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La oscuridad de Ernesto Sábato

La resistencia

ERNESTO SÁBATO

Seix Barral, Barcelona

126 págs.

1.600 ptas.

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La reacción contra la modernidad, contra la razón y la ciencia, de manera taxativa, ha tenido aspectos muy diversos a lo largo de nuestro siglo, alcanzando profundidades dignas de ser tenidas en cuenta –no por ello indiscutibles sino todo lo contrario– como las de Heidegger y algunos discípulos– y a veces rozando, cuando no cayendo en la trivialidad, como en el caso de Ernesto Sábato. El escritor argentino es conocido por tres novelas, El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y Abaddon el exterminador (1974), y por un puñado de libros de ensayo, entre los que destacan El escritor ysus fantasmas y Uno y el universo. El caso Sábato es digno de tenerse en cuenta: se trata de un escritor católico, reaccionario (no es un insulto sino una definición intelectual) que se opone a la ciencia (se doctoró en física) porque no responde a sus ansias de absoluto ni a sus ideas humanistas, a la razón porque no da cuenta sino que –según él– niega la parte oscura, inconsciente, irracional, del hombre, y a la modernidad porque supone la exaltación del lucro, del economicismo y de la soledad e incomunicación actuales. Se entiende que simplifico a partir de simplicidades, pero sin prescindir de lo esencial. Las ideas que Sábato defiende y las que critica son semejantes a las que desarrollan Ernesto Cardenal, Mario Benedetti y Saramago, aunque es cierto que Sábato nunca compartió la ilusión del comunismo porque su ideal es premoderno y porque ha estado siempre en contra de toda dictadura. Hace un año Sábato publicó una especie de memorias (desprovistas de los otros y de lo otro), Antesdel fin, en las cuales no quiero entrar por no ser redundante.

Este librito, La resistencia, está compuesto por cinco cartas y un epílogo que el escritor argentino dirige a sus lectores. La contraportada del libro nos aclara que se trata de un «nuevo humanismo», pero no hay nada de esto: se trata, en su evanescencia conceptual y en su ausencia de datos y argumentos, de un panfleto, por momentos sermón, por momentos propuesta de autoejemplaridad moral, para aprendizaje de quien leyere. El autor se acoge a una buena voluntad y piedad cristianas para hacer una crítica moral de una modernidad (más o menos calculo que Sábato piensa que ésta comienza con el Siglo de las Luces, pero tal vez pueda retrocederse hasta Descartes), a la que ve como un templo de mercaderías, lucro, egoísmo, retroceso de las libertades, idolatría de la técnica, etc. Lo que Sábato vislumbra y propone, además de la buena voluntad, la vuelta a la sencillez y apagar la televisión, es una resurrección de la Edad Media como consecuencia de las contradicciones actuales (ve en la modernidad una suerte de Roma en su momento de decadencia). No quiero ser cruel recordándole a Sábato datos elementales respecto a las libertades y concepción de la justicia y del individuo en dicha época, por lo demás diversa y compleja, sólo señalar que en esta creencia expresa todo su irracional desdén, cuando no odio, por la razón y su elemento central, la crítica, que, al desmontar los absolutos, teológicos y políticos, nos permitió situar el diálogo en el centro de la condición humana. Esa razón crítica es la misma que dudó y desenmascaró las oscuras ilusiones de los totalitarismos del siglo XX , el comunismo y el nazismo, a los que él, hay que reconocerlo, se opuso desde sus primeros escritos. Pero Sábato exalta lo oscuro, el inconsciente y lo que él denomina sin más «los sentimientos», como si los grandes dramas de nuestro tiempo no se hubieran producido, en buena parte, con sentimientos, oscuridad y una gran dosis de pulsiones inconscientes.

Al hacer tabla rasa de la modernidad, Sábato postula un ingenuo «antes» donde al parecer han ocurrido maravillas sin cuento. A veces el «antes» coincide con su infancia (y entonces estamos expulsados los demás); en otras, con tiempos más o menos remotos. Se podría pensar que es la obra de un hombre de cierta edad, pero en realidad, aunque con menos vigor intelectual, dice lo mismo que ha dicho siempre sobre estos temas. Y aparece el mismo personaje: alguien que hace gestos solemnes pero escribe –citándose– cosas como que «la televisión es el opio del pueblo» o que el cáncer es una enfermedad moderna, cuyo crecimiento quizá sea el medio «del que se está valiendo el cosmos para sacudir a esta orgullosa especie humana» (recuerdo que otro irracionalista, Sánchez Dragó, dijo lo mismo respecto al sida). ¿A qué orgullo se referirá? Piénsese en su anatematización de la ciencia, del pensamiento y su defensa de las pulsiones oscuras. El novelista argentino no quiere saber sino que tiene, con un término reiterado en este libro, «ansia» de absoluto. Sábato no ha tenido ideas sino creencias, y los años se las han fortalecido. ¿Cómo se puede afirmar que desde hace varios siglos el inconsciente ha sido negado sin pensar en el romanticismo, en Freud y en el surrealismo? ¿Cómo se puede creer que «antes» el trabajo «reunía a las personas y las incorporaba en la totalidad de su persona»? ¡Pobre Marx y su teoría de alienación! ¡Pobres niños de las fábricas de Manchester que no oyeron a Sábato! ¿Cómo puede tener un cristiano (o cualquier otro teísta), «nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida»? ¿Cómo puede afirmar, sin matizar, un pretendido intelectual que «el ateísmo es una novedad de los tiempos modernos»? ¿Cómo decir que «antes» las personas en las ciudades se conocían unas a otras, y eso era maravilloso, cuando ya Tucídides hablaba de que en Atenas no se conocían entre sí? ¿Cómo se puede afirmar que han fracasado la Razón, la Política y la Ciencia (suyas son las mayúsculas)? ¿Cómo, en fin, defender, sin ser un oscuro y ambiguo reaccionario, que vivimos «la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre»? Pues pasen y vean, y no entro en la vanidad del autor, abusiva en Antes del fin y no ausente en el actual libro, porque no hay páginas, ni ganas. Pero no quiero dejar de decir algo sobre la escritura de Sábato, ya que se trata de un escritor, aunque no pueda ser sino un juicio: este libro, como el anterior, por no remitirme a sus propias novelas, son obras de una artesanía (de la que hace una gran defensa) muy defectuosa, cuando no manifiestamente torpe. Un pintor, un escritor, ha de saber pintar, escribir.

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Ficha técnica

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