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Prueba de fuerza

LOS CONSPIRADORES

Daniel Sueiro

Menoscuarto, Palencia

Pról. de Fernando Valls

250 pp.

15 €

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Relativamente olvidado –al menos en lo que se refiere a su obra narrativa, que en cuanto a los ensayos históricos o costumbristas, el cantar de Daniel Sueiro sigue teniendo actualidad– y fresca todavía la reedición de La verdadera historia del Valle de los Caídos, se perciben señales de humo, tímidas por el momento, para recuperar la figura de quien fuera uno de los narradores breves más conspicuos de los años cincuenta y sesenta, que es cuando el género gozó de vitalidad en nuestro país. Entre sus practicantes, Cela, Delibes,Aldecoa, García Pavón, el propio Juan Benet –bien que luego sus novelas acabarían difuminando títulos como Nunca llegarás a nada– o Daniel Sueiro. Autor este último de hasta cinco libros de cuentos, recogidos todos ellos en Cuentos completos (Madrid,Alianza, 1988), un libro que no se ha vuelto a editar, lo que no deja de ser una pena.Y digo esto porque la lectura de Los conspiradores, desde la óptica de hoy, es decir, cuando el neorrealismo hace tiempo que se halla arrinconado en algún compartimento estanco de la historia de la literatura, demuestra que Daniel Sueiro (1931-1986) es autor vigorosísimo, lúcido, capaz de combinar todo tipo de estrategias narrativas desde una base lírica (pero sin que se noten en exceso las falsillas inherentes a esta condición) e igualmente con capacidad de disparo por elevación, en tiempos –conviene no olvidarlo– de censura, si bien no tan férrea como tiempo atrás, igualmente caprichosa. Los conspiradores fue Premio Nacional de Literatura en 1959, un año que dicho galardón solamente contemplaba la candidatura de libros de relatos, pero no vería la luz hasta 1964. De la versión definitiva –publicada por Taurus– desaparecería la narración que titula el libro, pero también algún otro relato que ni siquiera Fernando Valls, autor del riguroso prólogo que precede a la muy completa edición (pues incluye también un autorretrato de Daniel Sueiro y unas divagaciones sobre el cuento de su propia autoría) que ahora presenta Menoscuarto, ha sido capaz de fijar. Sea como fuere, en Los conspiradores hay un buen muestrario de cuentos de diferentes tendencias e, incluso, distancias. Así, «El ruedo» es una historia mínima, y ejemplar podríamos decir, en su substancia de individuo trabajador dando la vuelta, con carga inhumana, a un coso metafórico. Por cierto, que el tema taurino, aunque solamente lo fuese desde una perspectiva ideal, era cuestión recurrente en los narradores españoles de la época y, así, Camilo José y Jorge Cela, Ignacio Aldecoa, Mariano Tudela, Ángel María de Lera, Alfonso Sastre o el propio Sueiro abordaron un asunto que hoy parece totalmente olvidado. En lo que a tamaño se refiere, el envés de «El ruedo» es «El regreso de Frank Loureiro», casi apunte de novela corta, con el emigrante que retorna a su Galicia natal en viaje bumerán, de pura frustración (que ni siquiera nostalgia). Entre ambos ejemplos la distancia media para ocho relatos más, sugestivos, como «Hora punta» en su estructura decididamente circular, irónicos (estupendo el llamado «Al fondo del pozo», ¿de los reptiles, tal vez?, con su retablo de escribidores en día de paga en la oficina de Prensa de la Secretaría General del Movimiento, con elementos no muy ejemplares que se llaman Manuel Vivebién o Ernesto Carajo, pudiendo ser uno de ellos, Víctor Pérez, el mismísimo González Ruano), o eróticos incluso (ejemplar en este sentido el muy antologado «Las siestas», con un albañil voyeur mirando lo que nunca va a estar a su alcance para acabar desahogándose con una criada en desenlace ni siquiera glamuroso, sino «confuso y violento») en tiempos poco dados a este territorio por el que Sueiro sabe deslizarse con mirada sutil. La misma sutileza que lleva a este autor a no cerrar los finales de sus cuentos dejándolos en una «muerte súbita» o suspensión, manera practicada tantas veces por Ignacio Aldecoa, autor con quien no sería difícil emparentar a Daniel Sueiro, también por cierto enfoque esperpéntico, muy visible en el relato aldecoano «Ave del Paraíso» y en el ya citado «Al fondo del pozo» de Daniel Sueiro.

Escribe éste en «Mis divagaciones sobre el cuento», apéndice utilísimo de la edición de Los conspiradores que tengo ante mí, que «Un cuento es una prueba de fuerza; no digo que haya que estar en trance para escribirlo, pero sí hay que ponerse en tensión». Exactamente.

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Ficha técnica

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