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Lope de Aguirre, tirano inmortal

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En su libro El señor inquisidor y otras vidas por oficio, Julio Caro Baroja trazó una biografía memorable de Lope de Aguirre que, entre otras cosas, presenta un fino análisis de su condición de vasco. A lo largo de los años, la aventura del «loco Aguirre», «más que Nerón y Herodes inclemente», según recuerda Caro que dijo de él Alonso de Ercilla, el autor de La Araucana, ha impresionado la imaginación de varios narradores –Ciro Bayo, Arturo Uslar Pietri, Ramón J. Sender…–, de dramaturgos –Gonzalo Torrente Ballester, José Sanchis Sinisterra– y de cineastas –Carlos Saura, Werner Herzog–, sin contar los viajeros que lo recordaron, entre otros Humboldt o La Condamine, o los ensayistas que lo incluyeron en sus particulares análisis, como Giovanni Papini, que en su Juicio universal lo coloca en el «coro de los homicidas, asesinos y ladrones», junto a malvados ficticios o imaginarios como Caín o Himmler. En cierto modo, «Aguirre el traidor» o «Aguirre el peregrino», como a él le gustó denominarse, consiguió parte de sus propósitos, pues, según sus numerosos cronistas, le pedía a Dios que guardase el cielo para sus santos y lo beneficiase a él en la tierra, y no cabe duda de que ha conseguido el beneficio de haberse incorporado a la memoria colectiva. En cuanto al Más Allá, Lope de Aguirre declaraba preferir el infierno, donde pensaba él que tendría ocasión de encontrarse con gente tan interesante como Alejandro Magno o Julio César.

Coinciden ahora dos libros significativos sobre este personaje, tan sombrío como extraño y complejo. Por un lado, Lope de Aguirre y la rebelión de los marañones, colección de textos y crónicas de la época, editada por los profesores Beatriz Pastor y Sergio Callau; por otro, La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, de Robert Southey, poeta lakista (1774-1843), muy interesado en los asuntos españoles y, en este sentido, venerable ejemplo de lo que pudiéramos denominar la tradición hispanista.

La edición de Beatriz Pastor y de Sergio Callau hace una valiosa recopilación de crónicas contemporáneas de los sucesos que protagonizó el feroz personaje, la mayoría desconocidas hasta ahora para un público no especializado, escritas por gentes que participaron en la aventura de los marañones. Entre ellas se encuentra la famosa «Jornada de Omagua y Dorado», de Francisco Vázquez, uno de los pocos miembros de la tripulación que se negó a firmar la proclamación de Fernando de Guzmán como sucesor, tras el asesinato del legítimo gobernador de la expedición, Pedro de Ursúa, a pesar del indudable peligro de muerte que se cernía sobre cualquier forma de disidencia. La relación de Vázquez viene acompañada por otras seis mucho menos conocidas: la de Pedro de Monguía, el capitán a quien, en la isla Margarita, tras la azarosa y sangrienta travesía del Amazonas, envió Lope de Aguirre para capturar la nave de fray Francisco de Montesinos, pero que en el último momento decidió abandonar el bando de los marañones y acatar la autoridad real; la de Gonzalo de Zúñiga, que en la isla Margarita consiguió escapar de la tropa del tirano en unión de otros tres soldados, entre ellos el citado Vázquez; la de Juan Vargas-Zapata, superviviente milagroso de las sucesivas depuraciones de Lope de Aguirre, pues no solo era hijo del segundo de Pedro de Ursúa, asesinado al tiempo que el gobernador, sino que también fue de los pocos que se negaron a firmar la proclamación de Fernando de Guzmán como sucesor; la relación de otro de los que consiguieron zafarse del poder de Lope de Aguirre en la isla Margarita, el capitán Altamirano; la de Custodio Hernández, un soldado que consiguió escapar del poder de Lope de Aguirre en Barquisimeto; y, por último, una «relación anónima» que los editores han transcrito de la obra del aragonés Emiliano Jos, el estudioso que acaso con mayor atención se dedicó a revisar la tenebrosa aventura de Lope de Aguirre y sus marañones. Se completan estas relaciones con diversos textos, como las cartas de Aguirre a varias autoridades –entre ellas, la muy conocida que remitió a Felipe II– y ciertas declaraciones, proclamaciones, sentencias y cédulas, así como una minuciosa «cronología e itinerario de los marañones» y un «Dramatis personae» en el que se retratan concisamente los personajes que desempeñaron algún papel en el asunto.

En el estudio preliminar, los editores analizan la aventura de Lope de Aguirre desde una perspectiva que nace del desencanto que sufren ciertos conquistadores, defraudados en sus esperanzas de enriquecimiento, y que los lleva a sublevaciones, al principio económicas, que van haciéndose progresivamente políticas. Para su análisis, los editores presentan lo que ellos denominan «tres paradigmas narrativos»: un primer paradigma, que coincide con los primeros tiempos del descubrimiento y de la conquista, en que el mundo que se ofrece ante los españoles se articula «sobre el éxito de su empresa y sobre la reafirmación de sus sueños y mitos personales», como en el caso de Colón o de Hernán Cortés, quien, en sus Cartas de relación, «construyó el relato de su conquista como el lugar simbólico de transformación de la transgresión en legalidad, de la rebelión en obediencia, del caos en orden, del fracaso ocasional en un éxito sin fisuras». En el segundo paradigma, «la narración se presenta como una crónica de infortunios que va revelando la crisis y el cuestionamiento progresivo de todo un imaginario que, al trasladar a América mitos, objetivos fabulosos y visiones del mundo desconocido, reducía la realidad geográfica, humana y cultural […] a los parámetros de la realidad europea», lo que sería patente en la Relación de los naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, donde «la narrativa muestra un sujeto que se humaniza, vacila, duda, se equivoca, sufre». En el tercer paradigma, «la narración se despliega implacable como una articulación discursiva de la desintegración». Según los editores, configuran este tercer paradigma narrativo «las relaciones que narran los sucesos de la desgraciada expedición de Pedro de Ursúa a los reinos de Omagua y Dorado», donde «el desengaño y el descontento expresan la decepción frente a las esperanzas y los sueños frustrados, pero son también una vivencia particular de la crisis del sueño imperial americano».

Hay que señalar que en tal crisis, y en este caso, hay un elemento peculiar, que es la personalidad de Lope de Aguirre. Los propios editores apuntan su «visión anacrónica y reaccionaria, que reivindica los valores idealizados de un pasado mitificado». Ya en su obra El jardín y el peregrino. El pensamiento utópico en América Latina (1492-1695), Beatriz Pastor había señalado que «en la visión simbólica de Aguirre, América es el caos. Su alteridad es una amenaza de desintegración de los valores tradicionales de la España medieval que ya se ha hecho realidad. Es el lugar donde, en el contacto con el Otro, se han consumado ya la decadencia de la nobleza, la corrupción de la burocracia real, el triunfo de la herejía y el libertinaje de los frailes». Esta visión coincide en cierto modo con la de Julio Caro Baroja, quien en la obra citada señala que Lope de Aguirre «era un superviviente del siglo xv», un personaje cargado de valores medievales, desde el concepto de «más valer» al del de la «desnaturación» del Señor (lo que hace explícito en su carta a Felipe II). A esta visión arcaizante, nada renacentista, del mundo, podría añadirse su conciencia profundamente patriarcal, que llegaba a tal punto que prefirió matar a su hija, en la conciencia del fracaso de su empresa, para que no le sobreviviese con deshonra.

Viene todo esto a cuento porque, en una instrumentalización interesada de la Historia, hay quien ha querido ver en Lope de Aguirre a un precursor, tanto de la independencia de los países hispanoamericanos frente al Imperio, como de la independencia del País Vasco frente a la supuesta dominación española. Desde tales enfoques, la figura de Lope de Aguirre estaría cargada de modernidad, sería un glorioso precedente simbólico. Mas en lo que toca a lo americano, su condición de antecedente no lo enlazaría precisamente con el mundo liberal, sino con las sangrientas dictaduras, con los «Tirano Banderas» que Hispanonamérica ha sufrido a lo largo de su no demasiado dilatada historia. Y en cuanto al ámbito vasco, la aventura separatista de Lope de Aguirre está tan cargada de feroces asesinatos que cualquier identificación con el mundo de hoy solamente puede interpretarse a la luz de algunas patologías. Sin embargo, cuenta Julio Caro Baroja en su libro que, en 1961, al cumplirse el cuarto centenario de la muerte de Lope de Aguirre, celebraron en Araoz un banquete conmemorativo ciertos escritores y artistas guipuzcoanos, y «hablaron del personaje con facundia e ingenio» con la pretensión de «salvar» a una figura histórica de la que se sentían paisanos. Resultado del banquete fue la publicación de un libro, Lope de Aguirre descuartizado, en el que aparecen textos como el siguiente: «Lope de Aguirre, Ira de Dios, Fuerte Caudillo de los Invencibles Marañones, salve. Yo te saludo. Y conmigo los aquí reunidos para celebrar tu efemérides. Loor a ti, bravo Marañón, en esta fecha histórica. Recordación emocionada junto a tu cuna. Te evocamos en el viento, en lo impalpable, en esos horizontes sin caminos que fueron tu tumba, conjurándote a que te nos aparezcas y nos oigas».

Mas dejando aparte estas consideraciones, y volviendo a las relaciones y documentos que han reunido en su libro Beatriz Pastor y Sergio Callau, es verdaderamente interesante la pluralidad de las voces que nos relatan los mismos sucesos, pero con ligeros matices y énfasis peculiares que enriquecen notablemente el conjunto, aclarando aspectos, apuntando móviles, desvelando conductas. Claro que no están todas las crónicas a que la descomunal aventura dio lugar; por ejemplo, Caro Baroja recuerda la de Toribio de Ortiguera, no incluida en el libro de Pastor y Callau, como tampoco lo está la de Pedrarias de Almesto, otro curioso superviviente del tirano, pero ambas son muy largas y añaden poco a las aquí recogidas, sustantivas y contemporáneas de los sucesos.

Llaman la atención en estas crónicas los aspectos espaciales y temporales. Por un lado, ese mundo desconocido del Amazonas –parece que el Orinoco como salida del viaje ha quedado definitivamente descartado por los estudiosos–, prácticamente virgen de contacto europeo –sólo la expedición de Orellana lo había recorrido antes–, con sus circunstancias físicas, sus pueblos y sus «despoblados», las sucesivas penurias y hambrunas que llegan a acabar con la vida de bastantes exploradores, entre las purgas y ajustes de cuentas que van encadenándose. Por otro, lo vertiginoso de los sucesos, pues el tiempo total de la aventura no llega a durar un año, y la acumulación dramática le confiere una intensidad sorprendente, si consideramos que la expedición comienza su recorrido río abajo el 14 de septiembre de 1560, que el 1 de enero de 1561 los descontentos con Ursúa le quitan la vida para nombrar sucesor –y luego príncipe, ya «independizados» de la corona española– a Fernando de Guzmán, que será asesinado el 22 de mayo, para ser reemplazado por Lope de Aguirre, cuyo mando tiránico se desarrollará durante cinco meses, hasta el 27 de octubre, día en el que, ante el hundimiento de su proyecto –regresar al Perú para conquistarlo–, sus propios hombres lo matarán, entre otras cosas para cerrar su boca para siempre. En total, nueve meses de sublevación, a lo largo de los cuales serán eliminados al menos setenta españoles –entre ellos cuatro mujeres y varios religio-sos– e incontables negros y «piezas» de indio –así se denominan estos servidores en las relaciones–, como los casi doscientos que se abandonan en poder de los caníbales caribes para «aligerar» la expedición.

En esas crónicas tan jugosas no hay, sin embargo, ningún proyecto que trascienda la pura descripción de los hechos encaminada al descargo de la responsabilidad del narrador, pues todas ellas se relacionan con los procedimientos judiciales que originó el asunto. La voluntad de narración desde una perspectiva no solo expositiva de sucesos históricos, sino también reflexiva y estética, aparece en el libro de Robert Southey La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, publicado en 1821, y que ahora se edita en España. Hay que señalar que Southey no utiliza como fuente de su obra ninguna de las relaciones recogidas en el libro de Pastor y Callau, ni las demás que he citado, sino la Historia natural y moral de las Indias, del jesuita José de Acosta, la Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, de Lucas Fernández de Piedrahíta, y, sobre todo, la monumental, y lamentablemente demasiado olvidada en la actualidad, Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias Occidentales, del franciscano Pedro Simón, cuya Sexta Noticia Historial sirve de base al autor inglés, que continuamente hace escrupulosa cita de sus referencias. Y es sorprendente hasta qué punto todo lo que va narrándose en el libro coincide con lo que cuentan las crónicas recogidas en el libro de Pastor y Callau. De tal manera es fiel a lo que la diversa documentación que ahora conocemos nos presenta como la verdad de los hechos que parece como si el libro de Southey se hubiera escrito en los tiempos que vivimos.

Dividido en seis partes, el libro describe las fábulas referentes al mundo de los omaguas y los antecedentes militares de Ursúa, el motín que conduce a su asesinato y a la elección de Fernando de Guzmán, el asesinato posterior de este, el viaje por el río hasta la isla Margarita, con los desmanes de Lope de Aguirre, su desembarco en Burburata, el posterior y destructivo avance por el continente hasta Barquisimeto y Valencia, la oposición de las fuerzas oficiales, la deserción de sus hombres, y su muerte.
En el prólogo, al referirse al estilo de la obra, Pere Gimferrer señala que «nos hace bucear en un mundo bullente de cintarazos y estocadas como si avanzáramos de puntillas por una silenciosa recámara amueblada por Chippendale». Ciertamente, y sin duda, hay que darle a la traducción de Soledad Martínez Pinillos, también comentarista del texto, el mérito de habernos transmitido esa atmósfera, ya que el libro está escrito con una elegante distancia, que en ningún momento se deja tentar por la atracción del salvajismo de tono sádico que rezuman todos los episodios.

Muy sugestivo y bien medido, el libro de Southey mantiene encendida la misteriosa personalidad de Lope de Aguirre, antiguo domador de caballos de estirpe hidalga que soñó con dominar un reino, personaje que parece novelesco, antipático y dañino a conciencia, hombre prepotente y atrabiliario, cargado de resentimiento y de crueldad, de astucia, de humor negro y de ambición delirante, pero también de una terrible lucidez nihilista sobre la realidad que le tocó vivir.
 

Lope de Aguirre y la rebelión de los marañones, Beatriz Pastor y Sergio Callau (eds.), Clásicos Castalia, Documento, Siglo xvii, Madrid, Castalia, 2011.
La expedición de Ursúa y los crímenes de Aguirre, Robert Southey, trad. de Soledad Martínez de Pinillos, prólogo de Pere Gimferrer, Barcelona, Reino de Redonda, 2010.

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Ficha técnica

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