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LA SOLEDAD DEL ÁNGEL DE LA GUARDA

LA SOLEDAD DEL ÁNGEL DE LA GUARDA

Rául Guerra Garrido

Alianza, Madrid

221 pp.

18 euros

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Poca presentación necesitaría Raúl Guerra Garrido (1935), Premio Nacional de las Letras 2006, a juzgar por su amplia trayectoria literaria, jalonada por galardones de relumbrón, tales como el Premio Nadal 1976 por Lectura insólita de «El Capital» y el Premio de las Letras de Castilla y León, todos los cuales, sin embargo, no le han servido para traspasar esa dudosa –y arbitraria, las más de las veces– línea que diferencia a los autores de culto de aquellos otros de referencia popular. Y es que, ahora que las colecciones de clásicos, completado el periplo por las grandes obras del pasado, abren sus puertas a autores contemporáneos con condición de tal –ahí están para demostrarlo Luis Mateo Díez, Juan Eduardo Zúñiga y Manuel Longares– se debería –deberíamos– reconsiderar la pertinencia de incluir en ellas novelas como La Gran Vía es New York o El año de Wolfram. Todo lo anterior no es óbice para tildar La soledad del ángel de la guarda como una apuesta irregular, que convence, y mucho, en su arranque, para después irse apagando a fuerza de perpetuar un esquema narrativo misceláneo, a medio camino entre el monólogo existencial y la novela negra, subgéneros ambos salpimentados con ciertas dosis de intertextualidad borgiana. En la primera de las vías encuentra el lector los momentos de mayor brillantez, aquellos que vienen justificados por el estatus marginal de su protagonista, un escolta al servicio de un profesor universitario amenazado –no es difícil buscar referentes más allá de la ficción–, y a partir del cual Guerra Garrido de­sarrolla no sólo una aguda reflexión sobre la soledad, en múltiples ocasiones dibujada en máximas de concisión gracianesca –«La soledad es un desierto en el que nadie sobrevive sin cantimplora» es el lema que abre la obra–, sino también un esquema hermenéutico de la condición del hombre –del que el protagonista es metonimia significante–, actor ajeno a la obra que interpreta a la vez que figurante de muchas otras piezas en cuya trama se ve inserto de forma azarosa. Más allá de una acción secundaria muy desvaída y un final efectista de escasa pertinencia, uno de los mayores retos de La soledad del ángel de la guarda radicaba en emparejar el interior turbulento y contradictorio del escolta con su expresión lingüística, envite del que nuestro autor sale triunfante, gracias a una sintaxis desquiciada, con recurrentes anacolutos e impropiedades léxicas. Que Guerra no brille como en otras ocasiones, en fin, no impide deleitarse con un buen producto de su cosecha. 

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Ficha técnica

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