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John Ford: El hombre que mató a Liberty Valance

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El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962) es una de las películas más emblemáticas de John Ford y uno de los mejores westerns de la historia. Suele relacionarse con el punto de inflexión que marcó el giro hacia una versión crepuscular del género. No hay grandes paisajes, ni demasiada acción. Todo se centra en los personajes y en la trama, que recrea el tránsito de un mundo primitivo y violento a una sociedad civilizada y democrática. En un paupérrimo y áspero pueblo de Arizona llamado Shinbone, la política, la educación y los periódicos acabarán reemplazando a la ley del revólver, pero no sucederá de forma incruenta, sino sacrificando a los mismos hombres que lucharon para imponer una convivencia pacífica. Estados Unidos alcanzará su grandeza gracias a los aventureros que colonizaron un territorio salvaje, luchando contra las tribus nativas, los cuatreros y los desastres naturales. Paradójicamente, la civilización prescindirá de ellos, cuando logre consolidar sus leyes y costumbres. Los caracteres indomables suelen ser un foco de perturbación en un contexto de rutina y tranquilidad.

John Ford creía firmemente en el sueño americano. La historia de Estados Unidos incluía páginas deplorables, como la esclavitud y los abusos cometidos contra los pueblos aborígenes, pero había creado un orden social y político donde cada hombre podía forjar su destino a base de esfuerzo y ambición. No se trataba de una convicción retórica, sino de una experiencia personal del director. Hijo de emigrantes irlandeses, su familia había prosperado gracias al alcohol de contrabando y al negocio de la hostelería. Jugador de fútbol americano, John se había abierto camino en el cine gracias a su hermano Francis, que le había introducido en Hollywood, y a su innegable talento, que alumbró más de una docena de obras maestras. Herido en la batalla de Midway mientras dirigía un documental sobre la campaña del Pacífico, «Jack» –así se hacía llamar desde su juventud– era un patriota sincero, un republicano de Maine que se había opuesto a la caza de brujas del senador McCarthy y que detestaba cualquier forma de intransigencia, opresión o autoritarismo. Ser ciudadano estadounidense no era cualquier cosa. Significaba creer en la libertad, la democracia y la igualdad de oportunidades.

Algunos de los personajes secundarios de El hombre que mató a Liberty Valance encarnan ese ideal, tan alejado de la Europa del Antiguo Régimen. John Qualen (Peter Ericson) se emociona la primera vez que puede votar. Se acerca al colegio electoral con el documento que acredita su condición de ciudadano estadounidense. No se lo han concedido por sus orígenes raciales o sociales, sino por sus años de duro trabajo como propietario de una pequeña cantina. Con su mujer Nora (Jeanette Nolan) y su hija Hallie (Vera Miles), sirve comidas en Shinbone. Tímido y pacífico, sabe que forma parte de una comunidad y eso le hace sentir bien. No es una boya a la deriva, sino un hombre que ha echado raíces y contempla el porvenir con ilusión. Nora es una mujer enérgica y de buen corazón. El matrimonio Ericson procede de Suecia. Hablan un inglés con un marcado acento escandinavo. Emigraron a Estados Unidos, huyendo de la miseria. Su hija Hallie nació en Arizona. Es hermosa y trabajadora. Tom Doniphon (John Wayne) quiere casarse con ella, pero aún no se ha declarado.

Doniphon es el propietario de un pequeño rancho. Siempre le acompaña Pompey (Woody Strode), un fiel criado negro. Hallie se siente atraída por Tom, pero cuando aparece Ransom Stoddard (James Stewart) sus sentimientos se tambalean. Stoddard no es un cowboy, sino un abogado que viaja con sus libros y que aborrece la violencia. Paradójicamente, su carrera política hasta el Senado y, tal vez, la vicepresidencia de Estados Unidos se basará en la fama adquirida al matar en el transcurso de un duelo a Liberty Valance (Lee Marvin), un pintoresco y agresivo pistolero al servicio de los grandes ganaderos. Stoddard enseñará a leer a Hallie. Al mismo tiempo, ella le ayudará en la escuela que inaugurará para combatir el analfabetismo. Hallie es tan hermosa como una de las salvajes flores de cactus que suele regalarle Doniphon, pero Stoddard hará que se convierta en una refinada rosa de ciudad. Su transformación es una metáfora del cambio experimentado por Shinbone. El desierto es un espacio sin barreras. Nos ofrece la posibilidad de disfrutar de una libertad ilimitada, pero también nos arroja al peligro, la incertidumbre y el desamparo. Las flores de cactus nacen en el desierto. Su supervivencia es precaria y complicada. La ciudad es un espacio acotado. La obligación de cumplir unas normas limita a sus habitantes, pero les protege de los abusos y los riesgos de la intemperie. Las rosas crecen en los jardines. Dependen del cuidado de los hombres, que se esmeran en prolongar su vida todo lo posible. La hermosa Hallie será arrebatada al desierto, pero nunca se acostumbrará del todo a su nueva existencia.

Cuando regresa a Shinbone, ya con cierta edad y con la obligada dignidad de la esposa de un senador, su rostro delata infelicidad. Acude al funeral de Doniphon, al que quizá nunca dejó de amar. Su encuentro con el envejecido Link Appleyard (Andy Devine), antiguo jefe de policía de Shinbone, desprende un profundo patetismo, que alcanza un lirismo exacerbado cuando ambos visitan la casa en ruinas de Doniphon y comprueban que los cactus han florecido. Aunque ha sido derrotado por la historia, el desierto reclama sus derechos. El reencuentro con Pompey no es menos dramático. Envejecido y solo, sus manos se aferran a un sombrero, preguntándose si le queda algún motivo para continuar. Appleyard, Pompey, la casa en ruinas: son los restos de un mundo que ha desaparecido. Aparentemente, Ransom Stoddard es un triunfador, pero en la cima del poder y el prestigio se ha topado con la melancolía y los remordimientos. Sabe que su éxito se basa en un engaño y que ha usurpado el lugar de Doniphon, un héroe que ha escogido la soledad y la infelicidad por amor a Hallie. Prefirió perder a la mujer amada antes que contemplar cómo sufría por la muerte de Stoddard a manos del Liberty Valance. Sólo un carácter exasperadamente romántico podía tomar una decisión tan trágica. A su lado, Stoddard sólo es un polichinela, un impostor infatuado.

Tag Gallagher sostenía que Ford primero nos hace sentir y, luego, comprender. En El hombre que mató a Liberty Valance, no hay discursos grandilocuentes ni sermones. «El Viejo», uno de los apodos de Ford, se limita a mostrarnos situaciones y diálogos sencillos. La escasez de escenas al aire libre imprime a la película un aire teatral y, en ocasiones, claustrofóbico, como la oficina de Peabody, pequeña y desordenada, o la cantina donde se eligen los delegados, con Stoddard encajonado entre una mesa y una escalera. El abogado sólo está en su ambiente cuando puede actuar en espacios cerrados, como un aula, una sala de conferencias o la cocina de los Ericson. En cambio, Doniphon está incómodo bajo techo. Se prepara para comenzar una vida con Hallie, ampliando su rancho con una nueva habitación. Será la alcoba de matrimonio. Está ilusionado, pero se nota que se encuentra más cómodo a caballo, con la sensación de no estar ligado a nada. Ese apego por su independencia tal vez explica su resistencia a pedir la mano de Hallie. Es indudable que desea hacerla su esposa, pero todo indica que la idea de una vida sedentaria le produce malestar. Cuesta trabajo imaginarlo como padre de familia. Está más cerca del vagabundo que del ciudadano de costumbres apacibles. Después de perder a Hallie, su aspecto se degradará. Mal rasurado, lleno de polvo y con la mirada sombría, ya no es un espíritu errante, sino un perdedor. Tiene la amargura pintada en el rostro. Su derrota será definitiva cuando se deshaga del revólver. En el mundo de Stoddard, que es el que ha ganado la partida, los problemas ya no se resuelven con violencia, sino con acuerdos, negociaciones y resoluciones judiciales. El plano en que Doniphon se aleja de Hallie por un callejón en sombra manifiesta claramente el fin de una época. Es un cambio inevitable, pues los héroes que arriesgaron su vida por la paz y la libertad, se retrajeron cuando les convocó la responsabilidad. Doniphon le planta cara a Liberty Valance, pero rechaza cualquier papel en las necesarias reformas de una sociedad en proceso de modernización. No actúa así por egoísmo, sino porque no sabría qué hacer en una convención o un debate parlamentario. A pesar de las apariencias, Doniphon es más frágil que Stoddard. Perder a Hallie destroza su vida. En cambio, Stoddard habría continuado su carrera política si ella hubiera permanecido al lado de su rival.

Pompey se comporta como un «buen negro». No cuestiona las discriminaciones que sufre y obedece a Doniphon sin rechistar. Sin embargo, acude a la escuela que abre Stoddard para enseñar a leer a niños y adultos. Nadie cuestiona su derecho a ser un alumno más. Cuando le preguntan por la Declaración de Independencia, se equivoca al citar la frase según la cual «todos los hombres nacen libres e iguales». Ford filma a Woody Strode con un retrato de Abraham Lincoln a sus espaldas, mostrando su simpatía hacia el movimiento por la lucha por los derechos civiles, como ya había manifestado en El sargento negro (Sergeant Rutledge, 1960). Nora Ericson también tiene problemas para explicar que la soberanía reside en el pueblo. Quizá sus titubeos respondan al contraste entre los principios y los hechos. Consciente de este conflicto, Stoddard afirma que algunos olvidan –o incumplen– lo que les conviene, dejando claro que la democracia estadounidense no es perfecta. La clase se interrumpe cuando aparece Doniphon, sucio y polvoriento. Ha presenciado cómo Liberty Valance y sus secuaces asesinaban a un granjero y a su hijo. También han intentado acabar con él, pero se ha defendido a tiros, abatiendo a uno de los pistoleros. La noticia provoca una desbandada. Stoddard también se marcha. En secreto, hace prácticas de tiro. No ha cambiado su opinión sobre la violencia, pero cada vez tiene más claro que no podrá frenar los desmanes de Valance sólo con palabras. Ford filma a Hallie recogiendo los libros con gesto de pesar. Se ha quedado sola en el aula. La luz que entra por un lateral acentúa su aspecto de desolación. Parece frágil e impotente ante los hechos que se avecinan. Aunque todavía no lo admite ante sí misma, se ha enamorado de Stoddard y teme que Valance lo mate. Siente, además, que la escuela –y lo que representa– podría desvanecerse como un sueño. Es una mujer dividida entre dos afectos y dos estilos de vida.

Dutton Peabody (Edmond O’Brien), redactor, director y editor del Shinbone Star, vivía tranquilamente hasta que apareció Stoddard. Su periódico hablaba de chismes insustanciales, evitando los temas polémicos. Entre noticia y noticia, siempre había tiempo para un trago. Borrachín incorregible, suele beber en compañía de «Doc» Willoughby (Ken Murray), un médico beodo y elocuente que certifica la muerte de Valance después de un largo trago de güisqui, sin necesidad de examinar el cadáver. Hasta la aparición de Stoddard, el periodista y el médico eran los hombres más cultivados de Shinbone y quizá los más aficionados al alcohol. Bebedor infatigable, Ford nunca ocultó su simpatía por los alcohólicos, llenando sus películas de personajes que se pasan ebrios la mayor parte del metraje. Stoddard es abstemio, pero su sobriedad no acarreará calma, sino agitación e inestabilidad. Espoleado por su ejemplo, Peabody romperá su neutralidad, tomando partido contra los ganaderos. Su gesto casi le costará la vida, pues Valance y sus «mirmidones» le pegarán una brutal paliza.

¿Quién es el protagonista de El hombre que mató a Liberty Valance? ¿Doniphon o Stoddard? ¿Hallie? ¿Quizá los secundarios, que podrían equipararse al coro de la tragedia griega? Creo que el protagonismo corresponde a la palabra, que silencia definitivamente a las pistolas. Es cierto que su triunfo merma la épica del Oeste, pero también acaba con los abusos y la indefensión de los ciudadanos frente a los caciques locales. La última frontera deja de ser un territorio salvaje para incorporarse a la civilización. La batalla se ha ganado gracias a los libros de Derecho, las clases de alfabetización y los artículos del Shinbone Star. Valance, malvado pero no estúpido, lucha en vano contra esas fuerzas. El progreso avanza y no hay espacio para pistoleros y cowboys. Lo salvaje se despeña por el pasado, sin otro porvenir que reaparecer como arqueología en el museo de la historia. Ford lo sabe y lo acepta, pero está claro que simpatiza con los perdedores y los inadaptados. El hombre que mató a Liberty Valance es un alegato a favor de la palabra, con su carga de razón, tolerancia, flexibilidad y diálogo, pero también un réquiem por el ocaso de los grandes horizontes donde aún era posible la épica, la aventura y el heroísmo.

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