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La democracia liberal y algunos de sus enemigos

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Recientemente, Charles Koch, un poderoso industrial y filántropo americano, lamentaba (“parcialmente”, decía The Economist en la reseña de un reciente libro suyo) los procedimientos que había utilizado en el pasado para impulsar sus ideas políticasCharles Koch es la undécima mayor fortuna del mundo. Dueño de Koch Industries, uno de los mayores conglomerados industriales del mundo basado en Wichita Kansas. Junto a su hermano David, ya fallecido, ha destinado ingentes cantidades de dinero a la causa conservadora y, dentro de esta, a sus empeños más radicales (libertarians, como se les conoce en los EE. UU.), como la negación del cambio climático. Ambos hermanos fundaron también el Cato Institute (https://www.cato.org/), un think tank americano conservador. También han aupado a sus puestos mediante importantes donaciones a senadores y gobernadores de diferentes Estados en los EE. UU. Pueden escucharse (y subtituladas) las declaraciones directas de Charles Koch que se mencionan en el texto principal de esta entrada en el siguiente enlace: https://www.axios.com/charles-koch-partisan-political-spending-762c6f50-079e-474c-9a7e-97cc320d878c.html?utm_campaign=organic&utm_medium=socialshare&utm_source=twitter.. Koch ha pasado toda una vida adulta juntando esfuerzos con otros grandes empresarios conservadores, bajo el liderazgo intelectual y teórico del premio nobel de economía en 1986 James M. Buchanan, financiando centros de pensamiento conservador y subvencionando a políticos republicanos para que alcanzasen puestos en el Senado o como Gobernadores de algunos Estados en los EE. UU. con objeto de influir en la política federal, estatal y local en materias como la educación, la Seguridad Social, el cambio climático o la inmigración. Al parecer, según sus propias declaraciones, su objetivo era ayudar a sus compatriotas a ser más libres y prósperos, y lo que se encuentra al cabo de tantas décadas es que muchas de aquellas personas a las que ayudó a subir en la escala política para que cumpliesen esta especie de mandato han hecho todo lo contrario. I screwed up!, confiesa en su libro, ¡la jodí! Lamentar lo lamentable es de gente cabal. Pero hacer cosas lamentables no es de recibo. El problema con las lamentaciones es que siempre vienen después, o mucho después, que las acciones que causan lo que luego lamentamos. Tarde, mal y, con frecuencia, nunca.

La cosa se agrava cuando, desde el partidismo más ideologizado, uno ha estado luchando para socavar la democracia. Y este socavamiento lleva a una mala aplicación de los principios constitucionales o a su degradación, mediante la creación de instituciones que los contrarrestan o el debilitamiento de las que los aplican. Porque, no nos engañemos, no hay una constitución perfecta y todas tienen puertas abiertas a quienes se acercan a ellas con la intención de usarlas para propósitos antidemocráticos.

La defensa de la democracia exige una vigilancia constante porque las actividades de sus enemigos no cesan y, como se vio en una entrada previa de este blog sobre “checks & balances”, estos pueden no ser suficientes o, lo que es más grave, las acciones de los enemigos de la democracia consisten, en buena medida, en socavarlos paulatina e, incluso, subrepticiamente. Multitud de dictadores y dirigentes políticos autoritarios han llegado al poder usando procesos electorales previstos en las constituciones vigentes en cada momento, como Hitler, Chaves o Putin y más de uno en la actual Unión Europea.

En los EE. UU., Donald Trump, que no quería ser presidente sino dar más valor a su marca “Trump”, acabó siéndolo. Una vez en la Casa Blanca, intentó monetizar la situación, descubrió el amor que sus bases le han dispensado y le siguen dispensando y atrajo una indeseada atención de fiscales en la ciudad y el estado de NY; atención que posiblemente acabe con él en la cárcel. Ahora, tras una vergonzosa derrota, intenta seguir haciendo lo mismo que desde enero de 2016: socavar los cimientos de las agencias del estado. No es solo el caso de los EE. UU. En España también asistimos desde hace décadas a movimientos de los diferentes gobiernos para politizar, aunque sea por la vía de la cooptación o el “consenso”, los nombramientos de los responsables de las principales instituciones sociales, judiciales y económicas.

Dos importantes libros publicados en 2017 y 2018 han mostrado argumentos y evidencias sobre cómo la administración que acaba de ser derrotada tras las elecciones del pasado 3 de noviembre en los EE. UU. ha culminado un viejo movimiento hostil a las instituciones de la democracia americana. Hay que decir que la propia constitución, tantas veces ensalzada como modelo, ha proporcionado mecanismos muy eficaces para lograrlo, como la institución del Colegio Electoral. Estos libros se deben a Nancy MacLean (Democracy in chains, Scribe, 2017) y a Michael Lewis (The Fifth Risk, Penguin Books, 2018).

La primera, una historiadora de la Universidad de Duke, autora de exitosos libros divulgativos sobre historia contemporánea, traza el perfil y la enorme influencia del premio Nobel de economía de 1986, James McGill Buchanan, a quien atribuye nada menos que un “plan oculto” para América; la derecha radical de ese país lo habría venido desarrollando desde los años setenta del siglo pasado para destruir los populares programas federales de educación pública y Seguridad Social. A pesar del aura conspiranoide de su investigación, plasmada en el mismo subtítulo del libro citado, la autora aporta una impresionante masa de evidencia y análisis de las actuaciones de patrocinadores, agentes, instituciones, y hasta personajes políticos de primera línea, que durante décadas no solo extendieron la “conspiración”, sino que la materializaron en cierta medida en actos legislativos, cargos electos en las cámaras federales y los Estados, y recortes de programas estatales. Todo ello apoyado en un enorme despliegue de centros de pensamiento abundantemente regados con el dinero de grandes oligarcas capitaneados por los hermanos Koch. En realidad, como se desprende del recuento de MacLean, un inmenso edificio de intereses personales, propaganda, think tanks, jornadas, cursos académicos, departamentos universitarios y publicaciones académicas en los mejores journals de la disciplina entonces consagrada por Buchanan, public choice. Añadamos algunas mentes del más alto calibre. La idea de public choice de los políticos y burócratas de alto rango es un aporte genuino a la teoría de los incentivos. En este caso se utilizó, como no es raro que suceda con las ideas más brillantes, con el propósito de socavar la institución democrática.

Michael Lewis, un escritor de éxito, educado en Princeton y en la London School of Economics, mantiene que Donald Trump ha intentado en los EE. UU., como ninguno antes que él, acabar con el estado desde dentro. Su tesis, reflejada en el título de su obra, es que, si bien un gobierno que funciona logra resolver problemas cotidianos y evitar la materialización de riesgos que acabarían con el patrimonio, el trabajo, la salud o la vida de los ciudadanos (lo que no siempre es apreciado por parte de estos, por cierto), otro gobierno puede fallar alimentado por la ignorancia deliberada, la propensión a dejarse sobornar o corromper o la maldad indisimulada de los propios gobernantes. Como el propio Lewis dice refiriéndose a la alta administración Trump y al mismísimo presidente, “ahora el gobierno está siendo atacado por sus propios líderes”.

Las dos historias, la de MacLean y Lewis, difieren en varios aspectos. Ciertamente, las referencias cruzadas entre ambas son escasasMacLean menciona a Trump en solo cuatro de las más de 300 páginas de su libro y, desde luego, la afinidad intelectual de aquel y sus asesores con los elitistas personajes de la saga de Buchanan o los hermanos Koch es nula. Por su parte, Lewis, que cuenta las entretelas de la administración Trump y la Casa Blanca durante buena parte de su mandato de manera ligera y muy legible, no se detiene apenas en la trama libertaria que desvela MacLean. Si acaso, pinceladas sobre la supremacía blanca conectan los dos lienzos pintados por ambos autores. En el caso de MacLean, se trata de la supremacía de las corporaciones acaparadoras de las rentas y las plusvalías, mientras que en el caso de Lewis la narrativa gira en torno del populismo y apoyo incondicional por parte de masas de votantes a sujetos ignorantes, corruptos y malvados que solo quieren el poder, aunque no sepan para qué, aparte de para vivir muy bien ejerciéndolo en su propio beneficio., y abismal la distancia intelectual entre los perpetradores, en cada caso, del “asalto a la democracia”. Pero este es precisamente el punto de unión: el asalto a la democracia entendido como desprecio por sus instituciones.

Y, curiosamente, ya al cabo del mandato de Donald Trump y quién sabe si ante las primeras grietas visibles de la fortísima cohesión de los oligarcas (los del S. XX y los nuevos), la democracia ha resistido mejor de lo que una lectura literal de las obras mencionadas daría a entender. Volvemos enseguida a esta idea de “resistencia”.

Pero el peligro no ha pasado, y muchos pensarán que los oligarcas se han salido con la suya, que la lucha de clases la han ganado los ricos y que la democracia está encadenada, repitiendo como un disco rayado un patrón de libertades solo aparentesVéase la reseña de uno de los autores de esta entrada sobre “La lucha de clases existe y la han ganado los ricos”, de Marco Rebelli (Alianza, 2015) en: https://www.revistadelibros.com/resenas/la-lucha-de-clases-existe..

Cunde, es verdad, entre amplias capas de ciudadanos la sensación de engaño, cuando no de una conspiración para desposeerlos de sus derechos y de sus rentas. Se piensa también que el deterioro de los grandes “contratos institucionales colectivos”, como la educación, la sanidad o las pensiones, revela la desposesión a la que se hacía referencia. Se asocia el capitalismo a un gigantesco engañoEl historiador catalán Josep Fontana, discípulo de Pierre Villar, compuso “Capitalismo y democracia 1756-1848”, publicado póstumamente en su versión en castellano. El subtítulo de esta documentadísima y a la vez muy legible breve historia del capitalismo mundial (especialmente europeo) es “Cómo empezó el engaño”, muy elocuente. La tesis de Fontana es que, ante la reacción del movimiento obrero a la explotación del primer capitalismo tras la revolución industrial, especialmente los intentos de internacionalización de aquel, las clases dominantes introdujeron instituciones que se prolongaron hasta el presente creando la apariencia de una democracia formal, pero sin dejar de tener privilegios equivalentes. En el epílogo de la citada obra, invita al lector a reflexionar sobre los problemas de la democracia representativa, el populismo y la precariedad de los trabajadores en el presente..

Decíamos que la democracia ha resistido a los oligarcas y a los populismos. Bueno, al menos, no ha sucumbido como las obras reseñadas en esta entrada parecen anunciar en sus títulos o subtítulos (y los personajes caracterizados en aquellas desearían, según los autores que los retratan). La Seguridad Social americana sigue teniendo la misma mala salud de hierro que cuando Martin Feldstein publicó sus conocidísimos estudios hace ya medio siglo, al menos según los informes anuales del Chief Actuary de los EE. UU., y la educación pública sigue funcionando razonablemente bien en todos los niveles, con algunas de las mejores universidades americanas todavía de titularidad pública. La administración Trump, con su líder máximo al frente, estará ya fuera de funciones en menos de mes y medio.

Y, sí, el formidable crecimiento de la productividad desde que finalizó la segunda guerra dejó de incorporarse a la masa salarial desde finales de los años setenta del siglo pasado. Posiblemente en este aspecto, crucial para toda sociedad porque determina la igualdad de oportunidades, es en el que los oligarcas, más que los populistas, que no sabrían hacerlo, han triunfado, y donde, por lo tanto, la batalla de los demócratas debe ser más intensa.

Desde una perspectiva liberal, es oportuno aquí y ahora evocar las palabras de Walter Lippmann en su The Good Society, de la que este blog toma su nombre: The people have been promised abundance, security, peace, if they would surrender the heritage of liberty and their dignity as men. But the promises are not being keptSe les ha prometido a los ciudadanos que tendrán prosperidad, seguridad y paz si ceden su legado de libertad y su dignidad como personas. Pero las promesas no se están cumpliendo”.. Lippmann escribió estas palabras en 1937 para referirse al entonces ya evidente fiasco del colectivismo, vivísimamente debatido en occidente en los años de la gran depresión.

Desde que Lippmann escribiera estas palabras, debieron transcurrir cinco décadas (1937-1989, caída del muro de Berlín) para que el colectivismo, plenamente desprestigiado, y habiendo malogrado las vidas y libertades de cientos de millones de siervos a los que había privado previamente de libertad y dignidad, colapsara bajo el peso de sus propias e irreconciliables contradicciones. Otros totalitarismos igualmente nocivos y criminales se extendieron mientras tanto en el segundo tercio del S. XX en Europa, Asia, África y América Latina, basados la mayoría, como el colectivismo soviético, en el ataque frontal al poder establecido (generalmente autocracias dominadas por los grandes intereses económicos o coloniales). Entre estos, mención aparte merece el nazismo por su sanguinaria visión de una sociedad supremacista dispuesta a acabar a sangre y fuego con todo lo que se opusiera a sus designios y que, no se olvide, se instaló en el poder (tras haber intentado un fallido golpe de estado en 1923) por un descuido político imperdonable de los partidos conservadores y el propio presidente del gobierno alemán, Paul von Hindenburg, tras unas elecciones democráticas que el partido nazi no había ganado por mayoría absolutaVéase la trepidante descripción que se hace de su ascenso al poder en la página web de la Anne Frank Househttps://www.annefrank.org/es/ana-frank/en-foco/alemania-1933-de-la-democracia-la-dictadura/. España también tuvo su dosis de totalitarismos de la mano de la influencia soviética (fracasada) y el “producto nacional” victorioso tras una contienda fratricida: la dictadura del general Franco, cabeza del golpe de estado que desencadenó el conflicto. Los oligarcas modernos, por cierto, aunque más castizos, tampoco han faltado en el caso español, desde la autarquía franquista hasta el presenteVéase la obra de César Molinas “Qué hacer con España. Del capitalismo castizo a la refundación de un país” (Ed.Destino, agosto 2013), reseñado en: https://www.elimparcial.es/noticia/127149/los-lunes-de-el-imparcial/cesar-molinas:-que-hacer-con-espana.-del-capitalismo-castizo-a-la-refundacion-de-un-pais.html, y cuyo antecedente fue este artículo publicado por el autor en El País en 2012: https://elpais.com/politica/2012/09/08/actualidad/1347129185_745267.html. Véase también la descriptiva e interesante entrada al respecto de esta cuestión en el prestigioso blog “Nada es Gratis” de Juan Santaló en 2013: https://nadaesgratis.es/santalo/el-capitalismo-castizo-la-audiencia-nacional-y-otro-cartel-que-se-va-de-rositas..

Las democracias que emergieron en occidente después de la victoria aliada contra el nazismo lo hicieron basadas en un comprometido consenso entre progresistas (socialdemocracia o demócratas) y conservadores (democracia cristiana o republicanos), ejemplarizado por el sacrificio de las jóvenes generaciones norteamericanas e inglesas, la resistencia partisana continental al nazismo y la inestimable ayuda económica del Plan Marshall.

Seguramente, en pocas épocas contemporáneas ha brillado más el faro de la democracia como en los cuatro o cinco lustros que siguieron al final de la segunda guerra mundial. En el mundo desarrollado y libre, se entiende. Hasta que la actividad discreta, que no secreta, pero incesante y fuertemente subvencionada, de los influyentes oligarcas que protagonizan la narrativa de MacLean, y la de sus contrapartes en Europa, empezó a atacar al sistema desde dentro. 

¿Por qué ha resultado tan productivo para los enemigos de la democracia este ataque? Productivo no quiere decir eficaz, porque tras décadas de minado sistemático, al menos formalmente, la arquitectura básica de la democracia, tal como se venía practicando en occidente sigue en pie. ¿Por qué los oligarcas y el populismo se han infiltrado de manera tan absorbente en las instituciones democráticas, para socavarlas? ¿O han podido siquiera acceder a ellas? Las razones son complejas y conviene que el lector interesado lea (críticamente) las obras citadas y algunas más. Pero pueden resumirse algunas de ellas en dos razones principales. En primer lugar, decayó, tras un par de décadas, el llamado “consenso social de posguerra” entre capitalistas y trabajadores, gracias al cual las ingentes ganancias de productividad que el sistema capitalista es capaz de generar pudieron repartirse equitativamente (tras los enormes sacrificios de las dos guerras mundiales, los poderosos estaban algo más dispuestos a soltar parte de sus descomunales beneficios). A través de las grietas del contrato social terminó colándose, por desgracia, la avaricia y el poder de los oligarcas. En segundo lugar, la “alternancia” política de los dos “grandes partidos” en los gobiernos occidentales, otro descuido “político” equivalente al descuido “social” antes mencionado, acabó dando paso a la avaricia y al poder de, esta vez, los populismos cuando las clases medias dejaron de beneficiarse, como así sucedía hasta finales de los años setenta del siglo pasado, del avance de la productividad, todo ello a lomos de crisis tan profundas como las del petróleo o la última crisis financiera.

La cronología de estas transiciones cancerosas de la democracia, y esto habrá que estudiarlo bien algún día, ha sido diferente en cada uno de los grandes países occidentales, entre los que se encuentra el nuestro, pero todas se encuentran pautadas por el cambio generacional. ¿Por qué este no ha resultado en un feliz “paso del testigo” que nos hubiera permitido ganar la carrera de obstáculos con relevos que es la vida política, social y económica en cualquier sociedad?

Walter Lippman, desde su formidable y visionaria atalaya conceptual, acude otra vez al rescate: “Like the man who said he knew the earth was flat because it had looked flat to him in all the places he had ever visited, each generation is disposed to regard its main assumptions as self-evident even when in fact they have merely been adopted uncritically"“Como aquel que proclamaba que la tierra es plana, porque en todos los lugares en los que había estado así lo parecía, cada generación contempla sus principales percepciones como autoevidentes a pesar de que, de hecho, las ha adquirido de forma acrítica”.. Porque, si osáramos contestar a las preguntas del párrafo precedente, ¿no, hermano?, deberíamos concluir que hemos descuidado el paso a las nuevas generaciones del testigo que nos legaron las generaciones de la posguerra. O, quizá peor, porque el testigo que les hemos pasado marcaba la dirección equivocada. ¿Será este el principio del triunfo de los oligarcas y populistas? Si los enemigos de la democracia desfilan por la alfombra que las clases medias, rendidas y acomplejadas, les desplegamos fascinados por sus espejuelos y abalorios, apaga y vámonos. 

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