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Memoria de un hombre de acción

El corazón del viento

JOAQUÍN LEGUINA

Alfaguara, Madrid, 448 págs.

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A diferencia de sus tres novelas anteriores, que surgieron de la atracción por un personaje como Céline o por la narrativa de género, El corazón del viento se sitúa, por actitud y forma, en la tendencia social que, con un fin testimonial, se alimenta de la memoria y de las convicciones ideológicas. Es, sin duda, una de esas historias que, por ceñirse a la experiencia personal y a la realidad histórica colectiva, nacen de la necesidad de ser escritas y acaban impresas después de haber rondado durante años por la cabeza de su autor y haber alcanzado su tiempo de sazón, es decir, su tiempo de maduración y distanciamiento suficientes como para ser recreadas, no con la quemazón de las heridas aún abiertas, sino con la sugestión del artificio literario.

Joaquín Leguina ha recurrido a la memoria para construir una historia personal y colectiva durante dos períodos conflictivos de nuestro tiempo, el de la España franquista en la década de 1960 y el de la revolución imposible de Allende en Chile en los primeros años de 1970 hasta el golpe militar de Pinochet. Oculto tras el alter ego fácilmente reconocible de César Moncada, cuenta de manera transparente, con los recursos literarios del realismo más objetivo y testimonial –alterado tan sólo por el contrapunto de las personas narrativas y del tiempo novelesco, que configura la narración en una estructura casi circular–, la peripecia del protagonista desde la infancia hasta la madurez, su contumaz aprendizaje existencial y sentimental y su progresivo compromiso ideológico, político y social.

Así, de una parte, El corazón del viento repasa con valentía y desgarro los sucesos históricos y los enfrentamientos políticos y sociales de los dos países en los que participaron los obreros y los estudiantes con las ilusiones puestas en la revolución. El autor recuerda, como testigo de primera mano, las actividades de los partidos clandestinos y las represalias sangrientas de la policía franquista en España, y las posturas irreconciliables en Chile que fueron minando el proyecto socialista del gobierno y aceleraron el brutal golpe de Estado de 1973. La novela es, desde este punto de vista, no sólo un testimonio vivo e histórico, sino también una radiografía novelada, y en consecuencia perdurable, de las dictaduras como formas de poder salvaje e irracional y un redoble de conciencia sobre la lucha política y social.

De otra, la novela crea, ante todo, un personaje complejo y emblemático. César es un personaje vivo, que se va formando, que evoluciona entre contradicciones íntimas y pasos inciertos desde su rígida educación familiar en un pueblo minero hasta sus actitudes revolucionarias de estudiante comprometido en Madrid; que cambia una cómoda relación sentimental, establecida desde la niñez, por una pasión arriesgada de futuro impredecible; que, en definitiva, va ampliando sus perspectivas existenciales al tiempo que se compromete con la realidad. Pero también es un personaje que, por sus explícitos caracteres generacionales, representa a un nutrido grupo de españoles que, como él, vivieron aquellos momentos de ilusión, de inquietud cultural y liberación sexual, y participaron en la lucha política contra la dictadura.

Con enorme vigor narrativo, aquel que sólo surge del coraje y de la experiencia autobiográfica, Leguina ha escrito un relato descarnado y tierno a la vez. Los conflictos que organizan y mantienen la trama desarrollan una dialéctica tan estricta entre los personajes y el medio, entre lo individual y lo colectivo, que es difícil fijar los límites entre la realidad y la ficción. Nada hay en él que recuerde al cartón piedra o a las fuentes librescas, aunque sus modelos literarios sean evidentes y en ningún momento se pretenden encubrir. Parecería más bien que el autor, bajo el pretexto de contar una ficción novelesca, ha querido, como hiciera en su momento Barea, registrar la vida tal como la ha visto, vivido e intuido.

En El corazón del viento se realiza, en efecto, un homenaje merecido a dos maestros contemporáneos que Leguina intenta emular con inteligencia. Uno, Arturo Barea, a quien se nombra de pasada en el texto, le sirve de modelo para el relato testimonial y la narración autobiográfica que sigue los pasos del personaje en su aventura personal y sentimental y marca la ruta de su formación como la auténtica forja de un rebelde frente a las circunstancias políticas y sociales de su tiempo. Mucho hay del carácter, de la actitud y del compromiso político de Barea, personaje real y novelesco, en el carácter, la actitud y el compromiso político de César, también personaje real y novelesco.

El otro modelo literario, que también lo fue de Barea, es, por supuesto, Baroja. El protagonista de El corazón del viento no sólo es homónimo del inolvidable César Moncada, personaje de la primera entrega de la trilogía política barojiana Las ciudades, sino también un trasunto de los personajes entregados a la acción tan habituales en la obra del gran novelista vasco. De Baroja toman Barea y Leguina con gran acierto y habilidad, por tanto, la fórmula de la novela política y social, crítica e ideológica, y el recurso a la memoria para registrar de manera exhaustiva la existencia del protagonista, una singladura que va desde la infancia hasta la madurez y que lo va transformando en un verdadero hombre de acción.

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