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El huidizo sentido de la vida

Noche abierta

HUGO MUJICA

Pre-Textos, Valencia, 63 págs.

Flecha en la niebla

HUGO MUJICA

Trotta, Madrid, 290 págs.

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«Cuando llegue la noche / y nos devuelva el silencio / oíremos al fin el latido.» En estos versos del poema «Tierra desnuda» con que Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) clausura su libro Flecha en la niebla, se concentra el sentido último de su poesía y, más allá, el hilo conductor de su pensamiento, lleno de zonas de intersección entre el silencio y la palabra, entre la luz y la sombra, entre la vida y la creación. Tal aseveración es plenamente aplicable a su último poemario, Noche abierta, un libro breve y de verso despojado e iluminador cuya amalgama de sentidos hunde sus raíces en el precipitado de reflexiones, certezas e incertidumbres en que se constituye Flecha en la niebla. No por casualidad, el poema aludido al principio cierra también, con ligeras variaciones, Noche abierta, y no por casualidad otros dos poemas («Para siempre, para ese ahora» y «Noche adentro y no duermo») forman, también, parte de ambos volúmenes. Se trata de dos libros separados por un espacio temporal de dos años que, pese al distinto utillaje lingüístico utilizado, son, en el fondo, parte de una búsqueda unívoca: la de la identidad del hombre/poeta en el mundo, la de los vínculos entre la realidad –entendiendo como parte de ésta el sujetohombre– y la palabra y el silencio como únicos asideros contra la devastación del tiempo.

Flecha en la niebla es mucho más que un libro de poemas. Es un texto extraño e inclasificable cuyo subtítulo (Identidad, palabra y hendidura) sitúa al lector en una zona movediza, lindante con el desasosiego, en la que el sujeto poético (y el sujeto filosófico y narrativo) desarrolla un viaje sinuoso, lleno de pasadizos a los distintos estados de la condición humana, cuyo final no es otro que la búsqueda del núcleo de sí mismo, de la centralidad del hombre, sólo visible y transmisible a través del vehículo que lo singulariza de otras especies: el lenguaje. En él es posible fijar la propia identidad y transmitirla («No hay vida humana sin palabra. / No hay humanidad sin la palabra humanidad»), establecer el diálogo entre la propia interioridad y la alteridad (la interioridad del otro), cobrar conciencia de la soledad, delimitar el territorio del deseo y encontrar aquellos límites borrosos en los que la palabra, como manifestación del ser hacia la muerte que es el hombre, se desvanece en el silencio («en el silencio, el silencio habla») y muestra, junto a su poder, su impotencia, lo que no deja de ser una metáfora de las limitaciones de la propia existencia humana: «El lenguaje nombra, significa, pero algo de él y en el mismo lenguaje excede de todo significar: una reserva de sentido se sustrae a todo nombrar». Hugo Mujica, que en La palabra inicial (1995) se ejercitó en la indagación en la obra de Heidegger en todo cuanto se relacionara con los vínculos entre su filosofía y la creación poética, se entrega en este libro a romper las fronteras que tradicionalmente se establecen entre pensamiento y reflexión filosófica y creación. De ese modo, Flecha en la niebla es una suerte de mosaico en el que, con un lenguaje intensamente poético, Mujica, que actúa como poeta, pero también como «narrador» y como pensador, nos muestra el itinerario más hondo y contradictorio de la experiencia: el que el yo lírico recorre en busca de una identidad edificada en la síntesis que establecen claridad y penumbra, vida (memoria, palabra, conciencia) y muerte.

¿Existe la realidad? ¿Tiene sentido la existencia del hombre o simplemente debemos consolarnos con la heideggeriana certeza del hombre como «ser para la muerte»? Ese sustrato nihilista que no pocas veces ha conducido a la poesía –y a toda manifestación artística– a desentenderse de las servidumbres y obstáculos que el ser hombre encuentra en la propia realidad, lo cual no parece ajeno a la peripecia político-vital del filósofo que la acuñó, es quebrado por Mujica en Noche abierta. Porque Mujica carga sus poemas de una emoción que desborda la mirada del esteta en estado puro hasta disolver los límites del ensimismamiento. En el proceso de indagación en el lenguaje al que, en cada uno de sus textos, el poeta se entrega, alienta la vida y alienta la compasión («vi la vida, allí mismo, / y no había más que eso: la coartada del inocente: / pagarlo todo»), alienta el otro, «inmensamente humano / como un corazón que muere», no sólo la imaginería de lo inefable cuyo sentido se agota en el propio ejercicio literario. Convencido de que la experiencia del hombre –la propia experiencia de vida– sólo es transmisible a través de la lengua y de que sólo ahondando en ella es posible acercarnos a su misterio, Mujica explora en los recovecos de lo visible, busca el sentido del vacío, del hueco (que no es sino una metáfora de la muerte, una sombra presente desde el instante mismo del nacimiento del ser humano y, por ello, consustancial al lenguaje), araña en la esencia de la memoria e intenta desentrañar el temblor oculto de los paisajes que contempla, de los objetos inanimados que le rodean, de una oscuridad que no es sólo espacio para la desdicha sino, también, luz, lugar para la esperanza, noche abierta: «hay otras, otras vidas, que laten vida: / buscan / lo aún sin nombre / hacen del azar su esperanza». El lenguaje que domina en este poemario es preciso, de una sequedad casi cruel (en la que se advierte la huella de René Char) sólo atemperada por la sustancia vital que en la palabra se sedimenta cuado el pensamiento se hace emoción. Ya sea al invocar a los sentimientos más radicales e íntimos, ya sea el enfrentarse a la otredad, una otredad casi siempre constituida por seres desvalidos o desprovistos del bien supremo de la palabra: vidas que «mueren / sin encontrar un camino»; hombres que hablan no con palabras sino con «golpes / contra el pecho de la vida»; el padre muerto que «cayó sin peso»; el anciano «mirando pasar las sombras»… Noche abierta es un libro intenso cuya opción estética se encuentra en las antípodas de las corrientes poéticas dominantes en la España de este fin de siglo. ¿Poesía metafísica o poesía de corte existencialista? Quizá sea una fusión de ambos conceptos. En todo caso, un sobrio entramado lírico donde vida y muerte, palabra y silencio, luz y penumbra (noche abierta) establecen una relación no necesariamente conflictiva, sí germinal, misteriosa, enriquecedora.

Estamos, en definitiva, ante dos libros que se complementan e interaccionan, ante dos formas de mostrar una cosmovisión única: la sustentada en una densa e implacable meditación, en un dilatado esfuerzo de pensamiento (Flecha en la niebla), y la cimentada en la economía lingüística, en la búsqueda de la esencialidad del idioma, del nervio desnudo de la vida (y de la muerte) en el poema.

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