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Violencia prematura

El último trabajo del señor Luna

CÉSAR MALLORQUÍ

Edebé, Barcelona, 1997

246 págs.

Juul

GREGIE DE MAEYER, KOEN VANMECHELEN

Lóguez, Salamanca, 1996

Trad. de Nuria G. Santos

30 págs.

Las piedras del silencio

JACQUES VÉNULETH

Las piedras del silencio

Trad. de Consuelo Sánchez Naranjo

123 págs.

La mirada

CARLOS PUERTO

Everest, León, 1997

143 págs.

El niño que quería ser Tintín

SANTIAGO GARCÍA-CLAIRAC

SM, Madrid, 1997

104 págs.

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Vivimos un momento preocupante en el que la palabra «violencia» cada vez aparece con mayor frecuencia situada al lado de la palabra «niño». La realidad está saturada de noticias que unen estos dos términos, sea en contextos bélicos, sexuales, xenófobos, de pobreza o de delincuencia, o sin ningún motivo aparente. Esta violencia sin motivo parece ser la más preocupante para los psicólogos, la que no se explica por razones sociológicas y de la que responsabilizan, en buena medida a la televisión, un medio en el que el espectador tiene ante su mirada más sangre de la que pueda haber en un matadero. Se calcula que, entre los cinco y los quince años, un niño ve en televisión aproximadamente 20.000 muertes de seres humanos. La conciencia de la existencia de la infancia como grupo social diferenciado de los adultos y el reconocimiento de sus derechos como tal, es algo relativamente reciente en la historia de la humanidad. En el Emilio de Rousseau encontramos uno de los primeros documentos que llama la atención sobre este colectivo, al que se había venido considerando hasta entonces como un grupo de hombres pequeños, y para los que reclama una educación adecuada.

Con esa conciencia de la necesidad de educarlos surge también toda una «literatura» infantil y juvenil, de contenidos esencialmente didácticos y moralizantes. Será en el siglo XIX, cuando el género fantástico, de la mano de la literatura oral y popular, conocerá su mayor esplendor. A comienzos del siglo XX, vuelve a pesar la intencionalidad pedagógica y los libros fantásticos son considerados una amenaza para los niños, por lo que se imponen de nuevo libros instructivos, con una visión parcial de la realidad y un intento de influir sobre sus comportamientos. Es hacia mediados de este último siglo cuando asistimos a una auténtica revolución en la literatura infantil, con una gran variedad de tendencias, eclecticismo de formas y riqueza temática. La infancia se empieza a valorar con un respeto desconocido hasta ese momento y también con nuevas preocupaciones marcadas por la época. Quizá por eso la literatura destinada a los jóvenes lectores gana en calidad y cantidad y comienzan a prevalecer los criterios artísticos sobre la intencionalidad pedagógica, aunque ambas líneas sigan conviviendo.

Las últimas décadas han visto crecer la literatura infantil y juvenil de forma espectacular, también los lectores y la industria editorial. Todos los temas han pasado por sus páginas: el amor, los problemas escolares, la guerra, la soledad, la muerte, la amistad…, y desde todos los géneros: ciencia ficción, novela negra, novela de aventuras, poesía, teatro… Desde la ficción más absoluta al realismo más descarnado. Por supuesto, frente a esa libertad tan aplastante, comparada con tiempos anteriores, también ha operado desde dentro la presión de lo «políticamente correcto» (mucho antes de que se inventase el término), que se presentaba bajo los conceptos de autocensura o tabú. Dos ejemplos: el tratamiento, casi siempre traído con pinzas, que la muerte y la sexualidad han tenido en la literatura infantil y juvenil. Eros y Thanatos siguen siendo los dos grandes problemas, por lo delicado de su abordaje. Y en medio de ambos, se sitúa el tema de la violencia.

Desde hace años asistimos a una cierta avalancha de libros realistas en el terreno de la literatura infantil y juvenil. De un modo u otro la violencia se hace presente en ellos, en sus distintas manifestaciones, como un intento crítico y pedagógico, al margen de su mayor o menor calidad literaria. Pensados para que los lectores puedan tomar partido y juzgar desde la distancia del análisis. Así, en las últimas décadas se han publicado libros antibelicistas como Cuando el viento sopla, del inglés Raymond Briggs, o la ridiculización de la guerra que hace Joles Sennell en La rosa de San Jorge; libros antixenófobos como Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr, o Lobo negro, un skin, publicado con el seudónimo Marie Hageman, tras el que se oculta una conocida escritora alemana, que, por recibir amenazas durante sus investigaciones, no pudo publicarlo con su verdadero nombre; libros sobre bandas juveniles, como los emblemáticos Rebeldes o La ley de la calle, de Susan E. Hinton; o libros sobre la pobreza y otros problemas, como Teo se larga, de Peter Härtling, y Campos verdes, campos grises, de Úrsula Wölfel.

Ese resurgir del realismo ejemplarizante que se puede observar en la literatura infantil y juvenil es paralelo a otros realismos que se dan en la literatura pensada para adultos, pero que afectan a los jóvenes desde el momento en que éstos son sus protagonistas habituales. Así, hemos asistido al boom del «dirty realism» o «realismo sucio» americano, que describía flashes de la vida cotidiana, incluidos algunos primeros planos con toda su crudeza; la Generación X, el Trainspotting, las historias de Kronen, la fiebre Pulp Fiction o los últimos caníbales italianos. Han sido y son algunas de las tendencias de los narradores más jóvenes (con diferencias también entre ellos de calidad e intenciones), en las que realismo y violencia suelen ir emparejados en distintas proporciones, a veces hasta límites difícilmente imaginables. Aunque se supone que se dirigen a un público adulto, muchos de esos libros han sido novelas casi de culto entre los adolescentes que, de alguna manera se sentían identificados con los protagonistas (remitámonos, sin ir más lejos, al fenómeno Kronen, amplificado también vía celuloide). La violencia está en el ambiente y, tal vez por eso, son muchos los autores de literatura infantil y juvenil que abordan este tema desde una perspectiva crítica. Entre los libros editados recientemente encontramos varios ejemplos.

Jacques Vénuleth muestra las heridas psicológicas de la guerra en Las piedras del silencio. En este libro, que obtuvo el Premio de Novela Juvenil del Ministerio de la Juventud y Deportes francés, la protagonista, Miyasa, vivirá las consecuencias del enfrentamiento entre palestinos e israelíes y acabará en un psiquiátrico, donde redime su imagen del horror a través de la escritura. Ese diario secreto se convertirá en su confesor para exorcizar el miedo y la angustia que se han quedado grabados en su cerebro, con la experiencia traumática del enfrentamiento bélico. Carlos Puerto desarrolla en La mirada un nuevo rostro de la violencia, el del sida. A ese rostro desconocido tendrá que enfrentarse su protagonista, Ada, además de verse obligada a luchar también contra la intransigencia y falta de solidaridad de su entorno.

El último trabajo del señor Luna, con el que César Mallorquí obtuvo el premio Edebé de literatura juvenil, nos acerca al mundo de la droga y la violencia urbana. En él, un narcotraficante de cocaína boliviano persigue por las calles de Madrid a una joven a la que quiere asesinar. En algún momento el asesino intenta justificar su condición de tal por la educación recibida y los malos tratos de su infancia. Al final se dará cuenta de su error y se pasará al bando de los buenos, salvándoles de las garras de los mafiosos.

La violencia también la ejercen los niños entre sí. Según un reciente estudio, el 18% de los niños entre diez y dieciséis años son maltratados por sus compañeros de escuela. Este es el tema de ¿Y si me defiendo?, de Elisabeth Zôller, en el que el protagonista sufre el acoso de los otros niños que le llaman «chupete», «biberón» o «cerdo soplón» mientras le dan patadas. Krissi piensa en la posibilidad de defenderse, pero cree que no podría con todos, y su familia no parece tener tiempo para escucharle, por lo que opta por huir. También vemos este tema en El niño que quería ser Tintín, de Santiago García-Clairac, pero el protagonista, en esta ocasión elegirá hacerse cómplice de sus compañeros en sus travesuras.

Relacionado con esta problemática, es impresionante el estupendo álbum de reciente publicación, Juul, un pequeño gran libro de Gregie de Maeyer y Köen Vanmechelen, que, basado en un caso real, describe la historia de un niño maltratado que acabó suicidándose. Evitando imágenes morbosas, el niño es representado por una escultura de madera que tras ser agredida una y otra vez por sus compañeros, responde automutilándose. A pesar de su dureza, es un libro para concienciar a los más pequeños sobre la gravedad de atacar al otro. Dirigido a lectores de diez años en adelante, está pensado como material de trabajo de un proyecto educativo belga.

Y por último recomendar Los niños primero, álbum de la convención sobre los derechos del niño, que se editó con motivo del cincuenta aniversario de Unicef y en el que participan 41 ilustradores españoles. El texto recuerda los abusos que sufren, y recoge la esperanza de un futuro mejor para todos esos niños y jóvenes que son las principales víctimas de la violencia en el mundo.

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