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Edgar Lawrence Doctorow: La gran marcha

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El panorama de la novela es en la actualidad bastante azaroso. La novela que pudiéramos denominar «literaria», valga la redundancia, no parece encontrarse en su mejor momento de demanda lectora, mientras que se reeditan sin cesar simulacros ínfimos o pretenciosas revitalizaciones del folletín.Abunda un tipo de ficción novelesca que, sin rigor documental y menos preocupación formal o estética, entra a saco en lo histórico con la pretensión de desentrañar supuestos secretos tremebundos. Se dice que eso es un efecto de la democratización lectora, de la irrupción en el mundo receptor de la literatura de una inmensa cantidad de nuevos clientes, lo que, al parecer, puede ser muy beneficioso para el ámbito de los libros y la lectura. No me imagino a los entusiastas lectores de Dan Brown leyendo a cualquiera de los clásicos, ni siquiera a los del siglo XX, pero no quiero actuar de aguafiestas.

Por otra parte, algunos autores de novelas aseguran, como un descubrimiento, que el futuro del género, en el campo de lo no estrictamente popular, está en su impregnación ensayística (recordemos, sin embargo, que La montaña mágica, por citar un título de una de las grandes muestras de la novela reflexiva, ha cumplido más de ochenta años), y otros han declarado que la novela ha muerto. Como se sabe, la muerte de la novela no es un tema nuevo, pues ya tuvo sus profetas en el siglo pasado, entre ellos Ortega. Pero lo que no parece ofrecer dudas es que ha ido surgiendo ese tipo de lector mayoritario, de gustos muy simples, por decirlo de alguna manera, que no parece propiciar la aparición de novelas diferentes de las que complacen a un gusto cada vez más común por lo obvio, lo fácil, lo inmediatamente deglutible.

En lo confuso del panorama hay bastante responsabilidad editorial, pues la ansiedad por encontrar el best seller seguro parece haber contagiado a casi todas las grandes empresas del sector, inmersas en la búsqueda de un «flujo de caja» importante y rápido, con la vertiginosa sucesión de impactantes novedades,a imitación de la gran industria cinematográfica, un procedimiento que no parece demasiado congruente con la naturaleza y la historia del objeto llamado libro.A pesar de todo,algunos autores siguen practicando la escritura de novelas desde las señas de identidad originarias del género,como estructuras complejas de elementos simbólicos que pretenden narrar la historia de los sentimientos y de los comportamientos humanos, desde una recreación viva que debe ir mucho más allá de los datos, las cifras y las puras especulaciones, y ajena a la exagerada banalización que quiere imponer el mercado.
 

La gran marcha, del estadounidense Edgar Lawrence Doctorow, es una de esas novelas.A pesar de poderse encuadrar también en el marco de lo histórico, responde a lo que pudiéramos llamar exigencias canónicas del género novelesco. El autor de la famosa Ragtime, que en otras novelas anteriores ha abordado tiempos y espacios complicados de su país (la Gran Depresión, el gangsterismo de los años treinta…), toma esta vez como referencia la campaña del general William Tecumseh Sherman para derrotar al ejército confederado, en un movimiento de avance de sesenta mil hombres, a los que seguían miles de esclavos liberados, que se conoce en los Estados Unidos como «la marcha hacia el mar». La campaña transcurrió entre la conquista de Atlanta, en julio de 1864, y la rendición del general Johnston, en abril de 1865, con las sucesivas invasiones de los estados de Georgia, Carolina del Sur y Carolina del Norte, que constituyen también los títulos de las tres partes de que se compone el libro.

En un momento de la novela, uno de los personajes describe el enorme ejército como una forma de vida: «Imagine un gran cuerpo segmentado que se mueve con contracciones y dilataciones a un ritmo de veinte o veinticinco kilómetros al día, una criatura de treinta mil metros. Es tubular y extiende sus tentáculos por las carreteras y los puentes que recorre. Envía a sus hombres a caballo como antenas. Lo consume todo a su paso. Es un organismo inmenso, este ejército, con un cerebro pequeño». Ciertamente, la novela es la historia del movimiento invasor, devorador y destructor de ese gran organismo vivo: el plano de lo colectivo, la descripción del movimiento arrollador, el desplazamiento del gigantesco ejército que, sobre la marcha, va sorteando los acechos, va abasteciéndose, represaliando a sus enemigos, entre obstáculos naturales, matanzas, expolios e incendios de ciudades, es uno de los puntos en que se apoya firmemente la narración novelesca. Sin embargo, el gran panorama colectivo está matizado por las peripecias de una serie de personajes, que son los que le dan al libro su verdadera consistencia novelesca.

Esos personajes sintetizan con verosimilitud lo que debió de ser el componente humano de los terribles sucesos. Por un lado, están los negros liberados, representados por unos cuantos personajes: Pearl, la muchacha negra «blanca» (es hija de una esclava y del amo de la plantación);Wilma Jones, otra joven negra, que será salvada de las aguas de un río por Coalhouse Walter, también esclavo liberado; Calvin Harper, negro ayudante de un fotógrafo;el niño David,esclavo «espantamoscas» de un orgulloso propietario, que decide irse con los unionistas. Por otro lado, están las gentes del Sur que han debido huir de sus casas, esquilmadas, cuando no incendiadas, por el ejército del Norte: Mattie Jameson, esposa del padre del Pearl, que busca entre los muertos a sus hijos John y Jamie, soldados confederados; Emily Thompson, hija de un juez de Georgia, que, sin otra alternativa mejor, se une a los servicios médicos de los invasores; Marie Boozer y su madre, Amelia Feaster, aventureras capaces de seducir a un general del ejército adversario.

Los soldados del Norte estarían representados por Stephen Walsh, joven pobre de unos suburbios urbanos; Albion Simmons, a quien una explosión ha clavado una astilla en la sien que no puede ser extraída; Bobby Brasil, desesperado luchador a la bayoneta. Los soldados del Sur, aparte de los hijos de Mattie Jameson, estarían representados por Arly y Calvin, ambos arrestados por sus propios mandos, que sufren variadas aventuras de bando en bando, en línea de alguna manera con las tramas picarescas. Otros personajes son Josiah Culp, «fotógrafo de los Estados Unidos», y el periodista inglés Hugh Pryce, «enviado especial del Times de Londres». El mundo de los oficiales, solamente representado en la novela por los de la Unión, estaría reflejado en el teniente Clarke, que recoge a Pearl; el coronel Wrede Sartorius, médico cirujano de origen alemán, responsable de servicios médicos y quirúrgicos; el general Kilpatrick, tan osado en el combate como rijoso en la vida ordinaria; el general Morrison, correo insatisfecho de sus misiones, y el general Sherman, «el tío Billy» para sus tropas, persona austera, fino estratega e implacable adversario de la Confederación.

El tiempo real de referencia de la novela son esos nueve meses que duró la campaña de Sherman. En ese plazo temporal, Doctorow establece una serie de tramas principales y secundarias, al hilo de las cuales vamos conociendo el proceso de la invasión y las circunstancias de las escaramuzas, movimientos y combates, mientras se urde el tejido de las aventuras individuales, favorecidas por los bruscos cambios de escenario y la situación de permanente itinerancia: la muchacha negra-blanca Pearl, a quien Clarke protege convirtiéndola en un supuesto joven tamborilero, pasará luego a las dependencias sanitarias y vivirá un «proceso de aprendizaje» desde diversas perspectivas. Mattie Jameson –ama de Pearl cuando la muchacha era esclava y esposa, por tanto, de su padre biológico– vivirá también su radical cambio de vida, en este caso en un proceso delirante.También la señorita Emily Thompson, arrancada de sus plácidas rutinas sureñas, experimentará su propio descubrimiento de la realidad, trabajando en los servicios médicos como colaboradora de Wrede Sartorius, peculiar visionario, para quien la guerra es, sobre todo, una posibilidad científica de estudiar el cuerpo humano y sus reacciones ante las heridas y desmembraciones, y de ejercitar sus destrezas quirúrgicas. Wilma Jones, que fue esclava del juez Thompson, encontrará sus capacidades para vivir los beneficios de la libertad. Los cambios de suerte de los soldados Arly y Will los conducirán a muy diferentes escenarios, no todos ellos favorables a su suerte. El niño David conocerá sucesivas formas de protección. El general Sherman vivirá su solitaria condición de autoridad suprema de ese ejército enorme que se desplaza destruyendo y castigando, lastrado por una enorme comunidad de esclavos liberados, al tiempo que debe rumiar ciertas amarguras personales.

La reseña de todas las historias de la novela, y de sus diferentes atmósferas –las mansiones asaltadas del sur, los espacios en que se mueven los diferentes grupos, las reuniones de mandos militares– alargaría demasiado este comentario. Sirvan las apuntadas como ejemplo de que, mientras va describiéndose ese avance multitudinario –en el que hay que vadear ríos, cruzar pantanos, arrostrar aguaceros y sufrir el hostigamiento de las patrullas, los enfrentamientos con el ejército adversario, las explosiones de minas, y también represalias muy sangrientas– entre cadáveres de hombres y de bestias, ruinas humeantes y fiestas de celebración, el autor consigue plasmar esos elementos de la vida que sólo la ficción, cuando lo logra, plantea con certeza: el amor, el resentimiento, las contradicciones de la identidad, la capacidad para la compasión, la impregnación alucinada de las situaciones extremas.

Desde esta perspectiva, la novela respondería a ciertas actitudes autoriales del género en su perspectiva tradicional. Sin embargo, el modo en que está desarrollado el texto afronta lo que pudiera considerarse una manera rigurosamente contemporánea de narración compleja: me refiero a los comienzos del siglo XXI, naturalmente, no a ciertas complejidades estructurales de la novela del siglo pasado que parecen perdidas para siempre. Las tres partes están divididas en capítulos y muchos de éstos en fragmentos. La primera parte tiene diecisiete capítulos, nueve la segunda y nueve también la tercera. En la primera parte, los capítulos son más cortos que en el resto, por el propósito evidente de ir introduciendo mediante pequeñas escenas los distintos personajes y el inicio de sus tramas personales. Hay en todo el libro una voluntad clara de tensión, de concisión, alejada de ciertas perspectivas tradicionales a la hora de desarrollar este tipo de textos que unen al panorama histórico el proceso de los dramas individuales. Por ejemplo, el general Sherman, el cerebro del «organismo vivo», aparece en la página 83, cuando ya han surgido muchos de los aspectos sociales e individuales del libro.Y ciertos problemas que se derivan de su actividad –la visita del secretario de la Guerra, por ejemplo– se insertan de modo puntual, como otros elementos dramáticos más dentro del conjunto.

En la novela no hay prolijidad a la hora de explicar situaciones colectivas o movimientos de tropas,sino que todos los sucesos surgen del mismo desarrollo de la narración. Por ejemplo, el arranque describe la llegada de los unionistas a la hacienda de John Jameson,el amo-padre de Pearl: «A las cinco de la mañana, golpes en la puerta y griterío, su marido, John, fusil en mano tras levantarse de un brinco de la cama, y al mismo tiempo el eco de los pasos de Roscoe que, sobresaltado, corría descalzo desde la parte de atrás de la casa: Mattie se apresuró a ponerse la bata, predispuesto el ánimo a la alarma de la guerra pero con el corazón en un puño porque al final había llegado». Ése es el tipo de narración, una especie de flujo verbal objetivo, con mucho movimiento, en el que se integran con toda naturalidad las reflexiones o los diálogos. En este caso, la focalización de la escena está en Mattie, pero el autor no mostrará ninguna rigidez a la hora de cambiar tal focalización y presentar lo que es reflexión del personaje como un texto en tercera persona.Por ejemplo,veamos un fragmento del final de ese mismo capítulo, con el texto centrado en el teniente Clarke: «No tuvo más remedio que permitir a los negros encontrar hueco para ellos y sus pertenencias en los carromatos, sentados entre los expolios o junto a los cocheros. Habían conseguido una carreta tirada por un poni para la anciana abuela. Su alborozo entristeció a Clarke. No eran aptos para el reclutamiento. Eran un estorbo. No podían proporcionarles alimento ni cobijo.Cerca de un millar de negros seguían ya al ejército.Habría que mandarlos de vuelta, pero ¿adónde? No dejamos a nuestro paso un nuevo gobierno civil. Quemamos los campos y seguimos adelante».

Esa naturalidad en la mixtura de puntos de vista es también aplicable al modo de ir describiendo cronológicamente los sucesos, pues si bien, en general, el transcurso es lineal y sucesivo, hay ocasiones en que la narración retrocede para completar algún aspecto, y lo hace con la misma sencillez.Así, aunque el punto de vista es herencia de esa tercera persona omnisciente que pertenece al discurso más tradicional de la novela decimonónica, la estructura fragmentaria de historias y tiempos, la rapidez y claridad con que se suceden y se enlazan los fragmentos, la economía a la hora de presentar lo que se describe, le dan a la novela una gran frescura y eficacia expresiva.Además, no hay duda de que el libro se incardina en la tradición de una gran literatura, y el lector podrá apreciar que en ella hay ecos en los que resuena la voz de Twain, de Hemingway, de Faulkner. Desde tal perspectiva, hay que decir que la sociedad norteamericana, que ha producido el «efecto Brown», sigue siendo capaz de crear también literatura verdadera, por encima de las disquisiciones respecto a la novela ensayística o a la muerte del género que tanto parecen interesar a nuestros autores en esta parte del mundo.

Otro asunto sería el de la decantación ideológica del autor. Doctorow no se adscribe, sin duda, a lo que pudieran ser las posiciones conservadoras de su país, pero en algunas entrevistas ha manifestado, con razones que muchos compartimos, que la novela ha de ser ante todo novela, y que la posible ideología que pueda subyacer en el texto, bien queda transmutada en novela, filtrada en la ficción, bien mostrará el fracaso del autor. En el caso de La gran marcha no hay maniqueísmo, la virtud de la ficción está en presentar los personajes desde sus propios reconcomios u obsesiones, lo que a todos les humaniza y les hace comprensibles, sacándoles del estereotipo, y hace que lo que resulte de la lectura sea la idea de que la guerra civil norteamericana fue una gran tragedia colectiva, con muchos puntos oscuros en cuanto a las perspectivas abolicionistas.

La versión española que se presenta, de la que son responsables Isabel Ferrer y Carlos Milla, es correcta. En cuanto al título, La gran marcha, desborda con un adjetivo innecesario el título original: simplemente,The March.

 

La gran marcha ha sido publicada por Roca, 2006. 

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