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Cuatro filósofas oxonienses

The Women are up to something: How Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Mary Midgley, and Iris Murdoch revolutionized Ethics

Benjamin J.B. Lipscomb

Oxford: Oxford University Press, 2022

326 p

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(I)

El título de este libro hace referencia a un asunto que tuvo cierta relevancia en la comunidad académica de Oxford en 1956. Ese año la dirección de la Universidad decidió proponer que se otorgara el doctorado honoris causa al anterior presidente de los Estados Unidos, Harry Truman. Una filósofa de Oxford, Elizabeth Anscombe, inició una campaña en contra, convencida que quien había ordenado lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, causando así la muerte y sufrimiento de poblaciones civiles inocentes, no merecía tal distinción. Antes de la votación que había de ratificar la propuesta en el Senado de la universidad, se difundió por Oxford el rumor de que las mujeres estaban tramando algo, alertando así a los miembros de la comunidad para que asistieran y votaran a favor del doctorado para Truman El texto que leyó Anscombe en dicha ocasión fue después publicado como panfleto, Mr. Truman’s Degree, Oxford: Oxonion Press, 1956. Puede hallarse aquí: https://www.law.upenn.edu/live/files/3032-anscombe-mr-trumans-degreepdf. En este momento en el que, desafortunadamente, volvemos a oír los tambores de la guerra, no está de más recordar el profundo compromiso moral que esta propuesta revelaAnscombe mantuvo durante toda su vida una posición en ética que, a veces, se conoce como absolutismo moral, es decir que hay acciones que son siempre, con independencia del contexto y de sus consecuencias, moralmente incorrectas. Es conocido y ampliamente citado su radical juicio contra determinadas consideraciones que a veces se hallan en las éticas consecuencialistas (un término acuñado por ella, que ha hecho fortuna): ‘Pero si alguien piensa realmente, de antemano, que es una cuestión abierta si una acción tal como la de procurar la ejecución judicial de un inocente ha de ser excluida de la consideración, entonces no deseo debatir con él, tiene una mente corrupta’. G.E.M. Anscombe, ‘Modern Moral Philosophy’. Philosophy 33, no. 124 (January 1958): 1-19, p. 14..

El libro tiene este título no sólo por la historia referida a Truman, sino también porque proporciona un retrato sensacional de la contribución filosófica y de las relaciones personales de cuatro mujeres excepcionales, que a comienzos de la segunda guerra mundial coincidieron en Oxford como estudiantes. Se trata de Elizabeth Anscombe (1919-2001), Philippa Foot (nacida con el apellido Bosanquet, 1920-2010), Mary Migdley (nacida con el apellido Scrutton, 1919-2018) y Iris Murdoch (1919-1999).

(II)

Las más dotadas como filósofas fueron, sin duda, Anscombe y Foot, autoras con contribuciones cruciales en la filosofía contemporáneaDe hecho, ambas fueron catedráticas de filosofía, Anscombe en Cambridge (la cátedra que había ocupado Ludwig Wittgenstein, su maestro) y Foot en la Universidad de California, Los Ángeles. La prestigiosa Stanford Encyclopedia of Philosophy dedica una entrada exclusiva a cada una de ellas. . Sin embargo, Iris Murdoch aplicó su indiscutible talento a la literatura, convirtiéndose en una novelista de referencia en las letras inglesasPor ejemplo, The Bell, London: Chatto & Windus, 1955; The Black Prince, Chatto & Windus, 1973 y The Sea, the Sea, Chatto & Windus, 1973. De ella tenemos también una estupenda biografía, Peter Conradi, Iris Murdoch: A Life, New York: W.W. Norton, 2001. y Migdley, aunque había publicado de manera dispersa hasta los cincuenta años, nos dejó después una quincena de libros con un enfoque naturalista de las relaciones entre la biología y la filosofía, y una estupenda autobiografíaMary Migdley, The Owl of Minerva: A Memoir, London: Routledge, 2005..

Llegaron a Oxford cuando esta universidad hacía pocos años que había admitido a las mujeres, Cambridge todavía no las admitía. La universidad era un mundo masculino fundamentalmente. Sin embargo, en los años que ellas estudiaron, entre 1938 y 1942, los varones habían sido llamados a filas, o sea que por primera vez, en muchas de las aulas y tutorías de Oxford, había más mujeres que hombres. Esto les otorgó un protagonismo que, de otro modo, posiblemente no habrían tenido. Anscombe y Foot fueron presidentes de la Jowett Society, la sociedad filosófica de los estudiantes en Oxford. No había entonces un grado en filosofía en Oxford, por ello Anscombe, Murdoch y Midgley se graduaron con honores en Greats (Literae Humaniores) y Foot, también con honores, en Philosophy, Politics and Economics, PPE, una especie de Modern Greats que se imparte en Oxford desde los años veinte del pasado sigloCasi noventa años después tuve el honor de impulsar esta titulación en España, cuando era rector de la Universidad Pompeu Fabra, que imparten conjuntamente la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Autónoma de Barcelona, la Universidad Carlos III de Madrid y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Véase https://alliance4universities.eu/grados-conjuntos/grado-en-filosofia-politica-y-economia/. Ahora la imparten otras universidades también en España.. Eran los dos grados donde se enseñaba filosofía.

Sin embargo, hasta la segunda guerra mundial la mejor filosofía en el Reino Unido era la de la Universidad de Cambridge, donde enseñaban Bertrand Russell, G.E. Moore, Ludwig Wittgenstein y, hasta su temprana muerte, Frank RamseyMe referí a este momento crucial de Cambridge en esta misma publicación, https://www.revistadelibros.com/las-raices-de-la-filosofia-analitica/. Allí, junto con la ciudad de Viena, nació la filosofía analítica. Oxford, en cambio, estaba, a comienzos del siglo, dominado por el hegelianismo. Así fue hasta que, los años treinta, un joven Alfred Julius Ayer visita Viena, entra en relación con los filósofos del Círculo de Viena y publica, en 1936, un libro que iba a convertirse en la biblia del positivismo lógico y a constituir el trasfondo de la filosofía oxoniense en la que vivieron nuestras protagonistasAlfred Julius Ayer, Language, Truth, and Logic, London: Victor Gollancz, 1936.

En este libro, Ayer delimitaba con precisión el ámbito de las proposiciones significativas, la cuales se dividen entre aquellas cuyo valor de verdad depende únicamente de su forma lógica (verbigracia, las de las matemáticas), y las proposiciones fácticas o verificables empíricamente. Esta distinción permitía, a su vez, distinguir entre problemas lógicos o conceptuales, que versan sobre el significado de las palabras, y problemas empíricos, que versan sobre los hechos. El resto de problemas de los que se había ocupado la filosofía eran sólo pseudo-problemas. Así, las proposiciones de la metafísica carecían de significado cognoscitivo. Y, más importante ahora, también los juicios morales carecían de significado. El capítulo seis del libro estaba dedicado a defender lo que se ha conocido como emotivismo en ética, es decir, un juicio moral como «Lanzar la bomba atómica en Hiroshima es moralmente incorrecto» no tiene ningún contenido de significado, es sólo la expresión de una emoción contraria a dicha acción, como portar una pancarta que dijera «No a la bomba atómica en Hiroshima».

Lo que presuponía un hiato infranqueable entre los hechos y los valores, lo que a veces se ha denominado la ley de Hume. Asumía también una imagen del mundo desencantada, sometida sólo a leyes de la causalidad, un mundo inerte, vacío de sentido. Lo que en el libro se retrata muchas veces como la imagen de las bolas de billar, una imagen que el propio David Hume hizo famosa en la literatura filosófica.

Esta posición se mantuvo como trasfondo de la filosofía de Oxford durante años. De un modo u otro la compartían los filósofos que, después de la segunda guerra mundial, dominaron el panorama: Gilbert Ryle, John L. Austin, P.F. Strawson y el filósofo de la moral Richard M. Hare, cuyo libro de 1952 se convirtió en un referenteRichard M. Hare, The Language of Morals, Oxford: Oxford University Press.. En dicho libro, Hare defendía una posición más sofisticada que la de Ayer, denominada prescriptivismo, con arreglo a la cual los juicios morales son prescripciones que tienen la propiedad de ser universalizables, que no sólo expresan la condena o el elogio de una acción individual, sino que la extienden a una clase de acciones.

Y fue Hare quien dominó por décadas el espacio oxoniense de la filosofía moral. Tuvo mucha relación con nuestras filósofas, especialmente con Philippa Foot, su mayor rival en los años sesenta. Aunque Hare se reincorporó a la universidad de Oxford después de la segunda guerra mundial, donde fue prisionero de los japoneses, defendió una posición según la cual la moral era un artefacto de los seres humanos, no había lugar para algo como la objetividad en el ámbito de la ética. Y aunque más adelante abrazó el utilitarismo, parece que nunca abandonó esta imagen del mundoDe hecho, una vez Foot dijo de Hare: «Claramente, cuelga siempre del árbol equivocado, pero es maravilloso ver come se columpia de rama en rama». Thomas Nagel, «What is rude?», London Review of Books, Vol. 44 No. 3 · 10 February 2022 https://www.lrb.co.uk/the-paper/v44/n03/thomas-nagel/what-is-rude El texto de Nagel es una reseña del mismo libro que la mía, en su caso junto con otro libro algo anterior dedicado a estas cuatro filósofas: Clare MacCumhaill, Metaphysical Animals: How Four Women Brought Philosophy Back to Life, London: Chatto & Windus, 2021..

Esta posición, y el modo de concebir la filosofía que había tras de ella, dejaba muy insatisfechas a nuestras filósofas. Cuando eran estudiantes habían mantenido una intensa relación con un don de Oxford, Donald M. MacKinnon, un filósofo y teólogo de la vieja escuela, pero que no compartía estos nuevos puntos de vista.

La obra de estas cuatro excepcionales personas puede ser contemplada como una rebelión contra la concepción de la filosofía que esta visión de la moralidad presupone.

Tenían orígenes diversos. Mientras Anscombe, Midgley y Murdoch procedían de familias de clase media, Foot era de clase alta, su abuelo materno fue Glover Cleveland, presidente de los Estados Unidos, su madre nació de hecho en la Casa Blanca. Pero coincidieron en Oxford y forjaron una amistad que las acompañaría, de un modo u otro, durante toda la vida. El College de Oxford al que estuvieron más unidas fue Somerville, si bien Anscombe, como estudiante, pertenecía al St. Hugh’s, pero desde finales de los años cuarenta tuvo una intensa relación como Fellow en dicho College hasta que fue nombrada catedrática en Cambridge en 1970. Diré a continuación algunas cosas sobre estas cuatro filósofas tal y como se cuentan en el libro.

(III)

Elizabeth Anscombe fue una de las discípulas preferidas de Wittgenstein, también su amiga. Según se cuenta, imitaba los silencios de Wittgenstein, sus frases enigmáticas, su acento austríaco, hablando el inglés, incluso. Fue de hecho uno de los albaceas de su legado intelectual, junto a Georg Henrik von Wright y Rush Rhees. Poco después de terminar sus estudios a comienzos de los años cuarenta se trasladó a Cambridge para estar al lado del maestro. Era una mujer peculiar, vestía desaliñadamente, a menudo con pantalones, lo que era más bien raro en su época, era una fumadora empedernida, se casó con el filósofo Peter Geach, con el que tuvo siete hijos, que vivieron su infancia en una casa desordenada en el propio Oxford. Era, también, una católica de los pies a la cabeza, y defendía ardorosamente las ideas del catolicismo en la arena moral, lo que conllevó famosos debates y desavenencias en el Oxford de la época.

Tardó en publicar una obra original, aunque en 1953 tradujo maravillosamente al inglés, y lo publicó en versión bilingüe alemán-ingles, las Philosophical Investigations del maestroLudwig Wittgenstein, Philosophical Investigations, translated by G.E.M. Anscombe, Oxford: Basil Blackwell, 1953..

A finales de los años cincuenta, sin embargo, escribió algunas contribuciones seminales, su libro IntentionElizabeth Anscombe, Intention, Cambridge, Mass: Harvard University Press., que es -según el filósofo Donald Davidson- el mejor tratamiento filosófico sobre la acción humana desde Aristóteles. Y, al año siguiente publicó uno de los ensayos más relevantes y citados de la filosofía moral contemporánea «Modern Moral Philosophy».

En este ensayo, Anscombe rechaza el prescriptivismo de Hare arguyendo que dicha posición sólo tendría sentido si pensáramos, en una concepción teísta de la moral, que los comportamientos moralmente correctos son aquellos ordenados por Dios y por eso usamos el lenguaje de los deberes y de las obligaciones. No aceptando este planteamiento, Anscombe se inclina hacia la idea de que la filosofía moral ha de regresar al enfoque de las virtudes de Aristóteles. Es en dicho enfoque en donde pude vislumbrarse el valor intrínseco de algunas acciones y conectarlo con la realización humana, con la eudaimonía, con los fines apropiados a la naturaleza humana. Fue ella, entonces, la que introdujo de nuevo en la filosofía contemporánea la ética de las virtudes.

Asociaba la filosofía a la gravedad, dado que era un asunto serio y por ello desdeñaba el enfoque de John L. Austin, que a menudo es tenido por el más wittgensteniano de los filósofos del Oxford de la época, porque la actitud filosófica de Austin le pareció a Anscombe siempre frívola.

Cuando coincidieron en Somerville College, en los años cincuenta, influyó muchísimo en Philippa Foot, su amiga, a la que persuadió de la necesidad de estudiar con calma a Wittgenstein y, también, a Tomás de Aquino, al que ella estudiaba, como católica, desde el comienzo y del que pensaba que había escrito la mejor versión de la ética de las virtudes, a partir de las denominadas virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, en la Secunda Secundae de la Suma teológica.

(IV)

Philippa Foot que, como sabemos, era de una familia muy acomodada, no estaba destinada a llevar a cabo una carrera académica. Pero su talento y su vocación vencieron las resistencias familiares. Contrajo matrimonio con otro académico, Michael Foot, del que se separó a fines de los años cincuenta, porque no podían tener hijos y su marido quería tenerlos. De nuestras cuatro protagonistas, y dado su origen social, era la que mejor se movía en los ambientes oxonienses, por su acento, por su forma de vestir, por todas esas cosas que caracterizan a las élites inglesas.

Aunque su primer e influyente libro hubo de esperar a 2001Phlippa Foot, Moral Goodness, Oxford: Oxford University Press, 2001., en los años cincuenta publicó una serie de papers muy relevantesDestaquemos Philippa Foot, «Moral Arguments», Mind, 67 (1958): 502–513; y «Moral Beliefs», Proceedings of the Aristotelian Society, 59(1) (1959): 83–104, que también desafiaban la ortodoxia en ética que representaba, Hare, y que fue durante los cincuenta y sesenta el blanco de sus críticas.

En estos trabajos, Philippa Foot articuló un modo, que después ha tenido fortuna, de criticar la separación entre los hechos y valores. Lo hizo mostrando que entre nuestros predicados morales no hay sólo lo que después se ha denominado thin moral concepts (conceptos morales ligeros), como bueno o correcto, sino también thick moral concepts (conceptos morales densos) como valiente, honesto, rudo o cruel. Cuando predicamos la rudeza de la acción de una persona, damos alguna información sobre cómo ella se comporta y a la vez censuramos su acción, se la reprochamos. De este modo, arguye Foot, no es posible separar tajantemente los hechos de los valoresEs una idea que después ha desarrollado profusamente Bernard Williams, por ejemplo, Ethics and the Limits of Philosophy, London: Fontana, 1985, cap. 8. Por cierto, y fue Hilary Putnam quien me llamó la atención sobre ello –The Collapse between Fact/Value Dichotomy , and other Essays, Cambridge, Mass. Harvard University Press, 2004-. Esta idea está claramente elaborada por Ortega en un texto de 1923, en su discurso de ingreso a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas: José Ortega y Gasset, «Introducción a una estimativa ¿qué son los valores?», en Obras Completas, VI, Madrid: Revista de Occidente, 1947..

Más tarde sería también un artículo de Philippa Foot el que plantearía por primera vez en la filosofía anglosajona el dilema del tranvía, que ha dado lugar a una exuberante literatura a veces conocida como trolleyology, es decir, si sería correcto -en la primera formulación del problema, la suya- a un viandante cambiar las agujas de un tranvía sin frenos que si no se interviene matará a cinco personas atadas al final de la vía a la que se dirige, pero si se cambian las agujas matará a otra persona atada al final de la vía secundariaPhilippa Foot, «The Problem of Abortion and the Doctrine of Double Effect», Oxford Review, 5, (1967): 1-7.Una buena presentación del problema en, por ejemplo, Woollard, Fiona and Frances Howard-Snyder, «Doing vs. Allowing Harm», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Fall 2021 Edition), Edward N. Zalta (ed.).

Es notable destacar la profunda amistad e influencia mutua que siempre tuvieron Anscombe y Foot, a pesar de que la primera era una católica convencida y la segunda una, también convencida, atea.

(V)

Mary Migdley fue, entre nuestras cuatro filósofas, la primera que abandonó la dedicación exclusiva a la filosofía. Desde mitad de los años cuarenta se dedicó a escribir recensiones y hacer intervenciones diversas, de difusión de ideas filosóficas y literarias, en la BBC. Contrajo matrimonio, en 1959, también con un académico, Geoffrey Midgley, y aunque tenía una oferta para incorporarse como profesora a la Universidad de Reading, decidió trasladarse a Newcastle con su marido, con el que tuvo tres hijos.

Tuvo una relación intermitente, pero nunca interrumpida, con sus amigas oxonienses. Compartía sus preocupaciones y su rechazo de la imagen de las bolas de billar, del universo como un lugar carente de significado. Compartía también su respeto y admiración por Aristóteles y tal vez por dicha razón en los últimos años de su vida desarrolló un relevante proyecto de naturalización de la filosofía, muy cercano a sus relaciones con la biologíaEntre los que destaca Mary Midgley, Beast and Man: The Roots of Human Nature, London: Harverster, 1979. Es una de las representantes más conspicuas de la literatura contemporánea que trata de explicar la moralidad ubicándola en la teoría de la evolución de las especies, contemplando a los seres humanos entre los animales.

Es la que vivió más de ellas, casi cien años, y fue la que aportó más información al autor del libro que comento.

(VI)

Iris Murdoch es, tal vez, entre estas cuatro mujeres, la más conocida y la que ocupa un lugar más destacado en la historia cultural del siglo XX. También fue la primera en morir, aquejada de la enfermedad de Alzheimer.

Tal vez también sea la más apasionada y más inquieta de ellas. Después de sus estudios viajó por la Europa destruida por la segunda guerra mundial, se interesó por la cultura francesa, en un principio pensó que la respuesta más adecuada a la concepción de un mundo sin sentido era la del existencialismo francés de Jean Paul Sartre y de Simone de Beauvoir.

Sin embargo, por razones semejantes a las de sus amigas, terminó rechazando dicho punto de vista.
Ella encontró en la literatura, en sus novelas, el modo de expresar su concepción del mundo, sus anhelos y sus inquietudesTal vez su contribución al respecto más relevante sea Iris Murdoch, The Sovereignty of Good, London: Routledge, 1970..

Se casó con John Bayley, un profesor de literatura inglesa, que la cuidaría amorosamente durante sus últimos años. Pero tuvo una agitada vida afectiva y una convulsa vida interior. Cuando terminaron los estudios, vivió unos pocos años en Londres compartiendo un humilde apartamento con Foot en Seaforth Place. En 1944 un asunto afectó mucho a Murdoch: ella y Foot intercambiaron amantes, Murdoch inició una relación con el entonces compañero de Foot, Thomas Balogh, por lo que se sintió muy culpable. Después, sin embargo, Foot comenzó una relación con quien era el compañero de Murdoch, Michael Foot quien, como sabemos, acabó siendo su marido. La reconciliación no fue difícil, parece que Foot no quedó muy afectada, pero Murdoch sufrió con este asunto. Más adelante, cuando Foot ya se había divorciado, en 1968 mantuvieron ambas una relación íntima por un corto período de tiempo. Al parecer, ella también se había sentido atraída por Elizabeth Anscombe en Oxford a finales de los años cuarenta, y ocurrió algo entre ellas que hizo su relación algo más difícil.

Con todo, Murdoch admiraba el talento filosófico de sus amigas Anscombe y Foot. Las admiraba muchísimo, tal vez por dicha razón y por creerse con un talento filosófico menor dejó sus clases en Oxford para dedicarse a la literatura más intensamente.

Anscombe y Foot, al parecer, no le reconocían un talento filosófico excepcional. Cuando Murdoch publicó unas lecciones filosóficas dedicó a Anscombe el libro, pero Anscombe aprovechó esta circunstancia para negarse a escribir una reseña del libro. Y cuando a comienzos de la década de los noventa del pasado siglo los anteriores estudiantes de Foot prepararon un Festschrift para esta, al que por supuesto Anscombe contribuyó, Murdoch envió una lección que había dado sobre el argumento ontológico de san Anselmo sobre la existencia de Dios, pero Foot rechazó publicarlo, arguyendo que era demasiado teológicoSin embargo, Foot dedicó el volumen que recoge sus ensayos más relevantes a Murdoch, Philippa Foot, Virtues and Vices: and Other Essays in Moral Philosophy, Oxford: Oxford University Press, 2002.. Tal vez, como una vez escribió Borges, porque a nuestras filósofas las regía «la curiosa pasión americana («americana» dice Borges, pero podría haber dicho «anglosajona» sin duda) de la imparcialidad», el deseo de ser, ante todo, fair-mindedJorge Luis Borges, «El soborno» en El libro de arena, Buenos Aires: Emecé, 1975..

Sea como fuere, Murdoch compartía el punto de vista de sus amigas, de hecho, lo expresaba con mayor énfasis. En su libro sobre Sartre, el primer ensayo en inglés sobre el filósofo francés, emite sobre Gilbert Ryle un juicio que puede extenderse a Austin y a Hare. Murdoch decía que vivían en un mundo «en el cual la gente juega al cricket, cocina pasteles, toma decisiones sencillas, recuerda su infancia o va al circo; no el mundo en el cual las personas cometen pecados, se enamoran, rezan, o se unen al partido comunista (como Murdoch había hecho de joven estudiante, para abandonarlo muy pronto)»Iris Murdoch, Sartre: Romantic Rationalist, New York: Viking, 1987, 78-79..

(VII)

Alasdair MacIntyre, que siguió algunas de las ideas de nuestras filósofas, en especial las de Anscombe, escribió que la filosofía moral contemporánea nos deja ante una elección: Nietzsche o AristótelesEste es el título del cap.9 del influyente Alasdair MacIntyre, After Virtue, Notre Dame (Indiana): University of Notre Dame Press, 1981.. Es decir, o la visión de un mundo desencantado, la imagen de las bolas de billar, en el que nosotros proyectamos nuestros valores inventados o bien la imagen de un mundo con significado, con fines intrínsecos, en donde la percepción perspicua de los hechos da acceso a los valores que anidan entre ellos. Y, es obvio, el autor, como nuestras filósofas, se quedan con el gran filósofo de Estagira.

Sin embargo, estos dos extremos tal vez no son las únicas posibilidades, tal vez haya un espacio para Immanuel Kant, para una concepción de la moral enraizada más bien en nuestra naturaleza racional, en el hecho de que somos seres sensibles a las razones, así nos reconocemos unos a otros y podemos determinar lo que unos a otros nos debemos. Y, según creo, precisamente fue esta la vía que, contemporáneamente a los esfuerzos de nuestras filósofas, rehabilitó la razón práctica en la filosofía analítica contemporánea, la vía de John Rawls, como él mismo reconoció, un constructivismo kantianoMe refiero, es claro, a John Rawls, A Theory of Justice, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1971 y véase también John Rawls, «Kantian Constructivism in Moral Theory», Journal of Philosophy, 77 (1980): 512-572..

¿En qué medida estas son vías incompatibles, en qué medida es incompatible un enfoque deontológico con la ética de las virtudes de nuestras filósofas? Habrá que seguir reflexionando sobre ello, pero me gustaría sugerir que tal vez tenga razón la bella metáfora elaborada por Derek Parfit (aunque él no incluye entre las diversas sendas la de la ética de las virtudes): tal vez se trata de personas que ascienden la misma montaña por lugares diferentesDerek Parfit, On What Matters, Volume One, Oxford: Oxford University Press, 2011, p. 385..

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Ficha técnica

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