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La Edad de Bronce del welfare

El bienestar desigual. Qué queda de los derechos y beneficios sociales tras la crisis

Guillem López Casasnovas

Barcelona, Península, 2015

345 pp. 22 €

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Durante la segunda mitad del siglo XX, y con altos grados de legitimidad, el Estado del bienestar hizo posible la aspiración ciudadana por la mejora de las condiciones de vida en la Europa occidental. En retrospectiva, cabe colegir que a los Trente Glorieuses, o período de la Edad de Oro del capitalismo del bienestar europeo (1945-1975), le sucedió una Edad de Plata (1976-2007) que mantuvo una encomiable capacidad de resistencia ante los persistentes ajustes para contener los gastos sociales y en evitación de retrocesos de las políticas del bienestar. Tras el crack económico de 2007 y sus asociados recortes presupuestarios, la cuestión a ponderar es si la presente Edad de Bronce del bienestar (2008-¿?) podrá mantener los rasgos constitutivos del bienestar social consolidados en la segunda mitad del siglo XX. La alegoría de las edades mitológicas del Oro, Plata, Bronce, señaladas por el poeta griego Hesíodo (siglo VII a. C.) en su celebrado poema, Trabajos y días, sirve de referencia cronológica al contexto analítico del último libro de Guillem López Casasnovas, reputado profesor de Ciencias Económicas, docente en la Universidad Pompeu Fabra y miembro del Consejo del Gobierno del Banco de España.

Siendo el autor un experto de larga trayectoria en el estudio de uno de los pilares de nuestro Estado del bienestar –la sanidad–, no causa sorpresa que se examinen con mayor grado de detalle entornos en los que la eficiencia en el gasto sanitario puede mejorarse considerablemente. Las referencias a otras experiencias contrastadas en la casuística internacional ayudan a hacer más persuasivos los análisis expuestos por el economista catalán. La ausencia de notas finales, o a pie de página, alejan la consideración del volumen como de carácter estrictamente académico. Ayuda, dirán algunos, a una lectura sin interrupciones. No son pocas las publicaciones científicas en las que el autor puntualiza o complementa mediante tales notas sus análisis y reflexiones. Quizás algún cuadro sinóptico o tabla gráfica –como se acostumbra ahora a traducir el término inglés table– hubiera ayudado al lector a visualizar algunos aspectos numéricos y otros datos discursivos. Tampoco hubiera sido inútil añadir en las páginas finales un índice onomástico, tan del gusto, precisamente, en los pagos editoriales británicos que bien conoce el autor (doctor por la Universidad de York).

Para López Casasnovas, se ha extendido perniciosamente la idea de que lo público es gratis. Correlato de la «crisis interminable» –¿se sale finalmente de ella?– es la generalizada percepción del economicismo y la austeridad como maldiciones bíblicas. El argumentario troncal de libro se ilustra con la idea de que no pueden esperarse prestaciones sociales nórdicas con impuestos mediterráneos, especialmente si ello se pretende con una elusión fiscal, si no fraude, que parece contar con bastante aceptación social tácita. Buena parte de los análisis normativos expuestos en El bienestar desigual conciernen a los fenómenos que en las ciencias de la Administración se ocupan del denominado «principio Mateo»: los efectos indeseados y perversos de las acciones de gobierno, y las apropiaciones indebidas de los rendimientos de las políticas públicas.

El conocido como efecto o principio Mateo toma su nombre de una aserción del evangelio de san Mateo: «a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado» (13:12). Se quiere significar con ello que los sectores sociales con mayores recursos materiales y con mejores instrumentos para su apropiación se benefician desproporcionadamente de programas y políticas a menudo diseñados para las clases más empobrecidas o necesitadas. Es decir, desde posiciones institucionales de poder e influencia maximizan su acción respecto a aquellos ciudadanos con iguales o preferentes derechos de acceso, pero que carecen de la información precisa o de redes de apoyo y patronazgo. Todo ello, a su vez, está en el origen de aquellos impactos sociales indeseados y perversos de las políticas públicas. Suele suceder que, en el tránsito de la implementación de los programas y acciones de gobierno, grupos con mayores capacidades de incautación acaparan beneficios que se pretendían para otros destinatarios o usuarios de los programas sociales.

El autor incide con profusión mayéutica en tales situaciones, a menudo orilladas en los empeños analíticos de políticos y expertos. El principal valor añadido del libro es precisamente desbrozar el carácter y los efectos de muchas actuaciones individualizadas, las cuales se desprecian en aras de una pretendida visión de conjunto. Y es que lo micro y lo meso cuentan –y mucho– en la legitimación de nuestros sistemas de protección social. En los Estados de bienestar más maduros y generosos, como los nórdicos, la elección entre participar activamente en el mercado laboral o disponer de subsidios del bienestar es ilustrativa del denominado «riesgo moral» (moral hazard). En estos países, tal circunstancia puede ejemplificarse en el consumo excesivo de servicios provistos por sus Estados de bienestar, los cuales, en su origen, estaban plenamente legitimados a fin de proteger los riesgos sociales de las gentes. Así, por ejemplo, las altas tasas de bajas laborales por enfermedad se han correlacionado con las prestaciones globales de los subsidios sustitutorios facilitados por sus Estados de bienestar. En Suecia, ello se ha documentado en el caso de las denominadas enfermedades de «fin de semana», durante las cuales los beneficiarios «utilizaban» el viernes y/o lunes siguiente como días de enfermedad, prolongando así los días de inactividad por baja laboral. La tasa más alta de bajas laborales en los países europeos en los últimos veinte años del siglo pasado correspondió al país escandinavo, donde el 10% de la población (más de ochocientas cincuenta mil personas) llegó a recibir durante el año 2002 prestaciones por baja laboral en alguna ocasión.

Para Guillem López Casasnovas, y en línea con lo anterior, sin responsabilidad individual no hay acción colectiva perennemente sostenible. La equidad y la tutela pública de los bienes socialmente preferidos –se asevera igualmente en el libro– entorpecen a menudo la libertad individual y de elección de los ciudadanos. Al menos de aquellos que pueden ejercer sus derechos. Para aquellos ciudadanos precarios que carecen de los medios para asegurarse un nivel de vida adecuado, sus mínimos recursos suelen ser los provistos por la «mallas de seguridad» o «últimas redes» de protección social. Estas ofrecen un soporte material a pobres y excluidos para que puedan integrarse en los circuitos ‘«normalizados» de la vida ciudadana. Las de carácter público están asociadas a la diversa generosidad de los distintos Estados de bienestar. Las provistas por las asociaciones privadas altruistas, especialmente las patrocinadas por las iglesias, también cumplen una función esencial en el nuevo agregado del bienestar (welfare mix) que parece alumbrarse en la presente Edad de Bronce del bienestar social. Pero en modo alguno éstas pueden sustituir a las públicas si se habla de bienestar social igualitario.

Conviene recordar que el capitalismo del bienestar, en su primera formulación realizada por el economista alemán Gustav von Schmoller (1838-1917), enfatizaba la necesidad de que los poderes públicos proveyesen de bienestar social a los trabajadores y los ciudadanos, sin confiar en que las empresas y los patronos pudieran realizar dicha tarea por sí mismos. Durante las diversas edades del bienestar, los Estados europeos siguieron con mayor o menor grado de intensidad las prescripciones de Schmoller. Las magnitudes reflejadas en el cuadro adjunto hablan por sí mismas respecto al mayor empeño de los países del euro en sus compromisos de gasto público de bienestar social. Ello responde al rasgo cualitativo del Estado de bienestar, una invención europea al fin y al cabo, de promover la ciudadanía como santo y seña del impulso europeizador.

Gasto público de bienestar social (2007) (porcentaje de PIB)

Fuente: Comisión Europea, 2013

En los tiempos que corren, asistimos a la pugna del Viejo Continente por consolidar su Modelo Social Europeo. La ósmosis contaminante del capitalismo de «casino», con su corruptora avidez por el dinero, ha influido en la extensión de un tipo de globalización neoliberal de corte anglo-norteamericano. Este modelo, en realidad, no es foráneo en su génesis conceptual al pensamiento de la economía clásica europea y occidental, lo que refuerza persuasivamente el poder glamuroso del «espejismo de la riqueza». Existe otro modelo socioeconómico alternativo al europeo y que pone en almoneda elementos sustanciales de su ciudadanía social. Se trata del «neoesclavismo» emergente de países como China o India, donde se favorece una mayor competitividad económica con la ausencia de derechos y tutelas sociales. A todo ello hay que señalar dificultades endógenas al Modelo Social Europeo, como son las implicaciones del envejecimiento demográfico o los efectos no queridos y las carencias de gestión de algunas actuaciones públicas, tal y como ya se ha señalado en párrafos anteriores.

Para Europa, el futuro de su Edad de Bronce del bienestar (2008-¿?) se presenta incierto. De la aplicación cabal de los recursos de poder confiados a los partidos de gobierno sostenedores del Modelo Social Europeo dependerá si el presente contexto del bienestar es tan solo un preludio de la vuelta a la prehistoria del bienestar social. Reflexiones como las recogidas en este libro contribuyen en no poca medida a entender la disyuntiva que está en juego.

Luis Moreno es profesor de investigación en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC. Sus libros incluyen Ciudadanos precarios (Barcelona, Ariel, 2000), La Europa asocial (Barcelona, Península, 2013) y Europa sin Estados (Madrid, Los Libros de La Catarata, 2014).

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Ficha técnica

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