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De la provincia

Los que están al filo

RAMÓN ACÍN

DVD Ediciones, Barcelona, 1999, 124 págs.

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Ramón Acín es un escritor aragonés que viene realizando desde la provincia una labor callada y efectiva. En cuanto que crítico literario su trabajo divulgativo ve la luz en las páginas de Heraldo de Aragón (también en estas mismas de Revista de Libros). Pero hay otra faceta de Ramón Acín, la de narrador, tal vez no tan conocida como debiera. En efecto, Acín ha publicado, aparte de ensayos, libros de relatos y dietarios. En el género breve Ramón Acín, además de Los que están al filo, dio a la imprenta Manual de héroes (1989) y La vida condenada (1994). Los que están al filo, pues, es la tercera incursión del de Piedrafita de Jaca en el relato breve; esa piedra de toque para narradores un tanto minusvalorada por las casas editoriales. Cuestión de modas, es de suponer, y que como tal si ya vivió tiempos mejores (décadas de los cincuenta y sesenta, por ejemplo), no es descartable una oportuna recuperación editorial y por lo tanto lectora. Ramón Acín, en todo caso, merece una atención inmediata, y ello sin soslayar –como veremos– ciertos defectos que convierten su dedicación al género breve en algo tan prometedor como imperfecto. Los que están al filo, y el título no engaña, aborda en ocho relatos, divididos en tres apartados, la sutil frontera que separa la realidad de aquello que pudiendo haber sido no fue. Dicho de otra manera, Ramón Acín separa lo cierto de lo impreciso haciendo gala a veces de la mayor sutileza pero otras, ahí el problema, incurre en lo grotesco o en lo esperpéntico. Por supuesto que este último recurso, el del chafarrinón, el de la pintada brusca, de urgencia, puede ser plenamente legítimo. Uno, sin embargo, prefiere al Ramón Acín más sutil, aquel que retuerce los argumentos culturalistas o culturales hasta extraer de ellos la última gota elegante o incluso exquisita. En este sentido hay dos relatos en el libro, tan borgiano (de Borges y aun de Borgia, César) por otra parte, que devienen excelentes muestras de culturalización, sabia y sensible. Me refiero a La verdadera muerte de Giacomo y Grabrielle d'Estreés. El Giacomo de la historieta, que no historia, de Ramón Acín es por supuesto el aventurero Casanova. Y en su mitificación, en la que hace Acín y que de esta manera se duplica, cabría hablar de elegancia, voluntad de estilo y muy pocas ganas de trampear sino, en todo caso, de guiñarle un ojo al lector. Éste, según se vea, puede ser otro de los defectos de Ramón Acín; el de incurrir, tampoco mucho, en la añagaza metaliteraria y por lo tanto en la frialdad. Defecto, o virtud esta, tan borgiana (de Borges solamente en este caso). Gabrielle d'Estrées, el relato estrella del libro, apunta ligeramente hacia la historia, y otro tanto hacia el arte, con el problema añadido de la explicitud que aparece meridiana en la portada. En efecto, ésta reproduce el cuadro de la Escuela de Fontainebleau titulado Gabrielle d'Estrées y su hermana en el baño. Que Ramón Acín utilice la historia, también el transfondo, que en él aparece para ilustrar su relato presenta el evidente riesgo de cubrir con material ajeno, en este caso el del anónimo pintor, la posible falta de inspiración. Y sin embargo aquí entra la inspiración, a veces desbocada, de Acín para recontarnos una historia elegante, retozona (el cuadro es de naturaleza galante), incluso misteriosa, que de por sí justificaría Los que están al filo. Los restantes relatos del libro suelen moverse en el ámbito de lo cotidiano, con finales sorprendentes (a veces, todo hay que decirlo, con sorpresa un tanto traída por los pelos) y en los que lo grotesco y disparatado desarrollan un papel importante. En esencia estos relatos juegan a confundir al lector, trayéndolo y llevándolo a voluntad de Ramón Acín, un escrito travieso y de los que dan categoría inteligente al receptor, de manera que sea éste quien reelabore las historias que en absoluto se le dan deglutidas. Y eso que hay que agradecer, y anotar en el haber de Acín.

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