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El desfile dadaísta de Arturo Marián Llanos

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Arturo Marián Llanos exhibió sus demonios y vimos los nuestros reflejados en sus cuadros. Los referentes culturales y biográficos que plasmó en su obra tenían que ver con su infancia y primera juventud en la Unión Soviética: astronautas, personajes de cómic soviético, Chapáyev, Majnó, el oso Misha –mascota de los Juegos Olímpicos de Moscú–, santos y guerreros. Mezclado con todo ello, fogonazos oníricos: elefantes, mujeres barbudas, marinos, caos de ojos, bocas abiertas, dientes y el espasmo de miradas delirantes. Y consiguió que una narrativa pictórica tan concreta y subjetiva se ofreciera a nuestros ojos como propia. Tuvo la capacidad de fascinarnos y ahí radica su genio.

Murió el 27 de febrero en un hospital madrileño. Había nacido en Kishiniov (actualmente Chisináu, la capital de Moldavia) en 1965. Su madre es española, una de los «niños de Rusia» que el gobierno republicano quiso proteger enviándolos a la Unión Soviética. Nació en Gijón en 1930, se licenció en Historia por la Universidad Estatal de Moscú, fue maestra de Historia en la Embajada de la Unión Soviética en México entre 1958 y 1963, y profesora de español en la Universidad de Kishiniov. El padre era un periodista moldavo que en 1956 apoyó la Revolución Húngara y estuvo cinco años preso. Una tradición familiar: el abuelo paterno de Arturo pasó diez años en el Gulag y el propio Arturo vivió un periplo de cárceles cuando llegó a España en 1982 acompañado de su madre. Sus últimos años en la Unión Soviética fueron conflictivos: rebelde, disidente, expulsado de la Escuela de Arte Iliá Repin y del Komsomol (las Juventudes Comunistas), interrogado por el KGB.

Pintando un fresco en La Mancha (© Elvira Rodríguez)

Llegó a España en plena vorágine política y cultural. Madrid, la movida, la llegada de los socialistas al gobierno de la nación. Un Madrid de descampados que aún no había terminado de sacudirse cuarenta años de franquismo, de chabolas en las afueras y de pirotecnia juvenil en los barrios del centro. Años después, sólo quedan supervivientes. Cientos y cientos de jóvenes murieron por la droga. A Arturo aquello le llegó más tarde. Al llegar a España tenía diecisiete años. Convalidó sus estudios de arte y se especializó en grabado. Viajaría de tanto en tanto a Moscú y trabajó ocasionalmente como traductor e intérprete. Se enganchó a la cocaína en 1995 y un año después era detenido por traficar. En un correo enviado a varios amigos en enero de 2012, contaría parte de su periplo vital. Sobre aquella primera estancia en la cárcel escribió lo siguiente: «Entre otras actividades subversivas desde la cárcel, colaboré activamente con el periódico “anarco-individualista” Refractor, de Quico Rivas, pero también con la Cruz Negra Anarquista». No sé hasta qué punto colaborar en el Refractor de Quico Rivas era una actividad subversiva a finales de los noventa, pero esa intensidad en la expresión de Arturo no deja de ser un ejemplo de su carácter. Refractor es un periódico inencontrable y jamás he podido valorar la obra de quienes participaron en sus páginas: los mismos Quico y Arturo y otros pintores y artistas, como Carlos García-Alix. Nadie mejor que él puede explicar la pintura de Arturo:

Este encuentro con las pinturas del teórico del Arte analítico [Pável Filónov] marcará su evolución y su estilo de una manera determinante. Muchos de los postulados filonovistas, el trabajo bien hecho, la repulsa al boceto inacabado, la búsqueda de un trance o realidad transmental como requisito para enfrentarse a la tela en blanco, serán adoptados por Arturo como punto de partida para desarrollar su propia voz, su propio estilo.

En febrero de 1994 presentó su primera exposición de pinturas en La Guarida de los tigres, un humilde local del barrio de Malasaña que por entonces se presentaba como cuartel general de la revista El Canto de la Tripulación. Un universo cubo-futurista cargado de símbolos que hacían referencia a su pasado soviético, a sus emblemas, como la estrella roja, la perrita Laika o el cosmonauta Yuri Gagarin, acompañaron ya en esta primera exposición a otros símbolos propios del suprematismo como la cruz negra, el triángulo o el círculo.

Desde esta primera exposición a la última, Régimen de agua, celebrada en el Espacio de arte Gloria en octubre de 2011, Arturo Marián se mantuvo fiel al Arte analítico y lo enriqueció con aportaciones de otras corrientes, como el dibujo automático de los surrealistas, el arte popular ruso, el pop o los cómics underground. Un fértil caldo de cultivo que dio lugar a exposiciones inolvidables como Caballería roja, celebrada en la galería Muelle de Madrid en 2006, o Dark revolution, presentada en Valencia, gracias a los buenos oficios de Salvador Albiñana, en las salas del Colegio Mayor Rector Peset.

Carlos García-Alix dirigió un pequeño vídeo sobre el proceso de creación de Régimen de Agua, la primera carpeta de grabados que vio la luz en su editorial Larga Marcha. La magia del grabado está perfectamente captada, tanto la obra de Arturo como el proceso llevado a cabo en los talleres madrileños de Dan Benveniste. También da cuenta el vídeo del universo propio de Arturo, un auténtico desfile dadaísta lleno de referencias apocalípticas, conspiraciones y arcanos de la alquimia. De nuevo queda expuesta la paradoja de su obra: cómo la enorme distancia que hay entre sus referencias y las nuestras sirve para apropiarnos del universo de sus cuadros.

Desfile dadaísta (2010). Colección SCCEsa contradicción fue, además, el sustento de sus últimos años de vida. Al salir de la cárcel, Carlos García-Alix lo puso en contacto con un amigo coleccionista de arte. Fue tanta la impresión que le causó su obra y tan lamentable el estado de Arturo que no sólo le compró cuadros, sino que también adoptó al pintor. El apocalíptico rebelde convivió con su familia en la zona alta de Madrid, en una casa fabulosa presidida por el impresionante tríptico que Arturo pintó sobre Felipe Sandoval, el anarquista documentado por Carlos García-Alix en su película El honor de las injurias.

Arturo se dedicó por entero a la pintura. En su habitación se acumulaban los lienzos y en los muros de la casa familiar en La Mancha perviven aún sus frescos, pintados sobre yeso. Hubo un incidente: regresó a la cárcel por una nimiedad ocurrida en un control rutinario. Al salir fue casi directo al hospital por un cáncer, que superó. Dispuso en la clínica de lo mismo que en prisión: tiempo. Con tinta china o con bolígrafo llenó papeles y papeles de apretadas líneas trazadas con minuciosidad febril. Su obra fue creciendo con los años, en cantidad y en calidad, manteniendo en ella uno de los rasgos que más valoro: el del humor. Lo plasmó en numerosos cuadros y fue la luz con la que de forma inconsciente pagó los cuidados de su nueva familia. El desfile dadaísta continuó su derroche de luz y movimiento hasta que le fallaron las fuerzas. Descanse en paz.

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Ficha técnica

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