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“Nobelas”

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En los noventa proliferó entre nuestras editoriales –con Destino como agente provocador– una precipitada entronización de escritores en proceso de aprendizaje. En aquella estrategia «juvenilizadora» sobresalíeron José Ángel Mañas, con sus Historias del Kronen, la peculiar Lucía Etxebarría y Pedro Maestre, que iba Matando dinosaurios con tirachinas y acabó perdido en Benidorm. Tras quedar finalista del Nadal en 1994, con su realismo sucio de punkeros a la intemperie, Mañas aplicó la misma fórmula en una tetralogía del Kronen, integrada por lo que él denominaba «nobelas». El fiasco de títulos posteriores, como Mensaka, reveló que, dijeran lo que dijeran sus aduladores, era todavía un escritor en proceso formativo. Intentando salir de aquel ruidoso callejón de birras y tacos, Mañas buscó otros senderos en Caso Karen y El secreto del Oráculo, hasta retornar con La pella a los veneros adolescentes de su efímera fama literaria. Son el escenario y los personajes principales de la novela, escrita según los patrones clásicos del género negro: nada que impida presagiar un rato de entretenimiento.
Volver es arriesgado si uno reitera los mismos esquemas temáticos de hace veinte años y no aquilata sus personajes con eso que llamamos «caracteres». Leer La pella es toparse de nuevo con los jóvenes pastilleros dedicados a las cañas y el trapicheo en eternos fines de semanas de after hours. Y poco más. La trama es lo de menos, puesto que uno la intuye en los primeros compases de la novela. Diálogos planos y previsibles deparan una «transgresión» que, al ser rutinaria, pierde todo su poder subversivo. Un déjà vu que, si exudara moralina, recordaría las novelas de Martín Vigil; eso sí, con algún atrevimiento actualizador. El perfil de los protagonistas adolece –y el verbo es más pertinente que nunca– de un esquematismo anestesiante. El ceceante Borja –el nombre no podía ser más tópico– es el burguesito que tontea con las drogas y las malas compañías; le acompaña Kiko, carne de barrio capaz de camelarse a una niña pija y encamarse con ella con más afán por guindar que por fornicar. La abuela de Borja es «una señora viuda, bien conservada y mejor vestida, estirada, rígida y amante de las tradiciones y de las formas en todos los aspectos de la vida» (la descripción que merecería el premio a la obviedad). No faltan los camellos y esa melodía de arrabal que parece guiar la literatura de un Mañas incapaz de ir más allá de su macilenta imaginería de sexo, droga y rock and roll: «No olvides nunca a tus colegas, / tu barrio, tus petas, tus bregas. / La vida es dura para todos / Mantén tu orgullo y afila los codos». Muchos codos habrá de afilar el autor madrileño para superar esta literatura que sigue matando dinosaurios con tirachinas. Las «nobelas», ya se sabe, envejecen mal

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