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El Dante de Crespo

Dante y su obra

ÁNGEL CRESPO

El Acantilado, Barcelona

160 págs. 1.300 ptas

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En el verano del 94 tuve la oportunidad de conversar con Ángel Crespo sobre su traducción de La Divina Comedia. Me comentó que tan imponente empresa se había debido a la necesidad de explicar la obra de Dante en las aulas universitarias. Quizá sus palabras se debieron a una forma de complicidad –no exenta de afectuosa comprensión– hacia alguien que debía explicar el poema dantesco a hispanohablantes, como él había hecho, muchos años atrás. Sin embargo, creo que me ocultó la verdadera razón de su afortunada iniciativa, una razón que debía ser mucho más intensa y privada: el deseo de llegar al más alto grado de comprensión de la palabra poética de Dante a través de la difícil transformación en sus propias palabras.

Lo cierto es que sus razones fueron compatibles con la circunstancia del encargo editorial, la anhelada espera de los originales por parte de Gimferrer y la posterior satisfacción de los reconocimientos. Para Crespo, se trataba de culminar una lectura iniciada muy joven, como confiesa en su diario (Los trabajos del espíritu, Seix Barral, Barcelona, 1999) para ahondar en la multiplicidad de significados que la obra transmite. Significados que fueron desentrañándose a medida que el poeta se sentía secuestrado por el personaje literario de un escritor medieval viajero de ultratumba, un poeta exiliado como él, y como él, en lucha a través de la fuerza poderosa de la escritura.

Crespo partía de su condición de poeta cuando se inició en las tareas de exegeta, investigador, profesor y traductor. Como poeta traductor de poetas (Petrarca, Pavese, Pessoa, Ungaretti, Saba, Luzi…) sabía que la mejor manera de escrutar a fondo un texto en otro idioma consiste en superar la prueba de explicarlo en la propia. Sabía también que para asignarle la forma definitiva se serviría del material verbal y de los mecanismos de los que él mismo se valía para articular sus versos, poniendo en marcha la idéntica, preciosa maquinaria con la que construía su poesía. En este proceso, y concretamente como traductor de Dante, Crespo descubrió paulatinamente cómo crecía su grado de identificación con el poeta medieval, cifrándolo en reveladoras tomas de posición como la que defiende Dante con su visión universalista, frente al futuro nacionalismo reduccionista de Petrarca.

Dante le sirvió a Crespo para explicar la Edad Media a sus estudiantes puertorriqueños cuando estaba encargado de la asignatura de Cultura Occidental en el Recinto Universitario de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico. En el escritor florentino se encerraba toda su visión del mundo medieval envuelto en una cultura que cada vez le interesaba más en contraposición a la más reconocida grandeza del mundo renacentista. «Primero, me indignaba que el arte y la literatura renacentistas hubiesen impuesto unos modelos que despreciaban los mejores y bien probados recursos de sus antecesores medievales; luego, que ese arte fuese tan a la medida para su aceptación –y no para su comprensión profunda– por parte de los incultos ilustrados de nuestra sociedad, de esos mismos que, en su nombre y en el de sus herederos, han despreciado al arte y a la literatura más auténticamente contemporánea.»

Esta comunidad de ideas, junto a la circunstancia de su labor docente y el deseo de traducir más obras del autor actuaron como el estímulo necesario que le condujo a escribir un libro sobre el escritor florentino que hiciera conocer en castellano a un autor que él consideraba tan injustamente silenciado en nuestra cultura. Así, partiendo de materiales que había producido en paralelo a la traducción de La Comedia, de nuevas traducciones y de sus lecturas de historia y filosofía medievales publicó en 1979 Dante y su obra, ahora reeditado por la editorial El Acantilado de Barcelona.

En el capítulo dedicado a la vida de Dante, Crespo se propone evitar el tono hagiográfico que percibe en la crítica italiana que manejó por consejo de sus amigos dantistas. Se niega a reconocer la afianzada imagen de un poeta consciente de que escribiría una obra monumental programada en estrecha relación con toda su producción y quiere mostrar, sin embargo, «los grandes esfuerzos que tuvo que hacer para tratar de ofrecer una visión unitaria de su producción» que –concluye en las páginas de su diario– «para mí no resulta convincente». En este no «resultarle convincente» la exaltación del valor programático que ofrece cierta crítica consolidada y canonizante, reside una de las aportaciones más personales de Crespo, fundada asimismo, no en el estudio académico de la amplia bibliografía sobre Dante, sino en un acercamiento al escritor que parte de un reconocerse en él a través de la indagación interna de su verso, del conocimiento casi visceral de su acento poético.

De Dante, Crespo destaca, por encima de cualquier otro valor, el de poeta, no sólo en relación a la Comedia, sino en obras consideradas menores como El convite, un «banquete de cultura» en italiano vulgar escrito para aquellas personas que no pudiendo leer en latín, tenían interés por el saber de su tiempo, o La lengua vulgar, un tratado sobre teoría lingüística redactado en latín y, por tanto, pensado para una recepción erudita, en el que propone el italiano vulgar como lengua natural, un idioma unitario para toda Italia cuya demostrada tradición poética confirma su validez para tratar no sólo el tema amoroso, sino el épico o el moral, o La monarquía, otro tratado en latín donde Dante expone su teoría política de «los dos soles» en la que defiende la idea de una monarquía universal, un imperio no dependiente del papado que resplandezca como un sol que ilumine el poder temporal frente al otro sol, el de la Iglesia, que no debe incidir en los asuntos de los hombres. Todas ellas, obras de carácter ensayístico en las que, sin embargo, Crespo descubre al poeta por encima del erudito porque en ellas «podemos seguir la formación de los conceptos dantescos, no según el camino recto del investigador filosófico, sino según el intuitivo y lleno de pasión del poeta» (pág. 73).

Crespo sostiene que por esa razón, el conjunto de obras teóricas escritas por Dante, debido a su tono a veces profético y siempre cargado de una pasión poética capaz de crear un lenguaje metafórico lleno de imágenes de enorme potencia lírica, sirve como documento único en la exploración de su poesía y actúa como complemento de su obra de creación, pues contribuye a la comprensión de la ilimitada complejidad de significados que en ella disemina.

En el plano de las obras poéticas, Crespo realiza un interesante análisis de La vida nueva, el relato en prosa en el que Dante inscribe una serie de composiciones líricas a través de una narración y sus correspondientes «confirmaciones» en verso reconstruyendo su autobiografía de poeta y los puntos esenciales que le llevaron a componer la imagen espiritualizada de Beatriz como vehículo de salvación y futura guía en su viaje celestial. Se trata de un proceso de superación de la visión feudal de la lírica cortés donde un código inflexible hacía de la dama un sujeto paciente que sólo podía aspirar al homenaje del poeta como el de un vasallo hacia su señor. Superación que inscribe a Dante en la modernidad de una concepción más polifónica ––como destacó Contini– propia del nuevo estado de los comuni, donde el poeta ya no acepta esquemas rígidos en su relación con la dama, sino que la valora por sus cualidades físicas y morales.

La interpretación de Crespo, en su análisis de la Comedia, parte del estudio de las fuentes críticas más consolidadas (Getto, Contini, Barbi, Marti…) y se centra en los estudios de Auerbach sobre la concepción figural o de Sarolli sobre la numerología dantesca, distanciándose de alguna posición clásica como la de Sanctis cuya lectura fuerte de algunos fragmentos significativos, para Crespo supone el abandono de la visión de conjunto, única forma de entender la obra. Los aspectos que más interesan a Crespo están siempre relacionados con el carácter poético de la Comedia y con la instrumentación de elementos compositivos que conforman las manifestaciones más maduras de una trayectoria que estuvo marcada desde sus orígenes por aquello que Contini definió como el «experimentalismo desenfrenado» de Dante.

De este poema multiplicador de significados, Crespo estudia las formas alegóricas, la función de los personajes Virgilio, Beatriz y el propio Dante y de otras figuras de la historia clásica o contemporánea del autor reales o ficticias, y establece toda una teoría sobre la metamorfosis en el poema dantesco que supone una interesante aportación crítica en el análisis de la obra. La idea de Crespo se basa en la influencia del pensamiento aristotélico en la concepción dantesca del ser, visto como potencia y como acto: un ser provisional durante su vida terrena que sólo adquirirá su verdadera forma en el otro mundo. En este sentido, Dante a través de su recorrido podrá encontrar hombres convertidos en las formas más dispares sufriendo un proceso de metamorfosis en el que el problema se convierte en efecto plástico (condenados que son árboles, seres que fueron humanos convertidos en criaturas angélicas) y supera «los límites de la filosofía y de la teología y se presenta ante nosotros como lo que en realidad es: como una cuestión puramente poética» (pág. 127) cuyas fuentes se encuentran en las Metamorfosis de Ovidio.

La lúcida propuesta sobre las metamorfosis se basa sobre ejemplos significativos y sobre toda una reflexión en torno al valor de lo visual en La Divina Comedia en los términos que el propio Dante lo considera como elemento constitutivo de la imaginación. Elemento, que Italo Calvino, otro escritor visual, analiza a partir de la experiencia dantesca, cuando en su «propuesta» sobre la visibilidad explica el modo en que Dante define el carácter visual de su fantasía, como una potencia «anterior a la imaginación verbal o contemporánea a ésta», tan cargada de fuerza que tiene el poder de imponerse a «nuestras facultades y a nuestra voluntad y de arrebatarnos a un mundo interior, arrancándonos del mundo exterior» (Seis propuestas para el próximo milenio, Siruela, Madrid, 1994, pág. 98). Dante, privilegiado receptor de la voluntad divina recibe en los versos del «Purgatorio» a los que se refiere Calvino, una lluvia de imágenes visuales que Dios le envía como si de una proyección cinematográfica se tratara, que le transportan a la «más alta fantasía»: «Llovió después en la alta fantasía», traduce Crespo.

Porque Dante es el primer protagonista de las metamorfosis provocadas por los efectos visuales de sus versos. Él es el primer personaje de su Comedia que deberá sufrir la transformación necesaria para poder ascender al Paraíso, «intranquilizado por los sueños simbólicos y extrañas visiones» –dice Crespo– en un proceso de transhumanación que le va convirtiendo progresivamente en su propio material poético.

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