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Guerra sin héroes (II)

Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil

Pedro Corral

Editorial Almuzara, 2019

240 págs.

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Allá por el año 2004 se publicó la primera obra de Pedro Corral: Si me quieres escribir (Debate). El subtítulo era mucho más explícito: Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular. En las postrimerías de 1937, durante uno de los inviernos más crudos que se recuerdan, las fuerzas republicanas lanzan una ofensiva sobre Teruel. La resistencia de las fuerzas franquistas supera todas las expectativas. Hay que luchar calle por calle y casa por casa, bajo un frío siberiano solo roto por un diluvio de fuego. Tras diversas alternativas, la ciudad cae en manos republicanas en los primeros días de 1938. Será la única capital de provincia que conquistará el ejército popular durante los tres años de conflicto. Pero si la gloria suele ser efímera, lo será mucho más en este caso. Las tropas que han tomado la ciudad –con más del 25% de bajas- están exhaustas y solo ansían descansar: la 84ª Brigada se retira a Rubielos de Mora. Pero el enemigo ha desatado un fuerte contraataque y se cancelan todos los permisos. Hay que retornar al frente. Los soldados se resisten a volver al infierno sin esos días de reposo. Pero el infierno no solo son los otros, sino también los tuyos. Cuarenta y seis hombres –los héroes de ayer- son arrestados y “pasados por las armas sin juicio previo como rebeldes al Gobierno de la República”. Serán los perdedores de entre los perdedores. Apenas una anécdota en el conjunto de la guerra, pero con episodios como ese se teje el sufrimiento humano que pasa inadvertido desde los despachos y los puestos de mando en que se deciden las estrategias y se firman las órdenes.

El objetivo de Pedro Corral es auscultar el latido humano que a menudo parece sepultado por el ruido de las armas y el estampido de las bombas. Así lo evidencia en su segunda obra, mucho más ambiciosa: Desertores. La guerra civil que nadie quiere contar (Debate, 2006). Por lo pronto, como enfatiza el título, se trata en este libro de una realidad incómoda, cuyo reconocimiento perturba a las dos facciones en liza. Del mismo modo que se habla en términos políticos de una tercera España que no quiso ser azul ni roja, aunque por eso mismo fue perseguida de consuno por ambos bandos, podría hablarse según Corral en términos militares de otra gran tercera España, la constituida por todos aquellos que eludieron el servicio militar o, llamados a filas, pusieron todos los medios para escaparse del frente. No estamos hablando de un fenómeno puntual sino todo lo contrario: grosso modo, según las estimaciones del autor, fueron cientos de miles de hombres –casi tantos como los que combatieron- los que rehusaron empuñar las armas. Como es obvio, no todos ellos fueron técnicamente desertores, entre otras razones porque el desertor en sentido estricto se jugaba la vida casi a cara o cruz. Todo el que podía se escaqueaba de modo más sibilino, mediante recursos relativamente menos arriesgados, aunque al final si eran descubiertos y apresados, el castigo era implacable y en muchos casos, de uno u otro modo, implicaba la muerte casi segura.

Consciente de no tener la formación de historiador, Corral no se mete en Desertores en camisa de once varas: se limita a la documentación escrupulosa de los casos concretos y la atención, como antes decía, a la vertiente humana de la guerra, esto es, las penurias, angustias, torturas e injusticias que sufre la gente corriente. En este sentido, su obra abunda en detalles estremecedores acerca de lo que es capaz un ser humano en situaciones límite, cuando se recurre a cualquier cosa para salvar el pellejo, desde las automutilaciones a las conductas más abnegadas pero también más abyectas. Aun con las limitaciones señaladas, Desertores proporciona una visión de conjunto del fenómeno de la resistencia a la lucha, con todo lo que esta actitud subversiva implicaba, desde motines o intentos de confraternización con el enemigo hasta juicios y represalias por parte de los mandos para reestablecer ejemplarmente la disciplina militar. Me gustaría añadir, aunque nada más sea como pincelada anecdótica y significativa, que mi alusión anterior a la deserción como una realidad que se intenta silenciar y negar por parte de todos los contendientes, no es privativa de una guerra civil o de la nuestra en particular. Me acabo de acordar que tengo en las estanterías de mi biblioteca un interesante libro de Charles Glass sobre la deserción durante la última guerra mundial cuyo título coincide en el fondo y hasta casi en la forma con el que acabo de comentar: Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial (traducción de Joan Andreano Weyland, Ariel, Barcelona, 2014).

Pero, volviendo al autor español, tengo que decir que este artículo está motivado por una tercera obra de carácter histórico –dejo aparte sus novelas- sobre la guerra civil, de reciente aparición: Eso no estaba en mi libro de la guerra civil (cito por la segunda edición, que es la que yo tengo, Almuzara, Córdoba, 2020). Dos consideraciones preliminares acerca del título: la primera, que esa acuñación de Eso no estaba en mi libro de… corresponde a una línea editorial que ha sacado los más variados volúmenes en los últimos años. Sinceramente, no he sentido la menor tentación de leer ni de hojear ninguno de ellos. Tampoco lo hubiera hecho en este caso –aquí viene la segunda consideración- si el autor del mismo no hubiera sido Pedro Corral, cuyos pasos, como ha podido apreciarse, yo había seguido desde sus primeras obras. Y aunque la marca comercial de Eso no estaba… me parece poco menos que disuasoria, en el caso concreto de Corral debe reconocerse que cuadra perfectamente con sus intenciones y hasta casi con el subtítulo del libro anterior sobre la deserción, que era –recordemos- la guerra civil que nadie quiere contar. Se menciona en la contraportada que esta obra trata de la dimensión humana de la guerra y, más allá de ella, de contradicciones y perplejidades. Como veremos de manera inmediata, ahí es donde quiere poner el acento el autor en esta ocasión, en presentar la guerra como un panorama de desconcertantes claroscuros y acontecimientos intrincados que, mirados de cerca, nunca son lo que parecen.

Dividido en catorce capítulos muy breves –el volumen sobrepasa escasamente las trescientas páginas en un formato pequeño, de bolsillo-, el nuevo trabajo de Corral se reviste en esta ocasión de un carácter mucho más ligero –más comercial si se quiere-. En contraposición a las dos obras precedentes, en estas páginas el historiador apenas hallará material de interés, pero eso no significa que el libro carezca de importancia. Al contrario, al ser una obra dirigida al gran público, tiene la virtud de ofrecer de manera diáfana la otra cara de la guerra, la que presenta, como antes apuntaba, toda suerte de paradojas, sorpresas e irracionalidades, sin que en ningún momento se abandone la perspectiva a ras de tierra, o sea, el dolor, la miseria y la muerte del ser humano concreto, con nombres y apellidos. En este sentido, como no es un tocho indigesto sino un opúsculo de muy fácil lectura, debía ser de consulta obligada para tantos opinantes indocumentados como hoy pululan en las redes sociales. Como subraya en el Prólogo Regino García-Badell, lo que distingue la mirada de Corral sobre la guerra civil de tantos otros estudiosos y publicistas, es que se acerca a la misma sin anteojeras y dispuesto solo a reflejar lo que salga de los documentos que maneja: le da igual elogiar a un soldado franquista que a un miliciano del ejército popular, del mismo modo que se afana en buscar el lado humano de un oficial falangista o de un alto mando de la República.

Por todo lo dicho, debe resultar más que evidente a estas alturas que el epígrafe que encabeza esta reflexión, “Guerra sin héroes”, es de absoluta pertinencia en la obra de Corral. Por seguir el juego de las paradojas que antes deslicé, bien podría decirse que los únicos héroes que aparecen en esta colección de episodios bélicos son los héroes a la fuerza, los héroes a su pesar y los héroes que resultaron ser tales simplemente porque se limitaron a cumplir lo que ellos consideraban que era su deber. Un ejemplo representativo de este último apartado es el caso del comandante Ricardo de la Puente Bahamonde, jefe del aeródromo de Sania Ramel en Tetuán, que fue fusilado por cumplir la legalidad vigente –la de la República, claro- y resistirse a la entrega de las instalaciones a los sublevados. Fueron tantos los asesinados y ejecutados sumariamente por una y otra facción en esos primeros compases del golpe -todos los que no se plegaban a sus designios- que el suceso no tendría nada de especial si no fuera porque el comandante en cuestión era primo hermano –y compañero de juegos de la infancia- del general que encabezaba la sublevación militar, Francisco Franco Bahamonde. El futuro Caudillo no llegó a firmar la condena a muerte de su primo pero tampoco movió un dedo por evitarla. Se ha dicho a veces que la guerra civil, al romper España, rompió incluso en bandos irreconciliables a las propias familias. Una de ellas fue la de los propios Bahamonde: rota y manchada de sangre.

El lector que conozca las obras anteriores de Corral encontrará aquí resumidos algunos de los episodios que se trataban en los libros anteriores. Así, por ejemplo, la desgraciada peripecia de la 84 Brigada Mixta aparece en el capítulo 11 bajo el epígrafe “De héroes a villanos: la tragedia de la brigada republicana que conquistó Teruel”. La confraternización entre contendientes de los dos bandos, un tema que ya salía en Desertores y que uno no puede leer sin acordarse de la guerra de Gila, se plasma en el capítulo 9, “Cuando en Madrid se declaró la paz dos años antes de acabar la guerra”. El asunto de la deserción fue tan generalizado que afectó también -¡y mucho!- a las Brigadas Internacionales: un largo capítulo incluido en Desertores estaba dedicado a ello y en el volumen que ahora nos ocupa se hace una síntesis del mismo, “Los desertores de las Brigadas Internacionales”. Frente a la mitificación acrítica que todavía hoy es moneda corriente al tratar de estos voluntarios extranjeros, Corral subraya las líneas maestras de una realidad más prosaica y, sobre todo, de perfiles mucho más crueles y sanguinarios: jóvenes idealistas e ingenuos sin formación militar específica fueron enviados a los lugares más arriesgados como auténtica carne de cañón y, cuando constataron cómo era en realidad la sucia guerra y quisieron retirarse de la primera línea de combate, se encontraron presos de unos implacables comisarios comunistas que les machacaron sin piedad.

Ya dije que el autor intenta evitar los apriorismos y, de modo consecuente, trata de sortear igualmente los maniqueísmos. Aquí los buenos y malos no quedan definidos previamente por sus adscripciones ideológicas y políticas, sino que se confunden en la misma o parecida proporción en uno y otro sector. La idea motriz es que la guerra civil supuso una fractura no solo geográfica o política sino completamente generalizada, al punto de que no hubo ámbito que escapara a esa escisión. Quizá el capítulo más representativo de esa actitud sea el dedicado a los toreros –“Cuando la sangre de los toreros desbordó los ruedos”-, por cuanto la llamada fiesta nacional y sus protagonistas constituían un arma propagandística de la que no quiso privarse ninguno de los dos bandos. Festivales, becerradas y corridas se celebraron al servicio de una u otra causa con la única diferencia de que en unos sitios el paseíllo se hacía con el puño cerrado y en otros con el brazo en alto. El mundo de la tauromaquia también quedó dividido y la consecuencia –de ahí el título del capítulo- fue que en uno y otro bando se derramó sangre de los toreros y en este caso no precisamente debido a las astas del animal. Por lo demás, el autor puede dedicar un capítulo a un supuesto fascista horrorizado por las matanzas de inocentes –“El piloto de Mussolini que desertó en protesta por los bombardeos de civiles”- como solazarse en la paradoja de “los guardias civiles que mandaron a los gudaris del ejército vasco” (capítulo 8). Es evidente que la perspectiva que propugna Pedro Corral no nos permite entender la guerra en toda su complejidad, como fenómeno histórico. Pero con excesiva frecuencia los historiadores hacemos tanto hincapié en las razones estructurales –política, economía, ideologías, relaciones internacionales- que perdemos de vista el elemento humano. No nos viene mal de vez en cuando esta mirada a ras de tierra.

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