Buscar

Encuestas y contradicciones

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Se sabe desde hace ya tiempo que los institutos dedicados a realizar predicciones económicas o políticas buscan, en primer lugar, influir en las opiniones públicas, y la forma que suele tomar esa pretensión recibe el nombre de «titular» (consistente en resumir en pocas palabras una información o una opinión). La hipótesis subyacente en cualquier «titular» suele ser doble: 1) el lector siempre tiene prisa y 2) el lector es un «simple» o tiene la cabeza en otras cosas, sin tiempo para dedicarse a saber qué es lo que pasa realmente.

En otras palabras, el «titular» contradice la comunicación, entendida ésta como la transmisión de conocimientos acerca del mundo. Al no requerir mucha atención por parte del lector, el «titular» se mueve en el magma expansivo de la trivialidad. En realidad, no hay diferencia alguna entre eslogan (término publicitario) y titular (término periodístico). El colmo de esa simplificación se ha conseguido con eso que llaman Twitter, donde todo debe expresarse en ciento cuarenta caracteres como máximo.

Sin embargo –optimista que soy–, tiendo a pensar que la complejidad que encierra la condición humana no se deja reducir tan fácilmente como creen los publicitarios. La prueba está en que la mayoría del público ve y denuncia las costuras del traje mediático, e incluso político, cuando su característica principal es la falta de sustancia. Por eso cabe esperar que el marketing político no pueda sustituir a la política, tal como ésta se ha entendido desde Pericles.

Lo anterior viene a cuento del último barómetro del CIS, que anuncia un auténtico tsunami político y que, resumido en titulares, se ha expresado así: «Podemos se convierte en el voto útil de la izquierda» o «Podemos desbanca al PSOE como segunda fuerza política». Los resultados que han permitido redactar tales titulares han sido los siguientes: PP, 27,3% de los votos; Podemos, 23,9%; PSOE 22,2%; IU 5,2%; UPyD 4,6%; y Ciudadanos, 3,1%.

Sin embargo, si nos atenemos a las intenciones vertidas directamente por los encuestados (dos mil quinientas entrevistas entre el 2 y el 12 de enero de 2015), las cosas son bastante distintas: Podemos, 19,3%; PP, 12,9%; PSOE, 12,4%; IU, 3,6%; UPyD, 2,2%; y Ciudadanos, 2,1%.

Aunque el porcentaje más significativo no está entre los escritos en las líneas anteriores, sino en quienes no contestan (voto nulo, en blanco, no piensa votar o no sabe todavía), situación en la cual se encuentra el 40,2% de los encuestados. Lo cual lleva a preguntarse: ¿qué valor tiene cualquier estimación con un nivel de no respuesta próximo al 50%? Todo esto sin considerar que son entrevistas telefónicas y la encuesta telefónica –que sale, desde luego, más barata– añade inconvenientes al proceso de recogida de la información, pues, para empezar, no todo el mundo tiene un teléfono fijo en su casa y, además, no existe, que yo sepa, un «listín» de teléfonos móviles (es decir, de «muestra aleatoria», nada de nada). Por otro lado, rehusar contestar resulta más fácil por teléfono que en persona. En fin, que será más barato, pero también más inseguro.

Las encuestas preelectorales del CIS y, en general, todas las encuestas de este tipo, carecen de la condición de aleatorias y, por lo tanto, no pueden calcularse los errores de muestreo (no se conoce a priori la probabilidad que tiene cada individuo del universo de pertenecer a la muestra). Lo cual es maquillado sistemáticamente por las empresas demoscópicas que, con gran soltura de cuerpo, publican: «El error de muestreo de esta encuesta es del equis por ciento». Un engaño doble, pues ni el error de muestreo puede calcularse ni la encuesta tiene un solo error de muestreo, pues, en el caso de que pudieran calcularse esos errores, habría que obtenerlos para cada «casilla» de los cuadros estadísticos. Por ejemplo, si se trata de estimar el porcentaje de votos que van a obtener los distintos partidos, no es el mismo error de muestreo el que se produce en un partido colocado en torno al 40% de los votos que en otro cuyo porcentaje puede rondar el 5%.

Por otro lado, cualquier encuesta de opinión o de intención electoral se ve muy seriamente amenazada por los errores de respuesta. Ya se sabe que buena parte de los españoles se atiene al viejo dicho según el cual «al que quiere saber, poco y al revés». En estas condiciones, si se solicita a un ciudadano que desvele el secreto de su voto, la tentación de engañar se acrecienta. Esto lo saben bien quienes se dedican a este negocio, y por eso recurren a «la cocina», basada en el buen olfato con el cual la experiencia ha dotado al analista y en el recuerdo de voto. «¿A quién votó usted en las elecciones pasadas?», suele ser la pregunta. Como se conoce el resultado de las elecciones pasadas, se sabe en cuánto están engañando los encuestados al contestar a esa pregunta, y el «analista» pretende, a partir de ahí, «sacar, de mentira, verdad», pero nunca nos dice cómo lo hace, con lo cual se le hurtan al usuario las tripas del manejo, es decir, los «condimentos» que se usan en la dichosa «cocina». ¿Quiere esto decir que estas encuestas no valen para nada? En absoluto, aunque, a mi juicio, lo más interesante de estas encuestas son las «mentiras» y contradicciones en las que caen los entrevistados. Vamos a ello.

Para empezar –y como ya se señaló–, vayamos al recuerdo de voto. En el barómetro que aquí se comenta, tan solo el 30,4% recuerda haber votado en noviembre de 2011 al PP (en realidad, fue el 44,0%). Otro «error» significativo se produce en el voto de IU, que tiene un «recuerdo de voto» del 9%, cuando en realidad sólo les votó el 6,8%. El PSOE obtuvo en 2011 el 28,4%, muy próximo al 28,5% que ahora recuerda haberlo votado. Hubiera sido muy interesante saber cuántos encuestados recordaban «espontáneamente» haber votado a Podemos (que no se presentó), pero el CIS nos ha privado de ese placer.

Nos aguardan, sin embargo, más «bellas» y significativas mentiras y contradicciones. Por ejemplo, «¿Cree usted que la situación económica del país es mejor, igual o peor que hace un año?» El 14,9% dice que es mejor y el 29,3% que es peor. Pues, bien, puede afirmarse sin temor a equivocación que estos últimos (casi uno de cada tres encuestados) están en un error, pero no es un error subjetivo, sino ideológico. No es subjetivo, porque, al ser preguntados por su situación personal, el 29,3% (sí, el mismo porcentaje: una casualidad) afirma que es buena, el 48,9% regular y sólo el 20,4% dice que es mala o muy mala. Por lo tanto, puede afirmarse que esos encuestados han pensado así: «Digo que la situación es peor que el año pasado no porque lo sienta en mis carnes, sino porque eso es lo que me obliga a decir mi ideología». Para mayor abundamiento, cuando se les pregunta «¿En qué medida es usted feliz o infeliz? (0 = completamente infeliz; 10 = completamente feliz), la media global es 7,1, es decir, «notablemente» feliz. Sólo el 0,6% se siente completamente infeliz y un muy escaso 4,8% de los encuestados «suspende» (puntuación menor de 5) en felicidad.

Lo expuesto permite avanzar una hipótesis: el cabreo nacional, tan extendido hoy, responde menos a una situación personal deplorable que al convencimiento, mucho más ideológico que real, de que las cosas están muy mal, y no por «mi culpa», sino por culpa «de otros». Ese es el abono que alimenta a ese árbol de crecimiento rápido llamado Podemos, cuyos posibles votantes (el 19,3% que piensa votarles «si las elecciones se celebraran mañana») se declaran, también ellos, «notablemente» felices (quienes piensan votar a Podemos superan el 7 en su nivel de «felicidad»).

Se ha dicho, y se ha dicho verdad, que lo que hay detrás de Podemos es «un estado de ánimo», es decir, pura ideología, entendiendo aquí esa palabra como una visión deformada de la realidad. El politólogo Ignacio Urquizu lo ha resumido así en un artículo publicado en El País:

Podemos es producto de la crisis política y su forma de hacer política está contribuyendo a la desafección. Es decir, recuperar la confianza en la política implicará algo más que decir lo que la gente quiere escuchar, justamente la base del éxito de Podemos.

Yendo algo más allá, y sin escarbar demasiado en las tripas de la encuesta, nos encontramos con otra notable presencia del engaño en que viven muchos españoles. En efecto, hay un dato que, a mi juicio, refuerza lo que se escribió más arriba, y ese dato está en las respuestas que se dan a la siguiente pregunta: «Refiriéndonos a la situación política en España, ¿cómo la calificaría usted: muy buena, buena, regular, mala o muy mala?» El 78,7% de los encuestados la considera mala o muy mala. Ningún análisis mínimamente objetivo de la situación española al iniciarse 2015 llegaría a semejante conclusión. Estamos, pues, ante masivas opiniones políticas profundamente erradas, claramente injustas y potencialmente peligrosas.

Respecto a la percepción de los problemas existentes en España, la pregunta fue ésta: «¿Cuál es, a su juicio, el principal problema que existe actualmente en España? ¿Y el segundo? ¿Y el tercero?» El 79,4% de los encuestados cita «el paro» como uno de los tres principales problemas y un 24,5% señala como tales a los problemas económicos. Tras este bloque de problemas, por otro lado evidentes, aparecen la corrupción (55,5%) y «los políticos» (24,6%). En resumen, que el 80,1% de los encuestados cita como uno de los tres mayores problemas del país «la corrupción» (se supone que política, pues de las otras casi nadie habla) y «los políticos» en sí mismos, mientras que «los recortes» (diz que insufribles) los cita sólo el 3,4%, a los «bancos y desahucios» el 3,3% y a «los problemas medioambientales» (diz que amenazadores) el 0,1%. La «inseguridad ciudadana» es citada como uno de los principales problemas por tan solo el 2,6%. ¡Ah!, a la «reforma laboral» no la cita casi nadie (no llega al uno por mil de los encuestados). Apenas se citan las pensiones (2%), ni la agricultura (0,1%). La sanidad la cita como problema un escaso 10,2% y a la educación el 7,1%. ¿Y el terrorismo internacional? Sólo preocupa al 0,4% de los encuestados. Téngase en cuenta que la encuesta se hizo entre el 2 y el 12 de enero y el atentado contra la revista Charlie Hebdo fue el 7 de enero, es decir, que en torno a la mitad de los encuestados fueron entrevistados después de ese atentado.

Estos mandamientos se resumen en dos: nuestras «desgracias» son el paro y los políticos. Además, parece que los entrevistados entienden que los segundos fueran los responsables del primero. Claro que, preguntados por cómo les afectan «personalmente» esos problemas (paro y políticos), sólo el 7,5% de los encuestados cita a los políticos y únicamente el 15,8% cita la corrupción como «sus» principales problemas.

Lo más llamativo de las contradicciones y otras vergüenzas que la encuesta desnuda, y que se cifra en las ideas y opiniones de buena parte de los españoles, se expresa con gran claridad al entrar en ese arcano que es la ideología. Veámoslo. Al entrevistado se le mostró una tablilla que va del 1 (izquierda extrema) al 10 (derecha extrema) y se le preguntó: «¿En qué casilla se coloca usted?» De 6 hasta 10 (derecha y centro-derecha) se autocolocó el 20,3% de los entrevistados y de 1 a 4 (izquierda y centro-izquierda) el 40,7%. En el 5 se autosituó el 21,1%. Se está, pues, ante un electorado claramente inclinado hacia la izquierda: la media del conjunto se colocó en 4,55 (por cierto, muy cerca de 4,6, que es donde los encuestados colocan al PSOE). Pero lo verdaderamente contradictorio aparece de nuevo de la mano de Podemos, que es considerado por los encuestados como un partido prácticamente de extrema izquierda (2,3 de media). Además, un 43,6% de los entrevistados coloca a Podemos en el 1 o en el 2, es decir, en la izquierda más radical y extrema.

¿Cómo es posible que, una vez detectado su posicionamiento izquierdista, Podemos aspire a recoger la mayor parte de los votos de izquierda y de centro-izquierda? Esta es «la pregunta del millón» y, si ha de tener una respuesta positiva, será porque el PSOE –y también el PP, si es que éste quiere defender la Constitución y la estabilidad– no han acertado a poner la mano en la herida.

Preguntados (en este caso por la empresa Metroscopia) quienes dicen tener la intención de votar a Podemos «¿A qué se debe esa predisposición?», se les ofrecieron dos opciones: «A una sensación de decepción y desencanto con los demás partidos» (respuesta a la que se apuntó el 45%) y «A que este es el partido que más se acerca ahora a lo que piensa y cree» (el 36%) o «A ambas cosas» (el 18%). En otras palabras: el 54% de los interrogados piensa votar a este partido porque es el que «más cerca está de lo que el entrevistado piensa y cree», lo cual, como acaba de demostrarse más arriba, es absolutamente falso.

Cuando se habla de la «la decepción y el desencanto», se está ya en la pura ideología. En este caso, estamos ante una creencia –bastante necia, por cierto– de que «las cosas pueden ser perfectas». Pero la política, como la vida, es imperfecta y es frustrante, y quien crea que puede ser perfecta e «ilusionante» tiene las mismas «razones» para creer en ello como para creer que unos magos venidos de Oriente ponen regalos sobre los zapatos durante la noche del 5 al 6 de enero.

En cuanto a esos (el 54%) que en la encuesta de Metroscopia dijeron votar a Podemos por estar cerca de lo que ellos mismos piensan y creen, ¿seguirán sosteniendo lo mismo cuando las urnas estén puestas, es decir, «cuando las papas quemen»? La respuesta dependerá, me temo, de que los demás seamos capaces de introducir racionalidad en las cabezas que, al parecer, están hoy llenas de contradicción e irracionalidad. Al fin y al cabo, es fácil aplaudir a Sansón cuando uno no es filisteo, pero dentro del templo que piensa derribar Podemos están también quienes ahora les apoyan. Debería bastar con desenmascarar tanta impostura y demostrar de una vez y para siempre que los Reyes Magos son los papás.

¿Y qué decir de la demonización del bipartidismo? (Según Metroscopia, más del 90% de quienes piensan votar a Podemos lo hace para «acabar con el bipartidismo»). Estamos ante otra irracionalidad, un discurso que ha calado, como cuchillo en mantequilla templada, dentro de la opinión pública española sin que nadie se atreva a decir en este asunto, como en tantos otros, las verdaderas del barquero, a saber: que no hay ningún sistema electoral perfecto y que, de todos los sistemas que hay, el del bipartidismo es el menos malo. La democracia, ¿qué es? Pues también ella es el sistema menos malo. Sabemos que el bipartidismo no es perfecto, pero quienes atacan al bipartidismo bien quieren sustituir a esos dos partidos, bien quieren el barullo. Pondré dos ejemplos: un sistema pluripartidista es el italiano. Un sistema bipartidista es el británico. Pues bien, entre la chapuza permanente y los arreglos y apaños postelectorales italianos y el sistema británico, me quedo con este último, ya que tiene dos ventajas: favorece la alternancia, cosa fundamental, y también da estabilidad gubernamental. ¿Hay alguien que dé más?

Lo escribió hace ya mucho tiempo Manuel Vázquez Montalbán: «¡Qué duro es luchar por lo que es evidente!». Pues me temo que estamos en las mismas, pues evidente es que la Constitución de 1978 fue un gran acierto y que sobre esas «tablas de la ley» se ha construido una democracia y un bienestar que no habían existido jamás en España. Como evidente es que España fuera de Europa y de la OTAN estaría destinada a la insignificancia y a la inseguridad. También resulta evidente que si uno consagra el derecho de autodeterminación («derecho a decidir» lo llaman los separatistas) en esa futura y anhelada Constitución «auténticamente» democrática de la que habla Podemos, acabaremos creando el cantón de Cartagena… y el de Jumilla (que durante la Primera República, además, se declararon la guerra).

En fin, que del cabreo destructor que está en la esencia misma de Podemos sólo pueden esperarse desgracias y, desde luego, no creo que nadie en su sano juicio desee, de verdad, una «nueva» democracia construida con los mimbres del caudillismo latinoamericano y en «la noche de los muertos vivientes». Porque, esa es otra, ver renacer cual ave fénix de sus propias cenizas o salir de su tumba al viejo comunismo, que sólo trajo a sus súbditos la muerte de la libertad y la muerte a secas, no sería, en verdad, un espectáculo que ninguna persona decente desearía ofrecer a sus compatriotas.

Joaquin Leguina fue presidente de la Comunidad de Madrid (1983-1995). Sus últimos libros son El duelo y la revancha. Los itinerarios del antifranquismo sobrevenido (Madrid, La Esfera de los Libros, 2010), Impostores y otros artistas (Palencia, Cálamo, 2013), Historia de un despropósito. Zapatero, el gran organizador de derrotas (Barcelona, Temas de Hoy, 2014) y Los diez mitos del nacionalismo catalán (Barcelona, Temas de Hoy, 2014).

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

10 '
0

Compartir

También de interés.

shanghai

Un salto fetén

La España austro-húngara de Ernest Lluch

Hasta hace relativamente poco tiempo, la llamada teoría de «las dos Españas» constituía una…

La poesía póstuma de Charles Bukowski: a medida que el espíritu se desvanece, la mierda aparece

Editar poesía no es nada del otro mundo: pasa a diario. Ahora bien, hay…