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I ?? Hong Kong

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Pongamos que algún amigo chino me hubiera mandado por Wechat, el clon local de WhatsApp, algunas fotos de las manifestaciones de estos últimos días en Hong Kong, y pongamos que yo no hubiera sabido lo que estaba sucediendo allí. Algunas, las de las cargas policiales en la noche del 27 al 28 de septiembre, las más brutales desde 2005, me hubieran resultado familiares; no sería la primera vez que había visto cosas parecidas. De otras, las de la ocupación de las calles céntricas de la isla, que luego se extendió hasta Kowloon, no hubiera sabido qué decir.

– Parece un concierto medianamente concurrido, pongamos que de K-pop.
– Frío, frío.
– Bueno, pues son de algún centro comercial caro en Canton Road
– Glacial.
– Cambio; es una foto de Causeway Bay en domingo, con las criadas filipinas e indonesias disfrutando de su día libre.
– Caliente, caliente; pero fíjate en la ropa que llevan y en el maquillaje de las chicas. ¿Desde cuándo se acicala así el servicio?
– Ah, ya caigo. Eso parece Sai Yeung Choi South St., la calle donde los adolescentes de Hong Kong se pasan las horas buscando cómo estar al filo de lo más.
– Te has quemado. Pero, fíjate, éstos no están detrás de comprarse los últimos Dry Hydrogene Cargo Pants de Molecule, ni unos minishorts de Superqueen. Están pidiendo Elecciones.
– ¿Es Elecciones una nueva marca de ropa?

La historia es conocida, pero conviene repasarla. En 1997, Gran Bretaña traspasó la soberanía de su colonia en Hong Kong a la República Popular China. Siguiendo la ruta marcada por Deng Xiaoping, la China comunista aceptaba el mantenimiento del capitalismo y de las instituciones políticas del territorio, que eran muy distintas de las suyas. «Un país, dos sistemas», resumía el dirigente chino, siempre intuitivo. Hong Kong sería una zona administrativa especial con su propia ley fundamental y su propio Gobierno al menos hasta 2047, cuando se cumpliesen los cincuenta años del traspaso.

Al Gobierno de la excolonia lo elegía un grupo de votantes distinguidos de entre los candidatos seleccionados por un comité de notables dóciles a los deseos de Pekín. A lo largo de los años, a medida que aumentaba la exigencia de un proceso realmente democrático, el neomandarinato aparentó estar dispuesto a aceptarlo. Prometió que, en las próximas elecciones de 2017, el Gobierno local sería elegido por sufragio universal. Pero Pekín se guardaba un as en la manga. Los candidatos seguirían siendo seleccionados por otro comité igualmente dócil y entre personalidades de «acendrado patriotismo». Traducido al castellano: listas cerradas y bloqueadas. Traducido al mandarín: sólo podrá elegirse a mandaderos de Zhongnanhai, como Tung Chee-hwa, Donald Tsang o Leung Chung-ying, los tres presidentes de la ciudad desde 1997. Todos ellos han tenido serios enfrentamientos con los partidarios de un sistema democrático de elecciones, pero Pekín se niega en redondo a cambiar el trampantojo.

A mediados de 2013, un pequeño grupo de profesores universitarios hizo circular la idea de ocupar Central (la zona burocrática y financiera de la ciudad) recurriendo a la desobediencia civil y pacífica o, en su lenguaje, con amor y paz (Occupy Central with Love and Peace, u OCLP en su acrónimo inglés). Desde entonces, han llevado a cabo una larga campaña en pro de un sistema electoral democrático que comenzó con una consulta (finales de junio; 787.767 votos válidos, alrededor de un diez por ciento de la población local). A la consulta, que despertó las iras de Pekín, le siguió una amplia manifestación el 1 de julio (el número de asistentes osciló entre cien y quinientos mil, según las fuentes).

Los jerarcas chinos no tienen por costumbre dejar sin castigo ninguna buena acción. A mediados de junio, el Gobierno publicó un documento con su interpretación del lema «Un país, dos sistemas», en el que negaba cualquier posibilidad de aceptar las peticiones del movimiento prodemocracia. El 3 de julio se formaba una Alianza por la Paz y la Democracia (APD), teledirigida desde Pekín, que organizó su propia campaña contra las propuestas de OCLP (APD dijo haber conseguido un millón y medio de firmantes) y una manifestación a mediados de agosto. El 31 de ese mes, el comité permanente de la Asamblea Legislativa china aprobó una declaración en la que reafirmaba la decisión de rechazar la elección democrática del Gobierno de Hong Kong.

El portazo supuso un jarro de agua fría para sus partidarios y el mes de septiembre transcurrió entre dudas. Mientras los dirigentes de OCLP se mostraban precavidos, el movimiento Scholarism (fundado en 2012 para oponerse a una asignatura de educación patriótica impuesta a instancias de Pekín) y la Federación de Estudiantes convocaron una semana de huelga entre el 22 y el 26 de septiembre. El 27 comenzaron las protestas pacíficas ante la sede del Gobierno y el 28 se sucedieron las cargas policiales y las bombas lacrimógenas contra grupos, aún no muy numerosos, de manifestantes pacíficos. La actitud de la policía en esa noche llevó a OCLP a abandonar su actitud expectante y a llamar a la ocupación de la zona central de Hong Kong. Cuando cierro este blog (5 de octubre), las protestas contra la decisión de Pekín siguen un curso difícil de adivinar, aunque sea previsible que los mandarines comunistas mantengan su decisión contra viento y marea. Ya habrá tiempo de hablar de eso.

Volvamos ahora a las fotos iniciales. ¿Quiénes son esos miles de manifestantes que han salido a la calle para unirse a las protestas? Los medios occidentales, que difícilmente logran entender lo que es un movimiento mayormente espontáneo, han buscado desesperadamente un líder, un cerebro, una estrategia de largo alcance donde no la hay, y finalmente se han abalanzado sobre uno de sus portavoces, Joshua Wong, el más telegénico de todos. Wong tiene diecisiete años; no podría tener un permiso de conducir, ni beber alcohol legalmente, ni votar a su candidato favorito en el inverosímil caso de que Pekín cediese. Y lleva unas gafas rectangulares que, seguro, son de diseño ¿Hay quién dé más a los medios occidentales, siempre a la búsqueda de historias de interés humano? Por su parte, Wong ha dado muestras de una madurez que ha sorprendido, para bien, a muchos observadores. De los demás portavoces del movimiento, incluido Benny Tai, el motor de OCLP, sabemos poco.

Sin embargo, algunos grandes rasgos del movimiento resultan patentes. Hong Kong 2014 no es la Primavera Árabe, que concitó en contra de las tiranías locales a gente de todas las tendencias políticas, aunque una mayoría sólo quisiese cambiarlas por otra dictadura de distinto cariz. Por supuesto, nadie de entre los partidarios de la democracia en Hong Kong se propone emular a Rusia 1917 o a París 1870. Las epopeyas proletarias han desaparecido del imaginario popular, porque, a la postre, se sabe que acaban en el terror, que sus beneficios son escasos y que sólo los disfrutan burócratas y capitalistas rojos.

¿Será Hong Kong, por ventura, un nuevo Mayo del 68? No; y eso mantiene un tanto amostazados a todos los progres del ancho mundo. Los estudiantes de Hong Kong y sus apoyos sociales no apuntan el menor destello de proponer la desaparición de eso que los posmodernos llaman capitalismo tardío. En realidad, se encuentran a gusto en la sociedad de consumo e Internet les pone en contacto directo con compatriotas que respiran un aire más libre (Taiwán) o con otros, tan chinos como ellos, a los que sus gobernantes no les permiten siquiera saber que ese aire es menos nocivo que el de Pekín. Por eso las fotos de las ocupaciones recuerdan el ambiente de Sai Yeung Choi South Street. Lo que los protagonistas reclaman, con respeto y con firmeza, es derecho a la vida, a la libertad y a buscar la felicidad. En esa medida, la revolución de las sombrillas de Hong Kong (utilizadas para defenderse del sol y de las bombas lacrimógenas) recuerda, ante todo, a las revoluciones de colores como Georgia 2003, Ucrania 2004 y Líbano 2005, o a las de 1848, cuando en Europa se combatía a los gobiernos absolutistas.

Ninguna de ellas acabó bien: a corto plazo, todas comprobaron el amargo sabor de la derrota y nada impide que eso no vaya a suceder en Hong Kong. El enemigo es tan poderoso como falto de escrúpulos y cabe imaginar otro Tiananmén 1989. Sin embargo, cuando los acontecimientos lleguen al desenlace, sea cual fuere, en Hong Kong se habrá probado que la desobediencia civil y la renuncia a la violencia (practicadas con éxito por el movimiento proderechos civiles en Estados Unidos y antes por Gandhi en su lucha por la independencia de India) dejan sin excusas a sus eventuales victimarios. En Hong Kong, los manifestantes han añadido la recogida y reciclaje de las basuras creadas por su estancia en la calle. Y han despojado a Goliat del menor ápice de legitimidad.

Es el suyo, empero, un movimiento mayormente espontáneo, sin una trama intelectual que lo sostenga, más allá de las metas democráticas. Como suele decirse, ésta nuestra es una época carente de grandes narraciones y notablemente cínica. No es, pues, casual que algunos de los dirigentes del movimiento de Hong Kong sean cristianos. Lo es Joshua Wong, lo es Benny Tai, lo es Chu Yiu-ming (otro fundador de OCLP). Para quienes no somos creyentes y, más aún, hemos sido testigos del apoyo de la Iglesia católica al franquismo, eso resulta difícil de digerir. Pero la situación de los creyentes chinos es otra. La religión, perseguida allí hasta extremos sainetescos, ofrece esperanza, estimula las virtudes cívicas y refuerza su capacidad de sacrificio. Además, en Hong Kong, las iglesias operan con mayor libertad, lo que permite espacios de organización independiente inimaginables en el resto de China. El cardenal Joseph Zen, retirado desde 2009, ha criticado «la cultura de falsedad, de deshonestidad, [de] falta de valores morales» que llega de Pekín y ha declarado que la lucha por la democracia es vital «para la forma de vida en nuestra ciudad». Ciertamente, otros han sido menos resueltos, pero muchas iglesias han apoyado a los manifestantes con comida, ropa y medicinas.

A corto plazo, el gran peligro para el movimiento democrático sería un exceso de confianza en sus propias fuerzas. Tal vez ha llegado el momento de un repliegue estratégico para evitar una brutal represión y preparar nuevos avances. Pero lo ya conseguido es espectacular. Han puesto de manifiesto que la voluntad reformista de Xi Jinping es inexistente, pese a lo que mantenía la escuela realista de relaciones internacionales. Han certificado la esclerosis del neomandarinato. En contra de lo defendido por los medios chinos y del derrotismo de tantos posmodernos, han mostrado que la lucha por la libertad no deja indiferente a la gente decente.

Y han probado que no existe una identidad china refractaria a la democracia. Martin Jacques, un escritor británico, intelectual de cámara del régimen chino, escribía hace unos días que, para Hong Kong, China no es el enemigo: es el futuro. Jacques se ha ganado así una cita a pie de página en la magna Historia Universal de la Infamia: tampoco merece mucho más. Pero si el combate por la libertad no se extingue, muchos chinos en el continente y en Taiwán pensarán exactamente lo contrario: que el futuro de China tiene que ser Hong Kong.

Acabe esto como acabe, I ?? Hong Kong.

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Ficha técnica

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