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Rusia al alcance de todos

DESDE LOS BOSQUES NEVADOS. MEMORIA DE ESCRITORES RUSOS

Juan Eduardo Zúñiga

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona

360 pp. 24 €

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Hace siete años, cuando se publicó Capital de la gloria, Juan Eduardo Zúñiga afirmó en una entrevista que «la única riqueza que tenemos [es] la experiencia». Desde los bosques nevados, su colección de ensayos sobre autores rusos (un libro que une dos volúmenes previos, El anillo de Pushkin y Las inciertas pasiones de Iván Turguénev) expande este tema de muchas maneras: se trata de una carta de amor al conjunto de las experiencias de que puede ocuparse y analizar la literatura.

Siguiendo el hilo de esta idea, uno de los ensayos de más relevancia es «Los rebeldes», de El anillo de Pushkin, que se abre con una descripción sobre la forma en la que ciertos autores («Kropotkin, Plejánov, Gorki, Lunacharski») nos permiten visitar la Revolución Rusa y sus secuelas de una forma casi física: «El lector se asomaba a una ventana sobre el espacio ruso, la ventana que contempla el fluir de los tiempos, ventana de la historia». Zúñiga nos ofrece una descripción de la experiencia lectora deliberadamente directa y sensual: estas ventanas pueden ser abiertas hacia un número ilimitado de paisajes, desde el Intituto Smolni en San Petersburgo a las calles de Kiev, o al delta del Astraján, donde la rebelión de Stenka Razin dio sus últimos coletazos. La literatura nos permite beneficiarnos de la experiencia de los otros y ofrece la agradable oportunidad de asumir la máscara de miradas ajenas.

Sin embargo, aunque resulte necesario e importante apuntar esta idea, y los guiños tangenciales a dichos valores fundamentales ilustrados sean uno de los muchos placeres de este volumen generoso y erudito, no es nuevo que un autor nos indique que la lectura amplía nuestros horizontes: el interés verdadero de Desde los bosques nevados radica en la intención organizativa por parte de Zúñiga de su material para establecer conexiones entre autores y temas, y enfatizar de paso las formas en las cuales la literatura rusa, tal vez mucho más que cualquier otra literatura nacional, se encuentra enfrascada de forma constante en un diálogo consigo misma.

Esto se debe, en parte, a la relativa pequeña escala temporal en la que todas las obras maestras de la literatura rusa han sido escritas hasta ahora; en 1958, Vladimir Nabokov afirmó que la totalidad de la prosa rusa de calidad se encontraba «contenida en el ánfora de más o menos un siglo, con una jarrita de crema adicional proporcionada para cualquier excedente que pudiera haberse acumulado desde entonces». Pero la imagen de Nabokov también es cierta en la sugerencia de que la literatura rusa es, en algún sentido, líquida: los temas y las ideas fluyen entre los autores rusos de una manera que no se da, por ejemplo, en la literatura anglosajona, donde se espera que los autores exploren nuevos caminos o manifiesten algún tipo de drástica originalidad.

Su investigación de esta misma idea nabokoviana permite a Zúñiga, en la primera parte de este libro, recorrer el amplio alcance de sus lecturas: sus ensayos son ensayos en la forma en la que Montaigne utiliza la palabra, pasajes de prosa que se ocupan de un tema observándolo desde diversos ángulos. Cuando escribe sobre temas tales como la naturaleza de San Petersburgo («Hijos del sol») o los gitanos en la literatura rusa («Canción gitana»), Zúñiga se mueve con soltura en un amplio arco que va desde Turguénev hasta Pushkin, Gorki o Liov Tolstói. Incluso cuando se concentra en autores individuales, Zúñiga siempre los posiciona con relación a sus colegas. Un elogioso ensayo sobre la trágica vida del poeta soviético huérfano Nikolái Tubtsov comienza recordando otra lista voluminosa de escritores huérfanos (Lérmontov, Ostrovski, Gorki, Chujóntsev): el lector acaba por tener la fugaz impresión de que la mayoría de los escritores rusos perdieron a sus padres a una edad temprana.

La segunda parte del libro, Las inciertas pasiones de Iván Turguénev, se basa mucho más en la figura de un hombre solo pero, aun así, la representación de Turguénev es en muchos sentidos un retrato cubista, construido a partir de citas y distintas visiones sobre una única figura central, y siempre consciente de que un individuo es, hasta cierto punto, la suma de sus influencias. Para Zúñiga no es apropiado quedarse únicamente con la mención de «la belleza lírica de los campos de la provincia de Oriol, donde él nació», sin contarnos además que se trata de la «tierra natal también de otros escritores importantes: Leskov, Leonid Andréiev, Iván Bunin». Esto es biografía convertida en poesía: cada elemento, cada nombre, cada lugar, es revelado como un sistema solar íntimo de significados.
 

Las inciertas pasiones de Iván Turguénev es el retrato de Rusia a través de la figura de un único maestro: es apropiado que el libro concluya con una descripción del último relato inacabado de Turguénev, el encuentro de un cazador con un espíritu del bosque «cuyo cuerpo está compuesto por diversos elementos vegetales, hojitas secas, trozos de hierba, bayas y cortezas de sauce». El encuentro entre un individuo y una figura representativa de la totalidad de la inabarcable Rusia rural es una imagen apropiada de la literatura de Turguénev, pero también cuadra con el método desplegado por Zúñiga en Desde los bosques nevados, un libro hermosamente escrito que consigue presentarnos a Rusia y su literatura a una escala humana. Un festín para el lector.

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Ficha técnica

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