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Autoliteratura

LA MUERTE ME DA

Cristina Rivera garza

Tusquets, Barcelona

356 pp.

19 €

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Una mujer, mientras corre de la cafetería a su apartamento, descubre, al fondo de un callejón, el cadáver castrado de un joven. Con el pasar de las páginas, la mujer adquiere nombre propio, Cristina Rivera Garza, casualmente el mismo de la autora de la obra. Corre, dice, no para hacer ejercicio, sino por placer. «Para llegar a algún lado. Corro, si así lo quiere ver, utilitariamente» (p. 18). Cristina Rivera Garza, la protagonista, es escritora. «También por placer, como el correr. Para llegar a algún lado. Utilitariamente. Para llegar al fin de la página, quiero decir. No para hacer ejercicio. Si me entiende: cosa de vida o muerte» (p. 20).

Y esta mujer, la que encuentra el cadáver, adquiere un papel más íntimo que el de simple testigo. Resulta Informante (con mayúscula) de la Detective del Departamento de Investigación de Homicidios (también con mayúsculas). Aparecerán más cadáveres de hombres castrados, pocos, y a su lado poemas de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, nacida en 1936, y que se suicidaría en Buenos Aires en septiembre de 1972.

La novela se nos presenta como un thriller, una novela policíaca en la que confiamos saber quién es el asesino, cuáles los motivos para cometer unos homicidios tan crueles y sádicos. Esta deducción es simple, pues los hechos narrados causan intriga y las autoridades policiales están investigando en un país (México) donde es conocida la ineficacia de su policía. Se hace presente, además, la enigmática figura de una Periodista de la Nota Roja (con mayúsculas, también). Puede decirse, tal vez sin duda, que si se nos presenta una novela donde la trama central se desarrolla alrededor de hombres salvajemente asesinados y castrados, que gira alrededor de las relaciones humanas, hombres y mujeres, el sexo, y donde sus protagonistas resultan siendo la detective, la periodista y la escritora, puede decirse, decimos, que estamos ante el buen comienzo de una novela. Sólo queda por delante el difícil trabajo de convertir esa idea general en una buena obra literaria. Siempre y cuando, por supuesto, en esto consista el deseo del autor.

Sin embargo, muy pronto nos damos cuenta de que la novela (en caso de ser novela) subvierte el formato convencional. La temática, que sólo se ha dibujado, tiene realmente muy poco desarrollo, se olvida muchas veces, y nos adentramos en largas páginas donde unas veces el escrito adopta rasgos de ensayo acerca de temas tan precisos como el papel de la poesía dentro de la literatura, con el trasfondo de la obra poética de Alejandra Pizarnik, la gramática o la sintaxis, o bien toman protagonismo textos propios de la autora, ensayos, poemas, o simples juegos de palabras, ajenos por completo a aquella trama policial.

Al comienzo de la obra, en la página 38, en un capítulo que se denomina «Yo y la que fui», Cristina Rivera Garza, la Informante, anota: «Lo he dicho varias veces, tanto en público como en privado: no tengo una vida interesante. Aunque muchos dirían que mi campo de acción, tal como lo denominó la Detective, es la narrativa, secretamente siempre he creído que mi campo, mi acción, le pertenece a la poesía. Aunque esto de que considero a la poesía, de manera por demás tradicional y jerárquica, como la corona de toda escritura, como la meta de toda escritura». Muchas páginas después, en un capítulo que llama «La prosa de mi idioma espantoso (Introito)» (p. 179), con pie de página donde se detalla la fuente bibliográfica, se indica que la poetisa Alejandra Pizarnik escribió en su diario: «Lo que yo deseo es escribir prosa. Respeto por la prosa, excesivo respeto por la prosa». La poetisa Pizarnik quiso escribir prosa, y la escritora Rivera Garza se decanta por la poesía.

En un momento del relato, la Detective hace ver a la Informante un verso de los encontrados al lado de un cadáver, una prueba de su investigación, y se limita a comentar: «Muy literario, ¿no le parece?» (p. 23). En otra circunstancia, Cristina Rivera Garza, la Informante, que además es profesora de literatura, se encuentra disertando con sus estudiantes acerca de la relación entre el género y la creación literaria. Se hace presente en la clase la Periodista de la Nota Roja, quien se muestra interesada en conocer la opinión de la profesora acerca de la materia. Cuando ésta responde, interviene nuevamente la periodista y expresa que las lecturas (ordenadas para los estudiantes para el curso) «representan los puntos de vista dominantes, aun los opuestos» (p. 66). Todos los personajes hablan y discuten de temas literarios con igual soltura y desenvolvimiento. No resulta verosímil una detective de homicidios y una periodista de sucesos expresando estas frases y discutiendo de temas literarios con una testigo, y menos cuando ésta es muy versada en la materia. No hay mayor originalidad.

En resumen, creo que La muerte me da acaba siendo una obra pretenciosa, que quiere abarcar mucho, en forma desordenada y casual y sin ningún hilo conductor y donde sólo se detalla el esmero por buscar frases perfectas, dejando sueltas pequeñas intervenciones, pensamientos o versos que resultan agradables o de interés especial. «Un día largo. Pregunto. Los modales» (p. 160), o como cuando Cristina Rivera Garza, la Informante, dice que «así fue como, sin siquiera pedir autorización, la Detective empezó a tutearme» (p. 44), recordándome a García Márquez en Vivir para contarla, cuando hace referencia a la rara costumbre colombiana de tutearse desde el primer saludo y pasar al usted sólo cuando se logra mayor confianza, como entre esposos.

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Ficha técnica

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