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El Partido Radical en la Segunda República

The Crisis of Democracy in Spain. Centrist Politics under the Second Republic

NIGEL TOWNSON

Sussex Academic Press, Brighton

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La abundante bibliografía sobre la Segunda República reflejaba un hueco hasta hoy: el estudio del Partido Radical y su acción de gobierno. Con excepción del libro de O. Ruiz Manjón, este importante aspecto de la vida política de los años treinta no había merecido toda la atención debida. Algo parecido puede decirse de la compleja personalidad política de su líder, Alejandro Lerroux. Mientras la primera parte de su vida se ha beneficiado de excelentes estudios (entre otros, los de J. Romero Maura, J. Álvarez Junco y J. Culla), no puede decirse lo mismo de su segunda etapa, caracterizada por su evolución al centro político. Ambos déficit historiográficos se han visto compensados por la reciente publicación en Gran Bretaña de la monografía de Nigel Townson. Se trata de un estudio exhaustivo de la trayectoria y el significado político del Partido Radical en los años treinta que ayuda a comprender mejor la vida del régimen republicano en su conjunto.

En el inicio de su libro, Townson plantea el resumen de su investigación en muy pocas palabras: «La leyenda negra de los radicales no es infundada, pero, inevitablemente, ha eclipsado su significado real bajo la Segunda República». El hundimiento del Partido Radical en los años treinta solamente tiene un paralelo en la vida política española en la crisis que, andando el tiempo, habría de sufrir otra fuerza política de centro: la UCD. Pero el hundimiento del Partido Radical tendría efectos mucho más trágicos en cuanto que ilustraba la crisis de un proyecto de centrar el régimen democrático español que abría las puertas a la guerra civil de 1936. Lo que Nigel Townson estudia en su libro es la historia de un partido, convencido desde la instauración de la Segunda República de la necesidad de construir un régimen «para todos los españoles», un régimen capaz de levantar una derecha y una izquierda leales al sistema con el concurso de la fuerza política de centro que aspiró a ser el Partido Radical desde 1931. Este fue el norte de su política, que le llevará a abandonar la coalición azañista del primer bienio, que inspirará su política en el poder desde 1933 al estallido de octubre de 1934 y que perderá fuerza ante el protagonismo de la derecha desde este momento hasta la crisis del partido en las elecciones de 1936.

Lo que Townson pone de manifiesto en su estudio es la fidelidad a ese proyecto centrista por parte de los radicales en la oposición y en el gobierno. La etiqueta de «bienio negro», de gobierno de las derechas a partir de 1933, oculta la lealtad radical a un proyecto político moderado, respetuoso con el grueso de las medidas reformistas del bienio anterior, con iniciativas eficaces en varios temas vitales para la construcción de un primer Estado del Bienestar (presupuesto de educación, proyectos en políticas de desempleo finalmente no realizados, políticas de salud) que ponen de manifiesto la voluntad radical de construir un «régimen nacional» capaz de asentar la experiencia republicana abierta en 1931.

El fracaso del proyecto centrista, un proyecto ilustrado también en la política militar, religiosa y autonómica, va a estar ligado al irresponsable asalto al poder auspiciado en 1934 por la izquierda socialista y el nacionalismo catalán. A resultas de la crisis abierta en la vida de la República por ese asalto al poder, perderá protagonismo el proyecto de centro, cada vez más condicionado por las exigencias conservadoras impuestas por la colaboración con la CEDA.

La recuperación del Partido Radical será imposible debido a los escándalos de corrupción ligados a los «affaires» estraperlo y Tayá. La propensión a la corrupción entre la vieja guardia del partido y el «círculo íntimo» del caudillo radical arrastrará de forma imparable la crisis del proyecto radical. Townson estudia con detalle el escándalo del estraperlo, con inclusión de la documentación judicial en torno al caso. Las dimensiones modestas del escándalo en comparación con otros de la misma época en la vida política francesa, obligan al autor a repasar las causas que permitieron que el «affaire» alcanzara el nivel que tuvo en la política española. El aprovechamiento del mismo y hasta su propia urdimbre, por la izquierda, su utilización por la derecha, por el presidente de la República y por los aliados gubernamentales del Partido Radical, explica la amplitud que alcanzó un suceso que habría de suponer la liquidación de los radicales de la escena política española.

La intuición política de Alejandro Lerroux lo empujó a lo largo de los años treinta a crear un nuevo partido, resultado de la fusión de los incondicionales de los viejos tiempos con los recién llegados desde unas clases medias dispuestas a entenderse con la Segunda República. Esa intuición de un político experimentado como era don Alejandro vio pronto que amplios sectores del país, incluso ligados en el pasado al régimen monárquico, estaban dispuestos a colaborar lealmente con la democracia establecida. En relación con este proyecto de integración de amplios sectores de las clases medias en el régimen, Lerroux mostró gran sensibilidad hacia los obstáculos puestos a la operación por el bienio azañista (crisis del orden público, política religiosa y militar, protagonismo de los socialistas). De ahí que su hostilidad hacia la coalición azañista se viera animada por las razones de fondo de su política. En cierta manera, su proyecto era complementario al de Manuel Azaña a la hora de atraerse a los socialistas. Lerroux acercaría al régimen a una parte sustancial de las clases medias, haciendo de este modo imbatible la democracia abierta en 1931.

Las razones que explican el fracaso del intento radical son analizadas por Townson con cuidado. Destaca, sin duda, la incomprensión de una izquierda, especialmente la socialista, que prefirió ver en el Lerroux de los años treinta al heraldo del fascismo. Es igualmente notable la falta de confluencia con otras instancias políticas embarcadas, en grandes líneas, en la misma política que los radicales. Me refiero a actitudes políticas como las de Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura que podían haber reforzado sus posibilidades de haber llegado a un acuerdo básico con los radicales. Queda en pie la ceguera de una derecha española dividida entre la oposición frontal al régimen y la lealtad reticente al mismo. Pero también pone de manifiesto el libro de Townson la debilidad del instrumento político fletado por Lerroux para llevar adelante la empresa: un partido radical poco integrado, dividido entre viejos y nuevos militantes, debilitado siempre por las prácticas clientelistas de una organización excesivamente apegada a las «mores» de la Restauración.

El caso es que con el fracaso del Partido Radical fracasará también fatalmente el régimen republicano. La liquidación política de ese gran seductor que fue don Alejandro en los años treinta privó a la República de una opción de recambio que, como él intuyó, podía haber ensanchado la base de un régimen nunca tan asentado en el macizo social español como creyeron las fuerzas políticas de centro-izquierda en el primer bienio y tras las elecciones del Frente Popular. Esta es la última lección que se desprende de la monografía de Townson que, con pleno derecho, se encuadra a partir de ahora en la mejor bibliografía sobre la vida de nuestra Segunda República.

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Ficha técnica

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