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Las bisagras del poder

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Hace tiempo que venimos comentando sobre la ausencia de una alternativa política liberal (aquí), incluso indagando en las raíces ilustradas del liberalismo español (aquí), desgraciadamente arruinado por los exaltados y «espadones» novecentistas (aquí). Quizá exagerando algo el argumento, hemos concluido que, en contadas épocas históricas contemporáneas, la sociedad española ha vivido en paz consigo misma, como fue el caso de la España ilustrada, en el cuarto final del siglo XVIII, y, más recientemente, la España de la Transición.

¿Crees, incomparable gemelo, que puede decirse, hoy, que la sociedad española vive en paz consigo misma?

Un cierto malestar

Obviamente no. La polarización política es elevada, en la opinión de la mayoría de los analistas políticos, de lo que se deduce un malestar ambiental en el debate público, institucional y, por qué no decirlo, en el debate ciudadano. Las redes sociales son testigo del cruce descarado de insultos entre ciudadanos más o menos anónimos y representantes políticos. En el seno de cada uno de estos grupos sociales y entre individuos de cada grupo. Con tintes cada vez más desagradables y evocaciones muy desafortunadas a épocas pasadas que no deberían repetirse.

En el plano partidista, desde el fin del bipartidismo, con la brusca irrupción de Podemos en 2015 y en ausencia de un partido político genuinamente liberal han arraigado los extremos de izquierda y de derecha en detrimento de los partidos que, desde 1993, finalizadas las mayorías absolutas del PSOE habían actuado como «partidos bisagra», es decir, el PNV y CiU (vid infra). El desgaste de estos dos partidos ha sido diferenciado, no obstante. Como es bien sabido, CiU se ha descompuesto en muchos planos, desde el de su representatividad hasta el de su aportación responsable a la gobernabilidad con una posición generalmente pro-business.

Las descalificaciones entre los líderes políticos están generalizadas. Cuesta creer que, tras sesiones como las que se presencian en los hemiciclos del Congreso y el Senado, sus señorías puedan irse a su casa, cenar e irse a la cama tan ternes. Menos aún que puedan saludarse al día siguiente como si la víspera no hubiese sucedido nada. Desde luego, no después de una sesión tan gravemente marcada por todas las partes el pasado miércoles 23 en el Congreso tras la inaceptable intervención de la diputada de VOX, Carla Toscano, a quien la ministra de igualdad, Irene Montero, de Unidas Podemos, contestó agriamente. Intercambio cuya gravedad no es menor de lo que ya hemos visto en muchas otras ocasiones en boca de líderes de estas formaciones, salvo por la no menos grave circunstancia de que se produjo esta vez en la sede de la soberanía popular.

El centro es la bisagra

Una bisagra es un dispositivo mecánico compuesto de dos piezas engarzadas en un eje común que permiten la articulación de otras piezas más grandes, como una puerta en un muro o una tapa en una caja. Según la RAE, un partido bisagra «es un partido político minoritario que funciona entre otros dos mayores asegurando con su apoyo la función del que gobierna».

Es una verdadera desgracia que no exista hoy una opción política liberal que modere, desde un gobierno de coalición, preferiblemente, a la izquierda y a la derecha cuando a una de estas les corresponda gobernar. En ausencia de esta bisagra, nos encontramos con una gama de partidos extremistas e independentistas a la izquierda del PSOE y con un bloque de extremistas a la derecha del PP. Ninguno de estos partidos, casi todos hoy en retroceso en la intención de voto de los españoles, va a ser jamás un partido bisagra. Por la sencilla razón de que no son liberales. Sus aspiraciones se reducen, básicamente, a tener la suficiente fuerza electoral para participar en coaliciones de gobierno que radicalicen al partido mayoritario con el que gobiernan. Y si los electores les votan mayoritariamente pues miel sobre hojuelas. El centro es la bisagra y si es liberal mejor.

En la España democrática moderna nunca ha habido un partido genuinamente liberal con arraigo. La UCD fue un partido de centro, democrático, reformista y con cierta genética liberal, que gobernó en solitario, entre 1977 y 1982, a unos pocos escaños de la mayoría absoluta. En la Legislatura Constituyente (1977 a 1979) la UCD obtuvo 6,3 millones de votos (el 34,4% de los emitidos) y 166 (de 350) diputados, y gobernó con el consenso de los principales partidos de derecha e izquierda, fuerzas a las que superaba ampliamente pero que se implicaron en el esfuerzo constituyente. En la I Legislatura propiamente dicha, una vez aprobada la Constitución, la UCD volvió a repetir su éxito electoral del periodo constituyente con 168 diputados y mayoría absoluta en el congreso. Adolfo Suarez fue investido esta vez gracias al apoyo de Coalición Democrática (CD), Partido Andalucista (PA), Partido Aragonés (PAR) y Unión del Pueblo Navarro (UPN).

La experiencia de la UCD fue, en el fondo, felicísima, pues cristalizó un sólido consenso que en muy pocos años transformó una dictadura (con fisuras) en una democracia basada en una constitución avanzada y un sistema de partidos ampliamente representativos. Pero tuvo un desafortunado final pautado por una moción de censura contra Adolfo Suarez promovida por el PSOE el 30 de mayo de 1980, lo que precipitó la dimisión de aquel el 29 de enero de 1981, y un intento de golpe de estado el 23 de febrero de 1981 durante la segunda votación de investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, que fue investido, dos días más tarde una vez contenido exitosamente el golpe.

El descalabro de UCD, que aglomeraba a unos cuantos pequeños partidos liberales llama la atención. No porque sus orígenes de aluvión en el vértigo de la rápida transición constituyente no hiciesen presagiar un final parecido, dada la heterogeneidad de todos sus integrantes. De hecho, fue, insistimos, una extraordinaria cosa que se pudiese formar un partido centrista tan enorme en tan poco tiempo. Hecho que, sin duda, al menos para nosotros, se debió a la carismática personalidad de Adolfo Suárez y a la buena voluntad de muchísimos ciudadanos deseosos de una transición pacífica, incluido el Partido Comunista Español.

En las elecciones generales del 28 de febrero de 1982, en las que el PSOE obtuvo 202 diputados, la UCD de Landelino Lavilla solamente obtuvo 11 diputados mientras que el CDS, el nuevo partido de Adolfo Suarez obtuvo 2 diputados. Alianza Popular, de Manuel Fraga, antecedente del PP, obtuvo 107 diputados. En estas elecciones, pero en buena medida anulada su influencia por el «rodillo», como se la denominaba entonces a la apabullante mayoría del PSOE, emergieron de manera más nítida los dos partidos nacionalistas llamados a ser la bisagra de la política española años más tarde: CiU (Grupo Catalán) y el PNV (Grupo Vasco).

En efecto, a partir de la V Legislatura, la última de Felipe González (su cuarta consecutiva) en la que ya, claramente, CiU y el PNV apoyaron su investidura con sus 22 diputados, estos dos partidos mantuvieron la clave de las dos investiduras que tuvieron lugar entre 1993 y 2000, la última de Felipe González y la primera de José María Aznar, a pesar de que se tiene la impresión generalizada de que los dos partidos nacionalistas han determinado la política española decisivamente durante casi todo el periodo democrático.

Desde 2004 una serie de partidos de izquierda más o menos radical, como IU, ERC y el BNG han venido participando activamente en los acuerdos de investidura, de José Luis Rodríguez Zapatero, en dos ocasiones (2004 y 2008), y de Pedro Sánchez en otras dos (2016 y 2019), inaugurando así el ciclo más reciente de polarización de la política española.

Pero en las elecciones de 2016 y posteriores, además de los dos partidos nacionalistas (CiU y PNV) y los tres de izquierda mencionados al inicio del párrafo anterior (ERC, IU y BNG) fue muy destacable la fuerte irrupción de Podemos y las formaciones afines (Comunes, Mareas) y la de Ciudadanos, que era una réplica del PP, aunque más centrado y sin resabios franquistas, de los que el PP nunca ha sabido prescindir, irrumpió en las dos elecciones celebradas en 2016 y prestó su apoyo al PP en la XII Legislatura.

El caso de este último partido brindó a la política española el único momento en que un partido que se definía a sí mismo como liberal (lo que cuestionamos) pudo haber ejercido como auténtico partido bisagra. Y, de hecho, Ciudadanos apoyó la investidura de Mariano Rajoy en los cuatro plenos del Congreso que fueron necesarios (dos votaciones en cada una de las dos sesiones de investidura) para elegir al presidente del gobierno en la segunda mitad de 2016, aunque C’s no quiso entrar en una coalición de gobierno a escala estatal.

En este breve periodo, incluso, Ciudadanos llego a cambiar las cartas con el PSOE, firmando acuerdos de puntos programáticos tanto con la derecha como con la izquierda, lo que tampoco daba señales muy claras acerca de sus intenciones. Mientras tanto, el PSOE vivía su viacrucis particular con las primarias que ganó Pedro Sánchez, la división interna en la última votación de investidura que dió paso a Mariano Rajoy el 29 de octubre de 2016 con el rechazo de 15 diputados del PSOE y la abstención de otros 68 diputados socialistas.

La grave crisis del PSOE se saldó con la entrega del acta de diputado de Pedro Sánchez la víspera de esta última votación, para no tener que abstenerse. Pedro Sánchez había dimitido el 1 de octubre anterior como secretario General del PSOE, para ser reemplazado presidida por una gestora al frente de la cual se encontraba Javier Díaz, que ordenó la abstención. Pedro Sánchez recuperaría la Secretaría General del PSOE tras las primarias de junio de 2017 frente a Susana Díaz y Patxi López.

Los extremos polarizan

El gobierno de Mariano Rajoy surgido de las elecciones de 2016 tuvo que enfrentarse a dos mociones de censura, una en junio de 2017, lanzada por Unidas Podemos, que fracasó por la masiva abstención del PSOE de Javier Díaz, y otra en junio de 2018, lanzada por el PSOE de Pedro Sánchez, con tan solo 84 diputados, a la que se sumaron otros 50 diputados de UP y otros 48 diputados de hasta ocho partidos de izquierda radical, independentistas y nacionalistas entre los que se encontraban el PNV (5 diputados) y los herederos independentistas de CiU, PDeCAT (8 diputados). Más adelante, en las elecciones de diciembre de 2019 se produciría al fuerte irrupción de VOX en el Congreso con 52 diputados, mientras que la Confederación de UP y sus afines reducía su presencia a los 33 diputados.

Por aquellas fechas, C’s todavía conservaba 32 diputados. Hoy mantiene 9 diputados en el Congreso y las expectativas para las elecciones generales del próximo año flirtean con la desaparición de su presencia en el Congreso. Ya veremos qué pasa con su presencia en los parlamentos autonómicos y en los Municipios.

A cambio, como la moción de censura de 2018 dejaba a las claras, se inauguraba un periodo de polarización política en la que, desaparecido el centro (liberal a medias), los otrora «grandes partidos» solo pueden gobernar con sus extremistas afines, sin ningún partido bisagra al que acogerse. Ni siquiera el PNV, casi redundante por la emergencia de sus rivales abiertamente independentistas, menos aún los herederos de CiU. Nunca, el PNV y CiU cedieron su apoyo sin enormes contrapartidas. La diferencia hoy es que Pedro Sánchez se encuentra al final de un proceso iniciado desde los primeros días de la Transición, denostado por todos aquellos que le prepararon el terreno. Hoy, la polarización, hace que esas contrapartidas sean aún mayores y más dolorosas. La enormidad de los errores tácticos y estratégicos cometidos por los líderes de C’s, consecuencia de la ausencia de un verdadero liberalismo entre sus «pensadores», ha traído, entre otras, estas consecuencias.

No se vislumbra en el horizonte, desgraciadamente, la emergencia de un partido liberal que altere este estado de cosas. Al menos, en los próximos años. ¿No crees incomparable gemelo? Casi podríamos decir que no veremos eso in our lifetime o, más castizamente, que no lo verán nuestros ojitos. Hoy, el arco del Congreso consta de, además del PSOE (120 diputados) y el PP (88 diputados), otros 141 diputados pertenecientes a 8 grupos parlamentarios que, a su vez, agrupan a 20 partidos. La mayoría de estos partidos son una mezcla de extrema izquierda, independentismo y nacionalismo. La extrema derecha está representada únicamente por VOX, con 52 diputados (UP tiene 24 diputados de los 33 que agrupa su federación). Hay, además, 4 diputados no adscritos: 1 de las listas de UP, 1 de las de C’s y 2 de Navarra Suma / UPN). La polarización y sus consecuencias están servidas.

La bisagra rural

Lo que sí veremos, con alguna probabilidad es algo que es difícil calificar en estos momentos. La monumental frustración de Teruel Existe (TE) con motivo de la votación de los Presupuestos Generales del Estado para 2023 encierra una complicada maraña que se verá desenrollada en los próximos meses.

El voto de TE casi determinó la investidura de Pedro Sánchez en la actual XIV Legislatura (la CIII desde las Cortes de Cádiz, por cierto). No puede decirse en puridad que el voto de TE, per se, fuese tan determinante. Hay otros 9 votos singulares en la amalgama del Congreso, muchos de los cuales dieron los 167 votos (contra 165 del PP y sus apoyos) que determinaron la investidura. Pero el único diputado de TE sintió vivamente la frustración a la que nos referíamos en el párrafo anterior cuando vio que su solo voto no podía lograr una mejora sustancial de la fiscalidad diferenciada para Cuenca, Soria y Teruel porque, además de los apoyos explícitos de la investidura, el gobierno de coalición logró en esta ocasión apoyos adicionales entre las abstenciones de la investidura (otros 18 votos posibles, 13 de ERC y 5 de EH-Bildu).

Detrás de TE hay un enorme potencial de voto rural. Esta Agrupación de Electores logró la mayoría en las elecciones de diciembre de 2019 en la provincia, desplazando al PSOE. Su caso y el enfrentamiento que comentábamos va a llevar a muchas plataformas similares, repartidas por la Celtiberia despoblada, a dar el paso a la política y concurrir a las elecciones locales, autonómicas y generales de 2023. Son muchas provincias, al menos la mitad, las que sienten la despoblación como un abandono desde los poderes estatales e, incluso, autonómicos. Como es bien sabido, un diputado en las provincias menos pobladas requiere muchos menos votos que en las más pobladas. En las elecciones de noviembre de 2019 un escaño en Madrid costó 91.125 votos, mientras que en Soria costó 23.449, casi 4 veces menos.

Es muy probable que si se forma una gran coalición de plataformas provinciales del estilo de TE y aquella concurra a las elecciones generales obtenga unas docenas de diputados y diputadas, aparte de otros tantos senadores y senadoras. La orientación de estas plataformas sería variada, puede que incluso muy alejada de la política, pero podría cubrir todo el espectro político actual. Aunque su voto, como demuestra el rechazo a los PGE de TE, no estaría tan condicionado por la afinidad política, sino por concesiones materiales, fiscales, financieras o regulatorias a favor de los territorios despoblados. Que, la verdad, las ameritan.

Pero ¿no crees, incomparable gemelo, que, en tal caso, tardaríamos aún más en ver emerger una verdadera alternativa liberal que moderase a la derecha y a la izquierda en beneficio de toda la sociedad española y que la lleve a vivir en paz consigo misma? Ya veremos.

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