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Una novela negra como el carbón

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El 7 de febrero de 2012, en una tarde fría y ventosa, entraba Wang Liyun por la puerta del consulado de Estados Unidos en Chengdu, la capital de la provincia china de Sichuan. Wang no era un chino cualquiera, sino el recién destituido jefe de la policía de Chongqing y todavía gobernador adjunto de ese distrito de más de treinta millones de habitantes. No iba a solicitar un visado, sino a pedir asilo político. No se sabe con certeza qué sucedió en las pocas horas que permaneció en el consulado (lo abandonó por propia voluntad al día siguiente), pero parece que, con su intento, Wang buscaba escapar de un supuesto o real plan de asesinato ordenado por Bo Xilai, el gobernador de la gran urbe y aún su jefe político. El incidente, que envolvía a un Estado extranjero, no podía mantenerse oculto al público chino que, atónito y en tiempo real, asistía a un complicadísimo thriller (wu da pian en pinyin). Pocos meses después, de resultas del lance, Wang Lijun sería condenado a quince años de cárcel, Bo Xilai perdería su brillante carrera política y a Gu Kailai, su mujer, le iba a caer una condena a muerte, suspendida, por el asesinato de Neil Heywood, un ciudadano británico.

Los entresijos de la historia los han contado Pin Ho y Huang Wenguang en un libro fascinante como una buena novela negra (A Death in the Lucky Holiday Hotel. Murder, Money, and an Epic Power Struggle in China, Nueva York, Public Affairs, 2013). Pin mantiene desde Nueva York Mingjing News, un sitio web que recoge informaciones de todo tipo sobre la vida política en China. Huang es un escritor chino igualmente transterrado. Más allá de su brillo informativo, que tanto ha distraído la atención del público, los autores insisten en que la muerte de Heywood no fue el suceso principal de todo este episodio. Si acaso, un añadido inesperado en una batalla mucho más importante por el liderazgo político.

Bo Xilai, un político fotogénico y ambicioso, aspiraba a ser un gran dirigente del Partido Comunista chino, a ser posible el más grande. Es un principito (taizi dang), hijo de Bo Yibo, uno de los llamados Ocho Inmortales, compañeros de armas de Mao Zedong y muchos de ellos perseguidos por él durante la Revolución Cultural (1966-1976), pero que, tras su muerte, dirigieron el despegue económico de China en los años ochenta. Bo Xilai fue alcalde la ciudad norteña de Dalian y luego ministro de Comercio. En 2007, en lo que muchos interpretaron como un destierro, el Partido Comunista lo destinó a Chongqing y allí trató de dejar huella labrándose un pedigrí populista. Bajo su mandato, la ciudad gastó unos dieciséis millardos de dólares en la erección de bloques de viviendas para personas de rentas bajas. Bo también se mostraba partidario, al menos en público, de una mejor distribución de la riqueza, lo que en un país tan desigual como China le ganaba fama de justiciero. Precisamente para bañarse en ella inició una operación de recuperación maoísta, obligando a los habitantes de Chongqing a participar en corales que cantaban himnos revolucionarios, enviándoles citas del Libro Rojo a sus móviles, levantando estatuas y más estatuas del Gran Timonel. Todo ello no dejaba de inquietar a sus camaradas más reticentes a despertar a los demonios del pasado. Pero, posiblemente, hubieran transigido con él si la consigna de Cantar lo Rojo no hubiera ido acompañada de la de Aplastar lo Negro. Y aquí entra nuevamente en escena el camarada Wang Lijun, al que conocimos más arriba buscando asilo político en el consulado estadounidense en Chengdu.

La misión que Bo le encomendó al nombrarlo jefe de la policía de Chongqing fue la de luchar contra la corrupción y contra el crimen organizado. Ambas cosas suelen ser bien acogidas por el ciudadano chino medio, habitualmente chamuscado en sus tratos con una burocracia todopoderosa que tiene lazos reconocidos con las mafias criminales. Pero si esos objetivos se persiguen alocadamente, pueden crear más de un estropicio. Como señalan con perspicacia los autores del libro, «los jerarcas de Pekín se veían obligados a valorar positivamente la campaña de Aplastar lo Negro, pero a muchos de ellos les preocupaba seriamente y sudaban ante la perspectiva de que el programa de Bo pudiera extenderse a todo el país, en perjuicio de sus propios intereses».

Wang cumplió fielmente con sus órdenes. En 2009 la campaña contra las mafias movilizó a diez mil policías que detuvieron a cinco mil personas y encausaron a 3.273. Los tribunales sentenciaron a 520, de entre ellas 65 a muerte o cadena perpetua. La policía resolvió 4.172 casos pendientes y desarticuló 128 bandas criminales. Los medios locales desataron una enorme campaña de elogios a Wang y a Bo.

En un país en el que la justicia no funciona, los poderosos sienten fuertes tentaciones, a las que no suelen resistirse, de enriquecerse y suelen ejercer su poder de forma despótica. A lo largo de la carrera de Bo uno se encuentra a personajes como Xu Ming, un multimillonario de Dalian al que Bo sacó de la nada con jugosos contratos públicos. Xu ejercía de tapadera y le pagaba con una vivienda de lujo en Londres, un tren de vida de millonario, caprichos carísimos, estudios de su hijo en escuelas de elite (Harrow, Oxford, Harvard), lo que hiciera falta. En esto de sacarle tajada a su puesto de mando, Bo no era ninguna excepción entre los jerarcas, altos y bajos, del Partido Comunista. Por su parte, Wang había tenido una vida más dura, porque no provenía de una familia noble como Bo, pero había subido rápidamente la escalera burocrática de la policía gracias a una fidelidad perruna a sus jefes, a una total falta de escrúpulos en la resolución de sus casos (en Chongqing se le acusaba de torturar a los delincuentes para que confesasen sus crímenes, reales o supuestos) y a una gran habilidad para hacer publicidad de sí mismo. La televisión nacional produjo una serie basada en sus éxitos que se vio en todo el país. Durante los años ochenta, Wang se convirtió en el jefe a la policía de Tieling, una pequeña ciudad (en China, tres millones de habitantes sólo dan para eso), y luego de Jinzhou, ambas en la provincia septentrional de Liaoning. En 2008, Bo, que lo conocía, se lo llevó a su feudo de Chongqing.
Pero Wang había dejado demasiadas fechorías y muchos enemigos tras de sí, y unas y otros lo perseguían hasta su nuevo destino. En julio de 2011, la Comisión Central de Inspección Disciplinaria, el supremo órgano investigador de la corrupción en el partido, tomó el hilo de una presunta malversación cometida por él y sus antiguos colegas de Tieling. Wang esperaba que Bo utilizase su influencia para sacarle de tan feo asunto, pero los poderosos no acostumbran a pagar a sus lacayos y el apoyo de Bo empezó a mostrarse, por decirlo diplomáticamente, algo tibio. Defender a Wang podría perjudicar sus visibles maniobras para ser elegido miembro del Comité Permanente del Politburó, el máximo órgano de decisión en China, en el Congreso que iba a celebrarse a finales de 2012. Preocupado por su pellejo, Wang, que sabía demasiado pero no tenía pruebas fehacientes, empezó a grabar en secreto las reuniones de Bo con su camarilla de políticos y, también, con sus numerosas amantes (según cuentan los autores del libro, el personaje era conocido como erecciones Bo). En una velada con sus íntimos, Bo se permitió comparar a Hu Jintao con un ineficaz emperador de la dinastía Han y al delfín actual, Xi Jinping, con otro Han también incompetente; y de Jiang Zemin, el anterior secretario general del Partido Comunista, y aún capaz de mover muchos hilos, decía que era como Cixi, la emperatriz consorte que dominó la política china en la segunda mitad del siglo XIX.

Con este clima enrarecido se produjo, para suerte de Wang, el asunto Heywood. El juicio contra Gu Kailai, la mujer de Bo, no ha proporcionado ninguna explicación de lo que la llevó a convertirse en asesina del inglés. Hubo alusiones a conflictos de interés y amenazas de Heywood en contra de su hijo, Bo Guagua, pero los jueces no tuvieron interés en seguir públicamente esa pista, seguramente porque era muy similar a las que podrían haber dejado otros muchos miembros prominentes del partido. En cualquier caso, es indudable que Gu procedió con la prepotencia habitual del poder sin freno, segura de que su crimen, a la postre, quedaría impune. Y no tuvo mejor ocurrencia que solicitar el concurso de Wang. Heywood murió envenenado el 13 de noviembre de 2011 y fue cremado el 16 sin que se procediese a una autopsia. Su muerte se atribuyó a un fallo cardíaco. Entre tanto, el 14 de noviembre, Gu mantuvo una entrevista con Wang, grabada secretamente por él, en la que le contó todos los detalles del asesinato y le pidió que borrase todas las pruebas.

Armado con sus grabaciones, Wang intentó apretarle los tornillos a Bo. Sin éxito. El 28 de enero de 2012 le reveló la conversación con su mujer. Al día siguiente, tras haber confirmado con ella que era fidedigna, Bo llamó a su despacho a Wang y lo acusó de montar una conjura contra ambos. En medio de su furia, Bo abofeteó a Wang, lo que en China supone una afrenta mayúscula, y le ordenó apartarse de su presencia. Pocos días después, temiendo que Bo pudiera matarlo, Wang se refugió en el consulado de Estados Unidos, un país al que a menudo había denostado públicamente. Se dice que Bo envió una apreciable fuerza policial a Chengdu para que lo sacasen de allí a cualquier precio, pero, al fin, Wang accedió a salir del consulado y cerrar el posible incidente diplomático. Eso sí, no fue devuelto a Chongqing. Se entregó a la policía estatal de seguridad, que lo trasladó a Pekín. Meses más tarde iba a recibir una sentencia relativamente clemente –quince años de prisión– por cooperar con la justicia para desenmascarar a Bo.

El Congreso del Partido Comunista chino de 2012 acabó, pues, sin mayores sobresaltos y el 26 de noviembre pasado, un año después de la muerte de Heywood, el Politburó ratificó la expulsión de Bo de su seno. Bo permanece incomunicado y en paradero desconocido en espera de juicio ante el Tribunal Supremo del país, algo que no sucedía desde la eliminación de la Banda de los Cuatro en 1981. Es difícil pronosticar cuáles serán las repercusiones del juicio, porque Bo tiene aún muchas cartas que jugar. No en balde ha sido un gran gerifalte y posee información inconveniente sobre muchos de sus colegas. Puede que le den una salida negociada para que dedique su futuro a Cantar lo Rojo a dúo con la esposa de Xi Jinping, una aplaudida tonadillera, o que lo suiciden antes del juicio. O puede intentar morir matando. Donde no se le ve es en el papel de viejo bolchevique dispuesto a cargar dócilmente con la suerte que le quieran dar sus colegas para que el partido siga descontándole las letras a la razón histórica.

La camada de los principitos ya no está para esas bromas.

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Ficha técnica

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