Buscar

Las autocracias del siglo XXI: populismo, polarización y posverdad

La revancha de los poderosos

Moisés Naím

Debate, Barcelona, 2022, 369 pp.

trad. María Luisa Rodríguez Tapia

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Mucho se ha escrito en los últimos años sobre los populismos, el fenómeno político más preocupante en la escena nacional e internacional, pues la crisis de los partidos tradicionales está llevando al electorado a un voto de protesta, agudizado por el escepticismo, la rabia, la impotencia y la frustración, que desoye las advertencias y consejos de expertos y analistas. Hay quien recalca los peligros de los populismos únicamente desde la derecha o desde la izquierda, pero eso es una visión partidista. Solo quien ve la amenaza en ambos lados del espectro político está en condiciones de comprender su verdadera naturaleza.

La revancha de los poderosos, el último libro del profesor y exministro venezolano Moisés Naím, es un intento de definir a los populismos y sintetizar sus rasgos más característicos, presentes en la expresión «autocracias 3P»: populismo, polarización y posverdad. La descripción de esos rasgos resulta indispensable, según Naím, para comprender, combatir y derrotar a esas autocracias.  Subraya que los autócratas pretenden socavar la democracia y servirse de ella para perpetuarse en el poder. Encajan plenamente en el concepto de «democracias iliberales», acuñado por el politólogo Fareed Zakaria hace más de un cuarto de siglo. Las ideologías de los autócratas pueden ser diferentes, aunque sus estrategias sean similares.  No llegan al poder por golpes de estado o revoluciones, sino que lo hacen por medio de elecciones razonablemente democráticas, y luego se dedican a desmantelar todos los contrapesos, propios de un estado de derecho, a su poder ejecutivo. Secretismo, confusión burocrática, subterfugios seudolegales, manipulación de la opinión pública, represión de los críticos y adversarios… Estos son los métodos con los que el autócrata se perpetúa en el poder. Por tanto, el populismo no es exactamente una ideología sino una estrategia para obtener y ejercer el poder. Su acusado personalismo es compatible con cualquier ideología o con ninguna. No hay populismo sin mesianismo, sin un líder carismático. Su discurso es siempre el mismo: el líder es el salvador que barrerá a una élite corrupta y vengará a un pueblo traicionado y agraviado.

 El populismo lleva inevitablemente a elegir, pues no admite ningún tipo de matiz. O nosotros o ellos. La polarización es, en consecuencia, otro de sus rasgos distintivos. Además, la polarización y el fanatismo van juntos. En el escenario político regido por el populismo no hay lugar para pactos ni consensos, ni acuerdos viables de gobierno, y la posibilidad de alternancia es más teórica que real. Pero para que esa atmósfera de demagogia y polarización se prolongue al servicio del poder, los gobernantes necesitan otro instrumento: la posverdad, que es mucho más que la simple mentira. La posverdad es la supresión de la realidad independiente. No hay una clara distinción entre la verdad y la falsedad. Las autocracias 3 P representan la revancha del poder en acción, la revancha de los poderosos, que da título al libro, que somete a su voluntad a las instituciones del estado y no le hace falta sacar los tanques a la calle.

Moisés Naím presenta diversos ejemplos de gobernantes populistas bien conocidos: Chávez, Maduro, Orban, Modi, Duterte, Bolsonaro, Erdogan…, pero probablemente considera a Berlusconi como el padre del populismo moderno. Señala que antes de convertirse en primer ministro, el empresario italiano fomentó unos medios de comunicación superficiales y populacheros. Mediaset fue un antecedente de Forza Italia. Al mismo tiempo Berlusconi empleó una vena teatral para conectar con la gente corriente y eso le llevó a convertir la política en un espectáculo. Los populistas italianos que vinieron después, como Matteo Salvini y Beppe Grillo, aunque denostaban a Berlusconi, tuvieron en él a un buen maestro. Todos ellos coincidían en mostrar su rechazo a las «élites», y algo parecido hicieron, después de Berlusconi, Chávez y Trump.

Otro aspecto destacado por el autor en los líderes populistas, es convertir el dinero en un instrumento más al servicio del poder. Sin embargo, quienes se han presentado como campeones en la lucha contra la corrupción deben mostrarse cautelosos, según Naím, y su principal objetivo será controlar a los dueños de la riqueza, lo que, por ejemplo, hizo Putin con los oligarcas de la época de Yeltsin. El líder populista se convierte en un patrón de patrones, y lo pone de manifiesto con su continua voluntad de romper las normas. Incluso consigue que la gente acepte esa actitud como «normal». Lo demuestra, sin ir más lejos, frente a los medios de comunicación críticos. La censura es un método antiguo en este caso. Hoy basta con no renovar las licencias de los medios, ponerles toda clase de trabas burocráticas, privarles de la publicidad institucional… Ni siquiera la policía secreta tiene la necesidad de acudir a casa de los periodistas en plena noche. Ese trabajo lo pueden hacer mejor los fiscales al servicio del gobierno.

Moisés Naím emplea a veces el término «sigilocracia» para definir la táctica usada por los autócratas. Nunca se hacen responsables de sus fracasos y, en consecuencia, están siempre a la búsqueda de culpables. El poder pretende hacer «justicia» a aquellos ciudadanos que han visto sus expectativas frustradas y busca un chivo expiatorio. Recuerda el autor que Alexis de Tocqueville ya intuyó el potencial revolucionario de las esperanzas frustradas, y en 1968 Samuel Huntington escribió en Political Order in Changing Societies que, a medida que los países más democráticos se modernizan y se hacen más prósperos, se da la circunstancia de que esa modernización estimula muchas veces la inestabilidad política. Sin embargo, esto se da hoy en todas las sociedades. Muchas personas se sienten frustradas y abandonadas en esta era de las tecnologías, como les sucede a las clases medias que pierden poder económico y no son capaces de adaptarse a los cambios. Es evidente, por tanto, que el aumento de los extremismos va en paralelo al auge de las nuevas tecnologías.

Sobre este particular, Naím dedica un capítulo entero al poder de los grandes gigantes tecnológicos que desafían todas las normas antimonopolio. El autor echa una mirada a la historia de la economía para resaltar que el poder de los directivos es efímero. Tarde o temprano, se ven obligados a abandonar determinados mercados o a desprenderse de parte de sus filiales. Ha sucedido en el pasado y sucederá en el futuro. Esto no es obstáculo para que Naím prevenga de los riesgos del control de las personas por medio de la tecnología. No cree que esto dé lugar a un mundo más seguro, pues los únicos que se sienten seguros son los autócratas.

Otra interesante observación del autor la encontramos en las páginas del libro dedicadas al análisis de la antipolítica, una actitud innata en el populismo. En la Argentina de 2001, castigada por una grave crisis económica y financiera, uno de los eslóganes más coreados era el de «¡Qué se vayan todos!», que suponía un desprecio para la clase política y que, según Naím, fue el punto de arranque para los gobiernos populistas del matrimonio Kirchner, de los que la presidencia de Alberto Fernández sería una prolongación. La antipolítica es el peor virus de las democracias liberales. Es sabido que en las democracias no caben victorias permanentes y totales, y que siempre se produce una cierta insatisfacción entre los ciudadanos. La provisionalidad de los escenarios políticos puede obligar a establecer acuerdos, pero la antipolítica de los populismos bloquea toda posibilidad al respecto. Una vez más Naím recuerda la llegada al poder de Berlusconi, en medio de los escándalos de corrupción de los partidos tradicionales italianos. Años después, la corrupción también salpicó al primer ministro, y en tiempos más recientes hemos asistido a los fracasos de los populismos de la Liga de Matteo Salvini y del Movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo. Sin embargo, el autor advierte que la pérdida de votos de los populistas no garantiza una vuelta a la política de «toda la vida». Es la consecuencia del triunfo de la antipolítica, que ha hecho perder a los electores la fe en las instituciones. Los populistas se han ocupado antes de vaciar el estado y rescribir la historia. De ahí que la posverdad también sea esencial al populismo.

Naím asume esta definición de la posverdad: «la desaparición de los criterios objetivos comunes sobre la verdad». Históricamente, la remonta al establecimiento en la URSS en 1923 de una oficina de desinformación, que sería el antecedente de lo que en la época soviética se conoció como las «medidas activas». En opinión del autor, dichas medidas eran bien conocidas por el ex funcionario del KGB Vladimir Putin, e incluso las relaciona con los atentados en Rusia de 1999 atribuidos a terroristas chechenos y que desencadenaron la segunda guerra de Chechenia, en la que Moscú aplastó toda resistencia. Y ve también la mano de los rusos en la interferencia en medios de comunicación y redes sociales a partir, sobre todo, de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2016. Con todo, no reserva a Rusia un papel exclusivo en manipulaciones.  La verdad entendida como una mera construcción social estaría también en las raíces de la victoria electoral de Donald Trump o del Brexit promovido por Boris Johnson.

Tras describir los regímenes populistas como estados mafiosos, con autócratas dominados por el ego, y recordar cómo fomentaron el recorte de libertades durante la pandemia, Moisés Naím insiste en que su libro no es una invitación al fatalismo, y enumera cinco batallas que los demócratas deben ganar. En primer lugar, la batalla contra la Gran Mentira, es decir la posverdad, pues abandonar la realidad es abandonar la libertad. No corresponde a la realidad el presentar a los autócratas como la esperanza del pueblo. En segundo lugar, hay que combatir contra los gobiernos corruptos y criminales, ligados a las autocracias, y que combinan la política con técnicas mafiosas. Los autócratas quieren, no obstante, guardar su reputación, pero lo más eficaz contra ellos es seguir la pista del dinero que blanquean. En tercer lugar, frente al intento de las autocracias de debilitar a las democracias, la lucha contra la manipulación y la propaganda debe ser una prioridad fundamental para la seguridad nacional en cualquier democracia. La cuarta batalla se ha de entablar frente a los cárteles políticos que están al servicio del poder, y que pueden abarcar a jueces, policías, militares o funcionarios. En quinto y último lugar, la lucha ha de ser contra los «relatos iliberales», en expresión de Naím, que dan lugar a toda clase de teorías de la conspiración, en las que aparece finalmente el líder «salvador», al que se dota de un poder ilimitado.

En sus conclusiones el autor asume la tesis realista de que el populismo no puede ser derrotado de forma permanente. Se trata de un virus que aparece y reaparece a lo largo del tiempo, pues, tal y como se dice al principio del libro, no es una ideología sino una estrategia para la conquista del poder. Pese a todo, Naím hace algunas propuestas para combatir a las tendencias populistas, como la votación por orden de preferencia, lo que algunos conocen como «listas abiertas», y que se practica en países como Australia, Nueva Zelanda e Irlanda. Las listas, según el autor, favorecerían al centro político y mitigarían los extremismos. Continúa diciendo que habría que importarlo a otros países, pero hay que reconocer que no es una propuesta realista y que la mayoría de los partidos políticos en muchos países la rechazaría. Unos pondrían como excusa la estabilidad política y otros argumentarían que las listas abiertas no favorecerían unos pactos estables entre las formaciones políticas.

Cabe concluir que Moisés Naím conoce muy bien la estrategia del populismo, aunque no tanto los mejores medios para combatirlo. El medio principal es una educación cívica, que está ausente en muchos electores, que solo se mueven por impulsos emocionales y prefieren las soluciones fáciles que les presentan los populistas. Se habla mucho del populismo, que puede darse tanto en las democracias consolidadas como en aquellas otras que solo son una fachada de democracia, pero no es un fenómeno nuevo. Antes ha habido demagogos y tribunos de la plebe, o políticos que, sin serlo, han adoptado sus métodos. Pero la historia también nos enseña que sus gobiernos nunca han sido permanentes. Los gobernantes populistas pasan siempre por el triunfo y la tragedia, por la ascensión y la caída. Los trágicos griegos y Shakespeare nos pueden ilustrar sobradamente al respecto.

image_pdfCrear PDF de este artículo.
elvis-bekmanis-HORKkCWWBsM-unsplash

Ficha técnica

7 '
0

Compartir

También de interés.

Refugees welcome

Si hay un asunto que reclama ahora mismo nuestra atención en Europa, es la…

Lección de anatomía

La figura de Franco ha cobrado en los últimos tiempos una actualidad sorprendente en…