responder a la correspondencia que el autor trata de entablar para obtener aclaraciones doctrinales y de otros tipos.

La estrategia intelectual de Gardner es eficaz e impecable. Comienzo por discutir el problema filosófico de la frontera entre la ciencia y la pseudociencia. Conoce y acata la conclusión más razonable sobre la demarcación: que no es posible establecer lindes netos sobre la base de criterios lógicos ni epistemológicos. Pero eso no nos compromete con la conclusión de que haya que renunciar a reconocer la diferencia.

Gardner plantea la conclusión relativista por analogía con la paradoja del hombre calvo. Hay una gran diferencia entre hacer buena ciencia y ser un charlatán, aunque la naturaleza de la diferencia, como en el caso de la calvicie, no permita establecer una línea de demarcación. Además, ser calvo es un asunto histórico y hay doctrinas a las que en la actualidad se les ha caído completamente el pelo. El creacionismo pudo ser una doctrina plausible antes de la publicación de El origen delas especies : hoy ya no lo es.

Gardner señala sutilmente uno de los criterios aparentemente sólo sintomáticos, pero que Lakatos consideraba esenciales: los adversarios creacionistas de la teoría de la evolución llevan siglo y medio haciendo las mismas objeciones y han dejado de proponer soluciones creacionistas a problemas biológicos.

Un aspecto aparentemente secundario de la estrategia de Gardner es el humor. No privarse de hacer chistes a costa de los pseudosaberes y sus practicantes. Esto, por un lado, hace más amena la lectura y, por otro, aproxima al desvelamiento del carácter moral de muchos vendedores de pseudosaberes. La máxima democrática del respeto hacia nuestros semejantes y el relativismo, tan extendido entre nuestros intelectuales, parecen impedir llamar a cada cosa por su nombre: fraude, charlatanería, estafa, homicidio. El charlatán que diagnostica a voleo y trata de cachondeo puede ser responsable de la muerte de sus incautos pacientes. Un poco de «agresión verbal», como neutralmente se llama a tan distintas cosas, no es, ni remotamente, la sanción merecida.

También dedica Gardner unas páginas al asunto Sokal. Para un filósofo, como quien hace este comentario, es un caso llamativo de impostura intelectual. Alan Sokal es un físico que publicó en 1996 en la revista Social Text un artículo intencionadamente lleno de disparates pseudocientíficos y ¿pseudo?-filosóficos. En otra revista explicaba la broma, los motivos de ella y las conclusiones que extraía de su publicación en una revista conocida del pensamiento posmoderno. En 1999 se tradujo en España el libroImposturas intelectuales, Paidós, Barcelona, 1999. que, en colaboración con Jean Bricmont, escribió Sokal acerca de la broma y su alcance. En él explica que su artículo está compuesto principalmente con materiales procedentes de importantes autores franceses y norteamericanos de gran prestigio en medios, universidades, etc. De los que, entre otros movimientos, se nutre la izquierda intelectual norteamericana. El objeto del artículo era colaborar a la crítica de eso que vagamente se llama posmodernismo, que se caracteriza por no cortarse un pelo a la hora de invocar conceptos o teorías científicas en contextos absurdos, y en sostener disparates filosóficos contra el más mínimo buen sentido. Ante el caso Sokal los filósofos se dividen. Unos hemos disfrutado de su libro, pero un filósofo como Quintín Racionero señala que el tramposo es Sokal, porque no ha aplicado por derecho las reglas de la comunicación«La irresistible ascensión de A. Sokal. Reflexiones en torno a la responsabilidad comunicativa, el relativismo epistemológico y la postmodernidad», Éndoxa, n.° 13, 2000, págs. 55-84. . Según él, no debes escribir a una revista para reírte de los editores sin que se den cuenta. Como dicen en mi pueblo cuando no se respetan las reglas de la pelea, «esas no son formas de reñir». También se pregunta indignado quién es ese filósofo señor Bricmont que colabora con Sokal, cuando más fácil y honrado habría sido leer la solapa y averiguar que es un físico de la Universidad de Lovaina. 

Gardner alaba a Sokal y a varios de quienes se han alineado con él en la consiguiente polémica. Pero hay una diferencia: mientras que Gardner se limita a indicar que la izquierda intelectual anda enfangada con autores como los objeto del escarnio, Sokal además lamenta que esto ocurra. La tradición de la izquierda ha sido racionalista en sentido amplio, favorable al desarrollo del conocimiento científico, en el que ha visto posibilidades de mejora de las condiciones de vida, instrumento de crítica contra el oscurantismo del poder, florecimiento de la dignidad humana cuando conocemos mejor nuestro lugar en el mundo. No es extraño que revistas como Más Allá, junto con publicidad sobre costosos aparatos que sirven para acrecentar la energía kundalini, incluya anuncios de una fundación que promueve la Gran Hermandad Blanca. Lejos del cientificismo, mucho es lo que se puede decir sobre el poder político de la institución de la ciencia, sobre sus pactos tácitos con otros poderes espirituales y abiertos con poderes más visibles. Pero lo que Gardner alaba es la actitud crítica racional hacia lo que se nos cuenta, y cree que esa actitud encuentra en la ciencia institucional unos caminos que no encuentra en curanderos, posmodernos ni fundamentalistas religiosos. Deja un lugar abierto a un par de formas de religiosidad que a algunos autores que Gardner cita laudatoriamente les parecen suficientes y justificables. Una, la religión como impulso ético, que también se ha cultivado desde el lado laico. Otra, algo así como el reconocimiento de los límites de la ciencia y el sobrecogimiento hacia lo que pueda haber fuera de ellos, y no, desde luego, una teología que venga a poner entidades –Dios, por ejemplo– donde nadie tiene un derecho racional a teorizar. Si esto es mucho o poco, el lector debe juzgarlo. Tampoco aboga porque haya fuertes instituciones que velen por el modo adecuado de sobrecogerse.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

5 '
0

Compartir

También de interés.

Platero y Gabo