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La última lección del profesor Ontiveros o el valor de la moderación

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La última lección
La muerte segó la vida de Emilio Ontiveros hace poco más de un mes. Entre las muchas facetas por las que destacó, sobremanera, estaba la de profesor universitario. Emilio era un docente dedicado, generoso e infatigable. Sus alumnos y discípulos, pues de ambas categorías estaba su cauce pedagógico lleno, recordaban sus clases durante décadas, le seguían en los medios, lo reconocían por la calle o hablaban con admiración en los corrillos que se formaban en sus conferencias. Una larga vida dedicada a la docencia implica la impartición de docenas de miles de clases que, en el caso de Emilio se prodigaban tanto en la universidad de la que era catedrático, la Autónoma de Madrid, como en la Escuela de Finanzas de Analistas Financieros Internacionales (Afi EF), que él mismo creó. O miles de conferencias en la práctica totalidad de las universidades españolas, a las que acudía sin reparo al más mínimo requerimiento de estas. En las escuelas de negocios, desde las que renovaba los conocimientos de los profesionales españoles de las finanzas. O en las organizaciones, fundaciones o escuelas sindicales a las que acudía a pesar de su apretadísima agenda. No rechazaba ninguna invitación que cupiera en su agenda, viniera de donde viniese. Recién se había jubilado, y seguía dando clases y conferencias.

Además de sus alumnos formales, de Emilio Ontiveros aprendíamos sus colegas y sus amigos. Aprendían miles de ciudadanos que ocasionalmente lo escuchaban en los medios audiovisuales o lo leían en los medios escritos en los que publicaba profusamente tribunas y artículos imprescindibles. Los taxistas lo reconocían en sus traslados y los camareros en sus paradas para tomar un café de camino a reuniones o conferencias, le abordaban a veces con preguntas y dudas sobre la situación económica y siempre recibían respuestas sensatas y pedagógicas que entendían perfectamente.

Diríase que no cabían más apuntes en el registro docente del profesor Ontiveros. Pues bien, a los pocos días de su fallecimiento era evidente que, desde todos los ámbitos académicos, profesionales, sociales, institucionales y políticos, llegaban sentidas condolencias y obituarios a todos los medios y redes sociales. En todas ellas sobresalía el consenso acerca de su persona, su influencia y el valor de sus opiniones, por lo moderadas, por lo cabales y por lo formales.

La última lección del profesor Ontiveros ha sido justamente esta: haber logrado suscitar entre los medios más diversos una opinión unánime y positiva gracias a sus puntos de vista equilibrados. Algo que en este país es muy difícil. Y no porque la gente más variada sea incapaz de ponerse de acuerdo, sino, más bien, porque raramente emergen actitudes, propuestas y comportamientos que aúnen en un equilibrio activo la moderación, lo cabal y lo formal y muevan a la opinión pública hacia adelante. Emilio Ontiveros sabía hacerlo.

El valor de la moderación

La moderación consiste en huir de los extremos. En economía, por ejemplo, la excesiva volatilidad de algunos fenómenos económicos (el ciclo, los precios o los tipos de cambio) es algo intrínsecamente malo, de ahí que se busque constantemente la moderación de estas oscilaciones mediante la política económica. De hecho, hay cierto consenso en que la «Gran Moderación» del ciclo económico en las economías occidentales, que tuvo lugar desde mediados de los años ochenta del siglo pasado hasta 2007, a pesar de varias crisis severas en el resto del mundo durante este periodo, fue el resultado de las políticas monetarias y la independencia de los Bancos Centrales, entre otros factores. Moderación de las oscilaciones cíclicas que vino acompañada de precios y salarios estables y elevado nivel de empleo.

Para lograr que la economía exhiba un comportamiento contenido, sin oscilaciones excesivas, basta con encontrar las herramientas y las políticas adecuadas a medida que la economía sufre transformaciones estructurales dictadas por los procesos de base, tecnológicos, sociales o políticos, que cambian su funcionamiento cada ciertos plazos más o menos largos. En la gran moderación de los 1980s hasta 2007, más de dos décadas, la globalización y las políticas monetarias, instrumentadas mediante los estatutos de independencia de los Bancos Centrales y la adherencia a simples reglas de manejo monetario (Regla de Taylor), desempeñaron un papel decisivo. La trayectoria posterior a la crisis financiera de 2008 marcó un abrupto final a esta etapa y si, como opinan algunos economistas, se estaba recuperando algo de moderación del ciclo económico en los años posteriores, al menos en EE. UU., esto quedó profundamente trastocado con la pandemia, primero, la ruptura de las cadenas de suministro, después, y, por fin, la invasión de Ucrania por parte de Rusia. No es fácil vislumbrar una vuelta a la moderación económica en estos momentos.

La moderación en el ámbito político también consiste en huir de los extremismos. Occidente vivió una edad dorada tras la Segunda Guerra Mundial gracias al equilibrio de las fuerzas políticas que dominaron durante décadas la reconstrucción social y económica, especialmente en Europa: la socialdemocracia y la democracia cristiana. Posiblemente, se haya estudiado poco la génesis de este proceso de creación de consenso político y social. Desde luego, se ha descuidado el paso del testigo de aquel consenso de posguerra a las generaciones futuras. La moderación que dominó la política durante décadas tras la guerra trajo la democracia a las empresas y el reparto razonable de los frutos del crecimiento que le acompañó hasta el gran cambio estructural que supuso la crisis del petróleo.

Como es bien sabido, la crisis del petróleo se desató en 1973, a raíz del embargo de petróleo decretado por la OPEP en el marco de la Guerra de Yom Kipur, o del Ramadán, en octubre de 1973, provocada por el ataque de Siria y Egipto (más Jordania) a Israel en los territorios ocupados en el Sinaí y los Altos del Golán en la Guerra de los Seis Días de 1967. Esta crisis se prolongó durante casi una década y sus consecuencias económicas fueron uno de los factores determinantes de los cambios en materia de política monetaria antes citados.

El auge de las políticas conservadoras en EE. UU. y el Reino Unido, que dominaron toda la década de 1980 y que no era ajeno al desajuste socioeconómico provocado por la crisis del petróleo (inflación y desempleo, determinantes de la denominada «tasa de sacrificio», misery rate en inglés, a menudo pésimamente traducida por «tasa de miseria») trajo un brusco final al consenso de posguerra y a la moderación política en occidente.

Hoy, la multitud de movimientos populistas de izquierda y de derecha que pueblan la política occidental es un grave problema que va a más desde que la crisis financiera exacerbara la desigualdad que venía creciendo en las sociedades avanzadas desde tiempo atrás. Prácticamente, desde que se acabó la época de prosperidad económica y consenso político y social transatlántico.

La sociedad, por fin, también debe evitar el extremismo. La moderación social es la clave de una buena sociedad. Que los grupos sociales huyan de los extremismos y que se suavicen las expresiones colectivas, incluso el lenguaje y los comportamientos, es el sustrato de la prosperidad. Todo está relacionado, sin embargo, y la moderación en un ámbito cualquiera de los citados ayuda a, y requiere de, la moderación en los demás. De la misma forma que el extremismo en uno de estos ámbitos contamina a los demás ámbitos y se refuerza cuando la sociedad, la política y la economía exhiben simultáneamente esta lamentable condición.

Una sociedad moderada produce políticos moderados, por la sencilla razón de que aquella no selecciona a estos para que la gobiernen. Pero lograr que una sociedad sea moderada requiere que haya justicia, que se recompensen los esfuerzos y que se distribuyan las oportunidades. Todo ello dentro de la muy necesaria socialización de todos los individuos en sistemas de valores colectivos y el respeto a las normas. Sin escatimar los recursos para la formación de los individuos en dichos valores y comportamientos.

Esta entrada, hermano, no es como las demás. Es fruto de la reflexión que la pérdida de una persona como Emilio Ontiveros nos produce. Su última lección no ha podido salirle más redonda. El reconocimiento unánime de tantos responsables políticos e institucionales, profesionales y ciudadanos anónimos es la prueba de que se le escuchaba, de que se valoraban tanto sus conocimientos como su forma de expresarlos, con sencillez y rigor y, sobre todo, con moderación.

Este reconocimiento se ha culminado con la concesión por parte del gobierno a Emilio Ontiveros de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil el pasado 23 de agosto. Merecidísima

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