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El liberalismo no debe gobernar o la «sociedad pastosa» y sus entusiastas

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Vamos a ver, atolondrado hermano, ¿cómo es posible que digas que un partido liberal no debería gobernar? ¿Acaso no es esta la primera obligación de un partido político, la de aspirar a gobernar para impulsar el cambio social y económico con arreglo a su ideario, en beneficio de todos?

No, un partido liberal no debería gobernar. Lo que un partido liberal debería hacer, como su objetivo principal, es moderar a quien gobierne. La moderación del gobernante mayoritariamente sancionado por las urnas es una tarea delicada, poco remuneradora políticamente. Pero muy necesaria. Y esto solo puede hacerlo un partido bien centrado (algo que las urnas deberían mantener a raya sin concederle ningún tipo de mayoría) e imbuido de una filosofía política liberal. Cada elector, si nos apuran, debería lanzar un dado de seis caras y si sale uno votar a un partido liberal; votando en conciencia (política e ideológica) si sale cualquier otra cara. Esto daría al partido liberal el 16,66% de los votos, más que suficiente para entrar en un gobierno con la derecha o la izquierda (siempre que cualquiera de estos obtuviese un tercio de los votos).

¿Existe en la tierra alguna posibilidad de que un partido liberal llegase a caracterizar un equilibrio político como el que se acaba de describir? ¿Es esto deseable? ¿No determinaría esto un odioso turnismo político? ¿No sería este el mundo más aburrido que imaginarse pueda? Demasiadas preguntas, y muchas más que se nos podrían ocurrir, como para intentar darles respuestaAlemania es la respuesta. Véase el (en nuestra opinión) soberbio ensayo de Paul Nolte, historiador y profesor de la Freie Universität de Berlin en https://www.cidob.org/ca/articulos/anuario_internacional_cidob/2020/alemania_1990_2020_continuidad_centrismo_y_progresismo_conservador, donde hace una esclarecedora distinción entre centrismo, progresismo y conservadurismo. No es un ensayo sobre la esencia del liberalismo, sino sobre la concreción práctica de un equilibrio de fuerzas flexible y productivo, especialmente robusto para capear temporales como la crisis financiera de la década pasada y para afrontar eventos repentinos no menos disruptivos como la actual pandemia. Sin estas bases políticas y todo lo que se ha aprendido desde la “gran depresión” en los países occidentales, habría sido muy difícil evitar una repetición de los terribles episodios vividos hace nueve décadas en los EE UU y en muchos otros países desarrollados..

Nube de palabras

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Esta nube de palabras abarca la casi totalidad del espectro social y político. Su propósito en esta entrada es provocar que el lector haga asociaciones. Ya las habrá hecho, seguramente. Quizá se sorprenda del orden mental que su cerebro ha establecido ya. Lo grande es que cada uno de quienes hayan leído hasta este punto tendrá ahora mismo una asociación cogida con alfileres que será única, pero que obviando algunos matices podría asimilarse a la de cualquier lector. No podríamos decir cómo, ahora mismo, a menos que estuviésemos monitorizados todos y vinculados a algún sistema de big datacum-inteligencia artificial capaz de proyectar el mapa resultante en la pantalla del dispositivo con el que estaremos leyendo esto. De la diversidad y singularidad de cada uno surge sin embargo el pensamiento social, las percepciones colectivas, el foco o la dispersión de la masa.

Habrá quienes asocien esfuerzo a ahorro. O pobreza a derechos. Quizá antisistema a izquierda, o a derecha… ¿quién sabe? Piensen en esto, no se ha puesto al azar ni a humo de paja. Se ha puesto para que tomemos nota de que la sociedad puede ser tan líquida o espesa como queramos cada uno, los dictadores de turno o el extraordinario azar que a veces rige la deriva colectiva. La sociedad puede ser hasta pastosa, pegajosa (sticky) incluso.

Ideologías

Las ideas, aunque sean políticas, son necesarias y todo el mundo tiene una u otra idea sobre la política. Las ideas articuladas en un sistema de valores políticos venían siendo lo que llamamos «ideologías». Hace tiempo que las ideologías se han decantado en sistemas de fe a través de los que se excluye a quienes no la comparten. Algunas ideologías más que otras se atribuyen prelación moral en el informe y caótico universo que estas configuran, exhibiendo carnés emitidos en la ventanilla única e irrepetible de la central ideológica de turno. Las ideologías hoy, si alguna vez dejaron de serlo, son carcasas vacías de inteligencia y cada vez más repletas de odio cultural y pretensiones totalitariasAntoine-Louis-Claude Destutt, marqués de Tracy, acuñó el término «ideología» en 1801, hace exactamente 200 años, para referirse a la «ciencia de las ideas». Bien pronto se pervirtió esta acepción para empezar a significar cualquier cosa que conviniese a quien la usaba. El propio Napoleón prohibió la enseñanza de la ciencia moral y política en el Instituto de Francia en 1812 (https://es.wikipedia.org/wiki/Destutt_de_Tracy). En plena mitad del S. XX, Raymond Aron, una de las figuras intelectuales más interesantes de la posguerra, un humanista racional y defensor de un liberalismo práctico, se refería a la ideología como una forma de interpretar la historia y la realidad más cercana a una religión que a una verdadera ciencia de las ideas (https://en.wikipedia.org/wiki/Raymond_Aron). En 1964 Daniel Bell, sociólogo americano, publicó «El fin de las ideologías», título que el ministro de Franco Gonzalo Fernández de la Mora trasladó, mutatis mutandis, a su original (dicho sea, con toda la ironía) «El ocaso de las ideologías». Décadas más tarde, en 1991, el propio Bell, con Francis Fukuyama y Jean François Revel, a través de un relevante ciclo de conferencias, publicó varios ensayos sobre el mismo tema.. Las ideas, especialmente las buenas ideas, y su estudio sistemático y científico se están quedando para las guías de viajes… astrales.

El consenso entre conservadurismo y socialismo que emergió de la terrible destrucción de la Segunda Guerra Mundial creó un lugar natural para un liberalismo práctico que nunca se colmó, dejando la puerta abierta a la dilución del consenso mismo décadas más tarde, a manos del olvido, el oportunismo de los extremistas (libertarios, antisistema y populistas, que todos se tocan, como diría Jardiel) y quien sabe qué otros más factores. Hoy, tras dos devastadoras crisis en poco más de una década, la precariedad material, que es muy grave, solo se ve nominalmente superada por la precariedad intelectual del conjunto de la ciudadanía y, especialmente, de sus élites. Lo cual es grave solo en la medida en que pauta la destrucción de las clases medias, como el peor síntoma de esta misma destrucción.

Ludwig Erhard, creador de la economía social de mercado y  artífice del milagro alemán, con Konrad Adenauer, primer canciller de la Alemania federal de la posguerra.

El liberalismo, o renuncia a moderar a socialistas o conservadores, como viene haciendo desde hace décadas, salvo la honrosa excepción alemana, no sin limitaciones, o aspira a gobernar, como en España ha hecho Ciudadanos, abocándose por méritos propios a su desaparición.

La sociedad pastosa y sus entusiastas

Cuando la sociedad arrastra los pies por el fango de las guerras culturales, cebadas las bombas por la polarización política, con la mitad de sus efectivos totalmente ajena a la participación en la vida de la polis y la otra mitad dividida entre los entusiastas de los extremos (repárese: una mitad, una mitad de la mitad y la otra mitad de la mitad), se corre el riesgo de que una coalición cualquiera acabe gobernándola sin criterio y al albur de bromas locales, como la de Murcia, que acaban provocando imprevisibles terremotos políticos. Y si las bromas las gasta un partido que se dice liberal… apaga y vámonos.

España lleva lustros sin progresar adecuadamente. La desigualdad se ensancha y profundiza tras más de una década de perturbaciones y retrocesos que a duras penas se pueden contener. Se protegen las rentas de los clientes políticos más ruidosos, aunque no sean quienes peor lo están pasando. Sin pólvora suficiente para disparar a los objetivos más perentorios nos permitimos el lujo de gastarla apuntando a objetivos que nos dividen, so pretexto de «desfacer entuertos» imaginarios en una emulación barata de un quijotismo que todavía no ha encontrado su cronista. Lázaro y el Buscón se dan la mano a ver quien logra antes comerse las uvas y, a la vez, escapar a la justicia.

Todo esto embarra el campo de juego de forma que la energía que deben utilizar los individuos, los hogares y las pequeñas organizaciones para poder avanzar siquiera un poco en pos de sus propósitos y en las interacciones con los demás es enorme. Los estilos de vida podrán cambiar y, ciertamente, aunque no sin sufrir espejismos, podríamos vernos hoy como una sociedad más desenfadada, plural, avanzada e, incluso, sofisticada. Compuesta de individuos modernos y «súper líquidos». Nada de eso, esta es más bien una sociedad espesa, por no decir pegajosa, de gentes que no están mejor formadas que sus padres en valores constructivos o en sentido común, y que está fallando a los jóvenes.

Los representantes políticos y la pléyade de partidos que los encuadra no ayudan mucho a hacer que fluyan las oportunidades de la gente. Trabajan en un sistema al que o ensalzan o desprecian plagado de inercias que no saben reformar de manera consensuada, a la vez que maldicen del esfuerzo de la Transición y otros se retrotraen a un pasado que más valdría olvidar. Una Transición política que, con tres décadas de retraso, implantó en España una variante de aquel consenso transatlántico milagroso que impulsó a Occidente después de la catástrofe bélica, acabó con el colonialismo y permitió a las clases medias expandirse. Un consenso y una Transición de bases socialdemócratas y democristianas engarzadas por el liberalismo.

El liberalismo no debe gobernar

Hay reacciones químicas en las que unas gotas de algún producto catalizador o precipitante acaban transmutando la naturaleza del compuesto que se mezcla en el matraz. De alguna manera, esta analogía debería servir para imaginarse el papel moderador que un partido liberal podría desempeñar en la política española. Es decir, moderar al PSOE o moderar al PP. Ninguno de ellos, en nuestra opinión podrá encarnar un centro izquierda o un centro derecha por la sencilla razón de que llevan tiempo fracasando en este intento y no es cuestión de que perseveren en el fracaso visto el destrozo causado por una muy inoportuna moción de censura contra el gobierno de coalición de la Comunidad Autónoma de Murcia. Si este desgraciado acontecimiento y sus secuelas, todavía por manifestarse completamente, no bastara para convencernos de esto, ¿qué más queremos?

Por decirlo más claramente, el liberalismo debe ser una opción política, pero no de gobierno. Los electores tienen el derecho y el deber de expresar sus opciones. Cómo se nos llena la boca, elección tras elección, con opiniones sobre lo «sabio» que es el cuerpo electoral. Pues bien, confiemos en que nunca darán la mayoría, ni siquiera relativa, a un partido liberal en unas elecciones, ni generales ni autonómicas. En unas elecciones, no se equivoquen, porque las encuestas a meses del momento electoral pueden decir lo que quieran. Este es justamente el problema, que algún líder pretendidamente liberal pueda creerse que tendría mayoría en unas lecciones. Ya sabemos algo de estos y de lo que pasa después. El liberalismo tiene una misión que ningún otro partido puede desempeñar: moderar al partido mayoritario ofreciendo su apoyo condicional para formar un gobierno estable. Y dejarse de jugar a la política.

Un partido liberal debe labrarse esa reputación a lo largo del tiempo y no comprometerla cuando le deslumbran las fantasías de una mayoría que le permitiese alzarse con el gobierno. No basta que sus líderes hayan pasado, como tantas veces se reivindica a lo tonto, por «la empresa privada». Ni siquiera que hayan pasado por la ENA francesa, el Eaton inglés o la Kennedy School of Government americana, que no les vendría mal, la verdad. Basta con que entiendan algunos principios básicos de ciencia política y que hayan leído a algunos autores que, para su dicha, no llegaron a conocer las Redes Sociales.

No es evidente qué alternativa liberal podría esclarecer la polarizada vida política en nuestro país (que no es el único aquejado de polarización, ni el que más), precipitando la confusa y ruidosa mezcla actual en elementos más esenciales, o ligando, por el contrario, algunos de ellos en instancias de gobierno de mayorías relativas a las que apoyar en un momento u otro. Pero estamos hartos de comprobar que las alternativas de centro y/o liberales no están funcionando. En la medida en que la UCD, UPyD o Ciudadanos hayan sido ese tipo de formaciones no han funcionado. Quizá, el ejemplo de la UCD, que nació directamente para gobernar; y así lo hizo hasta que se desmoronó en pedazos dando paso a un bipartidismo dependiente de partidos nacionalistas. De aquellos polvos estos lodos que nos están impidiendo progresar en casi todos los frentes como sociedad y como país.

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Ficha técnica

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