Buscar

Las flechas y el yugo

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Japón celebrará elecciones para la Cámara de Representantes de su Dieta (nombre colectivo para las dos cámaras del parlamento; la otra es la Cámara de Consejeros) el próximo 14 de diciembre, unos días después de que aparezca este blog. La Cámara de Representantes, que es la más importante en el sistema japonés, se compone de cuatrocientos ochenta miembros elegidos para un período de cuatro años.

¿Por qué no esperar a comentar los resultados una vez hayan hablado las urnas? Porque están cantados. Las encuestas de opinión no dudan de que el Partido Liberal Democrático (LDP, por sus siglas en inglés) vaya a repetir mayoría; sólo se preguntan hasta dónde llegará. Abe Shinzo (los nombres en este blog aparecen a la usanza nipona, con el apellido antes del propio), líder del LDP, obtuvo 294 escaños en 2012 y desde entonces ha gobernado en alianza con el Nuevo Partido Komeito (NKP, en su acrónimo inglés) que cuenta con treinta y uno, llegando entre los dos a un total de 325 diputados. Los sondeos más importantes adelantan que el día 14 esa mayoría se ampliará, apuntando una cifra de entre 305 y 334 escaños para el partido de Abe. Aunque los resultados finales no lleguen a ser tan impresionantes, la victoria está, pues, cantada.

En política, Japón no es precisamente una caja de sorpresas. El LDP lleva gobernando desde 1955, uno de los partidos más estables del mundo. En casi sesenta años, sólo ha estado en la oposición durante once meses en 1993-1994 y de 2009 a 2012. Pase lo que pase, sabe adaptarse a las expectativas de la mayoría de japoneses y recibe su confianza con la fuerza de una adicción. Según una encuesta de Asahi Shimbun (uno de los grandes diarios de Japón, a la izquierda del LDP; no en balde estuvo asociado durante años al International Herald Tribune, que ha pasado a llamarse International New York Times desde 2013), a Abe van a votarlo muchos electores que discrepan de su política, pero no ven otra alternativa. La política económica y el empleo eran los asuntos más importantes para un 47% de los encuestados y, entre ellos, un 43% iba a votar al LDP. Y eso a pesar de que un 30% de la muestra pensaba que en ambos terrenos el Gobierno había sido un «fracaso». Pero, al parecer, a la oposición se la juzga aún peor: un 13% de expectativa de voto para el Partido Demócrata de Japón (JDP), un 8% para el Partido de la Innovación y el Partido Comunista. El NKP, eventual coaligado del LDP en el futuro parlamento, obtendría un 7%, reforzando así la mayoría.

Desde principios de los años noventa, Japón se halla ante una encrucijada económica y no sabe por dónde tirar. Según Richard Koo (The Holy Grail of Macroeconomics. Lessons from Japan´s Great Recession, ed. rev., Singapur, Wiley, 2009), entre 1990 y 2005 la Gran Recesión japonesa generó pérdidas de capital (en inmuebles y acciones) por valor de mil quinientos billones de yenes (cerca de dieciséis billones de dólares), o el equivalente de tres años completos de actividad económica. Una caída así debería haber supuesto una disminución igualmente dramática del PIB, pero eso no sucedió. Japón no experimentó una Gran Depresión similar a la de Estados Unidos en los años treinta; por el contrario, su economía siguió creciendo en términos nominales y reales. ¿Cómo así?

La gran crisis que empezó en 1990-1991 creó un enorme agujero de deudas que las empresas empezaron a pagar (desapalancamiento) a la vez, dedicando a ese fin casi todos sus flujos de caja, de modo que muy pocas requirieron nuevos créditos. Muchas de ellas estaban en quiebra técnica, pero se negaban a admitirlo para no empeorar aún más su situación. Todo ello melló las medidas monetarias (manejo de los tipos de interés) que podía tomar el banco central. Los tipos bajaron hasta ser negativos y, aun así, la demanda de crédito no se reanimó. No se trataba de que los bancos locales se negasen a concederlo. Al cabo, para ese tiempo, había ya bancos extranjeros operando en el país, pero tampoco a ellos les llegaban peticiones de crédito.

Si –decía Koo– la economía siguió creciendo, se debió a las medidas de estímulo fiscal adoptadas por los diferentes gobiernos del LDP, que aumentaron el déficit público con rapidez: «El gasto público tuvo un papel fundamental para apoyar a la economía y sólo gracias a los paquetes de estímulo anuales pudo el Gobierno evitar que surgiese un desajuste deflacionario». A su entender, así se evitó una catástrofe, de ahí que calificara los estímulos fiscales japoneses de «una de las políticas económicas más exitosas de la historia humana».

Un keynesiano más, se dirá, pero Koo rechaza esa etiqueta. Las recetas keynesianas, argumenta, no pueden aplicarse a todas las recesiones por igual. Junto a la recesión más común –una caída temporal de la demanda subsanable con políticas monetarias–, hay otra más seria: la causada por el desequilibrio de balances, en suma, por el estallido de una burbuja crediticia que necesita de apoyos durante largo tiempo, y sólo acaba una vez que los deudores terminen de pagar sus deudas. Hasta que no llega ese momento, las inyecciones de dinero, por amplias que sean (por ejemplo, las consecutivas relajaciones monetarias [quantitative easing] de la Reserva Federal estadounidense, y las políticas inflacionistas defendidas, entre otros, por Paul Krugman), no consiguen resultados. Cuando todo el mundo quiere librarse de deudas, muy pocos se deciden a contraer más, el crédito no fluye y la inversión privada permanece estancada. Sólo el apoyo del sector público, a pesar del aumento del déficit que genera, puede ayudar a superar esa situación. Lo cual explica por qué, pese a los tipos negativos, no hay demanda de dinero ni se genera inflación.

Al tiempo de la publicación de su libro, a Koo le parecía que esa hora del final de las deudas había llegado por fin a las empresas japonesas. Los datos de 2005-2006 hacían pensar que la crisis estaba llegando a su fin. Pero la impresión no fue duradera y los brotes verdes se agostaron con rapidez. Durante los tres años de gobierno del JDP (2009-2012), el desapalancamiento continuó y la economía siguió con un tono muy bajo. Al JDP, además, le persiguió el mal fario. Recuérdese que hubo de lidiar con la catástrofe de Fukushima. En definitiva, la explicación de Koo, que tiene muchos rasgos de interés, se enfrenta al problema de que el día de la recuperación parece haber quedado para esas calendas griegas que nunca llegan. El estrambote que el autor puso a su hipótesis –aunque empiece la recuperación, los empresarios no se atreven a expandir sus negocios porque tienen un santo temor a que otra vez se lo lleve todo la trampa– parece, empero, una de esas explicaciones ad hoc que Popper denunciaba.

La abeconomía, una política encaminada a generar reflación en la economía japonesa, se presentó como una solución de mayor éxito ante la crisis. Sus puntales eran las famosas tres flechas que el segundo Gobierno de Abe (elegido en 2012) iba a disparar: nuevos estímulos fiscales; relajación monetaria; y reformas estructurales. Los resultados, sin embargo, no han sido halagüeños. Los estímulos fiscales no han hecho sino continuar aumentando la deuda pública. Por encima del 240% del PIB, es la más alta del mundo y, aunque sus acreedores sean fundamentalmente los propios japoneses, lo que la hace más fácil de sostener, no deja de hacer cada vez más vulnerable al país. Por su parte, el aumento del IVA hasta el 8%, justificado por la necesidad de financiar el déficit público, ha representado un fuerte golpe para los consumidores japoneses. Favorecer un yen débil puede ayudar a las compañías exportadoras, pero no es, en definitiva, sino otro golpe a esos mismos consumidores. Cómo puedan ayudar estas medidas a aumentar la inflación y la confianza resulta un misterio. No es de extrañar que la economía esté nuevamente en recesión y que se haya descartado la subida adicional del 2% en el IVA prevista para abril de 2015. Todo lo cual explica que Abe haya querido convocar unas elecciones cuasiplebiscitarias para tratar de mantener sus propuestas.

La tercera flecha de la que Abe hablaba está aún por salir del carcaj. El primer ministro ha prometido cambios en el mercado de trabajo; mayor participación femenina en trabajos cualificados y en la gestión empresarial; estimular la inmigración; firmar el tratado de libre comercio con otros países de la región más Estados Unidos (TPP, por sus siglas en inglés), lo que obligaría a introducir serias reformas en la agricultora japonesa. Son todas ellas excelentes intenciones, pero tampoco es la primera vez que se le han oído a un gobernante japonés.

En política, alterar a fondo algunas de las estructuras sociales básicas es siempre muy difícil. El TPP, por ejemplo, obligaría a Abe a enfrentarse con algunos sectores agrarios que tradicionalmente generan una enorme cantidad de votos para el LDP. ¿Estará Abe dispuesto a poner en peligro esa alianza? Los observadores, pues, están legitimados para negarse a poner entre paréntesis la historia reciente y para no olvidar tampoco el yugo de la deuda.

Pues, bajo ese yugo, de poco sirven las flechas.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

6 '
0

Compartir

También de interés.

Desechos de un mundo flexible


La degollina en Nanjing

Entre diciembre de 1937 y febrero de 1938 las tropas japonesas cometieron en Nanjing…

Arthur Koestler en París (1946)

Haber aprendido sus primeras letras en un Kindergarten experimental en Budapest y el hecho de que…